Isabelita no pensaba irse tan fácilmente. Mientras no abandonara la idea de casarse con el príncipe, la Reina Leonor tampoco pensaba dejarla ir.Por su parte, Isabelita seguía en reverencia con calma. Durante su tiempo en el cerro de los cerezos, ya se había acostumbrado a andar mucho tiempo de rodillas.Ella no tenía intención de ganarse el favor de Benito. A su alrededor no faltaban quienes la adularan, y su matrimonio con el príncipe era un acuerdo de conveniencia para ambas partes, sin necesidad de falsos intenciones..De hecho, personas como Leonor, arrogantes y poco astutas, eran más fáciles de tratar que aquellas que fingían cortesía mientras conspiraban por la espalda. Isabelita no pretendía faltarle al respeto, pero tampoco permitiría que la intimidaran. Recordaba cómo había tratado a Doña Rosario. Antes del regreso de Theobald con sus logros militares, Rosario siempre había sido amable con ella, y Isabelita la trataba con respeto. Pero cuando Theobald regresó decidido a casar
Al ver a la adorable y encantadora princesita Eugenia, Isabella recordó cómo era cuando era niña: regordeta tierna y extremadamente adorable.Ahora había adelgazado un poco, pero sus mejillas seguían guardando su estampa, lo que la hacía verse dulce y encantadora. Especialmente cuando sonreía, se formaban ligeros hoyuelos en sus mejillas, y su mirada parecía relucir su belleza , haciendo que cualquiera sintiera alegría al verla.Isabelita sonrió y dijo:—Si nada sale mal, seré tu cuñada.Eugenia tomó su brazo y, con los ojos brillando de explosiva alegría , exclamó:—Te admiro muchísimo. Mi madre y mi hermano el Rey siempre dicen que eres la mejor generala de nuestro reino. Antes era Desislava Maiquez, pero nunca de veras me gustó. Conocí esa mujer una vez y me pareció muy altiva y grosera, nada parecida a ti, Isabelita. Tú tienes la voluntad de una guerrera, pero sin perder la gracia y delicadeza femenina. .Dicho esto, hizo un guiño en un gesto juguetón.—Pero madre dice que no es co
Después de beber, Isabelita comentó:—En realidad, Su Majestad la Reina Madre Leonor es bastante fácil de tratar. Al menos, no es del todo difícil.—¿Fácil de tratar? Debe ser otra persona de la que tan bien hablas —dijo la Reina Beatriz, conteniendo su risa mientras miraba a Isabella con ojos llenos de humor—. Todos en el palacio le tienen miedo. Isabelita pensó: Con esa arrogancia, ¿quién no se apartaría de su camino? Cualquier persona sensata evitaría a un perro rabioso por temor a ser mordido.Sin embargo, si tuviera que elegir entre tratar con la emperatriz o con Leonor, sin duda preferiría a Leonor. Aunque arrogante, era más fácil de enfrentar. Las palabras de la emperatriz, aunque parecieran amables, siempre llevaban una doble intención. Isabelita estaba a punto de tomar otra bebida, pero Juana la detuvo rápidamente:—Señorita, no debería beber más. El doctor Dagel dijo que su cuerpo necesita cuidados, y no puede consumir demasiadas bebidas frías.La Reina Beatriz escuchó est
Isabella se sintió bastante desconcertada, pero su mente sensible percibió algo extraño, como si fuera hostilidad, aunque no del todo.“En especial esa última frasecita suya la cual acompaño tan bien con una sonrisa… Es después de todo bastante difícil entender a qué se refiere con proteger primero. Después de todo, eso fue exactamente lo que ocurrió” pensó para sí misma.Hizo una pausa y luego habló:—Su Majestad, en guerra no hay decisiones absolutamente seguras, especialmente en una batalla tan decisiva como la que se libró en Villa Simón. Es casi una apuesta. Nuestro ataque fue acertado, y los pequeños errores que surgieron, en mi opinión, son perdonables, ya que al final recuperamos los Llanos Fronterizos del Sur y logramos la victoria.El Rey tan solo sonrió.—¿Acaso me puse tan serio que te puse nerviosa? No hace falta que te inquietes, solo pregunté por curiosidad.Sin embargo, la espalda de Isabella estaba empapada en sudor. ¿Solo una pregunta casual? Con esa expresión solemne
