Eileen se observaba en el espejo, incrédula. En su cabeza no cabía la idea de lo que estaba a punto de hacer.
Inspiró profundamente, contuvo el aire en sus pulmones por un par de segundos y lo soltó con lentitud. A continuación, se dio la vuelta y se encontró con la mujer encargada de prepararla para aquel evento, el cual jamás imaginó que la tendría a ella como protagonista. Y mucho menos, tan pronto.
«Es por Malena», se dijo. «Pura y exclusivamente por ella».
Inspiró profundo y dejó que la mujer la guiara hasta el centro de la estancia, en donde se dedicó a arreglarle el vestido que había escogido por ella. Eileen no había sido capaz de decidirse por ninguno. Ni siquiera estaba segura de si aquella boda era la mejor decisión de su vida. Solo sabía que tenía que proveer a su pequeña y que, el trato que su jefe le había ofrecido a la hora de proponerle matrimonio, era su única alternativa.
Sí, sabía que era lo mejor para Malena, pero ¿en qué momento de su vida hubiese imaginado que se casaría con su jefe, el CEO de una de las empresas más grandes de la moda? Ella no era más que una joven de los barrios bajos que, a fuerza de sangre, sudor y lágrimas, había alcanzado el puesto como secretaria de aquel hombre.
Era consciente de por qué lo hacía, de cómo había sucedido todo hacía una semana atrás, pero su cerebro aún era incapaz de procesar toda aquella información. Era como si estuviera en un sueño. Ella, la pobretona, la que se vestía con la ropa heredada y envejecida de su madre, casándose con un magnate del mundo de la moda, un hombre millonario, alto y guapo por donde se lo mirase.
No podía quitarse de la cabeza la imagen de sus ojos azules mirándola con insistencia, en el momento en el que le propuso que se casara con él.
Sabía que todo aquello era por contrato, un matrimonio por conveniencia, una unión con un hombre que conocía hacía tan solo cuatro meses y por el que no sentía nada más que una mera atracción física, pero no por eso se sentía menos feliz. A fin de cuentas, aunque no fueran felices como en los cuentos de hadas, ese era su día, su boda. Algo que jamás creyó que sucedería. Aún era joven, pero nunca se imaginó vestida de blanco ni mucho menos caminando hacia el altar.
Por eso estaba allí, a punto de casarse con Joseph Anderson, dueño y presidente de Anderson Inc., una de las más prestigiosas empresas de la moda. En el contrato prenupcial que Eileen había accedido a firmar, el hombre aseguraba que, aun cuando se cumplieran los cinco años de matrimonio y ambos pudieran solicitar el divorcio, él continuaría haciéndose cargo de ella y de Malena «de por vida».
La marcha nupcial comenzó a sonar y su corazón comenzó a palpitar aún más rápido de lo que lo había hecho hasta ese momento.
—Ya es la hora, señorita Clark. —La estilista sonrió—. Luce preciosa. Estoy segura de que el señor Anderson opinará lo mismo.
Eileen inspiró profundamente, soltó el aire a través de sus fosas nasales y asintió.
—Oiga, pero ¿por qué esa cara? —preguntó la mujer. Eileen negó con la cabeza, pensando que era una entrometida—. Vamos, muchacha, sonría. Es el día de su boda. Se casará con el hombre más codiciado de toda la ciudad y pasará a ser la señora Anderson.
Eileen suspiró y forzó una sonrisa.
—Tiene razón —dijo al cabo de un momento—. Quizás es solo que estoy nerviosa.
—Algo bastante normal, si me lo permite —respondió la mujer—. Pero no se preocupe, todo saldrá de maravillas.
La estilista la tomó del brazo y la condujo hasta la puerta blanca, de cristal opaco, que separaba la habitación en la que se encontraba de la sala en la que se llevaría a cabo la ceremonia. Su corazón parecía querer salírsele del pecho. Tragó saliva y abrió la puerta.
Había pedido que nadie la acompañara hasta el altar. Había creído que podría sola. No obstante, en cuanto cruzó el umbral de la puerta, el mundo cayó a sus pies.
Ver a tanta gente reunida, con las miradas enfocadas en ella, no hacía más que cohibirla. Aun así, ya nada podía hacer más que avanzar hacia donde se encontraba Joseph, quien la esperaba junto al juez.
Eileen no pudo evitar pensar que lucía como un príncipe sacado de uno de sus cuentos favoritos de cuando era pequeña. Por un momento, se sintió en el paraíso, hasta que la realidad cayó sobre ella cuando, mientras caminaba por el pasillo de alfombra roja, comenzó a escuchar los cuchicheos de su futura suegra y de sus hijas.
