El Rey Benito, siempre astuto y eficiente, dio inmediatamente la orden de reunir a las tropas y, cuando llegó la medianoche, los tambores de guerra resonaron y se hizo sonar la señal de ataque.Ese mismo día habían atacado la ciudad, por lo que las fuerzas combinadas del reino de Occidente y los Pastizales de Arena dentro de Pueblo Tejón jamás imaginarían que se lanzarían otro asalto antes del amanecer.Las ballestas se activaron y los arqueros tomaron sus posiciones, pero las hogueras en la muralla estaban encendidas, mientras que las fuerzas de ataque permanecían en la oscuridad.Era como si el enemigo estuviera a plena vista y el ejército de Benito oculto en las sombras, avanzo en cambio sin ser detectado.Isabela y su grupo de cinco personas cabalgaron a toda velocidad. Justo cuando estaban a punto de llegar a la puerta de la ciudad, aprovecharon el impulso para lanzarse al aire, ascendiendo directamente a la muralla. Con su Lanza de Cerezo, Isabela atravesó al soldado que controla
El sudor, mezclado con sangre encostrada, fluía desde la cabeza hasta el cuello. En este clima tan gélido, el sudor se congelaba rápidamente, convirtiendo el calor corporal en un frío penetrante que calaba hasta los huesos.—Isabelita… —Pan respiraba con dificultad, con escarcha de frio acumulada en sus pestañas. —¿De verdad… verdad no vamos a ayudarlos? ¿Solo nos quedaremos aquí a defender?—Las órdenes son órdenes. Si nos mandan defender el almacén, lo defendemos —dijo Isabella, apoyada contra la pared. A pesar de llevar la armadura puesta, tenía dos cortes en el brazo. No sangraban y no le dolían, pero la sensación pegajosa y el frío la hacían sentir dolor.Miró a su alrededor; todos estaban heridos. Sus armaduras de bambú y hierro estaban destrozadas. Esa batalla había sido realmente desastrosa.—¿Las heridas no son graves? —preguntó Isabella.Estrella agitó la mano, sin fuerzas para hablar.Miraron los cuerpos que yacían a su lado. Algunos eran enemigos; otros, sus propios compañ
—Isabelita, ve a bañarte y cambia tu ropa. Te llevaré a un lugar. —El Rey Benito le dijo.Isabelita levantó la cabeza y preguntó:—¿A dónde vamos?—Lo sabrás cuando lleguemos. Todos pueden retirarse, yo también necesito bañarme y cambiarme de ropa.Isabella y los demás generales respondieron y se retiraron.En un clima tan frío, tomar un baño requería mucha agua caliente. Afortunadamente, en Pueblo Tejón había suficiente leña. En los campamentos en Torres, incluso beber un sorbo de agua caliente era difícil, y bañarse era un lujo.Ahora que tenía un cargo militar, el Rey Benito le asignó a una prisionera para que la atendiera.La esclava, llamada Matilde, era de mediana edad y, al igual que todos, estaba cubierta de mugre. Originalmente había tenido un pequeño negocio en Villa Desamparada, pero debido a un conflicto comercial, uno de sus floreros golpeó “accidentalmente” la testa de un competidor, dejándolo retardado. Por lo que fue condenada a doce años de esclavitud en el ejército. L
Era una pequeña colina, desnuda de vegetación, con las hojas de los árboles ya caídas. Los caminos serpenteaban hacia arriba, conduciendo a las cumbres más altas. El viento soplaba fuerte, ululando como si mil fantasmas allí lloraran .Benito de la Torre Montemayor se encontraba en lo alto de la colina, con las manos cruzadas a la espalda, mirando hacia el sendero a su izquierda. Al lado de ese sendero se erguía una lápida sin inscripción.—Esa lápida sin palabra ni filigrana alguna fue erigida por los habitantes del Pueblo Tejón para tu padre —le dijo Benito. —Él se quedó solo bloqueando ese camino, soportando varias flechas clavadas en su cuerpo, pero aun así permaneció en pie, apoyado en su gran espada.Los ojos de Isabella se llenaron de lágrimas. Aunque ya sabía que Benito la llevaba al lugar donde había caído su padre, y se había preparado mentalmente para ello, el dolor seguía siendo intenso, desgarrador.—Él estaba al mando aquí, cortando las líneas de suministro de los Pastiza
