Riccardo le hizo el amor encima de aquel escritorio, se volvió a entregar a ella pidiendo a Dios que les diera una oportunidad más, solo una más de algún día volver a ser felices. Era una despedida, pero también era una declaración de amor eterno.Una hora después, abrazados en la alfombra persa del despacho. Alguien tocó la puerta rompiendo ese instante que Riccardo deseó que fuese eterno para ellos.Riccardo vistió su ropa sin explicarle a Sabrina lo que vendría a continuación.-Me tienes decir qué está pasando. -pidió Sabrina con el corazón en la mano. Tanta incertidumbre iba a volverla loca.Riccardo la vistió con su camisa, pero no contestó a su pregunta. Sabía que Sabrina jamás aceptaría lo que iba a tener que sacrificar para mantenerlas, a ella y a sus niñas, con vida.Luego, dejando a su mujer aún más afectada por su silencio. Riccardo salió con ella del despacho y se la encargó a Demie para que la ayudara a prepararse.-¿Está todo hecho? -preguntó Riccardo a Enzo.-En quince
Con la cabeza en alto, cargando dos pistolas semiautomáticas y escuchando en su interior como el último pedacito de su corazón caía en un agujero, profundo, oscuro y sinfín que Sabrina estaba dejando en su interior, Riccardo recurrió a la única motivación que tenía para seguir respirando, para seguir siendo un monstruo…el deseo de venganza.Riccardo miró a sus Betas, hombres que no temían nada y que vivían exclusivamente para ser su sombra. La lealtad a su capo los había llevado hasta aquel momento, dónde seguramente terminarían perdiendo la vida. Eran muy pocos para hacer frente al grupo de terroristas que atravesaban aquellas barricadas. No había esperanza, no había seguridad de salir ilesos o con vida de aquel aeropuerto. Pero no se echaron atrás, en sus miradas Riccardo solo podía ver decisión, estaban decididos a dar la vida por él, y él por ellos si así fuera necesario.Demie jugaba con sus cuchillos esperando la batalla. Era madre y tenía la consciencia de que tal vez no volver
Riccardo acompañado de la Quimera, y de los ocho capos, irrumpió en aquella sala de espera dónde Nihad se refugiaba. Salvatore y Enzo se encargaron de matar a los pocos hombres que protegían al heredero del imperio del terror que había levantado el Hamás. Nihad con toda su altanería esperaba por Riccardo sentado en un sillón, en medio de la sala de espera.Nihad aplaudió la hazaña de Riccardo con una sonrisa burlona en su rostro, viendo como el amante de su esposa caminaba hasta él con una furia en su mirada que causaba escalofríos en los demás presentes, pero Nihad estaba dispuesto a seguir desafiándolo. Después de todo, para él la muerte era una gloria y no un castigo.—Hermoso todo lo que has hecho para mantener a mi esposa con vida, incluso a mi hija. Por qué recuerdas que es mi hija, ¿cierto? —Nihad provocó a Riccardo creyendo saber a quién se enfrentaba.—No eres digno de llamarla hija, esa niña es mía…no de un maldito violador como tú. —gruñó Riccardo desbloqueando su pistola
Los días se hacían cada vez más largos, la soledad más insoportable. El amor también puede ser una maldición o una especie de castigo cuando no puedes estar con el ser amado. La cama estaba fría, sus manos estaban vacías y el silencio se había convertido en su única compañía. Riccardo había pasado la mayor parte de la noche sentado en un rincón en aquella habitación del faro, en su playa secreta. El lugar en el cual entregó su corazón a Sabrina.Al principio intentó por todos los medios continuar con su vida, con la esperanza de volver a ver a su mujer. Enzo las estaba buscando, utilizaba sus contactos para llegar a Sabrina y a las niñas, pero su amigo en la CIA no tenía acceso a esa información. El Gobierno de los Estados Unidos la había escondido como si fuese una joya que debería estar oculta del resto del mundo.Era como si no hubiese existido, como si todo no hubiese pasado de un hermoso sueño. Aquellas Navidades a su lado, el primer beso, la primera noche de amor, las promesas,
Había mucha razón en las palabras de Sabrina, pues aquel italiano seguía siendo suyo, hasta la última médula de Riccardo Lucchese era de Sabrina Mansour. Pero aquella misma noche un milagro volvería a suceder en sus vidas, ese milagro que tanto esperaban.-Por favor Demie, necesitamos a Riccardo. -dijo uno de los capitanes que llevaba años trabajando para el italiano. -Muchos te tienen miedo, te respetan, pero cada vez hay más rumores de que el jefe se volvió loco definitivamente. Eso es una amenaza para nuestros negocios, una debilidad de la cual nuestros enemigos se podrían aprovechar.-¡Que venga el que quiera, Fausto! -vociferó Demie. -Ahora Riccardo es más peligroso que nunca. Aquel que se atreva a atentar en su contra, terminará muerto. Que venga el que sea a comprobar si nuestro rey está o no loco. Se llevarán una sorpresa cuando descubran que siempre han estado en lo cierto, si es que luego consiguen escapar de su furia.Demie resopló con fastidio dando la espalda al capitán.
