La noche anterior, Eileen durmió fatal, pero tenía un compromiso que había asumido y debía cumplirlo.
Se levantó a duras penas, preparó a Malena, la dejó en el colegio y, acto seguido, se dirigió al café que quedaba frente a Anderson Inc.
Cuando llegó, comprobó que el hombre al que esperaba, aún no había llegado, por lo que se sentó en una de las mesas más cercanas a los ventanales, con la intención de verlo llegar.
La camarera se acercó a Eileen y ella le pidió un café doble. Había dormido tan mal que a duras penas podía mantener los ojos abiertos.
En el mismo momento en el que la muchacha se acercó con su pedido, la puerta del café se abrió y Joseph Anderson hizo aparición.
Todas las mujeres allí presentes se voltearon hacia él. Realmente, era uno de los hombres más codiciados de toda la ciudad, por no decir del país. No solo era multimillonario y dueño de una de las empresas más importantes de la industria de la moda, sino que, además, su estatura, sus ojos color del cielo —a pesar de su helada mirada—, su porte atlético y su cabello moreno hacían de él un hombre más que deseable.
Sin pararse a mirar a las mujeres que tenían los ojos puestos en él, Joseph localizó a Eileen y se acercó a ella.
—Buenos días —dijo con tono frío y distante. Todo lo contrario, a como se había comportado el día anterior—. Querías hablar conmigo.
Eileen se humedeció los labios y asintió. Aún no estaba del todo segura de lo que estaba a punto de hacer, pero ya estaba allí, jugada y sin fichas.
—Sí —asintió y tragó saliva—. Quería saber si… el tema del contrato sigue en pie. —Carraspeó, incómoda.
—Ah, veo que te lo has pensado mejor. —El hombre sonrió a medias, como si hubiera sabido desde el principio que ella terminaría por aceptar—. Imagino por qué es. El colegio de tu hija la expulsará, si no pagas, ¿verdad?
—¿Cómo sabe eso? —Eileen frunció el ceño, desconcertada, y miró a su alrededor, al percatarse de que había alzado demasiado la voz.
—Tengo mis fuentes.
—¿Me has estado espiando? —preguntó con incredulidad.
—No —respondió Joseph—, o, al menos, yo no lo llamaría así. —Eileen frunció el ceño—. Solo te investigué de la misma manera que a todos mis empleados. No contrato a cualquier persona, por muy buen currículum que tenga. Quizás a ti te envié a investigar un poco más por el hecho de proponerte un contrato de matrimonio —aclaró.
Aquello hizo que Eileen se sintiera verdaderamente incómoda. Jamás imaginó que se aprovechara de su vulnerabilidad, pero ¿qué podía esperar de un hombre como aquel? Sí, en el contrato constaba que él las mantendría a ella y a la pequeña, pero jamás había creído que había investigado hasta el más mínimo detalle. Detalle que hasta el día anterior, ella misma desconocía.
No obstante, no podía enojarse con él. Necesitaba estar de buenas, que le diera la oportunidad de aceptar el contrato y casarse con él. De lo contrario, Malena perdería su puesto en el colegio y todos sus amigos dejarían de hablarle. Lo último que deseaba para esa pequeña era que sufriera una nueva pérdida, esta vez de sus amigos, y que sufriera una vez más.
—Entiendo —dijo al cabo de un momento—. Y sí, necesito cuidar de esa niña de la manera que sea posible. Ha sufrido demasiado y no quiero que sufra por no poder ir más a la escuela que tanto le gusta y perder los pocos amigos que ha logrado hacer allí.
—Bien, entonces —comenzó a decir Joseph y sonrió de lado—, ¿aceptas la oferta? ¿Accederás a firmar el contrato y a casarte conmigo? —Alzó las cejas.
Eileen le sostuvo la mirada, a pesar de la incomodidad que esta le producía y dijo:
—Lo haré. —Asintió con la cabeza—. Pero tengo un par de condiciones.
Joseph alzó las cejas, sorprendido.
—¿Cuáles?
—No quiero que se me coarte la libertad de seguir trabajando, seguiré siendo tu secretaria, a pesar de que sea tu esposa; necesito que respetes mis tiempos, mis espacios y que cada reunión que tengas a la que deba asistir me la avises con un tiempo prudente de anticipación y que… —Tragó saliva— me des un adelanto de los beneficios.
—Entiendo los primeros puntos, pero…
—Necesito que pagues los doce meses que sabes que se deben de la escuela de la niña. No quiero que la suspendan y solo tengo una semana para depositar una gran suma de dinero en la cuenta del colegio —explicó—. Como ya sabes —se anticipó—, no es nada barato, pero es el mejor colegio en el que ella puede estar. Al menos, en cuanto a aprendizaje. Mira —dijo sacando el folio que le había dado la directora y entregándoselo a Joseph.