—Aunque la mona se vista de seda, mona queda —dijo Lavonia con descaro, en el momento en el que Eileen giró levemente la mirada para observarlas.
Sus hijas y Patsy comenzaron a reír a mandíbula batiente, como si Lavonia hubiera pronunciado el chiste más gracioso de la historia.
Cuando llegó junto a Joseph, no pudo evitar sentir un cosquilleo en la boca de su estómago. Pero intentó hacer este sentimiento a un lado, repitiendo su mantra: «es solo un matrimonio por contrato».
Sin embargo, este autocontrol prácticamente se vino abajo cuando Joseph se acercó a ella y le susurró al oído:
—Ese vestido te sienta muy bien. Luces preciosa.
La piel de Eileen se encrespó por completo, pero se limitó a sonreír. No quería demostrar que aquellas simples palabras habían hecho que las mariposas volvieran a revolotear estúpidamente en su estómago.
El lunes por la mañana, Eileen se levantó a las seis, como era su costumbre, le preparó el desayuno a Malena y su lonchera, ya que, como todos los días, lo pasaría en el colegio.No le gustaba para nada la idea de que se tuviera que quedar todo el día allí, pero era la única manera que tenía para poder trabajar y proveerla de lo mejor.Luego de dejar a Malena en la escuela que habían escogido con su exmarido, tomó un taxi y le indicó la dirección de Anderson Inc. al taxista.Eileen comprobó la hora en su móvil y notó que llegaría mucho más temprano de lo habitual en ella.«Al menos, podré tomarme un café con tranquilidad», pensó mientras el taxi se acercaba a la empresa.Una vez frente al edificio, propiedad de los Anderson, Eileen le pagó al taxista, se apeó del coche y se encaminó hacia las puertas acristaladas.Al entrar, comprobó que el lugar se encontraba en silencio, como había imaginado. La única persona que se encontraba allí era la recepcionista, que la saludó con el cansanci
Cuando Eileen fue a retirar a Malena al colegio, uno de los más costosos de la ciudad, vio que la pequeña salía con el rostro cubierto de lágrimas.Rápidamente, se acercó a ella y, poniéndose a su altura, le preguntó:—¿Qué sucede, mi amor?La niña, que tan solo contaba con seis años de edad, alzó la mirada hacia ella y se secó las lágrimas antes de responder:—Papá no ha pagado el colegio. —Sorbió por la nariz—. Y la directora me dijo, delante de todos, que quería hablar contigo para que te pongas al corriente, porque si no tendrán que suspenderme. Todos los chicos comenzaron a burlarse de mí, porque ahora somos pobres.—No, cariño, no somos pobres —le aseguró mientras la abrazaba—. Mamá tiene trabajo y hará todo lo posible para que la directora no te suspenda. Ya verás cómo tus compañeros tendrán que tragarse sus palabras.—Pero, mamá, tú no ganas demasiado —objetó la pequeña.Eileen suspiró y tragó saliva, mientras aupaba a Malena. Detestaba con todo su ser a Charles, su exmarido.
La noche anterior, Eileen durmió fatal, pero tenía un compromiso que había asumido y debía cumplirlo.Se levantó a duras penas, preparó a Malena, la dejó en el colegio y, acto seguido, se dirigió al café que quedaba frente a Anderson Inc.Cuando llegó, comprobó que el hombre al que esperaba, aún no había llegado, por lo que se sentó en una de las mesas más cercanas a los ventanales, con la intención de verlo llegar.La camarera se acercó a Eileen y ella le pidió un café doble. Había dormido tan mal que a duras penas podía mantener los ojos abiertos.En el mismo momento en el que la muchacha se acercó con su pedido, la puerta del café se abrió y Joseph Anderson hizo aparición.Todas las mujeres allí presentes se voltearon hacia él. Realmente, era uno de los hombres más codiciados de toda la ciudad, por no decir del país. No solo era multimillonario y dueño de una de las empresas más importantes de la industria de la moda, sino que, además, su estatura, sus ojos color del cielo —a pesar
UN MES MÁS TARDE.El mes posterior a que Eileen firmara contrato de matrimonio con Joseph, pasó en un abrir y cerrar de ojos. Para su suerte, siendo que se casaría con uno de los hombres más ricos del país, no tuvo que preocuparse, en ningún momento, de la organización de la boda.Lo único con lo que debió cumplir fue con un par de protocolos impuestos por Joseph, que figuraban en el contrato, en la que él la presentó oficialmente en sociedad como su futura esposa y anunció la fecha del evento.Los comentarios en redes sociales no se hicieron esperar. Así como había decenas de opiniones positivas hacia la unión de la pareja, muchas otras iban en contra de Eileen, catalogándola de oportunista. ¿Cómo era posible que la secretaria hubiese desplazado a la hija de otro de los magnates de la moda? Aquello no les hacía ni el más mínimo sentido.Dichos comentarios negativos hacia su persona menguaron la autoestima de Eileen quien había comenzado a creer que había sido una estúpida en acceder
