Cuando Eileen fue a retirar a Malena al colegio, uno de los más costosos de la ciudad, vio que la pequeña salía con el rostro cubierto de lágrimas.
Rápidamente, se acercó a ella y, poniéndose a su altura, le preguntó:
—¿Qué sucede, mi amor?
La niña, que tan solo contaba con seis años de edad, alzó la mirada hacia ella y se secó las lágrimas antes de responder:
—Papá no ha pagado el colegio. —Sorbió por la nariz—. Y la directora me dijo, delante de todos, que quería hablar contigo para que te pongas al corriente, porque si no tendrán que suspenderme. Todos los chicos comenzaron a burlarse de mí, porque ahora somos pobres.
—No, cariño, no somos pobres —le aseguró mientras la abrazaba—. Mamá tiene trabajo y hará todo lo posible para que la directora no te suspenda. Ya verás cómo tus compañeros tendrán que tragarse sus palabras.
—Pero, mamá, tú no ganas demasiado —objetó la pequeña.
Eileen suspiró y tragó saliva, mientras aupaba a Malena. Detestaba con todo su ser a Charles, su exmarido. El problema era con ella, ¿por qué diablos se la agarraba también con la pequeña? ¿Qué culpa tenía Male de que ella lo hubiese dejado por ser un puto infiel?
Sabía que lo mejor era hablar con él y dejar las cosas en claro. Pero hacía tan solo un par de meses que se habían divorciado y no quería verlo ni en estampillas. Aquel hombre la asqueaba, le había hecho demasiado daño.
Inspiró profundo. Tenía que encontrar una solución. No podía dejar que su pequeña sufriera por culpa de aquel desgraciado. Pero ¿cómo, si no quería enfrentarse a él?
Se humedeció los labios y abrazó a la niña con fuerza.
—Tranquila, mi amor, mamá se encargará de esto —le aseguró y se alejó unos centímetros de ella. Le secó las lágrimas y agregó—: Ven conmigo y espérame un momento fuera de la dirección. Hablaré con la directora, ¿sí?
La pequeña asintió y ambas se dirigieron al interior del establecimiento.
Una vez frente al despacho de la directora, Eileen llamó a la puerta, la cual se abrió prácticamente de inmediato.
—Buenas tardes, señora Mortensen —la saludó la directora.
—Clark, por favor —la corrigió. Odiaba que la gente siguiera refiriéndose a ella como la esposa de Charles.
—Lo siento, señora. Dígame, ¿qué necesita?
—¿Podemos hablar en privado? Por favor —pidió mientras miraba de soslayo a Male, quien se había sentado en una de las butacas del pasillo.
La directora asintió y se hizo a un lado, invitándola a entrar.
Una vez cerró la puerta detrás de sí, la mujer rodeó su escritorio y se sentó en una butaca de cuero negro e invitó a Eileen a hacer lo mismo en una de las sillas que se encontraban frente a ella.
—Me dijo Male que quería hablar conmigo por el tema del pago de la cuota —dijo Eileen yendo directamente al grano.
—Así es. Se adeudan varias cuotas de su hija —respondió la mujer con un leve asentimiento de cabeza.
—Siento mucho esto. ¿Cuántas cuotas son? —preguntó, ladeando la cabeza.
La directora comenzó a navegar en su ordenador de última generación.
—¡Aquí está! —dijo al cabo de un momento—. Se deben doce cuotas.
—¿Do-doce cuotas? —Alzó las cejas, sorprendida.
Hacía solo cuatro meses que se había divorciado de Charles, eso quería decir que no solo la había engañado con otra, sino que todo el dinero que decía destinar a los estudios de Male, los había despilfarrado…
Aquella constatación no hizo más que enfurecerla. Antes lo detestaba y le daba asco, pero, en ese momento, lo odiaba con todo su ser.
—Ahora entiendo por qué Malena me comentó lo de la suspensión. No se preocupe que pronto me pondré al día, pero por favor no la suspenda. Ya demasiado ha tenido con las burlas que recibió hoy por parte de sus compañeros.
—Señora, entiendo que está pasando por un mal momento por su divorcio, pero no puedo hacer excepciones… —dijo la directora.
