—Gracias, por eso decidí, hacer borrón y cuenta nueva. — ¿Y dónde está Antonio? —Anda por allí entre la gente como pez en el agua. Dentro de un rato pasaremos a la cena a las mesas y nos sentaremos juntos. Sofía giró y vio a Vicente estrechando la mano del alcalde de Puerto Cabello. Vicente y Ernesto se veían guapísimos con sus esmóquines que les quedaban como anillo al dedo. Elba era una mujer pequeña, pero se veía espectacular en ese vestido de seda rojo. Pero Vicente la dejó sin aliento. Esa su seguridad en poder manejar lo que sea que la vida le arrojara le hacía el hombre más sexy de entre toda la multitud de personas. Durante toda la fiesta Sofía estrechó manos y sonrío a rostros que seguro después no recordaría y si no hubiera sido por Elba se hubiera sentido totalmente fuera de lugar. Porque Vicente brilló por su ausencia, solo se aparecía para presentarle a alguien y luego volvía perderse entre sus amistades. Sin contar que tuvo que escuchar anécdotas de la exesposa de V
—¡Oh!, no te preocupes, estábamos hablando de ti y de tus cualidades culinarias—dijo Sofía. —Pero yo no sé cocinar. —Exacto, por eso yo le aseguraba a Sofía que tenías otras cualidades. —Más vale que lo creas cariño. — hizo una pausa— Están llamando a todos a que pasemos al comedor. —informó Amelia. Cuando llegaron al gran salón que estaba repleto de comensales donde se dispusieron mesas de quince personas. Sofía empezó a buscar a Vicente, pero no lo vio por ningún lado. De súbito observó a Elba al lado de Ernesto levantando la mano, llamando su atención, sentados en el comedor más cercano y se acercó a ellos. —Siéntate con nosotros ¿Y dónde está Vicente? —No lo sé, hace rato que no lo veo. Elba le sonrió comprensiva. —No te preocupes, lo que pasa que él es el Presidente de la empresa que financia la fundación y es natural que todo el mundo quiera hablar con él. Sofía sonrío, pero esas palabras no la consolaron cuando notó que en la mesa era la única sin pareja. Y sobre todo
Se miraron a los ojos por largos momentos. Podía notar que sé estaba enojando más, pero él no iba a desistir. Si había hecho algo mal, merecía saberlo. “¡Por Dios, se supone que somos adultos!” Ella resopló y movió su cabeza de lado a lado. —¿Por qué me invitaste? —Sofía giró sus caderas y quedó de frente a él con sus manos descansando encima de sus muslos. Vicente se quedó aturdido un instante. —¿Qué pregunta es esa? No entiendo. Ella se encogió de hombros y apretó sus labios diciéndole. —No necesitabas una asistente, ni a la Vicepresidente esta noche —dijo— Y cuando estábamos juntos te la pasaste hablando con posibles donadores y otros empresarios de acciones y de no sé qué otras tonterías. Me ignoraste durante toda la noche y no me vengas con el cuento de que eres CEO de la empresa y todo el mundo quiere hablar contigo. Porque esa excusa ya me la dio Elba y es tan poco convincente. Por un momento pensé que, en ese tipo de gala, las parejas se comportan así. Pero me fijé en l
Era sábado y estaba lloviendo a cántaros, Sofía se encontraba envuelta en una cobija en su sillón favorito, cerca de la ventana más amplia de su casa, viendo como las gotas de lluvias se deslizaban por el cristal de la ventana. A ella le encantaba la lluvia, porque siempre le traía a la memoria unos de esos pocos recuerdos infantiles, de cómo su madre cada vez que llovía, exclamaba que estaba haciendo mucho frío y les preparaba a ella y a Marina café con leche caliente y pan. Se les había convertido en una especie de tradición, y la que ella continuaba, como en ese momento que se estaba bebiendo una taza grande de café con leche y pan francés. Al lado de ella, en su corral bien abrigado estaba Gabriel jugando con sus juguetes. Cuando entró a las empresas Rivas su bebé tenía un año y dos meses y dentro de pocos días cumpliría dos años, parecía mentira que ya llevara diez meses trabajando junto a Vicente, el hombre que le cambió la vida de una manera que no se la esperaba. Lo amaba con
