El teléfono de Eileen comenzó a sonar con insistencia. Sonó una y otra y otra vez, hasta que por fin la mujer se despertó y, con el sueño impreso en su rostro, contestó la llamada proveniente de un número desconocido. Por la característica, podría haber deducido que era de Sentosa, pero estaba tan adormilada que simplemente tomó la llamada sin pensar en nada más. —¿Señora Anderson? —preguntaron desde el otro lado de la línea. Eileen ahogó un bostezo. —Sí, sí, soy yo. ¿Qué sucede? ¿Quién habla? —La llamamos por el señor Joseph Anderson, su esposo —respondió la voz de una mujer. Eileen se espabiló de inmediato, ante la simple mención del nombre de Joseph. —Perdón, ¿con quién hablo? —preguntó Eileen. —Soy la médica que atiende al señor Anderson —contestó la mujer.—Bien. Dígame qué sucede —pidió, incorporándose rápidamente en la cama. —El señor Anderson está estable. Está fuera de peligro, pero la droga que había en su cuerpo era un somnífero muy potente en una dosis elevada. P
DOS MESES DESPUÉS.Las semanas, tras la descompensación de Joseph y de que Eileen se viese obligada a hablar con Charles y dejarle las cosas lo más claras posible, pasaron con total tranquilidad.Tanto Joseph como Eileen se unieron cada vez más y, pese al hermetismo de Joseph, ambos se abrieron lo suficiente como para que pudieran conocerse mejor y comenzar a apreciarse más allá de lo sexual.Joseph, inevitablemente, había comenzado a sentirse cada vez más atraído por la inteligencia de Eileen. Durante las últimas semanas, habían hablado de absolutamente todos los temas posibles. Le parecía increíble la cantidad de información que aquella mujer, su esposa, podía ser capaz de guardar tanta información. Aún les quedaba una semana, antes de que su luna de miel llegara a su fin. Joseph había planificado todo a la perfección para que esa semana fuera la mejor de todas, mucho mejor que todas las anteriores.Sin embargo, aquella mañana, al levantarse, Eileen lo hizo sumamente mareada y desc
—Esto… Joseph, no sé qué significa esa fotografía —dijo Eileen, sintiendo que de un momento a otro se desmayaría. —¿Segura? —inquirió el hombre, sin creerle ni una sola palabra. Eileen se humedeció los labios. Realmente, no sabía qué decirle. Aquella foto la mostraba a ella con Charles en el bar del hotel. —Si quieres te recuerdo un poco la fecha —dijo Joseph y buscó los detalles de la fotografía, en donde podía verse qué día había sido tomada—. ¿Cómo me explicas que esta foto haya sido tomada la misma noche que a mí me llevaron a la clínica? —Joseph… —comenzó a decir, pero Joseph la interrumpió.—No me vengas con excusas vacías, estoy seguro de que tú me drogaste para ir a encontrarte con él. Ante esta afirmación, Eileen se quedó de piedra. Sabía que se conocían muy poco, pero de eso a creer que ella sería capaz de drogarlo para encontrarse con su ex había un gran trecho. Sí, claro, lo había pensado, pero del dicho al hecho hay mucho trecho, como siempre decía su madre y, tras p
Eileen se humedeció los labios. Se sentía realmente ofendida por lo que Joseph estaba interpretando. ¿Es que acaso no era un hombre inteligente? ¿O había dejado su inteligencia y su capacidad de razonar en Sentosa? —Por supuesto que no —se rehusó. Joseph alzó las cejas, contrariado. ¿Qué diablos se pensaba esa mujer? ¿Cómo se atrevía a oponerse a lo que él consideraba una orden más que una petición? —¿Cómo que no? —preguntó mientras la fulminaba con la mirada. —No pienso arriesgar la vida de mis hijos por tus estúpidas inseguridades —respondió Eileen, enfrentándolo. —¿Estúpidas inseguridades? —preguntó con las cejas arqueadas—. ¿Le llamas estúpidas inseguridades a que me hayas drogado y te hayas ido a encontrar con tu exesposo mientras yo estaba en la clínica? —Su voz era completamente helada. —Joseph, yo no hice eso. No sé cómo hacer para que lo entiendas —repuso con el ceño fruncido. —No lo sé y como no tengo pruebas, el beneficio de la duda, al menos en mi caso, recae en que