—Solo una semana, deme una semana y le cancelaré absolutamente todo. Pediré un préstamo, lo que sea, pero, por favor —suplicó con las manos unidas frente a ella a modo de rezo—, no le haga esto. Es solo una niña de seis años.
La directora se quedó en silencio por un par de minutos que a Eileen se le hicieron eternos, tras los cuales asintió.
—Está bien. Pero solo una semana, ni un día más. No puedo estar con los superiores exigiéndome los pagos. Puedo dejarlo estar por siete días más, pero solo eso.
—Gracias, gracias y mil gracias —dijo Eileen extendiendo las manos y tomando las de la mujer—. Cumpliré, antes de la semana, si todo sale bien, la deuda estará saldada.
—Eso sí, tendrá que pagarla con recargo por mora —le advirtió la mujer.
—No hay problema. No se preocupe. Por favor, imprímame cuánto es y yo buscaré el modo de solucionar esto.
Haría hasta lo impensable por aquella pequeña. Estaba dispuesta a todo y más. Aunque con ello tuviera que dejar de lado su dignidad y sus miedos.
La mujer le entregó el folio impreso y Eileen se despidió rápidamente de ella. Tenía que llevar a Malena a casa, ducharla, darle de cenar y enviarla a la cama —los deberes podían esperar—, si quería solucionar el tema de la deuda que el infeliz de su exmarido había contraído con el colegio.
Al salir del despacho, tomó a la niña de la mano y la condujo hacia el exterior. Paró un taxi y se montó en él, indicándole la dirección del departamento que alquilaba fuera de la ciudad.
—¿Qué pasó, mami? —preguntó la chiquilla, en cuanto se montaron en el vehículo.
—Nada, cariño. Tú quédate tranquila, mamá solucionará todo, ¿sí?
Malena asintió y se acurrucó junto a ella. Eileen suspiró y miró a través de la ventanilla. Un nudo se había formado en su estómago. Le producía nervios, el simple hecho de pensar en su única posibilidad.
Cuando llegaron al bloque de departamentos, subieron las escaleras hasta el cuarto piso, dado que el ascensor del edificio no funcionaba. Le había salido demasiado económico arrendar allí, pero la gran mayoría de las cosas funcionaban a medias o directamente no lo hacían.
Una vez que por fin alcanzaron su piso, se dirigieron al departamento y, luego de entrar, Eileen se giró hacia la pequeña.
—Amor, ven conmigo, tomarás un baño mientras mamá hace una llamada de trabajo —dijo y, a continuación, la tomó de la mano y la condujo hasta su habitación.
Después de prepararle el baño y de pedirle que tuviera cuidado, a pesar de que hacía meses que se bañaba por sí sola, se alejó hacia la zona que cumplía la función de cocina y comedor.
Tomó un cigarro del cajón del modular que tenía en una esquina y lo encendió. Hacía años que no fumaba, pero siempre guardaba un atado de tabaco, para momentos en el que las crisis de ansiedad la atacaran, como lo estaban haciendo en ese momento.
A continuación, salió al balcón y tomó su móvil. Le dio una larga calada al cigarro y miró la pantalla del teléfono.
La mano le temblaba como era poco habitual. Los nervios y la ansiedad la estaban consumiendo.
«Tengo que hacerlo», pensó. «Es por Malena».
Por mucho que le diera vueltas en su cabeza, no tenía más alternativa. No podía ver a su niña sufrir ni que fuera expulsada de aquel colegio que tanto le gustaba.
Sí, solo tenía una opción, aunque no le gustara en lo más mínimo.
Inspiró profundo, buscó el número entre sus contactos, le dio al botón de llamada y esperó.
Al tercer tono, la voz del hombre resonó al otro lado de la línea.
—Hola. Soy Eileen. ¿Podemos hablar mañana, a las ocho, en el café que hay frente a la empresa? —preguntó y escuchó la respuesta de su interlocutor. Tragó saliva—. Perfecto. Muchas gracias.
Tras estas últimas palabras, colgó la llamada y miró el aparato.
Ya estaba hecho. Era la única salida. Sentía que se estaba condenando y estaba tirando sus principios a la basura. Pero, por Malena, era capaz de entregar su vida.
