Capítulo 8: Las quiero lejos...

—Puedes mandarlas de vuelta por el mismo camino que las trajo hasta aquí. —opinó Enzo y Riccardo lo miró molesto.

—No soy un monstruo. —gruñó Riccardo y Enzo se puso de pie para encararlo.

—Los tres lo somos, Riccardo. —afirmó Enzo. – Recuerda el baño de sangre en las calles de Italia cuando cobramos nuestra “vendetta”, todavía tengo pesadillas con aquellos días.

—No podemos comprar esta guerra Riccardo. —añadió Demie con frustración. Era duro tener que admitirlo, pero el peligro era inminente. —Si decides pelear, será tu última pelea.

—En eso estoy de acuerdo con Demie. —confesó Enzo. —Eres un hombre temido, nadie se atreve a venir aquí para enfrentarte y sacarte de tu trono, por eso te puedo asegurar que cuando los soldados del Hamás decidan atravesar el Mediterráneo, las demás familias que gobiernan de verdad este país no moverán ni un dedo para ayudarte. Estarás solo y no creo que quieras arriesgarlo todo por una desconocida. —Enzo miró a Riccardo desconfiado. Era evidente que estaba dudando de lo que debía hacer.

—¿Hay alguna otra opción? —preguntó Riccardo girándose para ver al capitán de policía. —¿Existe alguna esperanza para ellas?

Enzo bajó la cabeza analizando una posible salida para las hermanas Mansour de aquel enredo. Después de sopesar los pros y los contras, asintió y contestó.

-Tengo un amigo en la CIA, el Gobierno de Estados Unidos podría recibirlas incluyendo a Sabrina y a su hermana en su programa de testigos. Tendrá información privilegiada, puede ser muy útil para detener el conflicto entre Israel y Palestina o por lo menos, debilitar a Hamás.

-¡Pues, ¿a qué esperas para hablar con él?! -inquirió Riccardo con impaciencia, pero Enzo frunció el ceño dudando de su convicción.

-No es tan simple, primero tendrán que corroborar toda la información sobre Sabrina, estar seguros de que es valiosa y luego asumir todos los riesgos para mantenerla a salvo. -aclaró Enzo.-Todo eso toma cierto tiempo, cómo podrás entender.

Riccardo contestó con un gruñido, mientras que Enzo echó una mirada a Demie. Ambos podían percibir que las chicas no le eran tan indiferentes al Capo como él quería aparentar.

-¿Qué hago con ellas mientras tanto? -cuestionó Riccardo nervioso. No le gustaba la idea de tenerlas más tiempo bajo su techo, tener a Sabrina tan cerca.

Enzo abrió los brazos y se dejó caer en el sillón con una sonrisa.

-Se acerca Navidad, después de veinte años finalmente volverás a tener algo de vida en este hogar. -opinó Enzo ganándose una mirada fulminante de Riccardo. -Así no estarás solo, tendrás una buena compañía.

-¡No las quiero cerca de mí! -reafirmó Riccardo con vehemencia. -No necesito a nadie y no quiero a nadie invadiendo mi privacidad.

-Tampoco las quieres mandar de vuelta a Palestina, Riccardo. -respondió Demie exasperada.

Enzo se incorporó para dar golpecitos en la espalda de Riccardo, lo felicitó.

-Felicidades Rick, tu regalito de Navidad llegó por mar.

Riccardo lo agarró por la placa de policía y lo encaró.

-Empieza cuanto antes a buscar la manera de sacarlas de esta isla. ¡Las quiero lejos, Enzo, muy lejos! -demandó y Enzo lo miró directo a los ojos.

-Una vez que el nombre de Sabrina entre en el sistema de la CIA no habrá vuelta atrás, Riccardo. -advirtió. -En el programa de testigos le darán una nueva identidad, estará protegida por una de las mayores potencias del mundo. Nunca más volverás a verla.

Riccardo se acercó un poco más a él y con unas palabras de las cuál se arrepentiría, respondió con total firmeza y convicción.

-Que desparezcan de mi vida, muy bien, ese será mi regalo de Navidad, porque quiero estar solo. Voy a morir solo en esta isla, ese es mi único deseo.

Riccardo se repitió a sí mismo ese deseo, una y otra vez para meter en su cabeza que Sabrina no era una mujer especial, que no sentía nada por ella. Que ese sentimiento que estaba naciendo en su corazón era a causa de los recuerdos que ella despertó en él por su situación, nada más.

El señor del Mediterráneo volvió a repetir esas palabras en la madrugada, mientras observaba a Sabrina durmiendo abrazada a su hermana.

Sigilosamente Riccardo sacó de su bolsillo el collar que arrancó de Giacomo Gambino, luego con mucho cuidado lo puso en cuello de Nayla, que dormía plácidamente.

-No van a entrar en mi corazón, no pienso permitir que me suceda esa desgracia. -susurró Riccardo ensimismado con la belleza de Sabrina. Entonces percibió que la camiseta del pijama, que Demie le había conseguido, le quedaba muy pequeña. Así y con la luz que iluminaba su pancita desnuda Riccardo pudo ver un suave movimiento. La bebita que se movía, y sin darse cuenta sonrió. Riccardo Lucchese volvió a sonreír después de tantos años pensando que la bebé debía estar haciendo una fiesta mientras que su mamá dormía.

Riccardo no se resistió a tocar el vientre de Sabrina, lo alisó muy despacio y susurró muy, muy bajito cerca de él.

-Eres inquieta verdad. Me imagino que también te gustara la noche, como a mí.

Riccardo se sobresaltó cuando la bebita contestó dándole una fuerte patada justo donde estaba la mano del italiano.

Asustado y contrariado con lo que estaba haciendo, Riccardo salió de la habitación de inmediato, pero lo que no sabía es que Sabrina no estaba del todo dormida. Ella lo escuchó hablar con su bebé y también se dio cuenta de que la fuerza de esa conexión que creyó haber experimentado cuando conoció a Riccardo, era real…tan real que su nena sentía lo mismo.

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