Demie sujetó su pistola y posó la mirada en la joven que dormía al lado de su hermana pequeña. Si tenía que matar a aquella mujer para proteger los intereses y el imperio de Riccardo, lo haría sin pensarlo dos veces.
Unas horas después del disparo que Nayla recibió, Riccardo volvía tener las manos manchadas de sangre, pero esta vez no sintió culpa o desesperación. Solo había placer, un profundo e intenso placer.
-¡Mi hijo no sabía que la mercancía era tuya! -gritó Giacomo Gambino, el cabecilla de la familia que se atrevió a invadir el territorio del Señor del Mediterráneo.
-¡Conoces perfectamente mis barcos, tanto tú como esos energúmenos a los que llamas “hijos”! -lo desmintió Riccardo con una calma moderada soltando el cuerpo de un hombre que había matado con sus propias manos. -Pensabas que estaba debilitado por la falta de mercancía, que iban a poder conmigo, pero ahora sabes que te has equivocado y Andrea hizo algo imperdonable que yo jamás olvidaré. Aunque esté muerto ustedes también recibirán el castigo que me hubiera gustado para él.
-Si tu mercancía se ha dañado puedo pagarte, ¡¡llévate las putas que quieras, tengo muchas!! -escupió Giacomo en un inútil intento de salvarse de la ira de Riccardo.
-No se trata de dinero, sino de una persona que pasará el resto de su vida teniendo pesadillas por vuestra culpa. Ese miedo que ella jamás olvidará es lo que no puedo perdonar. -aseveró Riccardo dando la orden a sus hombres, dando luz verde para que hicieran su trabajo, pero él fue el primero en realizar el primer disparo.
Riccardo miró con asco al hombre que cayó muerto a sus pies. Un miserable hijo de puta. Todos sus negocios estaban relacionados con la explotación de mujeres, algo que Riccardo no soportaba. Giacomo aparte de proxeneta era un jodido violador, pero en Riccardo encontró el peso de la justicia divina.
Aquella noche todo el clan de los Gambino fueron asesinados, menos uno…
-¿¡Cómo que Daniele logró escapar?!-Riccardo interrogó a uno de sus Betas que no pudo impedir que el hijo menor de Giacomo lograse fugarse con algunos de sus hombres.
-Se escondió señor, seguramente nos vio llegar y se preparó para huir. -respondió el soldad con la cabeza gacha. Riccardo pegó un puñetazo a la pared más cercana que tenía y tragó toda su rabia para no volver a perder el poco control que tenía.
-¡Quiero que lo busquen incluso debajo de las piedras, siendo quién es no puede ir muy lejos! -demandó Riccardo con tono frío y gutural.
Riccardo no podía permitir que alguien de aquel sucio clan permaneciera con vida, pero mientras arrancaba del cuello de Giacomo una cruz de oro como prueba de que había cobrado su venganza. Daniele Gambino observaba la playa privada de su familia desde un barco.
-¿Estás seguro de lo que estás diciendo?-inquirió mirando a uno de los pocos hombres de confianza que tenía. El hombre respiraba con dificultad después de tener que nadar hasta el barco de Daniele. -¿Lucchese no ha matado a mis hermanos y a mi padre porque intentamos robarle?
-Un hombre como ese no hace algo así por unas toneladas de coca que ni siquiera llegamos a rozar. -contestó el hombre mirando hacia atrás, observando como incendiaban toda la propiedad. -Lo hizo por alguien, jefe. Eso fue una venganza, cobró la vida de su familia por alguien.
Daniele besó el anillo que tenía en el dedo antes de hacer un juramento. En sus ojos reflejaban el brillo de las llamas que consumía el legado de horror de su familia.
-Si Riccardo cobró venganza por alguien, entonces encontraré a esa persona y cobraré su vida. Mi padre no irá solo al infierno.
Fueron horas, horas que Riccardo se tomó para pensar en todo lo que había hecho en unas horas. Minuto a minutos observó la destrucción de la familia que casi ocasionó la muerte de aquella pequeña, aquella que le hizo recordar una vieja canción que su madre le solía cantar. No iba a decirlo en voz alta, pero sí lo había hecho por ella.
Con la cruz de Giacomo en la mano, Riccardo reunió a sus Betas y regresó a su isla privada. Donde encontró a Demie caminando de un lado a otro en la playa. En su expresión parecía estar a punto de matar a alguien.
-Te dije que no te movieras de la puerta…
-¿¡Mataste a Giacomo Gambino por una desconocida!? -Demie lo interrogó furiosa.
