Demie salía corriendo hacía la mansión para buscar a su jefe. Estaba muy preocupada por su estado después de lo ocurrido en el puerto, sabía que las consecuencias del ataque de la familia Gambino habían desestabilizado a Riccardo.
La mujer que dirigía con mano dura el ejército del hombre más temido de las aguas del mediterráneo, vio a su líder, el centro de toda su organización totalmente perdido, arrodillado en la orilla de la playa a la vez que los rayos del Sol comenzaban a rozar la arena.
Todo se estaba volviendo oscuro, lo único que Riccardo podía ver era la sangre de la niña en sus temblorosas manos. El calor del líquido rojo que escapaba entre sus dedos, lo hizo regresar directo a los dolorosos recuerdos que lo atormentaban todos los días sin cesar. Ese era el precio que estaba obligado a pagar por ser un superviviente, un precio demasiado alto para un hombre que había sufrido lo indecible.
—Era una niña… Solo era una niña inocente… no, no puede estar muerta… ¿por qué… por qué le hicieron eso…por qué tanta maldad…por qué?... Ella solo era un ángel, no… no puedo salvarla… no puedo salvar a nadie…—Riccardo desvariaba diciendo cosas incoherentes. No podía tener un pensamiento claro, pues todos se mezclaban con aquella pesadilla que solía tener aún estando despierto.
Ver a la niña que encontró en uno de sus barcos herida por una bala que estaba destinada a él lo dejó totalmente consternado.
—Fue mi culpa, está muerta por mí… por mí culpa. No la he protegido… está muerta…
Una bofetada lo sacó de ese estado catatónico. Demie lo trajo de vuelta a la realidad utilizando el dolor físico. Esa era la única medicina que el Don conocía.
—¡Está viva, Riccardo, la niña está viva! —bramó Demie agarrando bruscamente su rostro, hablando con autoridad. —Esa niña no es Amelia. No está muerta como ella, la chiquita que está ahí dentro sigue respirando y es gracias a ti.
Riccardo respiró con más calma mientras Demie limpiaba la sangre de las manos con el agua del mar. Pero estaba segura de que no sería suficiente para alejar los demonios de su jefe y amigo. Estos estarían incrustados en el alma del italiano hasta los últimos días de su vida.
—Según el doctor ha sido un milagro. El disparo casi alcanza su corazón por unos centímetros, pero el proyectil salió por la espalda sin rozar ningún órgano vital. —explicó Demie muy despacio, haciéndole recordar algo que le había contado el médico media hora antes.
—Está viva… ella está viva… —murmuró Riccardo echando sus cabellos hacia atrás, echándose el agua salada en la cara. Por unos instantes volvió a perder la poca cordura que le restaba, y eso era un lujo que no se podía permitir muy a menudo.
—Está viva y pronto se recuperará. —afirmó Demie dándole palmaditas en la espalda.
Demie tenía que contarle lo que había descubierto a cerca de las dos chicas, pero en ese momento eligió callarse. No podía arriesgar a que Riccardo perdiese la cabeza por la posibilidad de tener un peligroso enemigo tan cerca.
Riccardo se incorporó con la urgente necesidad de ver a la niña con sus propios ojos, y poder asegurarse de que estaba realmente bien y a salvo. Demie intentó seguirlo, pero iba tan rápido que era prácticamente imposible alcanzar sus pasos.
En la habitación Sabrina hacía una trenza en el cabello a su hermana, buscando calmarla después de que Nayla despertara de la anestesia asustada.
-Vas a estar bien, no me voy a ir de tu lado, hermanita, te lo juro. Te juro que nadie más te hará daño. -aseguró Sabrina que todavía tenía el miedo en el cuerpo por lo que había sucedido, entonces aquel hombre enorme de espalda ancha y mirada severa abrió la puerta de sopetón.
Sabrina cubrió su rostro con el velo y su hermana se escondió debajo de las sábanas. El corazón de Riccardo se encogió por la niña. Aunque no sabía exactamente cuál era el motivo, le dolía que tuviese miedo. Como si él fuese un monstruo.
Sus miradas de encontraron y Sabrina volvió a perderse en el brillo de aquellos ojos, pero recordó su situación en aquella casa, pues Demie le había dejado muy claro que eran ahora prisioneras hasta último aviso, aunque en realidad por parte de aquellas personas solo había recibido buenos gestos y amabilidad cuando su hermana recibió un disparo. Entonces con timidez Sabrina prestó su agradecimiento al hombre que salvó la vida de su hermana.
-Gracias. -murmuró bajando la mirada y Riccardo frunció el ceño sorprendido.
-¿Hablas mi idioma?
Sabrina asintió evitando su mirada.
