El vuelo, para suerte de Eileen había sido tranquilo. Arribaron a Sentosa sin que apenas se diera cuenta del paso del tiempo.Al llegar al hotel, Joseph se encargó de hacer el check-in y, tomándola de la mano, contacto que hizo que el estómago de la muchacha se revolviera una vez más, la guio hasta una suite presidencial que había reservado en aquel lujoso hotel de cinco estrellas, pero que, ante los ojos de Eileen, era de muchas más.Cuando llegaron a la habitación, Joseph abrió la puerta y le permitió el paso.Eileen quedó alucinada por el enorme lujo que reinaba en cada detalle del dormitorio. Bueno, para ello aquello era más que un dormitorio, tenía el doble del tamaño del departamento que había habitado junto a Malena hasta la noche anterior a la boda.Si bien su exmarido era un hombre con una gran fortuna, no podía compararse con el CEO multimillonario y dueño de Anderson Inc. Joseph parecía sacado de otro planeta y ella, aunque sabía que no debía ilusionarse en vano, se sentía
—¿Qué haces aquí? —repitió Eileen con frialdad. Realmente, si bien había sido una sorpresa que Charles se encontrara en Sentosa, al mismo tiempo que ellos, no podía ignorar el hecho de que todos los medios se habían hecho eco de su viaje —lo había visto esa misma mañana en las redes sociales— y no era muy difícil que su exmarido hubiese dado con ellos. —Pues estoy de vacaciones —respondió el hombre, como quien no quiere la cosa. —Ah, ¿sí? ¡Qué coincidencia! —dijo Joseph destilando celos en cada una de sus palabras. La presencia de aquel hombre en el hotel, justamente el mismo que él había escogido para su luna de miel, no le agrada en lo más mínimo. Algo que hacía creer que los había seguido. Porque la prensa se había encargado de difundir que habían viajado a Sentosa, pero no en qué hotel se estaban hospedando. Joseph había movido sus contactos en los medios de comunicación, para que impidieran que se difundiera dicha información. No obstante, allí estaba Charles con su aire de
Luego de la cena, Joseph invitó a Eileen a dar un paseo por la playa, la cual estaba a pocos metros del hotel. El mar estaba calmo y la brisa marina hacía que el vestido y los cabellos rubios de Eileen se agitaran suavemente.Joseph no pudo evitar admirarla. Hasta ese momento había considerado que Eileen era una mujer bella, pero jamás la había visto como esa noche: hermosa. Caminaron despacio, apreciando el paisaje. Hasta que, de pronto, Joseph comenzó a sentir una extraña somnolencia. Parpadeó varias veces, intentando enfocar la mirada, pero no tuvo éxito. De un momento a otro, se sentía repentinamente agotado. Sí, por supuesto, estaba cansado por el día que habían pasado, pero ¿por qué diablos sentía que había perdido el control de su cuerpo cuando ni siquiera había tomado demasiado? —Eileen —murmuró. —¿Qué pasa, Joseph? —preguntó la mujer, que en ese momento miraba la luna, y enfocó la mirada en el hombre, comprobando que este estaba en un estado deplorable—. ¿Qué te pasa? ¿E
El teléfono de Eileen comenzó a sonar con insistencia. Sonó una y otra y otra vez, hasta que por fin la mujer se despertó y, con el sueño impreso en su rostro, contestó la llamada proveniente de un número desconocido. Por la característica, podría haber deducido que era de Sentosa, pero estaba tan adormilada que simplemente tomó la llamada sin pensar en nada más. —¿Señora Anderson? —preguntaron desde el otro lado de la línea. Eileen ahogó un bostezo. —Sí, sí, soy yo. ¿Qué sucede? ¿Quién habla? —La llamamos por el señor Joseph Anderson, su esposo —respondió la voz de una mujer. Eileen se espabiló de inmediato, ante la simple mención del nombre de Joseph. —Perdón, ¿con quién hablo? —preguntó Eileen. —Soy la médica que atiende al señor Anderson —contestó la mujer.—Bien. Dígame qué sucede —pidió, incorporándose rápidamente en la cama. —El señor Anderson está estable. Está fuera de peligro, pero la droga que había en su cuerpo era un somnífero muy potente en una dosis elevada. P