-Hice lo que tenía que hacer Demie, no cuestiones mis decisiones. -gruñó Riccardo pasando delante de ella sin detenerse, pero Demie lo agarró del brazo haciéndolo girarse.
-¡Voy a cuestionar tu decisión si tu negocio depende de ello! -rebatió Demie colocando la pulsera que pertenecía a Nayla delante de su ojos. -¡Esto significa “problemas”!
Riccardo agarró la pulsera que se veía tan diminuta en su enorme mano. Él también conocía su significado, lo que representaba la presencia de las dos hermanas en su casa.
-Son esposas de Hamás…-murmuró aturdido y Demie asintió, aunque él no lo vio por tener los ojos puestos en aquella joya.
-No puedo asegurar si son esposas, pero sí que son de su propiedad. -contestó Demie pensativa. -Estaba muy preocupada por ti, así que no investigué si poseen la marca de sus esposas.
Riccardo conocía la marca, muchos en el Mediterráneo sabían que los hombres más peligrosos de Palestina marcaban a sus esposas con tres líneas rectas en el costado, hechas a fuego. Pero lo que más le estaba jodiendo era el saber lo que había hecho, sin antes averiguar el origen de las dos hermanas.
La niña por la cuál él había cobrado venganza pertenecía a una organización política y militar, que en realidad se trataba de un grupo terrorista para muchos países en el mundo.
-Son suyas, Riccardo. Lo más inteligente y prudente que podemos hacer es mandarlas de vuelta en el primer barco, y fingir que jamás las hemos encontrado. -aconsejó.
Riccardo no respondió a su consejo, se dirigió a la entrada de su mansión apretando aquella pulsera en su puño.
-¡¿Riccardo qué vas a hacer?! -cuestionó Demie corriendo detrás de él.
-Quiero que esa chiquilla me explique exactamente qué estaba haciendo en mi barco y con qué intención. -rugió Riccardo con rabia. Entonces al ver que se dirigía a la habitación donde dormía la niña, Demie decidió darle un aviso.
-La mayor no está en la habitación.
Riccardo se dio la vuelta bruscamente para verla, Demie percibió la pregunta en su mirada y habló sin perder el tiempo.
-La envié a otra habitación con la excusa de que debía cambiarse de ropa. Fue difícil convencerla, pero pensé que tal vez deberíamos tenerlas separadas. Así no se atreverán a intentar escapar.
El cierre de la puerta no fue suficiente para soportar la ira de Riccardo, la indignación de saber que podía tener a una espía bajo su techo, o a alguien que podría destruir todo lo que le costó tanto volver a levantar. Con determinación entró en la estancia listo para confrontarla y sacarle toda la verdad.
Riccardo paseó rápidamente la vista por la habitación buscando a la joven, pero no estaba allí.
El aire que entró en la habitación lo hizo darse cuenta de que la ventana que daba a los jardines se encontraba abierta. Era una locura intentar escapar de su fortaleza, pero era una decisión estúpida que la chica podía haber tomado. Entonces cuando estaba preparado para accionar a sus hombres, el italiano escuchó el sonido del agua que provenía del baño.
Movido por la furia que recorría sus venas, Riccardo irrumpió en el baño sorprendiendo a Sabrina que lloraba bajo el agua, en aquel lugar donde su hermana no podía verla.
Ella solo tuvo tiempo a cubrir su cuerpo con una toalla que estaba cerca, pero Riccardo se quedó totalmente inmovilizado e hipnotizado al ver cada trocito de aquella piel desnuda.
No había manera de saber exactamente el motivo de su impacto, si la belleza de Sabrina, su rostro tan perfecto, aquellos labios pequeños y rojos como una cereza. El cabello largo y mojado que se pegaba a sus curvas. Era simplemente perfecta, pero su hermosura no era lo único.
También estaba aquella m*****a marca en su costado indicando que otro hombre la reclamó como suya, cicatrices en su espalda hechas por un látigo que alguien utilizó para dañar su cuerpo para el resto de su vida y luego estaba lo último, y seguramente lo más importante…la curva de su vientre perfectamente redondeado de apenas seis meses.