Joseph miró la suma de dinero que figuraba en el papel impreso y, a continuación, alzó la vista.
—No es demasiado. —«Eso es porque a ti te sale dinero de hasta las orejas», pensó Eileen, pero no dijo nada—. Puedo adelantártelo, claro. Pero tendremos que agregarlo a una de las cláusulas del contrato y lo deberás firmar antes de que te dé ese dinero.
Eileen suspiró profundamente y soltó el aire con lentitud. Ya se esperaba aquello. Aquel hombre no era idiota y no le daría nada, si no la tenía bien atada; de pies y manos de ser posible.
—Está bien —aceptó.
Ya desde que había decidido llamarlo la noche anterior, sabía que no le quedaba más remedio que aceptar lo que le pidiera, mientras él la respetara ella en las tres simples condiciones que le había marcado.
—Bien —asintió el hombre y se puso de pie. Eileen abrió los ojos de par en par—. Iré a hablar con mi abogado y le pediré que en veinte minutos esté aquí con una copia para cada uno del contrato, con las tres cláusulas que mencionamos durante esta conversación.
Eileen tragó saliva y asintió.
Acto seguido, Joseph salió del bar y, a través de la ventana, Eileen pudo ver que sacaba su móvil del bolsillo de su chaqueta, trasteaba con él un par de segundos y se lo llevaba a la oreja.
***
Veinte minutos después de que Joseph lo llamara, el abogado llegó a la cafetería como si hubiese corrido una maratón. Estaba completamente agitado.
—Perdón, señor —se disculpó, apartando una silla, y tomó asiento.
—No te preocupes, has llegado a horario.
El hombre frunció el ceño, miró su reloj de pulsera y suspiró con alivio.
—Bien, aquí tienen —dijo el hombre, mientras que de su maletín sacaba unos cuantos folios impresos y se los tendía—. Léanlo con detenimiento. Cualquier cosa, si no están de acuerdo en algo, podemos ir a mi estudio y modificarlo.
Eileen y Joseph asintieron, tomaron una copia cada uno y comenzaron a leer con detenimiento.
Después de varios minutos en el que el grupo de tres se mantuvo en silencio, Joseph levantó la cabeza y dijo:
—Para mí está perfecto. ¿Qué piensas tú, Eileen? —preguntó.
La muchacha le hizo una señal de alto con la palma de la mano, pidiéndole que le diera tiempo. Estaba leyendo la última cláusula.
Luego de un minuto más, Eileen frunció el ceño y alzó la vista hacia Joseph, señalando el documento con el dedo.
—Esto no era lo que habíamos hablado —dijo, atónita.
—¿El qué? —preguntó Joseph ladeando la cabeza.
—Aquí dice que serán siete años de matrimonio. ¡Siete! —exclamó—. ¿Acaso no eran cinco?
Joseph inspiró con fuerza y soltó el aire lentamente mientras esbozaba una sonrisa.
—Eso era en el contrato anterior. Por el préstamo tendrás que pagar un tiempo extra. Como no tienes dinero y pasarás a estar a mi cargo, al igual que tu hija, pagarás ese extra con dos años más de matrimonio.
Eileen frunció el ceño y negó con la cabeza. Aquello sí que no lo había esperado en lo absoluto. ¿Siete años de matrimonio con un hombre como él? ¿Siete años encerrada en una relación que no le interesaba? Sí, Joseph le parecía un hombre atractivo y tenía el suficiente dinero como para que ni Malena ni ella pasaran ni la más mínima penuria, pero ¿en verdad valía que le diera siete años de su vida a ese hombre a cambio de esa estabilidad?
«Sí, por Malena lo vale», pensó.
—Entiendo —dijo al cabo de un momento. A continuación, miró al abogado y preguntó—: ¿Tiene un bolígrafo?
—Sí, claro —respondió el hombre y sacó un costoso boli del interior de su chaqueta.
—Bien —murmuró Eileen en un suspiro—. ¡Hagámoslo! —exclamó, dándose ánimos, y comenzó a estampar su firma en todos y cada uno de los documentos, tanto en sus copias como en las de Joseph.
Una vez terminó de firmar cada uno de los folios correspondientes, se los tendió a Joseph, quien rápidamente hizo lo mismo.
En cuanto los documentos estuvieron firmados por ambos, el abogado estampó su firma y su sello, certificando aquel contrato.
—Bueno —dijo Joseph, dando una palmada—. Eso es todo. En un mes nos casaremos y serás la señora Anderson.
