—Puedes mandarlas de vuelta por el mismo camino que las trajo hasta aquí. —opinó Enzo y Riccardo lo miró molesto.
—No soy un monstruo. —gruñó Riccardo y Enzo se puso de pie para encararlo. —Los tres lo somos, Riccardo. —afirmó Enzo. – Recuerda el baño de sangre en las calles de Italia cuando cobramos nuestra “vendetta”, todavía tengo pesadillas con aquellos días. —No podemos comprar esta guerra Riccardo. —añadió Demie con frustración. Era duro tener que admitirlo, pero el peligro era inminente. —Si decides pelear, será tu última pelea. —En eso estoy de acuerdo con Demie. —confesó Enzo. —Eres un hombre temido, nadie se atreve a venir aquí para enfrentarte y sacarte de tu trono, por eso te puedo asegurar que cuando los soldados del Hamás decidan atravesar el Mediterráneo, las demás familias que gobiernan de verdad este país no moverán ni un dedo para ayudarte. Estarás solo y no creo que quieras arriesgarlo todo por una desconocida. —Enzo miró a Riccardo desconfiado. Era evidente que estaba dudando de lo que debía hacer. —¿Hay alguna otra opción? —preguntó Riccardo girándose para ver al capitán de policía. —¿Existe alguna esperanza para ellas? Enzo bajó la cabeza analizando una posible salida para las hermanas Mansour de aquel enredo. Después de sopesar los pros y los contras, asintió y contestó. -Tengo un amigo en la CIA, el Gobierno de Estados Unidos podría recibirlas incluyendo a Sabrina y a su hermana en su programa de testigos. Tendrá información privilegiada, puede ser muy útil para detener el conflicto entre Israel y Palestina o por lo menos, debilitar a Hamás. -¡Pues, ¿a qué esperas para hablar con él?! -inquirió Riccardo con impaciencia, pero Enzo frunció el ceño dudando de su convicción. -No es tan simple, primero tendrán que corroborar toda la información sobre Sabrina, estar seguros de que es valiosa y luego asumir todos los riesgos para mantenerla a salvo. -aclaró Enzo.-Todo eso toma cierto tiempo, cómo podrás entender. Riccardo contestó con un gruñido, mientras que Enzo echó una mirada a Demie. Ambos podían percibir que las chicas no le eran tan indiferentes al Capo como él quería aparentar. -¿Qué hago con ellas mientras tanto? -cuestionó Riccardo nervioso. No le gustaba la idea de tenerlas más tiempo bajo su techo, tener a Sabrina tan cerca. Enzo abrió los brazos y se dejó caer en el sillón con una sonrisa. -Se acerca Navidad, después de veinte años finalmente volverás a tener algo de vida en este hogar. -opinó Enzo ganándose una mirada fulminante de Riccardo. -Así no estarás solo, tendrás una buena compañía. -¡No las quiero cerca de mí! -reafirmó Riccardo con vehemencia. -No necesito a nadie y no quiero a nadie invadiendo mi privacidad. -Tampoco las quieres mandar de vuelta a Palestina, Riccardo. -respondió Demie exasperada. Enzo se incorporó para dar golpecitos en la espalda de Riccardo, lo felicitó. -Felicidades Rick, tu regalito de Navidad llegó por mar. Riccardo lo agarró por la placa de policía y lo encaró. -Empieza cuanto antes a buscar la manera de sacarlas de esta isla. ¡Las quiero lejos, Enzo, muy lejos! -demandó y Enzo lo miró directo a los ojos. -Una vez que el nombre de Sabrina entre en el sistema de la CIA no habrá vuelta atrás, Riccardo. -advirtió. -En el programa de testigos le darán una nueva identidad, estará protegida por una de las mayores potencias del mundo. Nunca más volverás a verla. Riccardo se acercó un poco más a él y con unas palabras de las cuál se arrepentiría, respondió con total firmeza y convicción. -Que desparezcan de mi vida, muy bien, ese será mi regalo de Navidad, porque quiero estar solo. Voy a morir solo en esta isla, ese es mi único deseo. Riccardo se repitió a sí mismo ese deseo, una y otra vez para meter en su cabeza que Sabrina no era una mujer especial, que no sentía nada por ella. Que ese sentimiento que estaba naciendo en su corazón era a causa de los recuerdos que ella despertó en él por su situación, nada más. El señor del Mediterráneo volvió a repetir esas palabras en la madrugada, mientras observaba a Sabrina durmiendo abrazada a su hermana. Sigilosamente Riccardo sacó de su bolsillo el collar que arrancó de Giacomo Gambino, luego con mucho cuidado lo puso en cuello de Nayla, que dormía plácidamente. -No van a entrar en mi corazón, no pienso permitir que me suceda esa desgracia. -susurró Riccardo ensimismado con la belleza de Sabrina. Entonces percibió que la camiseta del pijama, que Demie le había conseguido, le quedaba