La noche anterior, Eileen durmió fatal, pero tenía un compromiso que había asumido y debía cumplirlo.Se levantó a duras penas, preparó a Malena, la dejó en el colegio y, acto seguido, se dirigió al café que quedaba frente a Anderson Inc.Cuando llegó, comprobó que el hombre al que esperaba, aún no había llegado, por lo que se sentó en una de las mesas más cercanas a los ventanales, con la intención de verlo llegar.La camarera se acercó a Eileen y ella le pidió un café doble. Había dormido tan mal que a duras penas podía mantener los ojos abiertos.En el mismo momento en el que la muchacha se acercó con su pedido, la puerta del café se abrió y Joseph Anderson hizo aparición.Todas las mujeres allí presentes se voltearon hacia él. Realmente, era uno de los hombres más codiciados de toda la ciudad, por no decir del país. No solo era multimillonario y dueño de una de las empresas más importantes de la industria de la moda, sino que, además, su estatura, sus ojos color del cielo —a pesar
UN MES MÁS TARDE.El mes posterior a que Eileen firmara contrato de matrimonio con Joseph, pasó en un abrir y cerrar de ojos. Para su suerte, siendo que se casaría con uno de los hombres más ricos del país, no tuvo que preocuparse, en ningún momento, de la organización de la boda.Lo único con lo que debió cumplir fue con un par de protocolos impuestos por Joseph, que figuraban en el contrato, en la que él la presentó oficialmente en sociedad como su futura esposa y anunció la fecha del evento.Los comentarios en redes sociales no se hicieron esperar. Así como había decenas de opiniones positivas hacia la unión de la pareja, muchas otras iban en contra de Eileen, catalogándola de oportunista. ¿Cómo era posible que la secretaria hubiese desplazado a la hija de otro de los magnates de la moda? Aquello no les hacía ni el más mínimo sentido.Dichos comentarios negativos hacia su persona menguaron la autoestima de Eileen quien había comenzado a creer que había sido una estúpida en acceder
El vuelo, para suerte de Eileen había sido tranquilo. Arribaron a Sentosa sin que apenas se diera cuenta del paso del tiempo.Al llegar al hotel, Joseph se encargó de hacer el check-in y, tomándola de la mano, contacto que hizo que el estómago de la muchacha se revolviera una vez más, la guio hasta una suite presidencial que había reservado en aquel lujoso hotel de cinco estrellas, pero que, ante los ojos de Eileen, era de muchas más.Cuando llegaron a la habitación, Joseph abrió la puerta y le permitió el paso.Eileen quedó alucinada por el enorme lujo que reinaba en cada detalle del dormitorio. Bueno, para ello aquello era más que un dormitorio, tenía el doble del tamaño del departamento que había habitado junto a Malena hasta la noche anterior a la boda.Si bien su exmarido era un hombre con una gran fortuna, no podía compararse con el CEO multimillonario y dueño de Anderson Inc. Joseph parecía sacado de otro planeta y ella, aunque sabía que no debía ilusionarse en vano, se sentía
—¿Qué haces aquí? —repitió Eileen con frialdad. Realmente, si bien había sido una sorpresa que Charles se encontrara en Sentosa, al mismo tiempo que ellos, no podía ignorar el hecho de que todos los medios se habían hecho eco de su viaje —lo había visto esa misma mañana en las redes sociales— y no era muy difícil que su exmarido hubiese dado con ellos. —Pues estoy de vacaciones —respondió el hombre, como quien no quiere la cosa. —Ah, ¿sí? ¡Qué coincidencia! —dijo Joseph destilando celos en cada una de sus palabras. La presencia de aquel hombre en el hotel, justamente el mismo que él había escogido para su luna de miel, no le agrada en lo más mínimo. Algo que hacía creer que los había seguido. Porque la prensa se había encargado de difundir que habían viajado a Sentosa, pero no en qué hotel se estaban hospedando. Joseph había movido sus contactos en los medios de comunicación, para que impidieran que se difundiera dicha información. No obstante, allí estaba Charles con su aire de