Aquella noche mágica había llegado, y con ella vendría ese tan deseado milagro que todos necesitaban.La Navidad no existía para los musulmanes, pero para Sabrina se convirtió en una fecha perfecta para soñar, para alimentar sus esperanzas. Era el mejor día del año, para recordar lo que era el amor y sentirse afortunada de haberlo encontrado.Bajo el árbol había algunos regalos que Nayla había recibido por parte de trabajadores de Organizaciones dedicadas a ayudar a mujeres desprotegidas y en situación vulnerable, como era su caso. También habían algunos obsequios de agentes que se habían encariñado con su familia en el tiempo que llevaban bajo protección. Pero todos esos regalos seguían envueltos, en el mismo sitio.-Es muy tarde cariño, es hora de ir a la cama. Mañana será un nuevo día. -anunció Sabrina mirando a la niña, quien estaba pegada a la ventana viendo la nieve caer que cubría los tejados de las casas vecinas con su hermoso manto blanco.Nayla observaba como apagaban las lu
Riccardo se encontraba sentado en la escalinata de aquella casita blanca donde encontró a su familia, esperaba la llegada de un invitado especial.-¿No me vas a decir a quién estás esperando? -preguntó Sabrina sentándose a su lado y apoyando la cabeza en su hombro.-Estará casi al llegar. -los dos sonrieron escuchando las voces de Nayla y Alessandro que jugaban con la nieve en el jardín trasero mientras que los más pequeños echaban una larga siesta.La felicidad de aquella conexión que habían creado los dos niños entre ellos tenía a todos emocionados. El brillo en los ojos de Alessandro cuando volvió a ver a Nayla fue realmente precioso y cómo ella lloró de felicidad al abrazarlo después de tanto tiempo. Desde que aquella mañana, Nayla y Alessandro no se había separado. Incluso fue gracioso verlos tomar el desayuno dados de la mano todo el tiempo.-Ale parece muy feliz. -pensó Sabrina en voz alta y Riccardo apoyó la cabeza en la suya.-Mi ahijado es un niño feliz, más aún estando cer
-Papá, nos estás asustando. -habló Sabrina con la respiración entrecortada mirando por la ventana del auto en el que iba a toda velocidad. Estaba huyendo de Gaza con su padre y hermana de siete años. -¿A dónde no estás llevando?...Por favor, tienes que decirme algo…-Tranquila cariño, todo saldrá bien. -aseguró Naim con un nudo en la garganta. Mirar por el retrovisor y ver a sus hijas tan asustadas le partía el alma, pero tenía que ser fuerte y continuar por ellas.-Por favor, papá, llevas horas conduciendo y sabes que no servirá de nada. Nos van a encontrar. -se desesperó Sabrina abrazando a su hermana pequeña que no dejaba de llorar.Con tan solo siete años, la niña había presenciado las escenas más duras que cualquier ser humano podría llegar a soportar. Lo único que calmaba su inocente corazón era levantar la cabeza y ver a la bella joven de ojos azules que la abrazaba con todas sus fuerzas. Su hermana mayor era su lugar seguro en el mundo.Sabrina fue obligada a vivir una horribl