muy pequeña. Así y con la luz que iluminaba su pancita desnuda Riccardo pudo ver un suave movimiento. La bebita que se movía, y sin darse cuenta sonrió. Riccardo Lucchese volvió a sonreír después de tantos años pensando que la bebé debía estar haciendo una fiesta mientras que su mamá dormía. Riccardo no se resistió a tocar el vientre de Sabrina, lo alisó muy despacio y susurró muy, muy bajito cerca de él. -Eres inquieta verdad. Me imagino que también te gustara la noche, como a mí. Riccardo se sobresaltó cuando la bebita contestó dándole una fuerte patada justo donde estaba la mano del italiano. Asustado y contrariado con lo que estaba haciendo, Riccardo salió de la habitación de inmediato, pero lo que no sabía es que Sabrina no estaba del todo dormida. Ella lo escuchó hablar con su bebé y también se dio cuenta de que la fuerza de esa conexión que creyó haber experimentado cuando conoció a Riccardo, era real…tan real que su nena sentía lo mismo.-¿Todavía te duele mucho el hombro? -preguntó Sabrina preocupada acomodando a Nayla a su lado en la cama.La niña asintió sin dejar de mirar la cruz de oro con la que despertó una mañana. Sabrina le explicó que fue un regalo de bienvenida de Riccardo. Aunque ella no sabía que significaba realmente. Cuando el italiano puso el colgante en el cuello de su hermana, Sabrina tuvo la sensación de que se trataba de una especie de ofrenda.-¿Me la puedo quedar para siempre, Sabrina…aunque no creamos en este símbolo? -preguntó Nayla haciendo un puchero, y Sabrina asintió mirando a su hermana con ternura.-No estaría bien de tu parte rechazar el regalo de nuestro anfitrión. -contestó Sabrina pasando la mano por los cabellos de Nayla. -El señor Lucchese ha sido muy bueno con nosotras. Por lo tanto, debemos mostrarle gratitud y respeto.Nayla asintió antes de guardar su colgante. Se había convertido en un pequeño tesoro para ella.-Ese señor a veces me da un poquito de miedo, pero algo me dice que
El hombre soltó aquella advertencia y cerró la puerta dejando a Sabrina asustada.La muchacha rápidamente puso los auriculares en los oídos de Nayla. Sonaban canciones de cuna que solían cantar en Palestina. Sabrina no dudó en hacerlo al escuchar otro ruido, esta vez mucho más fuerte. Cómo si un huracán estuviese derrumbando las paredes de aquella mansión.Era como si la impetuosa tormenta que asolaba el Mediterráneo hubiese entrado en la casa que vio nacer a Riccardo Lucchese, pero cuando Sabrina escuchó el primer grito supo que esa tormenta no provenía de fuera, sino que del corazón del italiano. Faltan pocos días para Navidad, y con esta fecha llegaban los demonios que atormentaban el dueño y señor de aquellas aguas.Sabrina se sentó pegada a la puerta intentando escuchar que estaba sucediendo, por qué Riccardo parecía haberse convertido en una bestia de repente. Fue cuando puso atención a sus gritos, a los golpes que pegaba a lo que fuese que encontraba por su camino. No era rabia
En ocasiones daríamos cualquier cosa para borrar de nuestra memoria algunos acontecimientos en especial, sobre todo aquellos en los que hemos pasado miedo, angustia, tristeza o dolor.Sabrina quería arrancar de su cabeza su noche de nupcias y todas las que siguieron al lado de su marido, más aún cuando asoció la imagen de Riccardo, semidesnudo inclinándose sobre ella, a la del hombre que la obligó a servirle como mujer.Riccardo la sintió temblar bajo sus músculos. Sabrina estaba casi congelada, pero él no se detuvo ante la expresión atemorizada de su rostro. Solo necesitaba sentirla, lo más cerca posible.A su vez Sabrina deseaba huir, pero el miedo era tan grande que la tenía totalmente paralizada. Estaba esperando lo peor cuando Riccardo la miró a los ojos y puso la mano sobre su pecho. Lo único que el italiano sintió fueron los latidos de su acelerado corazón, y quedó hipnotizado por su mirada asustada. Esos dos ojos que brillaban como dos preciosas piedras de zafiro. Eran como u
La belleza rumana que llevaba un par de meses calentando la cama del capo, bailaba para él con total sensualidad. Movimientos lentos y provocativos, que buscaban despertar la pasión desenfrenada de Riccardo, pero que no ganaron ni tan siquiera una simple mirada de este. No recibió absolutamente nada de su atención, a pesar de su harto empeño en seducirlo.Los ojos grises de Riccardo estaban sumidos en el líquido que llenaba su copa, y el hielo que se derretía en él. Pensaba en Sabrina, en el azul de sus ojos y en el calor de su frágil cuerpo. Era desesperante saber que no podía sacar su voz, su olor, su maldito rostro de sus pensamientos.Riccardo era un hombre de mundo. Después de perder a su familia se dedicó a evadir los malos recuerdos de cama en cama con una infinidad de mujeres, pero nunca en la vida había sentido algo parecido por ninguna de sus amantes.El italiano levantó la mirada para echar un ojo a la mujer que tenía los ojos puestos en él, como si quisiera devorarlo. Sabí
