El convento

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—Muy bien me tienes aquí ya en el helicóptero, ¿Vas a secuestrar a Flaviana Maranello?.

—La voy a matar si es necesario pero primero debo conocer a mi enemigo.

Flaviana Maranello, leo las hojas que tengo en mano, nacida en Roma, registrada como hija de los empresarios Giovani Maranello y Benedetta, su única hija, actualmente tiene 20 años y según la historia de la mafia fue una niña retraída, la fascinación de su madre por la religión y las pocas oportunidades han hecho que viva desde los 15 años en el convento de uno de los países más religiosos en el mundo y me estoy quedando dormido con esto.

—¿No hay nada más? ¿Cómo diablos voy a saber a quién debo atacar?.

—Lo primero que debes hacer es calmarte— me dice— no vas a encontrar a un convento siendo tan mal hablado. ¿Si no la vas a secuestrar qué harás?.

—Mi papá oculto a Gianna por años ante la vista de los demás por la complicación en sus pulmones, una vez que la vio suficientemente fuerte la presentó y el resto es historia, en este caso más de uno sabe que la chiquilla es monja— estamos cerca de llegar— pero nada más, eso me hace pensar dos cosas— analizó la situación— o la ocultan por miedo o porque la hacen ver como un arma secreta para nombrarla.

—¿Por qué ser monja?.

—Debe ser un estropajo incapaz de tentar a nadie y por eso su padre sabe que no va a conseguir una alianza relevante, por eso anda jodiendo queriendo robar lo que no es suyo— me toca ocultar el anillo de calavera que siempre llevo en mi mano.

—¿Cómo vamos a entrar a ese lugar?.

—Espero que aquellas almas altruistas puedan ayudar a este par de angelitos que van a caer del cielo.

Sonrió y veo el pánico en la cara de Italo, pero no doy un paso en falso, muevo el mando de control del aparato haciendo una maniobra que me hace sentir la adrenalina absoluta cuando decido que estrellar el helicóptero es la solución, mi amigo grita diciendo que soy un demente pero no es nuevo, ambos tenemos los cinturones de seguridad y caemos recibiendo los golpes, el aparato esta por explotar y aún con todo y dolor, ambos salimos heridos pero vivos.

—¿Estás bien?— Tiene sangre en la cabeza, está sin un zapato, sucio y me quiere matar.

—¡Animal!

Grita y veo que tengo el brazo con sangre, mi cuello duele al igual que mis piernas, tengo sangre en la ceja pero insisto estamos vivos y vemos a unos kilómetros el convento.

Informó que debemos ir para allá e Italo solo me grita que lo deje procesar que elegí casi matarnos, lo entiendo porque el golpe ha sido tan fuerte como necesario.

—Te odio— me mira y cojeando nos vamos— salvaje.

Se sigue quejando y mejor lo hubiese dejado en casa o en el helicóptero, su cantaleta hace más insoportable el dolor que aqueja mi pierna pero vale la pena porque hemos llegado y le exijo que siga lo que ya le hable.

—¡Auxilio!— es el primero en gritar— ¡Por favor, Dios ayúdame!— su drama es muy actuado— ¡Piedad!— de verdad que un actor se quedó pendejo a su lado y sigue tocando el gran portón— ¡Creo en Dios!.

Giro los ojos y ambos tocamos con fuerza la puerta, el lugar en general tiene un marfil tan puro que sabes dónde estás pero solo me importa la hija de ese imbécil, han pasado varios minutos y la pierna ya se me hinchó mientras al otro le duele todo.

—¡Oh Dios mío!— por fin una mujer cubierta abre la puerta— ¡Jesucristo que pasó!.

Una señora de edad, quizá 65 años con un hábito totalmente blanco al igual que lo que se ponen en la cabeza, solo le veo la piel arrugada y los ojos verdes que grita por ayuda, su crucifijo no podría ser más grande pero me enfoco en que somos auxiliados por ella, tres mujeres más y me sorprende ver un hombre aquí pero resulta que es el jardinero.

El dolor de cada uno es fuerte pero somos hombres de acción, estamos exagerando pero funciona más aún cuando la mujer dice que no pueden tener hombres aquí e Italo se desmaya haciendo que finalmente nos hagan entrar.

—¿Qué les pasó?— nos llevan a lo que supongo es una enfermería— ¿De dónde son?.

Me he tenido que desmayar para darle peso a esto, las monjas hablan entre ellas, hay dos que son un poco más jóvenes, imagino son rubias por el color de sus cejas y hablan en su idioma, el polaco resalta y siento que me quitan la camisa.

