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Capítulo 3 - Arreglando el contrato.

La noche anterior, Eileen durmió fatal, pero tenía un compromiso que había asumido y debía cumplirlo.

Se levantó a duras penas, preparó a Malena, la dejó en el colegio y, acto seguido, se dirigió al café que quedaba frente a Anderson Inc.

Cuando llegó, comprobó que el hombre al que esperaba, aún no había llegado, por lo que se sentó en una de las mesas más cercanas a los ventanales, con la intención de verlo llegar.

La camarera se acercó a Eileen y ella le pidió un café doble. Había dormido tan mal que a duras penas podía mantener los ojos abiertos.

En el mismo momento en el que la muchacha se acercó con su pedido, la puerta del café se abrió y Joseph Anderson hizo aparición.

Todas las mujeres allí presentes se voltearon hacia él. Realmente, era uno de los hombres más codiciados de toda la ciudad, por no decir del país. No solo era multimillonario y dueño de una de las empresas más importantes de la industria de la moda, sino que, además, su estatura, sus ojos color del cielo —a pesar de su helada mirada—, su porte atlético y su cabello moreno hacían de él un hombre más que deseable.

Sin pararse a mirar a las mujeres que tenían los ojos puestos en él, Joseph localizó a Eileen y se acercó a ella.

—Buenos días —dijo con tono frío y distante. Todo lo contrario, a como se había comportado el día anterior—. Querías hablar conmigo.

Eileen se humedeció los labios y asintió. Aún no estaba del todo segura de lo que estaba a punto de hacer, pero ya estaba allí, jugada y sin fichas.

—Sí —asintió y tragó saliva—. Quería saber si… el tema del contrato sigue en pie. —Carraspeó, incómoda.

—Ah, veo que te lo has pensado mejor. —El hombre sonrió a medias, como si hubiera sabido desde el principio que ella terminaría por aceptar—. Imagino por qué es. El colegio de tu hija la expulsará, si no pagas, ¿verdad?

—¿Cómo sabe eso? —Eileen frunció el ceño, desconcertada, y miró a su alrededor, al percatarse de que había alzado demasiado la voz.

—Tengo mis fuentes.

—¿Me has estado espiando? —preguntó con incredulidad.

—No —respondió Joseph—, o, al menos, yo no lo llamaría así. —Eileen frunció el ceño—. Solo te investigué de la misma manera que a todos mis empleados. No contrato a cualquier persona, por muy buen currículum que tenga. Quizás a ti te envié a investigar un poco más por el hecho de proponerte un contrato de matrimonio —aclaró.

Aquello hizo que Eileen se sintiera verdaderamente incómoda. Jamás imaginó que se aprovechara de su vulnerabilidad, pero ¿qué podía esperar de un hombre como aquel? Sí, en el contrato constaba que él las mantendría a ella y a la pequeña, pero jamás había creído que había investigado hasta el más mínimo detalle. Detalle que hasta el día anterior, ella misma desconocía.

No obstante, no podía enojarse con él. Necesitaba estar de buenas, que le diera la oportunidad de aceptar el contrato y casarse con él. De lo contrario, Malena perdería su puesto en el colegio y todos sus amigos dejarían de hablarle. Lo último que deseaba para esa pequeña era que sufriera una nueva pérdida, esta vez de sus amigos, y que sufriera una vez más.

—Entiendo —dijo al cabo de un momento—. Y sí, necesito cuidar de esa niña de la manera que sea posible. Ha sufrido demasiado y no quiero que sufra por no poder ir más a la escuela que tanto le gusta y perder los pocos amigos que ha logrado hacer allí.

—Bien, entonces —comenzó a decir Joseph y sonrió de lado—, ¿aceptas la oferta? ¿Accederás a firmar el contrato y a casarte conmigo? —Alzó las cejas.

Eileen le sostuvo la mirada, a pesar de la incomodidad que esta le producía y dijo:

—Lo haré. —Asintió con la cabeza—. Pero tengo un par de condiciones.

Joseph alzó las cejas, sorprendido.

—¿Cuáles?

—No quiero que se me coarte la libertad de seguir trabajando, seguiré siendo tu secretaria, a pesar de que sea tu esposa; necesito que respetes mis tiempos, mis espacios y que cada reunión que tengas a la que deba asistir me la avises con un tiempo prudente de anticipación y que… —Tragó saliva— me des un adelanto de los beneficios.

—Entiendo los primeros puntos, pero…

—Necesito que pagues los doce meses que sabes que se deben de la escuela de la niña. No quiero que la suspendan y solo tengo una semana para depositar una gran suma de dinero en la cuenta del colegio —explicó—. Como ya sabes —se anticipó—, no es nada barato, pero es el mejor colegio en el que ella puede estar. Al menos, en cuanto a aprendizaje. Mira —dijo sacando el folio que le había dado la directora y entregándoselo a Joseph.

Joseph miró la suma de dinero que figuraba en el papel impreso y, a continuación, alzó la vista.