La Reina Madre lo miró por un buen rato antes de decir:—Tu padre también tenía a alguien en su corazón, pero siempre consideró al Mariscal Díaz de Vivar como un hermano. Por eso, siempre su señora asistía a alguna ocasión o visitaba el palacio, tu padre se retiraba para no encontrarse con ella. Ese fue el mayor respeto que le pudo ofrecer a su hermano. Hasta el día de su muerte, la señora Díaz de Vivar nunca supo los sentimientos que tu padre albergaba en secreto por ella.El Rey quedó momentáneamente inmóvil, y la sonrisa en su cara se desvaneció lentamente, dejando paso a una expresión solemne.—Madre, entiendo muy bien la lección —respondió con seriedad.Después de un breve silencio, preguntó:—¿A usted no le importa? Aun así, trata tan bien a Isabella.La Reina Madre esbozó una sonrisa, tranquila y distante.—¿Por qué habría de importarme? ¿No hay ya suficientes mujeres en este palacio? Además, yo me casé con él para convertirme en Princesa Heredera, en Reina, y ahora en Reina Mad
El Rey Benito no dijo nada. ¿Cuál era la diferencia entre ser mariscal, príncipe o Rey?—¿Por qué el príncipe esperaba aquí? —preguntó Isabella.Benito volvió en sí.—Solo quería saber si mi madre te había puesto en aprietos. No es fácil de tratar, ¿verdad? Pero no te preocupes. Una vez que estés en la villa, ya no podrá actuar a su antojo como en el palacio. Allí, la gente me obedece a mí… y también a ti. No necesariamente a ella.Isabella sonrió:—No ha sido difícil lidiar con ella. Intentó molestarme, sí, pero… sus métodos fueron algo toscos. Muy fáciles pues de manejar.Benito ladeó la cabeza.—¿Métodos toscos? Sí, es una buena descripción. Mi madre nunca ha sabido de intrigas. Fue criada con caprichos. Cada vez que se enoja o hace un berrinche, siempre hay alguien dispuesto a poner el pecho por ella.—Recuerdo que, cuando aún vivíamos en el palacio, el gesto más extremo que usó fue en contra de la dama imperial, señora Mencía, quien en esos momentos estaba a punto de parir a mi sé
—¿Sí? —Benito se malhumoro. Él conocía demasiado bien el carácter de esta tía suya.En la superficie, siempre decía cosas agradables, pero en su interior era pérfida y malintencionada. Le encantaba organizar reuniones y banquetes de té, y frecuentaba a las esposas e hijas de los nobles de la capital, ganándose la amistad de muchas damas influyentes.Muchas alianzas matrimoniales entre familias poderosas se habían gestado en sus reuniones. Si había una persona en la que su madre había sufrido algún revés, era en manos de esta tía. Era una experta en intrigas y había hecho numerosas maldades.Dicha mujer parecía tener algún tipo de desequilibrio mental. Después de dar a luz a su única hija, nunca volvió a tener más hijos. En su lugar, obligó a su esposo, el duque consorte, a tomar múltiples concubinas. Cada vez que alguna concubina daba a luz, ella les arrebataba a los niños y luego las ejecutaba sin piedad.Una de las concubinas osó discutir con ella en cierta ocasión. Furiosa, decidió
La invitación de la Gran Princesa llegó efectivamente a la Villa Duque Defensor del Reino, y el cumpleaños sería al día siguiente. Sin embargo, la invitación llegó hoy, claramente sin dejarle tiempo a Isabella para preparar un regalo adecuado. Solo podría escoger algo de las pertenencias almacenadas en los depósitos.La criada Filomena estaba preocupada:—La Gran Princesa siempre ha despreciado a nuestra casa. Cuando su madre estaba viva, nunca la invitó a ninguna de sus reuniones. ¿Cómo es que ahora le envía una invitación? ¿No será que ha reunido a un grupo de chismosas para burlarse de usted?Isabella dejó la invitación a un lado y respondió con calma:—Eso es seguro.Ella había oído hablar de los conflictos entre sus padres y la Gran Princesa. El año que regresó del Cerro de los Cerezos, después de la muerte de su padre y hermanos en batalla, la Gran Princesa envió un "regalo" muy peculiar: una pequeña placa conmemorativa de castidad especialmente encargada. Encima, la inscripción