Arturo asustado le dijo a Vicente. —¡Escúchame hermanito, te prometo que voy a desaparecer de sus vidas! No voy a molestar más a Sofía. Pero por favor ¡No les entregues esa agenda! —Porque tiene que ver con los negocios de “El águila” y si se la facilito a las autoridades pensarán que eres un soplón y eso significaría que tienes los días contado. —¡Tú no le puedes hacer esto a tu hermano mayor! ¡Ten compasión Vicente! ¡Soy hombre muerto si le entregas esa agenda! —¡¿La misma compasión que tú le tuviste a Sofía por más de año?! Tu error fue haber regresado a seguir atormentando a la mujer que amo. ¡Solo vas a recibir lo que mereces! Se puso de pie y se dio la vuelta mientras escuchaba a Arturo gritar. —¡Eres un desgraciado hijo de puta! ¡Te espero en el infierno Vicente Rivas! **** Amelia se encontraba en su departamento esperando Antonio impacientemente. “¡Dios mío! ¡No puedo esperar más, ¿Por qué Antonio no llega? ¿Qué habrá pasado?, ¡Esta vez sí tiene que funcionar! ¡No hay
—¡¿Hablas en serio?! ¡Tú amas tu libertad! —Vicente o yo. Te puedes quedar aquí presenciado como Vicente terminan casándose con la pobretona. Porque tú y yo sabemos que él está enamorado de esa mujer. Lo siento mucho Amelia, pero ya no tienes nada que buscar. ¿Vas a pasar tu vida esperando que las migajas que se caen de la mesa de Vicente Rivas? Hasta que se vaya tu juventud y belleza quedándote completamente sola. Amelia lo miró con angustia en la mirada, porque sabía que él tenía razón. Antonio siempre había sido su plan B. Desde que Vicente la sacó de su vida se sentía muy sola —caminó pensativa y luego tomó la decisión. Y le respondió. —Está bien, casémonos este fin de semana, conozco algunos amigos en el registro público que, por una buena cantidad de dinero, nos agilizaran los trámites para casarnos. —Eso, o nos casamos en las Vegas, no tendrá que pagar ninguna cantidad de dinero y será rápido y fácil —dijo Antonio. — No gracias, porque lo que no tenga que pagar a los del re
Suspiró y se río.—Pensé que ibas a dejarme plantada.—Eso jamás, Sofi. Al rato uno de los guardaespaldas de Vicente le vino a avisar, que el chofer la estaba esperando. Al salir vio una limusina de color negro—Ya llegó la limusina —le dijo Sofía—. Nos vemos al rato.—Nos vemos pronto, cariño —dijo antes de colgarle.El conductor salió y la vio sonriendo y ruborizada.—Buenas noches, Señora Espinoza.—Buenas noches —dijo Sofía, emocionada.El conductor abrió la puerta del asiento de atrás de la limusina. Ella se sentó y respiró profundo, tratando de ocultar su nerviosismo. Jamás se había subido a una limusina tan lujosa, sin duda nunca una con una botella de champagne metida en una cubeta de hielo.—¿Es para mí? —le preguntó al conductor cuando subió.—Si así lo desea la señora —dijo—. Las copas están en el compartimiento a su derecha.Vio la puertita a la que se refería y esperó a que cerrara la puerta para tomar una copa y servirse un poco.Sofía se quedó mirando por la ventana dur
—Gracias, por eso decidí, hacer borrón y cuenta nueva. — ¿Y dónde está Antonio? —Anda por allí entre la gente como pez en el agua. Dentro de un rato pasaremos a la cena a las mesas y nos sentaremos juntos. Sofía giró y vio a Vicente estrechando la mano del alcalde de Puerto Cabello. Vicente y Ernesto se veían guapísimos con sus esmóquines que les quedaban como anillo al dedo. Elba era una mujer pequeña, pero se veía espectacular en ese vestido de seda rojo. Pero Vicente la dejó sin aliento. Esa su seguridad en poder manejar lo que sea que la vida le arrojara le hacía el hombre más sexy de entre toda la multitud de personas. Durante toda la fiesta Sofía estrechó manos y sonrío a rostros que seguro después no recordaría y si no hubiera sido por Elba se hubiera sentido totalmente fuera de lugar. Porque Vicente brilló por su ausencia, solo se aparecía para presentarle a alguien y luego volvía perderse entre sus amistades. Sin contar que tuvo que escuchar anécdotas de la exesposa de V