Sofía, a su lado de la cama de hospital, sosteniendo su mano, estaba muy preocupada porque Marina tenía los ojos hundidos y sudorosa deliraba. —¡Marina, por favor no hables…! —¡No, necesito hablar!... cuida a mi hijo… perdóname por haberte dicho que no lo quería… —¡Eso no importa! Solo estabas asustada…—dijo Sofía, angustiada. —Quiero que… seas su madre. Sofía empezó a llorar porque no deseaba que se despidiera y le exclamó. —¡Tú lo vas a criar y vas a ser su madre! —¡Promételo!... por favor… —¡Te lo prometo!, ¡Te lo prometo! ¡Por favor no te despidas!... ¡No me dejes sola! ¡Marina, no te vayas! ¡Tú eres mi hermanita pequeña! —exclamó Sofía llorando desconsolada. —¿Él va a venir a verme?... dile que venga… —¿Quién va a venir? —¡Él me ama!... como yo a él… Sofía lo quiero ver… —¿Marina a quién quieres ver? — A Ernesto Rivas… el señor Rivas… yo lo amo Sofía confusa le pregunta. —¿Ernesto Rivas? ¿Al que le hacías las suplencias como mecanógrafa? —¡Llámalo!... el señor Riva
—Creo que es un ángel por haber ofrecido su casa para la fiesta de la compañía —comentó Sofía, sirviéndose café. —¿Quieres una taza?—Sí, por favor.Vicente se lo tomó de un trago.—Gracias, lo necesitaba. —la miró, retándola—. ¿Así que piensas que Elba es un ángel?—Es una mujer amable y cordial —dijo.—Elba no comprende por qué te niegas a visitarla. ¿Por qué no lo haces? —la atacó de repente.—He estado muy ocupada —contestó Sofía y consultó su reloj-—. ¿Podemos empezar? Tengo una cita para comer.— ¿Con quién?—María Hernández, nuestra secretaria—contestó Sofía.—Pero yo deseaba que comieras conmigo —le confesó irritado.Ella parpadeó. Esto era nuevo. Había cenado con Vicente varias veces, pero siempre como la anfitriona de un grupo de empresarios.—Siempre invitaba a comer a la señorita Romero antes de Navidad —le explicó Vicente excusándose—. Así que nadie chismorreará de la impecable señora Espinoza si acepta mi ofrecimiento.—Lo siento —dijo Sofía con ligereza—. Se lo he prome
—Hola, Sofía, he rechazado el taxi. Yo seré tu chofer —Sofía se recobró de su asombro y lo siguió.—Eres muy amable en recogerme —afirmó deprimida. Su tarea no resultaría fácil, de ninguna manera—. Pero no era necesario.—Lo sé —Vicente le abrió la puerta y luego corrió a sentarse al otro lado—. Puso el coche en marcha y Sofía observó el perfil que ya conocía de memoria.—Estás muy callada —continuó, cuando habían salido de la ciudad.—Más bien sorprendida.— ¿De verme?El interior de la camioneta estaba demasiado oscuro como para poder verle la cara, pero el tono de voz parecía alegre.—He venido a recogerte porque quería hablar contigo en privado antes de la fiesta —le informó él, al ver que Sofía no contestaba— Estas reuniones pueden salirse de su cauce. Así que no prestes atención a los donjuanes que, bajo los efectos del alcohol, creen que todo les está permitido.—No creo que nadie quiera propasarse conmigo —comentó Sofía.— ¿Por qué no?— ¿Acaso la señorita Romero tuvo problema
—En tal caso —comentó Sofía con energía—, llegaremos tarde. ¿Te importaría seguir conduciendo? —Alzó las manos para intentar quitarse el collar—. Y, de verdad, no puedo aceptar un regalo tan caro. —¡Cielos! Si creías que pensaba obtener tu cuerpo a cambio, te equivocas —asentó mientras ponía en marcha el motor furioso—. ¡Así que, te lo ruego, conserva el collar! ¡De lo contrario, lo tiraré a una alcantarilla! ¡O Vende esas malditas perlas si he ofendido tus principios! Como Sofía descubrió que no podía abrir el broche, guardó silencio, no tenía ganas de engancharse en una discusión, porque aún se sentía afectada por el beso. Se sintió muy deprimida. ¡Qué manera de empezar la noche! Y lo que era peor, para llevar a cabo sus planes. Sofía suspiró de alivio cuando llegaron a la finca. Había un enorme portón de hierro forjado con letras semicirculares que decía “La Finca Hermosa Elba.” Sin duda en honor a su dueña. Elba y Ernesto aparecieron en la puerta, vestidos con colores idénticos