Capítulo 5.

El día de mi cumpleaños fue maravilloso, pues compartimos juntos como hace mucho tiempo no lo hacíamos. Paseamos entre las calles de la ciudad, contemplando las casas de estilo victoriano. Caminamos por aquellas vías empinadas hasta llegar a un restaurante donde almorzamos juntos. El resto de la tarde estuvimos conversando y sentados en la banca de aquel parque que solíamos visitar junto a mi mamá, bajo el radiante y hermoso sol.

Madrugué para sacar mi identificación, luego me dirigí al edificio donde Margaret me estaba esperando con el contrato en la mano. Según Margaret, los exámenes salieron bien y no podía estar más feliz. Lo único que faltaban era mis iniciales y la firma. Leí el contrato una y otra vez, donde había varias clausulas bastante específicas:

“Una vez el comprador obtenga su premio, tiene todo el derecho de hacer con su obra lo que le plazca”.

“El premio debe someterse a las exigencias de su nuevo dueño por los siguientes tres meses”. 

“Una vez el contrato finalice, el comprador y el premio no deben tener ningún tipo de contacto”.

Para ser totalmente honesta, no entendía muchas de ellas.

—¿Sucede algo? — inquirió la Sra. Margaret.

—Bueno, es que hay varias cláusulas que no entiendo, pero lo que me intriga es saber cuál será mi trabajo, ya que aquí no dice.

—Una vez firmes, iremos con las demás chicas y allí aclararé todas tus dudas.

Titubee mucho antes de hacerlo, pues aún estaba llena de dudas. Lo único que me tranquiliza es saber que hay más chicas que se encuentran en el mismo barco.

Seguidamente, entraron nueve chicas más al enorme salón donde se alinearon frente al podio y busqué un lugar entre ellas.

—Chicas, bienvenidas a todas. Dentro de dos semanas se hará la aclamada subasta anual de mujeres acompañantes. Ustedes deben encajar a la perfección con su comprador, quiero decir, que complazcan al hombre en todo el sentido de la palabra y van a ganar lo suficiente para salir adelante. Las cláusulas son claras en el contrato y las reglas deben seguirlas al pie de la letra, no quiero tener inconvenientes con los anfitriones.

Un grupo de doctores entraron por la puerta, con bandejas y jeringas en sus manos.

—Ellos están aquí para que ustedes puedan estar tranquilas. No queremos que a la hora del sexo vayan a quedar en embarazo.

Quería salir corriendo y desaparecer, pero mi cuerpo estaba paralizado. ¿Qué fue lo que firmé?

No era la única aterrada, también había una chica que parecía de mí misma edad. A cada una de las chicas les colocaron la inyección y cada vez se iban acercando más a mí. Bajo el nerviosismo y pánico, tropecé sin querer con ella.

—Lo siento — susurré con un hilo de voz.

—No pasa nada. ¿Es tú primera vez?

—Sí, ¿y tú?

—Sí.

La aguja atravesó mi piel, quemando instantáneamente todo mi cuerpo. Las lágrimas se acumularon en mis ojos con el solo hecho de pensar en el grave problema en que me metí.

Ese día comencé a descender por las paredes ardientes del averno. Mi cabeza estaba hecha un caos. Tuve que aprender a caminar en tacones, a usar vestidos demasiado cortos, dejando al descubierto mis atributos más íntimos. Maquillada como si fuese modelo lista para posar en una revista, me contemplé en el espejo. Con la mirada perdida me levanté del asiento, lista para seguir ensayando para amoldarme a un círculo social del cual no pertenezco en lo más mínimo.

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