CAPÍTULO 3

El pasado seguía atormentándome, por mucho que intentara olvidarlo. 

Recordaba esas interminables cenas en casa de Nathan, donde él y sus amigos ricachones se burlaban de mi supuesto origen humilde, una mentira que tuve que mantener para proteger mi verdadera identidad.

—Cariño, ¿me traes más bebidas, porfa? —decía Nathan con esa sonrisa encantadora que ahora me daba asco.

Mientras me alejaba, podía escuchar sus risitas y comentarios hirientes.

—En serio, Nathan, ¿una campesina? Pensé que tenías mejor gusto.

—Debe ser buenísima en la cama para que te hayas casado con alguien tan simple.

Fingía que sus palabras no me afectaban, pero cada insulto era como una puñalada, haciéndome sentir cada vez más pequeña e insignificante.

Y luego estaba Josephine, la madre de Nathan. Esa mujer era una bruja de cuidado. 

Por mucho que hubiera terminado la universidad con honores, para ella yo no era más que una criada.

—Agatha —gritaba con un tono que cortaba el aire—. ¿Por qué este suelo no está reluciente? ¡Ya te enseñé a limpiar!

Con una sola mirada era capaz de congelar el ambiente. No importaba lo impecable que estuviera la mansión o lo delicioso que fuera lo que cocinaba, nunca era suficiente para Josephine. 

Mientras los amigos de Nathan se relajaban en el salón bebiendo coñac, yo me dejaba las rodillas fregando el suelo.

Un día, harta de sus humillaciones, le solté:

—No soy su sirvienta, Josephine.

La bofetada que me dio me dejó aturdida. Sus ojos brillaban con una furia fría y aterradora.

—¡Mientras vivas bajo mi techo, harás lo que yo diga! —siseó, agarrándome del pelo con fuerza—. ¡Niñata malagradecida! Te hemos acogido en nuestra casa y ¿así es como nos lo pagas? —me empujó con asco—. No te olvides de quién eres. Deberías dar gracias por no haberte echado a la calle.

El sonido de mi teléfono fue como una bendición. Era Lena, mi mejor amiga y mi abogada.

Respiré hondo para calmarme antes de contestar.

—¿Sí?

—Agatha, soy Lena. Acabo de llegar y he visto el correo del abogado de Nathan. ¡Está pidiendo el divorcio! ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —su voz denotaba una preocupación sincera que me reconfortó.

—Me entregó los papeles la semana pasada. Dijo que se había acabado y que me largara. —Mi voz temblaba al hablar—. Fue tan de repente… Todavía no me lo creo.

Lena explotó. —¡Ese cretino! ¡Después de todo lo que has hecho por él! ¿Dónde estás? Tenemos que revisar esos papeles juntas. Seguro que está intentando darte gato por liebre.

—Gracias, Lena. Estoy en casa de papá. Me siento… fatal. Teníamos problemas, pero nunca pensé que terminaría las cosas así, sin siquiera intentarlo. —Apreté el teléfono con fuerza, luchando por mantener la compostura.

—Escúchame, Agatha —dijo Lena con firmeza—. No mereces que te traten así después de haberle aguantado tanto tiempo. Vamos a luchar contra esto. Tranquila, ¿de acuerdo? Voy para allá, ¡y te traigo galletas!

Colgué y me hundí en el sofá, con la cabeza dando vueltas. 

Seis años juntos, tres de matrimonio, y todo había terminado en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cómo habíamos llegado a este punto?

Lena llegó en tiempo récord, con una bandeja llena de galletas.

—Puede que haya corrido un poco —dijo con una sonrisa—. Desahógate, cielo. Estoy aquí para ti.

Ver su rostro amable me hizo derrumbarme. Las lágrimas brotaron de mis ojos mientras le contaba todo. 

Lena me escuchó con paciencia, rellenando mi taza de té y dándome palmaditas en la espalda mientras lloraba. Su calma me ayudó a serenarme un poco.