—No es demasiado. —«Eso es porque a ti te sale dinero de hasta las orejas», pensó Eileen, pero no dijo nada—. Puedo adelantártelo, claro. Pero tendremos que agregarlo a una de las cláusulas del contrato y lo deberás firmar antes de que te dé ese dinero.

Eileen suspiró profundamente y soltó el aire con lentitud. Ya se esperaba aquello. Aquel hombre no era idiota y no le daría nada, si no la tenía bien atada; de pies y manos de ser posible.

—Está bien —aceptó.

Ya desde que había decidido llamarlo la noche anterior, sabía que no le quedaba más remedio que aceptar lo que le pidiera, mientras él la respetara ella en las tres simples condiciones que le había marcado.

—Bien —asintió el hombre y se puso de pie. Eileen abrió los ojos de par en par—. Iré a hablar con mi abogado y le pediré que en veinte minutos esté aquí con una copia para cada uno del contrato, con las tres cláusulas que mencionamos durante esta conversación.

Eileen tragó saliva y asintió.

Acto seguido, Joseph salió del bar y, a través de la ventana, Eileen pudo ver que sacaba su móvil del bolsillo de su chaqueta, trasteaba con él un par de segundos y se lo llevaba a la oreja.

***

Veinte minutos después de que Joseph lo llamara, el abogado llegó a la cafetería como si hubiese corrido una maratón. Estaba completamente agitado.

—Perdón, señor —se disculpó, apartando una silla, y tomó asiento.

—No te preocupes, has llegado a horario.

El hombre frunció el ceño, miró su reloj de pulsera y suspiró con alivio.

—Bien, aquí tienen —dijo el hombre, mientras que de su maletín sacaba unos cuantos folios impresos y se los tendía—. Léanlo con detenimiento. Cualquier cosa, si no están de acuerdo en algo, podemos ir a mi estudio y modificarlo.

Eileen y Joseph asintieron, tomaron una copia cada uno y comenzaron a leer con detenimiento.

Después de varios minutos en el que el grupo de tres se mantuvo en silencio, Joseph levantó la cabeza y dijo:

—Para mí está perfecto. ¿Qué piensas tú, Eileen? —preguntó.

La muchacha le hizo una señal de alto con la palma de la mano, pidiéndole que le diera tiempo. Estaba leyendo la última cláusula.

Luego de un minuto más, Eileen frunció el ceño y alzó la vista hacia Joseph, señalando el documento con el dedo.

—Esto no era lo que habíamos hablado —dijo, atónita.

—¿El qué? —preguntó Joseph ladeando la cabeza.

—Aquí dice que serán siete años de matrimonio. ¡Siete! —exclamó—. ¿Acaso no eran cinco?

Joseph inspiró con fuerza y soltó el aire lentamente mientras esbozaba una sonrisa.

—Eso era en el contrato anterior. Por el préstamo tendrás que pagar un tiempo extra. Como no tienes dinero y pasarás a estar a mi cargo, al igual que tu hija, pagarás ese extra con dos años más de matrimonio.

Eileen frunció el ceño y negó con la cabeza. Aquello sí que no lo había esperado en lo absoluto. ¿Siete años de matrimonio con un hombre como él? ¿Siete años encerrada en una relación que no le interesaba? Sí, Joseph le parecía un hombre atractivo y tenía el suficiente dinero como para que ni Malena ni ella pasaran ni la más mínima penuria, pero ¿en verdad valía que le diera siete años de su vida a ese hombre a cambio de esa estabilidad?

«Sí, por Malena lo vale», pensó.

—Entiendo —dijo al cabo de un momento. A continuación, miró al abogado y preguntó—: ¿Tiene un bolígrafo?

—Sí, claro —respondió el hombre y sacó un costoso boli del interior de su chaqueta.

—Bien —murmuró Eileen en un suspiro—. ¡Hagámoslo! —exclamó, dándose ánimos, y comenzó a estampar su firma en todos y cada uno de los documentos, tanto en sus copias como en las de Joseph.

Una vez terminó de firmar cada uno de los folios correspondientes, se los tendió a Joseph, quien rápidamente hizo lo mismo.

En cuanto los documentos estuvieron firmados por ambos, el abogado estampó su firma y su sello, certificando aquel contrato.

—Bueno —dijo Joseph, dando una palmada—. Eso es todo. En un mes nos casaremos y serás la señora Anderson.

Eileen esbozó un intento de sonrisa y asintió, antes de decir:

—¿Qué hay de su familia y de su prometida?

—No te preocupes por ellos, ya me he encargado de todo. —Eileen alzó las cejas—. Sabía que terminarías aceptando, cuando me llamaste anoche, así que me adelanté y dejé las cosas en claro.

Eileen asintió. Con la mirada que le dedicó Joseph en las últimas palabras, comprendió que era mejor no indagar más en el tema.

Lo mejor era que se preparara para cualquier eventualidad. En la oficina había cruzado, en varias oportunidades, con la madre, las hermanas y la antigua prometida de Joseph y sabía que ninguna era trigo limpio ni de fiar, por lo que tendría que prepararse mentalmente para cualquier eventualidad.

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