-Hablo seis idiomas, entre ellos el italiano. -contó la joven dejando impresionado al mafioso. -Estaba estudiando para ser traductora. En mi país las mujeres que tienen esa profesión son tratadas con algo más de respeto y alcanzan más privilegios, pues son necesarias. -Sabrina miró a su hermana pasando la mano por su cabecita y se armó de valor para volver a mirarlo. -Gracias por salvar mi hermana.
Riccardo miró a la niña con curiosidad, pues pensó que se trataban de madre e hija, pero estaba claro que se había equivocado.
Nayla lo observaba con miedo, pero también con una pizca de curiosidad. El italiano era muy distinto de los hombres que había visto en su país, y aunque le causaba mucho miedo también tenía interés por la persona que había amenazado a su hermana horas antes con una pistola.
Riccardo se dio cuenta de su mirada curiosa, pero cuando la miró directamente a los ojos Nayla volvió a esconderse bajo las sábanas llorando.
Sabrina se sentó a su lado con rapidez y agarró su mano para tranquilizarla. Una actitud que enterneció a Riccardo.
-¿Qué tiene la niña? -preguntó Riccardo evitando demostrar demasiada preocupación. -¿Está muy asustada todavía?
Sabrina lo miró con interés. Por la manera como las miraba era evidente que estaba más preocupado de lo que quería demostrar.
-El miedo es parte de nuestra rutina desde hace varios meses. Solo se ha intensificado porque ahora está herida y así se siente muy desprotegida. -explicó Sabrina buscando calmar a Nayla, pero el ceñito fruncido de la niña hablando en árabe con su hermana era una señal de que le hacía falta algo más. -Dice que siente muchas molestias en el hombro.
-Es normal, el doctor aseguró que estará bien, pero que necesita descansar. -explicó Riccardo con disimulada indiferencia, pero ver a la niña llorar lo tenía con el corazón apretado. En ese estado no iba a poder dormir.
Riccardo miró a las dos hermanas, asomó la cabeza en el pasillo para ver si sus hombres estaban demasiado cerca, pero al ver que estaban lo suficientemente lejos cerró la puerta bajo la atenta mirada de Sabrina.
Para la sorpresa de las dos hermanas Riccardo ocupó la silla que estaba al otro lado de la cama, desconcertado y sin poder mirar a la chica a los ojos se centró únicamente en la niña. Entonces comenzó a cantar un villancico navideño en italiano.
Nayla no entendía absolutamente nada de la letra, pero la voz de Riccardo era tan dulce que llenó su asustado corazoncito de paz.
Riccardo estuvo con ellas hasta que las dos cayeron en un sueño profundo. Por la ropa sucia de Sabrina estaba claro que habían pasado por mucho, y que para llegar hasta Italia habían tenido que seguir un duro camino. Sumado a la guerra, tuvieron que toparse con un maldito animal que quería verlo muerto, y aquella niña acostada en aquella cama con una herida de bala agarrando la mano de su hermana, fue la que pago el precio.
La culpa era algo que lo perseguía a diario. Riccardo tomó una manta y cubrió a las dos hermanas con mucha delicadeza para no despertarlas, luego salió de la habitación con una sola intención en mente. Cobrar con sangre las lágrimas de aquel ser inocente.
-¿A dónde vas Riccardo? -inquirió Demie corriendo detrás de él cuando lo vio salir de la habitación con como un huracán. -¡¿Riccardo dime a dónde piensas que vas?
Riccardo se giró para verla y soltó una orden.
-No quiero te muevas de esa puerta, vigílalas a las dos, que nadie se acerque a ellas. Asegúrate también de que no intente escapar. Algo me dice que esa chica no tiene la intención de quedarse en una jaula, la veo capaz de buscar una manera de huir.
-Riccardo hay algo que necesito decirte sobre ellas. -Demie intentó advertirle de lo que había descubierto, pero Riccardo no tenía cabeza para escuchar nada.
-¡Ahora no, Demie! -respondió exasperado. -Cuando regrese hablamos, solo haz lo que te digo por una única vez en tu vida.
-¡Dime por lo menos adónde vas! -exigió Demie que estaba encargada de protegerlo, pero no podía hacer nada cuando actuaba con tanta terquedad.
Riccardo la ignoró, en lugar de responder a su mano derecha, se arrancó la camisa y ordenó.
-¡Betas, a las lanchas!
Seis hombres siguieron a Riccardo mientras que este se desvestía hasta quedar únicamente con sus boxers negros.