—¡Oh!, no te preocupes, estábamos hablando de ti y de tus cualidades culinarias—dijo Sofía. —Pero yo no sé cocinar. —Exacto, por eso yo le aseguraba a Sofía que tenías otras cualidades. —Más vale que lo creas cariño. — hizo una pausa— Están llamando a todos a que pasemos al comedor. —informó Amelia. Cuando llegaron al gran salón que estaba repleto de comensales donde se dispusieron mesas de quince personas. Sofía empezó a buscar a Vicente, pero no lo vio por ningún lado. De súbito observó a Elba al lado de Ernesto levantando la mano, llamando su atención, sentados en el comedor más cercano y se acercó a ellos. —Siéntate con nosotros ¿Y dónde está Vicente? —No lo sé, hace rato que no lo veo. Elba le sonrió comprensiva. —No te preocupes, lo que pasa que él es el Presidente de la empresa que financia la fundación y es natural que todo el mundo quiera hablar con él. Sofía sonrío, pero esas palabras no la consolaron cuando notó que en la mesa era la única sin pareja. Y sobre todo
Se miraron a los ojos por largos momentos. Podía notar que sé estaba enojando más, pero él no iba a desistir. Si había hecho algo mal, merecía saberlo. “¡Por Dios, se supone que somos adultos!” Ella resopló y movió su cabeza de lado a lado. —¿Por qué me invitaste? —Sofía giró sus caderas y quedó de frente a él con sus manos descansando encima de sus muslos. Vicente se quedó aturdido un instante. —¿Qué pregunta es esa? No entiendo. Ella se encogió de hombros y apretó sus labios diciéndole. —No necesitabas una asistente, ni a la Vicepresidente esta noche —dijo— Y cuando estábamos juntos te la pasaste hablando con posibles donadores y otros empresarios de acciones y de no sé qué otras tonterías. Me ignoraste durante toda la noche y no me vengas con el cuento de que eres CEO de la empresa y todo el mundo quiere hablar contigo. Porque esa excusa ya me la dio Elba y es tan poco convincente. Por un momento pensé que, en ese tipo de gala, las parejas se comportan así. Pero me fijé en l
Era sábado y estaba lloviendo a cántaros, Sofía se encontraba envuelta en una cobija en su sillón favorito, cerca de la ventana más amplia de su casa, viendo como las gotas de lluvias se deslizaban por el cristal de la ventana. A ella le encantaba la lluvia, porque siempre le traía a la memoria unos de esos pocos recuerdos infantiles, de cómo su madre cada vez que llovía, exclamaba que estaba haciendo mucho frío y les preparaba a ella y a Marina café con leche caliente y pan. Se les había convertido en una especie de tradición, y la que ella continuaba, como en ese momento que se estaba bebiendo una taza grande de café con leche y pan francés. Al lado de ella, en su corral bien abrigado estaba Gabriel jugando con sus juguetes. Cuando entró a las empresas Rivas su bebé tenía un año y dos meses y dentro de pocos días cumpliría dos años, parecía mentira que ya llevara diez meses trabajando junto a Vicente, el hombre que le cambió la vida de una manera que no se la esperaba. Lo amaba con
Sofía, a su lado de la cama de hospital, sosteniendo su mano, estaba muy preocupada porque Marina tenía los ojos hundidos y sudorosa deliraba. —¡Marina, por favor no hables…! —¡No, necesito hablar!... cuida a mi hijo… perdóname por haberte dicho que no lo quería… —¡Eso no importa! Solo estabas asustada…—dijo Sofía, angustiada. —Quiero que… seas su madre. Sofía empezó a llorar porque no deseaba que se despidiera y le exclamó. —¡Tú lo vas a criar y vas a ser su madre! —¡Promételo!... por favor… —¡Te lo prometo!, ¡Te lo prometo! ¡Por favor no te despidas!... ¡No me dejes sola! ¡Marina, no te vayas! ¡Tú eres mi hermanita pequeña! —exclamó Sofía llorando desconsolada. —¿Él va a venir a verme?... dile que venga… —¿Quién va a venir? —¡Él me ama!... como yo a él… Sofía lo quiero ver… —¿Marina a quién quieres ver? — A Ernesto Rivas… el señor Rivas… yo lo amo Sofía confusa le pregunta. —¿Ernesto Rivas? ¿Al que le hacías las suplencias como mecanógrafa? —¡Llámalo!... el señor Riva