Desde el momento en que el Rey Leónidas de la Torre Montemayor recibió el primer informe militar, su sangre se encendió de emoción.Isabella, hija del general Esteban Vivar, la ahora primogénita de la familia del Duque Defensor del Reino. Jamás imaginó que sería tan destacada, incluso más que Desislava.Al recibir la noticia de la victoria en Pueblo Tejón, golpeó la mesa y estalló en carcajadas de alegría.—¡Bien, excelente! En las puertas de la guerra no hay mujeres débiles.Inmediatamente convocó al ministro de asuntos de guerra y al administrador de la Secretaría de Asuntos Militares para mostrarles el informe. El ministro, con lágrimas de emoción, exclamó:—¡Pueblo Tejón ha sido recuperado! Isabelita ha logrado una hazaña increíble. Ella no solo tomó el almacén de provisiones, sino que también lo defendió. ¡Cuánta comida y dinero hemos ahorrado para el Reino de Montemayor! Camarada Esteban, ¿puedes verlo desde el cielo? Tu buena hija ha honrado el nombre de la familia.Rinaldo Valv
—Primero sellaron al general, luego le prometieron cargos oficiales, lo que demuestra cuán altas son las expectativas del Rey Leonidas con respecto a Isabella.El primer ministro de guerra no tenía ninguna objeción; dicha promoción era realmente una muestra de la alta capacidad de Isabella pero añadio.—Sin embargo, hay un problema, los refuerzos aún no han llegado y ya ha pasado por varios días el plazo que prometió la general Desislava Maiquez.El Rey Leonidas estaba descontento, pero trató de justificarlos.—La marcha en este cruel frio es realmente difícil.—Su Majestad, de hecho Isabella ha sido ascendida a General de División, mientras que el General Theobald y el General Desislava son en realidad Generales de Brigada, un rango inferior a Isabella. —dijo Rinaldo Valverde.En teoría, Theobald y Desislava habían logrado un gran mérito al firmar el tratado con el reino de la capital de occidente, poniendo fin a la guerra y estableciendo una frontera, un mérito superior al de Isabell
—Su señoria, ¡En persona se presenta el General Vogel y acompañante para ver al comandante!—¡Desislava Maiquez, a su servicio, mi señor!El Rey Benito levantó la vista con una sonrisa.—Por fin habéis llegado.—Hemos tardado debido a las heladas en el trecho. Rogamos que el comandante nos perdone la demora. —dijo Theobald con respeto.—No ha sido culpa vuestra, sino de la naturaleza que se ha ensañado con el frio de este tiempo. —respondió el Rey Benito.Mirando de reojo a Isabella. Al ver que ella apenas levantaba la cabeza y no se acercaba, supo que algo debía haber pasado entre ellos.Mientras tanto, los generales Herrera y Atilio, antiguos oficiales de la familia Díaz de Vivar, miraban a Theobald con curiosidad. Al observar su porte gallardo y varonil, se sintieron complacidos.—Al fin y al cabo, si la propia doña Díaz de Vivar lo eligió como yerno, ¿cómo iba a ser de otra manera? —murmuró el general Herrera.Él se acercó y, dándole una palmada en el hombro, sonrio.—¡General Voge
Isabella escuchó sus palabras llenas de sorna y, en lugar de molestarse, esbozó una ligera sonrisa.—Son asuntos triviales, nada digno de ser mencionados. —respondió con calma.El General Herrera también allí presente, desconcertado, exclamó:—¿Divorciarse? ¿Por qué razón?—Después de la victoria en Villa Desamparada, Su Majestad me otorgó como concubina del General Vogel. La señorita Isabella no pudo soportarlo y pidió la autorización imperial para el divorcio. —explicó Desislava.Sus palabras eran ciertas, pero no toda la verdad. Deliberadamente omitió que tanto ella como Theobald solicitaron el matrimonio al Rey en base a sus méritos militares, buscando dar la impresión a los presentes de que Isabella era una mujer celosa e incapaz de aceptar a otra mujer en la vida de su esposo. Después de todo, aunque Isabella fuera la hija legítima de una casa noble, en los Llanos Fronterizos del Sur, ese título no significaba nada.Isabella la miró directamente a los ojos y respondió con tranqui