Uno de sus generales le entregó un traje oscuro de agua, estaba hecho especialmente para las misiones que el italiano hacía por mar. Otro le entregó un cuchillo de sierra que Riccardo guardó en la cintura. Se armaron hasta los dientes y lo seis soldados más experimentados de Lucchese siguieron a su líder hasta las motos de agua que había en la playa. Todas hacían conjuntos con aquellos trajes que marcaban cada músculo de esos hombres poseedores de una anatomía majestuosa. Riccardo destacaba, no solo por su cuerpo, sino que también por la hermosura de su rostro. Poseía la cara de ángel, una mascará que escondía un espíritu considerado inhumano para muchos.
Desde la ventana de la habitación dónde las dos hermanas dormían, Demie vio a su jefe abandonar la isla con sus mejores soldados. Los Betas que seguían a su jefe hasta el infierno si fuese necesario. Ella también estaba dispuesta a hacerlo, a cualquier coste, incluso si necesitaba matar a dos inocentes para protegerlo...
Demie sujetó su pistola y posó la mirada en la joven que dormía al lado de su hermana pequeña. Si tenía que matar a aquella mujer para proteger los intereses y el imperio de Riccardo, lo haría sin pensarlo dos veces.Unas horas después del disparo que Nayla recibió, Riccardo volvía tener las manos manchadas de sangre, pero esta vez no sintió culpa o desesperación. Solo había placer, un profundo e intenso placer.-¡Mi hijo no sabía que la mercancía era tuya! -gritó Giacomo Gambino, el cabecilla de la familia que se atrevió a invadir el territorio del Señor del Mediterráneo.-¡Conoces perfectamente mis barcos, tanto tú como esos energúmenos a los que llamas “hijos”! -lo desmintió Riccardo con una calma moderada soltando el cuerpo de un hombre que había matado con sus propias manos. -Pensabas que estaba debilitado por la falta de mercancía, que iban a poder conmigo, pero ahora sabes que te has equivocado y Andrea hizo algo imperdonable que yo jamás olvidaré. Aunque esté muerto ustedes ta
Mirando fijamente el azul de sus ojos, Riccardo acortó la distancia entre ellos, rezando para que ella no percibiera que él estaba temblando de los pies a la cabeza. Por dentro era como un niño asustado. No podía explicarse como la mirada de una mujer lo tenía tan intimidado.Sabrina no sabía que le causaba más temor, estar desnuda y a solas con el mafioso que sujetando una pistola la miraba como si fuese el enemigo, o todo lo que Riccardo le estaba haciendo sentir.Su espalda se arqueó, todos sus músculos se pusieron rígidos y un escalofrío erizó toda la piel de Sabrina cuando Riccardo señaló las tres líneas en su costado con el cañón de la pistola. Lo más impresionante es que cuando separó sus labios y su voz inundó el ambiente, la bebita en su pancita comenzó a darle fuertes patatas. Sabrina pensó que su hija tal vez podía sentir todo lo que el italiano le provocaba.-Sé lo que significa esto, sé que tienes un dueño. Así que te daré una sola oportunidad de hablarme con la verdad, p
En el pasillo Demie daba vueltas como loca, imaginando lo que Riccardo podía haber sido capaz de hacer en caso de que la chica fuese una espía. También le preocupaba como la llegada de las dos hermanas había afectado a su jefe.En el momento que Demie vio a Riccardo salir de la habitación, corrió hacia él para averiguar qué había pasado, aunque no escuchó ningún disparo y eso podría ser buena señal. Aunque obviamente también Riccardo podía haber matado a la muchacha con sus propias manos.-¿Está muerta? -preguntó Demie con ansiedad, revisando si había algún rastro de sangre en las manos de Riccardo.-Está viva y seguirá así mientras permanezca en esta casa sin cometer ninguna estupidez. -anunció Riccardo y Demie frunció el ceño. -Te encargarás de ellas, esa es tu prioridad ahora.-Sabes muy bien cuál es mi verdadera prioridad Riccardo, no tengo tiempo para ser la niñera de nadie. -rebatió Demie molesta.-Pues ahora tienes dos prioridades, ese es tu trabajo.-afirmó Riccardo con autorid
—Puedes mandarlas de vuelta por el mismo camino que las trajo hasta aquí. —opinó Enzo y Riccardo lo miró molesto.—No soy un monstruo. —gruñó Riccardo y Enzo se puso de pie para encararlo.—Los tres lo somos, Riccardo. —afirmó Enzo. – Recuerda el baño de sangre en las calles de Italia cuando cobramos nuestra “vendetta”, todavía tengo pesadillas con aquellos días.—No podemos comprar esta guerra Riccardo. —añadió Demie con frustración. Era duro tener que admitirlo, pero el peligro era inminente. —Si decides pelear, será tu última pelea.—En eso estoy de acuerdo con Demie. —confesó Enzo. —Eres un hombre temido, nadie se atreve a venir aquí para enfrentarte y sacarte de tu trono, por eso te puedo asegurar que cuando los soldados del Hamás decidan atravesar el Mediterráneo, las demás familias que gobiernan de verdad este país no moverán ni un dedo para ayudarte. Estarás solo y no creo que quieras arriesgarlo todo por una desconocida. —Enzo miró a Riccardo desconfiado. Era evidente que est
