CAPÍTULO 2

El taxi se alejaba a toda velocidad de esa horrible mansión, y por fin pude liberarme. Las lágrimas que había estado conteniendo brotaron como un torrente, empapando mi rostro y mi blusa.

Cada sollozo era un doloroso recordatorio de la vida que había perdido. ¡Tres años desperdiciados! 

La ciudad era un borrón de luces de neón y bocinas, pero yo solo veía el rostro de Nathan, deformado por esa sonrisa cruel que esbozó al entregarme los papeles del divorcio. 

Como si fuera un objeto desechable, no su esposa.

Entonces, mi mente se remontó a la universidad. A cuando Nathan no era más que un encantador jugador de rugby con un brillo pícaro en sus ojos azules, y yo era lo suficientemente ingenua como para caer rendida ante sus encantos.

Casi podía oler la hierba húmeda del campo y escuchar el rugido de la multitud al recordar la noche en que me invitó a salir. 

Estaba sudoroso, con la camiseta rasgada y un nuevo moretón en el pómulo. 

Pero esos ojos azules, brillaban con una seguridad que podía hacer que cualquier chica se derritiera.

Se acercó con esa arrogancia suya, rozando mi brazo con la mano mientras se inclinaba hacia mí.

—Agatha Jones, ¿verdad? —preguntó, su voz un suave ronroneo—. ¿No te había visto antes por aquí? Nunca había visto una belleza como tú en uno de nuestros partidos.

—Sí, soy nueva —murmuré, interpretando el papel de la chica tímida de pueblo. 

Ocultar mi verdadera identidad como De Rossi era un trabajo a tiempo completo.

—Bueno, qué suerte la mía —sonrió, sin dejar de rozar mi brazo con los dedos.

—. ¿Qué te parece si celebramos la victoria? Pizza y cerveza, yo invito. A menos que tengas algo mejor que hacer... —dejó la pregunta flotando en el aire, esos ojos azules prometiendo una noche llena de emoción.

Sabía que debería haberle dicho que no. Papá habría tenido un infarto si se hubiera enterado de que me escapaba para ver a un hombre, y menos a un Richards.

“Si me viera ahora…”, pensé, un escalofrío rebelde recorriéndome. “Probablemente me encerraría en casa y tiraría la llave.”

Pero esa noche, no me importó. Nathan me hacía sentir libre, como si pudiera escapar de las asfixiantes expectativas de ser la heredera De Rossi.

Hablamos durante horas, riendo y compartiendo historias. Fingí ser otra persona, alguien despreocupada y sencilla. 

Y por un momento, se sintió real, como si realmente pudiéramos construir una vida juntos.

La fantasía se hizo añicos la noche en que papá descubrió lo nuestro.

Estaba en mi habitación, supuestamente estudiando, cuando irrumpió hecho una furia.

—¡Agatha! A mi despacho. ¡Ahora mismo!

Lo seguí, con el corazón latiéndome con fuerza. Su despacho era enorme, lleno de muebles antiguos y pinturas. Cerró la puerta de golpe, haciéndome saltar del susto.

—¡Quiero una explicación! —rugió, paseándose como un tigre enjaulado—. ¿Un Richards? ¿Estás tratando de arruinar a esta familia? ¿Se te ha pasado por la cabeza lo que significa casarte con él?

Me mantuve firme, tratando de parecer fuerte a pesar de que mis rodillas temblaban.

—Lo amo, papá —solté de golpe—. Queremos casarnos. ¡Y es mi vida, no la tuya!

Papá dejó de pasearse, sus ojos ardían de ira.

—¿Amor? ¿Crees que ese cuento de hadas te protegerá en este mundo? ¡Eres una De Rossi, Agatha! Tus decisiones tienen consecuencias, no solo para ti, sino para toda la familia. —Me señaló con un dedo, su voz temblando de rabia—. Termínalo. Ahora. O te juro que te quedarás sin un centavo. ¿Entendido?

El peso de su amenaza me oprimió. 

¿Estaba cometiendo un terrible error? 

¿Realmente estaba enamorada de Nathan o solo me estaba rebelando contra el control de papá? 

La duda me carcomía, pero la imagen de la sonrisa de Nathan, su tacto, alejaban esos fantasmas.

El día de la boda, papá me apartó a un lado, su rostro reflejaba una profunda preocupación.

—Agatha —dijo, con la voz más suave que le había oído en años—. No puedo detenerte, pero te suplico que escuches. Si este matrimonio resulta ser un error, recuerda que siempre tienes un hogar aquí. Siempre serás mi hija, pase lo que pase.