Cuando por fin me tranquilicé, Lena tomó los papeles del divorcio.

—A ver qué se trae entre manos este sinvergüenza. —Leyó los documentos con atención y su rostro se ensombreció—. Lo sabía. Lo quiere todo: la casa, el dinero, los bienes… Y ni un céntimo de pensión. Dice que tu "contribución al matrimonio fue insignificante". —Resopló con desprecio—. ¡Como si no hubieras sido tú la que lo ayudó a construir su imperio!

La indignación de Lena me reconfortó. Nathan quería jugar sucio, pues bien, iba a tener guerra. No pensaba dejar que me pisoteara. Le haría pagar por su crueldad.

—Lena, ¿qué podemos hacer? No pienso dejar que se salga con la suya. Me he dejado la piel para construir la vida que teníamos.

Lena me dio una palmadita tranquilizadora. —No te preocupes, Agatha, estoy de tu lado. Vamos a pedir un informe completo de sus finanzas desde el día que os casasteis. Le vamos a demostrar al juez cuál fue tu verdadera contribución. Y créeme, nos aseguraremos de que te pague lo que te corresponde. Renunciaste a tu carrera por él, y eso se paga.

Sus palabras me llenaron de esperanza. Nathan había querido una batalla, pues bien, la iba a tener. No pensaba dejar que me pisoteara. 

Iba a aprender que Agatha De Rossi no era alguien a quien pudiera desechar tan fácilmente.

Mientras Lena y yo planeábamos nuestra estrategia, escuché el rugido familiar del Mercedes de mi padre entrando en el camino de entrada. 

Unos minutos después, Aldo De Rossi, impecable en su traje de Armani, entró en la sala.

—Veo que tienes visita —dijo, dirigiendo una cortés mirada a Lena.

Mi padre no era de mostrar sus emociones, pero se notaba que estaba contento de ver a Lena. 

Se respetaban mutuamente, y sus familias estaban conectadas desde hacía años.

—Buenas tardes, señor De Rossi —saludó Lena—. Estábamos hablando del divorcio de Agatha y de cómo responder a las exigencias absurdas de Nathan.

El rostro de mi padre se endureció al oír hablar del divorcio. —Esa serpiente se cree que puede deshacerse de mi hija como si nada. Ya se lo advertí, ese hombre no es de fiar. Me alegro de que haya vuelto a casa.

Sentí una punzada de dolor al recordar la traición de Nathan. Lena, percibiendo mi tristeza, cambió de tema.

—Señor De Rossi, cuente con el apoyo de mi familia en este asunto. Los Moretti siempre cuidamos de los nuestros, y Agatha es como una hermana para mí.

A pesar de que veníamos de mundos diferentes, la amistad entre Lena y yo era inquebrantable desde la infancia.

Mi padre asintió. —Sí, los Moretti son buena gente. Leales y honestos. Dale recuerdos a tus padres de mi parte. Hace mucho que no los veo.

—Por supuesto, se alegrarán de saber de usted —respondió Lena.

Aunque el bufete de abogados de su familia era ahora uno de los más prestigiosos del país, Lena nunca olvidó sus humildes orígenes. 

El apoyo y la confianza de mi padre habían sido cruciales para su éxito.

Les serví unos aperitivos y bebidas, escuchando la conversación entre mi padre y Lena. A pesar de la diferencia de estatus, Lena siempre me había tratado con respeto, incluso después de que decidiera casarme con Nathan y alejarme de mi familia.

Pasamos la siguiente hora discutiendo las opciones para responder a las escandalosas exigencias de Nathan, animados por el buen vino y la comida. 

Cuando Lena se marchó, me sentía mucho más tranquila y esperanzada. 

Tenía un plan, personas que me apoyaban y la fuerza de mi padre a mi lado. Nathan se iba a arrepentir de haberse metido conmigo.

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