Eileen esbozó un intento de sonrisa y asintió, antes de decir:
—¿Qué hay de su familia y de su prometida?
—No te preocupes por ellos, ya me he encargado de todo. —Eileen alzó las cejas—. Sabía que terminarías aceptando, cuando me llamaste anoche, así que me adelanté y dejé las cosas en claro.
Eileen asintió. Con la mirada que le dedicó Joseph en las últimas palabras, comprendió que era mejor no indagar más en el tema.
Lo mejor era que se preparara para cualquier eventualidad. En la oficina había cruzado, en varias oportunidades, con la madre, las hermanas y la antigua prometida de Joseph y sabía que ninguna era trigo limpio ni de fiar, por lo que tendría que prepararse mentalmente para cualquier eventualidad.
UN MES MÁS TARDE.El mes posterior a que Eileen firmara contrato de matrimonio con Joseph, pasó en un abrir y cerrar de ojos. Para su suerte, siendo que se casaría con uno de los hombres más ricos del país, no tuvo que preocuparse, en ningún momento, de la organización de la boda.Lo único con lo que debió cumplir fue con un par de protocolos impuestos por Joseph, que figuraban en el contrato, en la que él la presentó oficialmente en sociedad como su futura esposa y anunció la fecha del evento.Los comentarios en redes sociales no se hicieron esperar. Así como había decenas de opiniones positivas hacia la unión de la pareja, muchas otras iban en contra de Eileen, catalogándola de oportunista. ¿Cómo era posible que la secretaria hubiese desplazado a la hija de otro de los magnates de la moda? Aquello no les hacía ni el más mínimo sentido.Dichos comentarios negativos hacia su persona menguaron la autoestima de Eileen quien había comenzado a creer que había sido una estúpida en acceder
El vuelo, para suerte de Eileen había sido tranquilo. Arribaron a Sentosa sin que apenas se diera cuenta del paso del tiempo.Al llegar al hotel, Joseph se encargó de hacer el check-in y, tomándola de la mano, contacto que hizo que el estómago de la muchacha se revolviera una vez más, la guio hasta una suite presidencial que había reservado en aquel lujoso hotel de cinco estrellas, pero que, ante los ojos de Eileen, era de muchas más.Cuando llegaron a la habitación, Joseph abrió la puerta y le permitió el paso.Eileen quedó alucinada por el enorme lujo que reinaba en cada detalle del dormitorio. Bueno, para ello aquello era más que un dormitorio, tenía el doble del tamaño del departamento que había habitado junto a Malena hasta la noche anterior a la boda.Si bien su exmarido era un hombre con una gran fortuna, no podía compararse con el CEO multimillonario y dueño de Anderson Inc. Joseph parecía sacado de otro planeta y ella, aunque sabía que no debía ilusionarse en vano, se sentía
—¿Qué haces aquí? —repitió Eileen con frialdad. Realmente, si bien había sido una sorpresa que Charles se encontrara en Sentosa, al mismo tiempo que ellos, no podía ignorar el hecho de que todos los medios se habían hecho eco de su viaje —lo había visto esa misma mañana en las redes sociales— y no era muy difícil que su exmarido hubiese dado con ellos. —Pues estoy de vacaciones —respondió el hombre, como quien no quiere la cosa. —Ah, ¿sí? ¡Qué coincidencia! —dijo Joseph destilando celos en cada una de sus palabras. La presencia de aquel hombre en el hotel, justamente el mismo que él había escogido para su luna de miel, no le agrada en lo más mínimo. Algo que hacía creer que los había seguido. Porque la prensa se había encargado de difundir que habían viajado a Sentosa, pero no en qué hotel se estaban hospedando. Joseph había movido sus contactos en los medios de comunicación, para que impidieran que se difundiera dicha información. No obstante, allí estaba Charles con su aire de
Luego de la cena, Joseph invitó a Eileen a dar un paseo por la playa, la cual estaba a pocos metros del hotel. El mar estaba calmo y la brisa marina hacía que el vestido y los cabellos rubios de Eileen se agitaran suavemente.Joseph no pudo evitar admirarla. Hasta ese momento había considerado que Eileen era una mujer bella, pero jamás la había visto como esa noche: hermosa. Caminaron despacio, apreciando el paisaje. Hasta que, de pronto, Joseph comenzó a sentir una extraña somnolencia. Parpadeó varias veces, intentando enfocar la mirada, pero no tuvo éxito. De un momento a otro, se sentía repentinamente agotado. Sí, por supuesto, estaba cansado por el día que habían pasado, pero ¿por qué diablos sentía que había perdido el control de su cuerpo cuando ni siquiera había tomado demasiado? —Eileen —murmuró. —¿Qué pasa, Joseph? —preguntó la mujer, que en ese momento miraba la luna, y enfocó la mirada en el hombre, comprobando que este estaba en un estado deplorable—. ¿Qué te pasa? ¿E