Luego de la cena, Joseph invitó a Eileen a dar un paseo por la playa, la cual estaba a pocos metros del hotel. El mar estaba calmo y la brisa marina hacía que el vestido y los cabellos rubios de Eileen se agitaran suavemente.Joseph no pudo evitar admirarla. Hasta ese momento había considerado que Eileen era una mujer bella, pero jamás la había visto como esa noche: hermosa. Caminaron despacio, apreciando el paisaje. Hasta que, de pronto, Joseph comenzó a sentir una extraña somnolencia. Parpadeó varias veces, intentando enfocar la mirada, pero no tuvo éxito. De un momento a otro, se sentía repentinamente agotado. Sí, por supuesto, estaba cansado por el día que habían pasado, pero ¿por qué diablos sentía que había perdido el control de su cuerpo cuando ni siquiera había tomado demasiado? —Eileen —murmuró. —¿Qué pasa, Joseph? —preguntó la mujer, que en ese momento miraba la luna, y enfocó la mirada en el hombre, comprobando que este estaba en un estado deplorable—. ¿Qué te pasa? ¿E
El teléfono de Eileen comenzó a sonar con insistencia. Sonó una y otra y otra vez, hasta que por fin la mujer se despertó y, con el sueño impreso en su rostro, contestó la llamada proveniente de un número desconocido. Por la característica, podría haber deducido que era de Sentosa, pero estaba tan adormilada que simplemente tomó la llamada sin pensar en nada más. —¿Señora Anderson? —preguntaron desde el otro lado de la línea. Eileen ahogó un bostezo. —Sí, sí, soy yo. ¿Qué sucede? ¿Quién habla? —La llamamos por el señor Joseph Anderson, su esposo —respondió la voz de una mujer. Eileen se espabiló de inmediato, ante la simple mención del nombre de Joseph. —Perdón, ¿con quién hablo? —preguntó Eileen. —Soy la médica que atiende al señor Anderson —contestó la mujer.—Bien. Dígame qué sucede —pidió, incorporándose rápidamente en la cama. —El señor Anderson está estable. Está fuera de peligro, pero la droga que había en su cuerpo era un somnífero muy potente en una dosis elevada. P
DOS MESES DESPUÉS.Las semanas, tras la descompensación de Joseph y de que Eileen se viese obligada a hablar con Charles y dejarle las cosas lo más claras posible, pasaron con total tranquilidad.Tanto Joseph como Eileen se unieron cada vez más y, pese al hermetismo de Joseph, ambos se abrieron lo suficiente como para que pudieran conocerse mejor y comenzar a apreciarse más allá de lo sexual.Joseph, inevitablemente, había comenzado a sentirse cada vez más atraído por la inteligencia de Eileen. Durante las últimas semanas, habían hablado de absolutamente todos los temas posibles. Le parecía increíble la cantidad de información que aquella mujer, su esposa, podía ser capaz de guardar tanta información. Aún les quedaba una semana, antes de que su luna de miel llegara a su fin. Joseph había planificado todo a la perfección para que esa semana fuera la mejor de todas, mucho mejor que todas las anteriores.Sin embargo, aquella mañana, al levantarse, Eileen lo hizo sumamente mareada y desc
—Esto… Joseph, no sé qué significa esa fotografía —dijo Eileen, sintiendo que de un momento a otro se desmayaría. —¿Segura? —inquirió el hombre, sin creerle ni una sola palabra. Eileen se humedeció los labios. Realmente, no sabía qué decirle. Aquella foto la mostraba a ella con Charles en el bar del hotel. —Si quieres te recuerdo un poco la fecha —dijo Joseph y buscó los detalles de la fotografía, en donde podía verse qué día había sido tomada—. ¿Cómo me explicas que esta foto haya sido tomada la misma noche que a mí me llevaron a la clínica? —Joseph… —comenzó a decir, pero Joseph la interrumpió.—No me vengas con excusas vacías, estoy seguro de que tú me drogaste para ir a encontrarte con él. Ante esta afirmación, Eileen se quedó de piedra. Sabía que se conocían muy poco, pero de eso a creer que ella sería capaz de drogarlo para encontrarse con su ex había un gran trecho. Sí, claro, lo había pensado, pero del dicho al hecho hay mucho trecho, como siempre decía su madre y, tras p