El vuelo, para suerte de Eileen había sido tranquilo. Arribaron a Sentosa sin que apenas se diera cuenta del paso del tiempo.Al llegar al hotel, Joseph se encargó de hacer el check-in y, tomándola de la mano, contacto que hizo que el estómago de la muchacha se revolviera una vez más, la guio hasta una suite presidencial que había reservado en aquel lujoso hotel de cinco estrellas, pero que, ante los ojos de Eileen, era de muchas más.Cuando llegaron a la habitación, Joseph abrió la puerta y le permitió el paso.Eileen quedó alucinada por el enorme lujo que reinaba en cada detalle del dormitorio. Bueno, para ello aquello era más que un dormitorio, tenía el doble del tamaño del departamento que había habitado junto a Malena hasta la noche anterior a la boda.Si bien su exmarido era un hombre con una gran fortuna, no podía compararse con el CEO multimillonario y dueño de Anderson Inc. Joseph parecía sacado de otro planeta y ella, aunque sabía que no debía ilusionarse en vano, se sentía
—¿Qué haces aquí? —repitió Eileen con frialdad. Realmente, si bien había sido una sorpresa que Charles se encontrara en Sentosa, al mismo tiempo que ellos, no podía ignorar el hecho de que todos los medios se habían hecho eco de su viaje —lo había visto esa misma mañana en las redes sociales— y no era muy difícil que su exmarido hubiese dado con ellos. —Pues estoy de vacaciones —respondió el hombre, como quien no quiere la cosa. —Ah, ¿sí? ¡Qué coincidencia! —dijo Joseph destilando celos en cada una de sus palabras. La presencia de aquel hombre en el hotel, justamente el mismo que él había escogido para su luna de miel, no le agrada en lo más mínimo. Algo que hacía creer que los había seguido. Porque la prensa se había encargado de difundir que habían viajado a Sentosa, pero no en qué hotel se estaban hospedando. Joseph había movido sus contactos en los medios de comunicación, para que impidieran que se difundiera dicha información. No obstante, allí estaba Charles con su aire de
Luego de la cena, Joseph invitó a Eileen a dar un paseo por la playa, la cual estaba a pocos metros del hotel. El mar estaba calmo y la brisa marina hacía que el vestido y los cabellos rubios de Eileen se agitaran suavemente.Joseph no pudo evitar admirarla. Hasta ese momento había considerado que Eileen era una mujer bella, pero jamás la había visto como esa noche: hermosa. Caminaron despacio, apreciando el paisaje. Hasta que, de pronto, Joseph comenzó a sentir una extraña somnolencia. Parpadeó varias veces, intentando enfocar la mirada, pero no tuvo éxito. De un momento a otro, se sentía repentinamente agotado. Sí, por supuesto, estaba cansado por el día que habían pasado, pero ¿por qué diablos sentía que había perdido el control de su cuerpo cuando ni siquiera había tomado demasiado? —Eileen —murmuró. —¿Qué pasa, Joseph? —preguntó la mujer, que en ese momento miraba la luna, y enfocó la mirada en el hombre, comprobando que este estaba en un estado deplorable—. ¿Qué te pasa? ¿E
El teléfono de Eileen comenzó a sonar con insistencia. Sonó una y otra y otra vez, hasta que por fin la mujer se despertó y, con el sueño impreso en su rostro, contestó la llamada proveniente de un número desconocido. Por la característica, podría haber deducido que era de Sentosa, pero estaba tan adormilada que simplemente tomó la llamada sin pensar en nada más. —¿Señora Anderson? —preguntaron desde el otro lado de la línea. Eileen ahogó un bostezo. —Sí, sí, soy yo. ¿Qué sucede? ¿Quién habla? —La llamamos por el señor Joseph Anderson, su esposo —respondió la voz de una mujer. Eileen se espabiló de inmediato, ante la simple mención del nombre de Joseph. —Perdón, ¿con quién hablo? —preguntó Eileen. —Soy la médica que atiende al señor Anderson —contestó la mujer.—Bien. Dígame qué sucede —pidió, incorporándose rápidamente en la cama. —El señor Anderson está estable. Está fuera de peligro, pero la droga que había en su cuerpo era un somnífero muy potente en una dosis elevada. P