El teléfono de Eileen comenzó a sonar con insistencia. Sonó una y otra y otra vez, hasta que por fin la mujer se despertó y, con el sueño impreso en su rostro, contestó la llamada proveniente de un número desconocido. Por la característica, podría haber deducido que era de Sentosa, pero estaba tan adormilada que simplemente tomó la llamada sin pensar en nada más. —¿Señora Anderson? —preguntaron desde el otro lado de la línea. Eileen ahogó un bostezo. —Sí, sí, soy yo. ¿Qué sucede? ¿Quién habla? —La llamamos por el señor Joseph Anderson, su esposo —respondió la voz de una mujer. Eileen se espabiló de inmediato, ante la simple mención del nombre de Joseph. —Perdón, ¿con quién hablo? —preguntó Eileen. —Soy la médica que atiende al señor Anderson —contestó la mujer.—Bien. Dígame qué sucede —pidió, incorporándose rápidamente en la cama. —El señor Anderson está estable. Está fuera de peligro, pero la droga que había en su cuerpo era un somnífero muy potente en una dosis elevada. P
DOS MESES DESPUÉS.Las semanas, tras la descompensación de Joseph y de que Eileen se viese obligada a hablar con Charles y dejarle las cosas lo más claras posible, pasaron con total tranquilidad.Tanto Joseph como Eileen se unieron cada vez más y, pese al hermetismo de Joseph, ambos se abrieron lo suficiente como para que pudieran conocerse mejor y comenzar a apreciarse más allá de lo sexual.Joseph, inevitablemente, había comenzado a sentirse cada vez más atraído por la inteligencia de Eileen. Durante las últimas semanas, habían hablado de absolutamente todos los temas posibles. Le parecía increíble la cantidad de información que aquella mujer, su esposa, podía ser capaz de guardar tanta información. Aún les quedaba una semana, antes de que su luna de miel llegara a su fin. Joseph había planificado todo a la perfección para que esa semana fuera la mejor de todas, mucho mejor que todas las anteriores.Sin embargo, aquella mañana, al levantarse, Eileen lo hizo sumamente mareada y desc
—Esto… Joseph, no sé qué significa esa fotografía —dijo Eileen, sintiendo que de un momento a otro se desmayaría. —¿Segura? —inquirió el hombre, sin creerle ni una sola palabra. Eileen se humedeció los labios. Realmente, no sabía qué decirle. Aquella foto la mostraba a ella con Charles en el bar del hotel. —Si quieres te recuerdo un poco la fecha —dijo Joseph y buscó los detalles de la fotografía, en donde podía verse qué día había sido tomada—. ¿Cómo me explicas que esta foto haya sido tomada la misma noche que a mí me llevaron a la clínica? —Joseph… —comenzó a decir, pero Joseph la interrumpió.—No me vengas con excusas vacías, estoy seguro de que tú me drogaste para ir a encontrarte con él. Ante esta afirmación, Eileen se quedó de piedra. Sabía que se conocían muy poco, pero de eso a creer que ella sería capaz de drogarlo para encontrarse con su ex había un gran trecho. Sí, claro, lo había pensado, pero del dicho al hecho hay mucho trecho, como siempre decía su madre y, tras p
Eileen se humedeció los labios. Se sentía realmente ofendida por lo que Joseph estaba interpretando. ¿Es que acaso no era un hombre inteligente? ¿O había dejado su inteligencia y su capacidad de razonar en Sentosa? —Por supuesto que no —se rehusó. Joseph alzó las cejas, contrariado. ¿Qué diablos se pensaba esa mujer? ¿Cómo se atrevía a oponerse a lo que él consideraba una orden más que una petición? —¿Cómo que no? —preguntó mientras la fulminaba con la mirada. —No pienso arriesgar la vida de mis hijos por tus estúpidas inseguridades —respondió Eileen, enfrentándolo. —¿Estúpidas inseguridades? —preguntó con las cejas arqueadas—. ¿Le llamas estúpidas inseguridades a que me hayas drogado y te hayas ido a encontrar con tu exesposo mientras yo estaba en la clínica? —Su voz era completamente helada. —Joseph, yo no hice eso. No sé cómo hacer para que lo entiendas —repuso con el ceño fruncido. —No lo sé y como no tengo pruebas, el beneficio de la duda, al menos en mi caso, recae en que