-¿Todavía te duele mucho el hombro? -preguntó Sabrina preocupada acomodando a Nayla a su lado en la cama.La niña asintió sin dejar de mirar la cruz de oro con la que despertó una mañana. Sabrina le explicó que fue un regalo de bienvenida de Riccardo. Aunque ella no sabía que significaba realmente. Cuando el italiano puso el colgante en el cuello de su hermana, Sabrina tuvo la sensación de que se trataba de una especie de ofrenda.-¿Me la puedo quedar para siempre, Sabrina…aunque no creamos en este símbolo? -preguntó Nayla haciendo un puchero, y Sabrina asintió mirando a su hermana con ternura.-No estaría bien de tu parte rechazar el regalo de nuestro anfitrión. -contestó Sabrina pasando la mano por los cabellos de Nayla. -El señor Lucchese ha sido muy bueno con nosotras. Por lo tanto, debemos mostrarle gratitud y respeto.Nayla asintió antes de guardar su colgante. Se había convertido en un pequeño tesoro para ella.-Ese señor a veces me da un poquito de miedo, pero algo me dice que
El hombre soltó aquella advertencia y cerró la puerta dejando a Sabrina asustada.La muchacha rápidamente puso los auriculares en los oídos de Nayla. Sonaban canciones de cuna que solían cantar en Palestina. Sabrina no dudó en hacerlo al escuchar otro ruido, esta vez mucho más fuerte. Cómo si un huracán estuviese derrumbando las paredes de aquella mansión.Era como si la impetuosa tormenta que asolaba el Mediterráneo hubiese entrado en la casa que vio nacer a Riccardo Lucchese, pero cuando Sabrina escuchó el primer grito supo que esa tormenta no provenía de fuera, sino que del corazón del italiano. Faltan pocos días para Navidad, y con esta fecha llegaban los demonios que atormentaban el dueño y señor de aquellas aguas.Sabrina se sentó pegada a la puerta intentando escuchar que estaba sucediendo, por qué Riccardo parecía haberse convertido en una bestia de repente. Fue cuando puso atención a sus gritos, a los golpes que pegaba a lo que fuese que encontraba por su camino. No era rabia
En ocasiones daríamos cualquier cosa para borrar de nuestra memoria algunos acontecimientos en especial, sobre todo aquellos en los que hemos pasado miedo, angustia, tristeza o dolor.Sabrina quería arrancar de su cabeza su noche de nupcias y todas las que siguieron al lado de su marido, más aún cuando asoció la imagen de Riccardo, semidesnudo inclinándose sobre ella, a la del hombre que la obligó a servirle como mujer.Riccardo la sintió temblar bajo sus músculos. Sabrina estaba casi congelada, pero él no se detuvo ante la expresión atemorizada de su rostro. Solo necesitaba sentirla, lo más cerca posible.A su vez Sabrina deseaba huir, pero el miedo era tan grande que la tenía totalmente paralizada. Estaba esperando lo peor cuando Riccardo la miró a los ojos y puso la mano sobre su pecho. Lo único que el italiano sintió fueron los latidos de su acelerado corazón, y quedó hipnotizado por su mirada asustada. Esos dos ojos que brillaban como dos preciosas piedras de zafiro. Eran como u
La belleza rumana que llevaba un par de meses calentando la cama del capo, bailaba para él con total sensualidad. Movimientos lentos y provocativos, que buscaban despertar la pasión desenfrenada de Riccardo, pero que no ganaron ni tan siquiera una simple mirada de este. No recibió absolutamente nada de su atención, a pesar de su harto empeño en seducirlo.Los ojos grises de Riccardo estaban sumidos en el líquido que llenaba su copa, y el hielo que se derretía en él. Pensaba en Sabrina, en el azul de sus ojos y en el calor de su frágil cuerpo. Era desesperante saber que no podía sacar su voz, su olor, su maldito rostro de sus pensamientos.Riccardo era un hombre de mundo. Después de perder a su familia se dedicó a evadir los malos recuerdos de cama en cama con una infinidad de mujeres, pero nunca en la vida había sentido algo parecido por ninguna de sus amantes.El italiano levantó la mirada para echar un ojo a la mujer que tenía los ojos puestos en él, como si quisiera devorarlo. Sabí