CAPÍTULO 10

Me recosté en la silla, reflexionando sobre la propuesta de papá, que me observaba pacientemente. Por un lado, el puesto me venía de perlas: me mantendría a tope y podría demostrar lo que valgo. Pero trabajar codo con codo con mi padre también me daba un poco de rollo.

—Papá, ¿no crees que la gente va a decir que solo he conseguido el trabajo por ser tu hija? —le pregunté.

Papá le restó importancia con un gesto de la mano. —Ni hablar. Estás más que preparada para el puesto, de sobra. Cualquiera que te conozca y sepa de lo que eres capaz no lo pondrá en duda ni un segundo.

Tenía que reconocer que la idea de tener un objetivo y volver a ser independiente me atraía muchísimo después del caos de las últimas semanas. Además, sabía que mi padre no me regalaría nada; me exigiría el máximo.

—Vale, papá, me has convencido —dije con una sonrisa—. Acepto.

Papá dio un grito de alegría y me abrazó con fuerza.

—¡Genial! Sabía que no te ibas a resistir. —Se apartó y me miró con orgullo—. No te vas a
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