La Protegida del Mafioso
La Protegida del Mafioso
Por: Paula Da Rocha
Capítulo 1: Todo o nada...

-Papá, nos estás asustando. -habló Sabrina con la respiración entrecortada mirando por la ventana del auto en el que iba a toda velocidad. Estaba huyendo de Gaza con su padre y hermana de siete años. -¿A dónde no estás llevando?...Por favor, tienes que decirme algo…

-Tranquila cariño, todo saldrá bien. -aseguró Naim con un nudo en la garganta. Mirar por el retrovisor y ver a sus hijas tan asustadas le partía el alma, pero tenía que ser fuerte y continuar por ellas.

-Por favor, papá, llevas horas conduciendo y sabes que no servirá de nada. Nos van a encontrar. -se desesperó Sabrina abrazando a su hermana pequeña que no dejaba de llorar.

Con tan solo siete años, la niña había presenciado las escenas más duras que cualquier ser humano podría llegar a soportar. Lo único que calmaba su inocente corazón era levantar la cabeza y ver a la bella joven de ojos azules que la abrazaba con todas sus fuerzas. Su hermana mayor era su lugar seguro en el mundo.

Sabrina fue obligada a vivir una horrible pesadilla, cuando todavía no había cumplido ni los veintiún años cuando fue prácticamente vendida a un hombre cruel que la convirtió en su esposa, pero aún contra todo pronóstico se mantenía firme y fuerte. Juntas vieron a su madre morir a causa de una bomba que cayó muy cerca del jardín en la propiedad que su familia se escondía. También tuvieron que presenciar la muerte de sus hermanos mayores y de sus familias. Todo parecía estar acabado para ellos, no había esperanza de un futuro en su tierra natal.

El corazón de Sabrina no podía soportar más sufrimiento, su ciudad Natal estaba ardiendo en llamas, sus calles bañadas con sangre. Gaza se había convertido en el infierno. Su país, Palestina, estaba en medio de una guerra y no había ni una sola esperanza de encontrar la paz.

-Papá por favor, déjame bajar del auto. -rogó Sabrina sabiendo que no huían únicamente de la guerra. -Nayla y tú tienen la posibilidad de escapar, pero yo…yo no. Huye papá y déjame aquí.

-¡No, Sabrina, por favor no me dejes! -suplicó Nayla escondiendo el rostro en el costado de su hermana, aferrándose a ella.

-No pienso dejarte aquí. Cometí ese error hace meses, y no pienso volver a hacerlo. -respondió Naim con vehemencia viendo por el retrovisor cómo las lágrimas caían por las mejillas de su hija mayor.

-Conmigo no podrán huir. Nos encontrará papá, y no podría soportar perderos a ustedes también. Él no te va a perdonar por haberme ayudado, y lo sabes.

-Confía en mí, Sabrina, confía en tu padre...aunque no lo merezca, pero te pido por favor que esta vez confíes en mí.

Lo últimos integrantes de la familia Mansour llegaron a un puerto abandonado a varios kilómetros del centro de Gaza, dónde un viejo amigo de Naim esperaba por ellos junto a otros tres hombres.

-Gracias Abdel, gracias de verdad por acudir a mi llamada. -habló Naim con la respiración acelerada. Era de madrugada y había muy poca luz en el lugar.

Desde dónde estaban podían ver como las bombas que caían en algunos puntos de Gaza iluminaban el cielo, todavía estaba amaneciendo, pero el humo mantenía aquella zona bajo una sombría oscuridad. Era cómo asistir el fin del mundo.

-Debemos hacer esto rápido Naim. Yo también necesito huir con mi familia cuanto antes. Ya hemos perdido mucho y no quiero perder a otro hijo más. -contestó Abdel acompañándolos con prisa hasta un barco cargado con algunos contenedores marítimos.

Sabrina se puso tensa, fue como si un agujero negro se abriera en su pecho al verlos. No estaba segura del color pues no había mucha luz, pero parecían ser negros y por los hombres que habían en la extraña embarcación, la joven tuvo la sensación de que su carga no era algo lícito.

Los hombres movieron unas cajas que habían en el interior de uno de los contenedores. El único que permanecía abierto esperando por las dos hermanas. Allí había un pequeño espacio, demasiado estrecho para las dos, pero suficiente para mantenerlas ocultas y protegidas durante el viaje.

-¿El viaje será seguro para mis hijas, Abdel? -preguntó Naim mirando a su amigo con ansiedad y el corazón de Sabrina subió por la garganta al escuchar a su padre.