DOS MESES DESPUÉS.Las semanas, tras la descompensación de Joseph y de que Eileen se viese obligada a hablar con Charles y dejarle las cosas lo más claras posible, pasaron con total tranquilidad.Tanto Joseph como Eileen se unieron cada vez más y, pese al hermetismo de Joseph, ambos se abrieron lo suficiente como para que pudieran conocerse mejor y comenzar a apreciarse más allá de lo sexual.Joseph, inevitablemente, había comenzado a sentirse cada vez más atraído por la inteligencia de Eileen. Durante las últimas semanas, habían hablado de absolutamente todos los temas posibles. Le parecía increíble la cantidad de información que aquella mujer, su esposa, podía ser capaz de guardar tanta información. Aún les quedaba una semana, antes de que su luna de miel llegara a su fin. Joseph había planificado todo a la perfección para que esa semana fuera la mejor de todas, mucho mejor que todas las anteriores.Sin embargo, aquella mañana, al levantarse, Eileen lo hizo sumamente mareada y desc
—Esto… Joseph, no sé qué significa esa fotografía —dijo Eileen, sintiendo que de un momento a otro se desmayaría. —¿Segura? —inquirió el hombre, sin creerle ni una sola palabra. Eileen se humedeció los labios. Realmente, no sabía qué decirle. Aquella foto la mostraba a ella con Charles en el bar del hotel. —Si quieres te recuerdo un poco la fecha —dijo Joseph y buscó los detalles de la fotografía, en donde podía verse qué día había sido tomada—. ¿Cómo me explicas que esta foto haya sido tomada la misma noche que a mí me llevaron a la clínica? —Joseph… —comenzó a decir, pero Joseph la interrumpió.—No me vengas con excusas vacías, estoy seguro de que tú me drogaste para ir a encontrarte con él. Ante esta afirmación, Eileen se quedó de piedra. Sabía que se conocían muy poco, pero de eso a creer que ella sería capaz de drogarlo para encontrarse con su ex había un gran trecho. Sí, claro, lo había pensado, pero del dicho al hecho hay mucho trecho, como siempre decía su madre y, tras p
Eileen se humedeció los labios. Se sentía realmente ofendida por lo que Joseph estaba interpretando. ¿Es que acaso no era un hombre inteligente? ¿O había dejado su inteligencia y su capacidad de razonar en Sentosa? —Por supuesto que no —se rehusó. Joseph alzó las cejas, contrariado. ¿Qué diablos se pensaba esa mujer? ¿Cómo se atrevía a oponerse a lo que él consideraba una orden más que una petición? —¿Cómo que no? —preguntó mientras la fulminaba con la mirada. —No pienso arriesgar la vida de mis hijos por tus estúpidas inseguridades —respondió Eileen, enfrentándolo. —¿Estúpidas inseguridades? —preguntó con las cejas arqueadas—. ¿Le llamas estúpidas inseguridades a que me hayas drogado y te hayas ido a encontrar con tu exesposo mientras yo estaba en la clínica? —Su voz era completamente helada. —Joseph, yo no hice eso. No sé cómo hacer para que lo entiendas —repuso con el ceño fruncido. —No lo sé y como no tengo pruebas, el beneficio de la duda, al menos en mi caso, recae en que
Joseph salió de la consulta con el papel en la mano y Eileen lo siguió con el alma en un puño. No sabía por qué sentía tanto miedo cuando tenía la certeza de estar diciendo la verdad. Sin embargo, la cara del médico había hecho que el pánico la invadiera de pies a cabeza.Sin decir ni una sola palabra, Joseph se montó en el coche y Eileen lo imitó. El mutismo de su esposo le helaba la sangre. Quería saber de una vez por todas lo que decía aquel maldito papel, aunque ella ya supiera cuál era la verdad.—Joseph… —comenzó a decir, pero él alzó la mano y la detuvo.—Lo leeremos juntos, pero no aquí —le aclaró.Luego de manejar por unos cuantos minutos, que a Eileen se le antojaron eternos, Joseph se detuvo en el mismo café en el que tres meses atrás había firmado el contrato que los había llevado a contraer matrimonio.Joseph se apeó del vehículo y Eileen, una vez más, lo siguió. Su esposo tomó asiento en el mismo sitio que la vez anterior y esperó que ella lo imitara. Tras pedir un café