Joseph salió de la consulta con el papel en la mano y Eileen lo siguió con el alma en un puño. No sabía por qué sentía tanto miedo cuando tenía la certeza de estar diciendo la verdad. Sin embargo, la cara del médico había hecho que el pánico la invadiera de pies a cabeza.Sin decir ni una sola palabra, Joseph se montó en el coche y Eileen lo imitó. El mutismo de su esposo le helaba la sangre. Quería saber de una vez por todas lo que decía aquel maldito papel, aunque ella ya supiera cuál era la verdad.—Joseph… —comenzó a decir, pero él alzó la mano y la detuvo.—Lo leeremos juntos, pero no aquí —le aclaró.Luego de manejar por unos cuantos minutos, que a Eileen se le antojaron eternos, Joseph se detuvo en el mismo café en el que tres meses atrás había firmado el contrato que los había llevado a contraer matrimonio.Joseph se apeó del vehículo y Eileen, una vez más, lo siguió. Su esposo tomó asiento en el mismo sitio que la vez anterior y esperó que ella lo imitara. Tras pedir un café
Cuando llegaron a la mansión, Eileen se encaminó al cuarto de Malena, quien en ese momento se encontraba en el colegio y se dejó caer en la cama de su pequeña. Se sentía sumamente dolida por lo que había sucedido. No era posible que el ADN diera coincidencia con Charles, cuando ella no había tenido más contacto con él que el hecho de dejarle en claro que no quería saber más nada con él. «Te haré la vida imposible». Las palabras de Charles resonaron en su cabeza. Aquello despertó de nuevo la idea que tenía en mente, pero… Suspiró. No tenía ni la más mínima prueba. ¿Cómo diablos podría dar con aquella respuesta? No tenía pruebas, pero prácticamente tampoco tenía dudas. En todo aquello había algo raro y ella tenía que dar con la respuesta. Cuando sintió que ya había llorado demasiado, se incorporó en la cama y miró todo a su alrededor. Su hija lo tenía todo y, si no lograba dar con la respuesta, si no lograba llegar a un mínimo acuerdo con Joseph, su pequeña perdería todo aquello,
Eileen se sentía desfallecer. A pesar de conocer a Charles, por un momento había creído que sus amenazas eran infundadas. Sin embargo, no habían pasado ni dos días de que habían regresado a la ciudad y el abogado de él ya le había enviado una citación al juzgado de menores.Eso quería decir que no importaba si ella se divorciaba o no de Joseph Anderson, lo que le importaba a Charles Mortensen era hacerle la vida imposible a como diera lugar.Luego de deshacerse del abrazo de Mary, subió las escaleras hasta el dormitorio de los invitados. No quería saber nada con Joseph. Todo aquello, aunque no fuera su culpa directa, tenía algo que ver con él.Se arrepentía de haber dado aquel manotazo de ahogado que le había ayudado a salir de la mismísima quiebra, pero que, poco a poco, la estaba hundiendo en la miseria.Cuando llegó al cuarto de invitados, el cual se encontraba cerca del despacho de Joseph, este salió de su oficina y la miró de arriba abajo con desdén, antes de continuar con su cam
La primera audiencia terminó en la absoluta nada. Realmente, Eileen sentía que había sido una total y completa pérdida de tiempo.Lo único que había logrado el abogado que la representaba era que el juez hiciera una nueva citación para que Eileen pudiese presentar sus propias pruebas de que Charles era quien había abandonado a la familia y que él había sido el promiscuo que había enviado al garete todo lo que habían construido durante diez años.Cuando salió del juzgado, Eileen se despidió del abogado y paró un taxi. Rápidamente, se montó en él y le indicó la dirección de Anderson Inc.En cuanto llegó a la empresa, le pagó al taxista y se apeó del coche a toda velocidad. No se sentía del todo bien, pero creía que el hecho de volver a la rutina la haría recuperarse un poco. Al menos, alejaría la angustia y la incertidumbre en la que, repentinamente, se había visto sumergida por culpa de Charles y Joseph.Una vez que se encontró en el interior del edificio, todos la saludaron con efusiv