-Esa gente elige las rutas más largas y más peligrosas para atravesar el Mediterráneo sin atraer la atención de la policía, por eso su mercancía siempre llega entera a su lugar de destino. -aseguró Abdel. -No te puedo asegurar después Naim, pero mientras estén en este contenedor, tus niñas estarán a salvo.

Naim asintió aguantando sus ganas de llorar, luego se giró para ver por última vez a sus hijas.

El hombre abrazó a su niña pequeña, entregó su destino en las manos de Alá y la envolvió en una manta antes de ayudarla a entrar en el escondite.

Aprovechando que Nayla no podía escuchar la conversación, Naim agarró las manos de Sabrina entre las suyas y avergonzado abrió su corazón a uno de sus mayores tesoros.

-Espero que algún día me puedas perdonar por haber robado tu futuro y desgraciado tu vida. -habló con sinceridad y Sabrina limpió sus lágrimas, no había rencor en su corazón. -Estabas feliz en tu Universidad en Inglaterra. Luchaste por tener algo más en esta vida y yo te lo arrebaté en mi estúpida ignorancia de creer que hacía lo mejor para ti. Solo espero que ahora tu hermana y tú puedan encontrar la libertad o quien sabe, la verdadera felicidad.

-Está todo olvidado papá, no pensemos en el pasado pues ya no tiene sentido hacerlo. El pasado, pasado está.-respondió Sabrina acariciando su rostro, luego miró alrededor y preguntó. -¿A dónde no estás enviando?

Sabrina sabía que aquel no era un barco para refugiados, pues todos iban repletos de personas y en aquel sólo habían recibido a ella y a su hermana pequeña.

-¿Por qué nos separamos aquí, papá?, podías haber conducido hasta Jordania cómo tantos otros lo han hecho.-Sabrina interrogó a su padre sin poder entender la motivación de sus decisiones. —Nayla y tú hubiesen tenido una oportunidad sin mí.

-Jamás te abandonaría, hija mía y no puedes caer en manos de las autoridades ahora Sabrina.-contestó su padre con firmeza. -Si llegan a ver la marca en tu cuerpo sabrán quién eres y entonces estarás perdida. En cuestión de horas estarías de regreso y sabes lo que ocurriría. Esta es tu única salida, mi niña.

Sabrina estaba angustiada, el miedo y la incertidumbre comenzaban a apoderarse de su ser y sentía que se ahogaba en el desespero.

-¿Entonces quién nos estará esperando al otro lado, papá?-inquirió abrazando su cuerpo. Naim agarró el rostro de su hija antes de responder con la verdad.

-Cuando llegues a tu destino final encontrarás a tu salvación o la muerte...

-Papá...-balbuceó Sabrina asustada.

-Es todo o nada, hija. Si te quedas morirás de todas formas, pero si te vas puede que tengas la oportunidad de seguir luchando por tu vida.

-No puedo arriesgar la vida de mi hermana, papá -habló Sabrina con vehemencia, pero su padre ya había tomado una decisión.

-Si se quedan aquí la estarás sentenciando a muerte. No hay otra opción Sabrina...

-¡Naim no queda más tiempo, el barco tiene que zarpar ahora mismo antes de que su dueño desconfíe del retraso!-anunció Abdel apresurando la despedida.-Y créeme que no queremos hacer enojar a ese hombre.

Sabrina sujetó la mano de su padre y la besó con cariño, centrando su atención en despedirse de su padre aunque su piel se erizó con la advertencia de Abdel.

Naim y Sabrina no dijeron ni una palabra más, pues ambos sabían que aquella era la última vez que volverían a verse.

Es una ley en esta vida. Los padres deben morir antes que sus hijos y Naim estaba dispuesto a todo para no tener que ver a morir a sus últimas hijas con vida, como vio a los demás luchar y perder sus vidas en el intento.

En su destino final, sin saberlo, esperaba por las hermanas Mansour un dios de un metro noventa, con unos sombríos ojos grises que podían derretir a cualquier mujer tan sólo con su mirada, y provocar el pánico en simples mortales que nacieron para bajar la cabeza ante un mafioso como él.

Ese era Riccardo Luchesse, el Señor del Mediterráneo, como lo llamaban algunos. Muy pocos se atrevían a pronunciar su nombre y si lo hacían pedían la protección del Todopoderoso, pues ni siquiera al diablo temían tanto como al italiano que llevaba una vida solitaria en su fortaleza.

El camino de Sabrina estaba a punto de cruzarse con el suyo. Un encuentro que cambiaría sus vidas para siempre. Para una mujer que huía de un terrible pasado y para un hombre roto que deseaba mantener su corazón frío para evitar el amor, se avecinaba una inesperada Navidad.

 

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