—¡Oh Dios!— dice una.

—Están muy lastimados.

—Son hermosos.

Me quiero reír porque la que entiendo es la madre superiora las golpea con una regla larga y pesada y las manda a rezar, las mujeres se van y nosotros seguimos metidos en nuestro papel, nos quejamos de dolor y pedimos auxilio escuchando que pregunta de dónde salimos y deben llamar a la policía.

—Nos van a matar— invento— por favor ayudenos.

Trato de manipular la situación, la mujer está asustada preguntando cómo estamos y le ruego que no diga nada, que somos hermanos y que estamos perdidos pues somos de Turquía y nos querían secuestrar.

—Lo siento mucho, sé que es un problema, lo mejor es irnos, estamos bien— me pongo de pie a medias y me caigo.

—Si no ayudamos al prójimo, ¿Que somos?.

Escucho al jardinero que resulta es una especie de fraile, me estoy mordiendo la lengua para no soltar mis maldiciones porque de verdad me duele el cuerpo, es una m****a ver esto y observo mejor todo cuando acceden a que expliquemos que paso, soy yo el que habla porque si no Ítalo hará más drama e inventó rápido que somos los hermanos Yilmaz, veníamos dejando café, nos asaltaron, nos iban a secuestrar, el helicóptero se estrelló y nuestros jefes nos querrán matar.

—Eso es muy exagerado hijo mío— dice y arrugó las cejas porque tengo una sola mamá— fue un accidente, ustedes son las víctimas.

—No tiene idea de lo que son capaz.

Y yo tampoco, me estoy aburriendo, ya estoy dentro del convento, con una sola mano puedo joder a esta gente y llevarme a la mujer esa pero las palabras de la madre superiora dicen que en nombre de Dios nos ayudarán, que nuestras heridas deben sanar, debemos comer y una de las mujeres a las que golpeo trae un botiquín.

—Retirense.

No quiere que caigan en tentación y eso eso es más cansado que el calor que hay, la novicia mira no solo mi cara si no se mi cuerpo, estoy magullado pero se lo que tengo, no voy a ser humilde, me cuido y esfuerzo por mantener un buen físico, la novicia babea y me quiero reír cuando la religiosa la grita y termina por irse casi llorando.

Después de un buen rato tengo unas vendas en la cintura, una bendita en la ceja, la pierna me late, Italo también ha sido curado y nos dicen que debemos comer, las preguntas que nos hacen siguen teniendo la misma respuesta, ya nos pusimos de acuerdo y el papel de víctima me fastidia pero no tengo de otra, planeo encontrar a esa mujer para llevarla con su padre, su vida por la honra de mi hermana y la organización.

—¿Vas a seducir a una monja?— Italo susurra y se ríe.

—No seas pendejo.

Nos sirven unos tazones con sopa y solo la pinta me da asco, no estoy acostumbrado a comer agua con verduras pero todas las mujeres disfrazadas de pingüinos nos miran con caras amables esperando que me trague eso.

—No tengo hambre— no sé cómo Italo está comiendo eso— muchas gracias— las miro— ¿Pasa algo?.

—No es nada— la vieja las mira mal y todas agachan la cabeza.

—Nunca pensé que hubieron tantas mujeres entregadas a la vida religiosa, es un gran sacrificio.

—No lo es cuando amamos al señor.

Responde y las miro a todas, la mayoría son rubias, algunas se ven joven, el italiano es rubio así que empiezo a seleccionar mis objetivos, una que otra tiene cara interesante pero no dicen su nombre, están mudas, esto es un fastidio.

—Estamos muy agradecidos, esto está muy bueno— apenas le he dado una cucharada.

—Que bueno que les guste, Flaviana es una gran cocinera— tengo a mi presa.

—Habrá que agradecerle.

—Está ocupada, por ahora deben comer y descansar, nosotras haremos nuestras oraciones y buscaré un lugar donde puedan descansar.

Todas se levantan pidiendo permiso que le es concedido, más que monjas parecen militares, apenas se les ve las manos y forman una fila llevando sus platos y regresando para ponerse frente a la monja mayor, son muchas, están casi pegadas, las miradas bajan cuando ella está al frente y veo el orden excesivo, enfocado hasta que los ojos más celestes que he podido ver en mi vida me miran por micro segundos.

—La cena estuvo deliciosa— le susurran y ella medio sonríe bajando la mirada— gracias Flaviana— “Esos no son ojos de un monstruo”.

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