Para alejar esos pensamientos y el sabor de la boca de Riccardo de su cabeza, Sabrina miró las calles tan bonitas de aquel pequeño pueblo, dónde la gente la miraba con curiosidad. Iba vestida con un vestido ancho, unos leggins para protegerse del frío y una chaqueta que no le quedaba precisamente bien. Esa fue la única ropa que Demie pudo conseguir para ella, y Nayla vestía ropa de niño. Algo que tenía a Sabrina intrigada, preguntándose de dónde Demie había sacado aquella ropa que parecía nueva. Lo cierto es que muchas cosas le intrigaban de la mujer que era la mano de derecha de Riccardo. Demetria siempre se marchaba en las noches cuando Riccardo no la necesitaba, y se pasaba todo el tiempo mirando la pantalla de su teléfono. Algunas veces Sabrina tenía la impresión de que esperaba noticias de alguien. -Demie. -Sabrina la llamó frunciendo el ceño. - ¿Qué estamos haciendo en el pueblo? Creí que nadie podía vernos. -Este es un lugar seguro, aquí todos quieren a Riccardo. -aclaró De
FLASHBACK -¡Dámela, tío, dámela! -pedía Amelia saltando para agarrar la muñeca que Riccardo sujetaba en alto. -La quiero ya, no puedo esperar a que sea mañana para recibir mi regalo, ¡Dámela! -Se supone que debes creer que esto es un regalo de Santa Claus. -respondió Riccardo con una sonrisa. -Tu madre se va a enojar si te la entrego antes. Amelia se cruzó de brazos y frunció el ceño. Para ser una niña de siete años, era muy determinada a conseguir todo lo que se proponía. Algo que su tío adoraba en ella. -Sé muy bien que Santa no existe, los regalos me lo hacen mi familia. Así que no veo motivos para esperar, más cuando llevo tanto tiempo esperando por esa muñeca. -argumentó haciendo un puchero, segura de que así lo convencería. -Además, lo más bonito lo tendré esta noche. Estar junto a mi familia, y junto al tío más hermoso del mundo. Tengo mucha suerte de tenerte, eres el mejor. Riccardo le entregó la muñeca a la niña y se puso a la altura de sus ojos para decirle. -Yo sí que
Sabrina abrió los párpados muy despacio, después de pasar unas horas inconsciente. No podía ver nada pues la luz de la habitación deslumbraba su visión, pero si notó el calor que se desprendía de una mano que envolvía la suya con mucha delicadeza. Como alguien que sujetaba una flor con mucho cuidado para no dañarla.Ella pestañeó un par de veces para ver con más claridad preguntándose dónde se encontraba. Al ver que Riccardo estaba su lado se levantó sobresaltada.-¡No te acerques a mí! -gritó Sabrina mareada. -¡¿Dónde está Nayla?!Riccardo, que no se apartó en ningún momento de aquella cama, la miraba avergonzado. Entendía su miedo y el desprecio en sus ojos después de la barbaridad que había hecho al atacarla como un animal.-Sabrina debes calmarte, todavía no estás recuperada…-¡He dicho que no te acerques! -exigió mirando de un lado a otro buscando a su hermana. - ¿Dónde está Nayla…qué le hiciste a mi hermana?-¡Nada, te juro que no le hecho nada! -respondió Riccardo levantando la
Al principio Sabrina seguía con ese temor a confiar en el hombre que pasaba de ángel a demonio en un pestañear de ojos, pero algo en su corazón le decía que aquellas escaleras los llevaban a un lugar dónde Riccardo escondía el origen de la tristeza que cargaba en su mirada y que no debía hacerlo solo.Riccardo abrió una pesada puerta de roble de par en par, pero sin encender las luces, Sabrina supo lo que guardaba en aquel cuarto solo por el olor que predominaba en el ambiente. Un embriagante aroma a madera y a vino. Era la gigantesca bodega de la familia Lucchese, dónde durante años conservaron los vinos más antiguos y caros del mundo. Entre esa deliciosa fragancia se mezclaba un hedor extraño, uno que Sabrina no pudo distinguir hasta que Riccardo no la puso en el suelo para alumbrar el horror que ocultaba aquella bodega.Horrorizada con lo que sus ojos estaban viendo, Sabrina ahogó un grito mientras que Riccardo bajaba la cabeza, pues no podía mirar aquel rastro de sangre y balas qu