Era joven, tonta y cegada por lo que creía que era amor. Ignoré sus preocupaciones, convencida de que Nathan y yo podríamos hacer que funcionara.

Ahora, mirando por la ventana del taxi la extensa finca De Rossi, me di cuenta de lo ingenua que había sido. Nathan nunca me amó, no de verdad. 

Amaba la imagen que tenía de mí, la misteriosa Agatha Jones con su historia inventada. Nunca conoció a la verdadera yo, la mujer detrás de la máscara que había creado para escapar del mundo de mi padre.

Mientras el taxi se detenía, me sentí vacía, como un juguete desechado. Caminé hacia las enormes puertas principales, perdida y sola. Pero levanté la barbilla, enderecé los hombros y llamé.

Bianca, nuestro ama de llaves de toda la vida, abrió la puerta. Su rostro, generalmente impasible, se iluminó con una calidez que me llenó los ojos de lágrimas.

—¡Señorita Agatha! —exclamó, atrayéndome a un abrazo que olía a galletas recién horneadas—. Bienvenida de nuevo. Su padre se alegrará muchísimo.

Esas dos palabras, "Señorita Agatha", se sintieron como un salvavidas. 

Estaba de vuelta. Agatha De Rossi, la heredera, la hija, no la esposa olvidada.

Enterré mi rostro en el hombro de Bianca, dejando que las lágrimas fluyeran libremente, encontrando consuelo en su lealtad inquebrantable.

Me condujo a mi antigua habitación, cuyos lujosos detalles contrastaban con el vacío estéril de la mansión familiar de Nathan. 

Mientras me lavaba la cara con agua fría, mirando mi reflejo en el espejo, una nueva sensación se agitó en mi interior: una furia tranquila se mezclaba con la determinación. Agatha De Rossi había vuelto, y no volvería a ser el peón de nadie. Esta vez, yo decidiría cómo sería mi vida.

Un suave golpe interrumpió mis pensamientos. Papá estaba en la puerta, su imponente figura parecía más pequeña de lo habitual. —Agatha… —comenzó, su voz áspera por la emoción.

Corrí hacia él, derrumbándome en su abrazo, todo el dolor y la ira brotando en un torrente de lágrimas.

—Me equivoqué, papá —dije con la voz entrecortada—. Debería haberte escuchado.

Me abrazó con fuerza, acariciando mi cabello con una ternura que no había sentido en años.

—Tranquila, querida. Ya estás en casa. A salvo. Nadie volverá a hacerte daño así, te lo prometo.

Sus palabras fueron un bálsamo para mi alma herida. Lo peor había pasado. Un nuevo capítulo estaba comenzando.

Durante los días siguientes, me concentré en recuperarme. Papá fue increíble. Se encargó de todo y me dejó espacio para procesar mis emociones. Se sentía bien tener su apoyo.

Mis días se volvieron tranquilos y apacibles. Pasaba las mañanas escribiendo en mi diario, recordando y ordenando mis pensamientos. 

Por las tardes, paseaba por nuestros enormes jardines, disfrutando de la paz. Al llegar la noche, estaba tan cansada que me quedaba dormida enseguida. 

Se acabaron las pesadillas sobre lo que podría haber sido.

Hablar con papá me ayudó mucho. Era paciente y sabio, y sus palabras curaban lentamente el dolor que sentía. Tomábamos té juntos y me contaba historias sobre mamá, haciendo que su recuerdo cobrara vida. 

Su fuerza me recordaba que había mucho más en la vida que lo que había tenido con Nathan.

A medida que la tristeza se desvanecía, comencé a ver las cosas de manera diferente. Dejé de preocuparme por lo que pensaran los demás y empecé a ver la mujer fuerte que realmente era. 

No necesitaba a un hombre para sentirme digna. Tenía valor por mí misma.

Volver a la casa de mi infancia me ayudó a sanar. Caminaba por el jardín de rosas donde mamá y yo solíamos pasar tiempo juntas, y casi podía oírla reír. 

Miraba su retrato en la casa y me recordaba todo el amor que me había dado. Sentía como si todavía estuviera conmigo.

Pasar tiempo con Bianca era lo mejor. Cocinábamos juntas en la gran cocina antigua, y me sentía como si volviera a ser una niña. 

Su amor y apoyo me hicieron darme cuenta de que por fin estaba en casa, donde pertenecía.

Pero entonces mis pensamientos volvieron a Nathan y a cómo empezó todo…

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