Riccardo descubrió en ese instante que no había sacado solamente dos vidas del mediterráneo, sino que había salvado tres…
Mirando fijamente el azul de sus ojos, Riccardo acortó la distancia entre ellos, rezando para que ella no percibiera que él estaba temblando de los pies a la cabeza. Por dentro era como un niño asustado. No podía explicarse como la mirada de una mujer lo tenía tan intimidado.Sabrina no sabía que le causaba más temor, estar desnuda y a solas con el mafioso que sujetando una pistola la miraba como si fuese el enemigo, o todo lo que Riccardo le estaba haciendo sentir.Su espalda se arqueó, todos sus músculos se pusieron rígidos y un escalofrío erizó toda la piel de Sabrina cuando Riccardo señaló las tres líneas en su costado con el cañón de la pistola. Lo más impresionante es que cuando separó sus labios y su voz inundó el ambiente, la bebita en su pancita comenzó a darle fuertes patatas. Sabrina pensó que su hija tal vez podía sentir todo lo que el italiano le provocaba.-Sé lo que significa esto, sé que tienes un dueño. Así que te daré una sola oportunidad de hablarme con la verdad, p
En el pasillo Demie daba vueltas como loca, imaginando lo que Riccardo podía haber sido capaz de hacer en caso de que la chica fuese una espía. También le preocupaba como la llegada de las dos hermanas había afectado a su jefe.En el momento que Demie vio a Riccardo salir de la habitación, corrió hacia él para averiguar qué había pasado, aunque no escuchó ningún disparo y eso podría ser buena señal. Aunque obviamente también Riccardo podía haber matado a la muchacha con sus propias manos.-¿Está muerta? -preguntó Demie con ansiedad, revisando si había algún rastro de sangre en las manos de Riccardo.-Está viva y seguirá así mientras permanezca en esta casa sin cometer ninguna estupidez. -anunció Riccardo y Demie frunció el ceño. -Te encargarás de ellas, esa es tu prioridad ahora.-Sabes muy bien cuál es mi verdadera prioridad Riccardo, no tengo tiempo para ser la niñera de nadie. -rebatió Demie molesta.-Pues ahora tienes dos prioridades, ese es tu trabajo.-afirmó Riccardo con autorid
—Puedes mandarlas de vuelta por el mismo camino que las trajo hasta aquí. —opinó Enzo y Riccardo lo miró molesto.—No soy un monstruo. —gruñó Riccardo y Enzo se puso de pie para encararlo.—Los tres lo somos, Riccardo. —afirmó Enzo. – Recuerda el baño de sangre en las calles de Italia cuando cobramos nuestra “vendetta”, todavía tengo pesadillas con aquellos días.—No podemos comprar esta guerra Riccardo. —añadió Demie con frustración. Era duro tener que admitirlo, pero el peligro era inminente. —Si decides pelear, será tu última pelea.—En eso estoy de acuerdo con Demie. —confesó Enzo. —Eres un hombre temido, nadie se atreve a venir aquí para enfrentarte y sacarte de tu trono, por eso te puedo asegurar que cuando los soldados del Hamás decidan atravesar el Mediterráneo, las demás familias que gobiernan de verdad este país no moverán ni un dedo para ayudarte. Estarás solo y no creo que quieras arriesgarlo todo por una desconocida. —Enzo miró a Riccardo desconfiado. Era evidente que est
-¿Todavía te duele mucho el hombro? -preguntó Sabrina preocupada acomodando a Nayla a su lado en la cama.La niña asintió sin dejar de mirar la cruz de oro con la que despertó una mañana. Sabrina le explicó que fue un regalo de bienvenida de Riccardo. Aunque ella no sabía que significaba realmente. Cuando el italiano puso el colgante en el cuello de su hermana, Sabrina tuvo la sensación de que se trataba de una especie de ofrenda.-¿Me la puedo quedar para siempre, Sabrina…aunque no creamos en este símbolo? -preguntó Nayla haciendo un puchero, y Sabrina asintió mirando a su hermana con ternura.-No estaría bien de tu parte rechazar el regalo de nuestro anfitrión. -contestó Sabrina pasando la mano por los cabellos de Nayla. -El señor Lucchese ha sido muy bueno con nosotras. Por lo tanto, debemos mostrarle gratitud y respeto.Nayla asintió antes de guardar su colgante. Se había convertido en un pequeño tesoro para ella.-Ese señor a veces me da un poquito de miedo, pero algo me dice que
El hombre soltó aquella advertencia y cerró la puerta dejando a Sabrina asustada.La muchacha rápidamente puso los auriculares en los oídos de Nayla. Sonaban canciones de cuna que solían cantar en Palestina. Sabrina no dudó en hacerlo al escuchar otro ruido, esta vez mucho más fuerte. Cómo si un huracán estuviese derrumbando las paredes de aquella mansión.Era como si la impetuosa tormenta que asolaba el Mediterráneo hubiese entrado en la casa que vio nacer a Riccardo Lucchese, pero cuando Sabrina escuchó el primer grito supo que esa tormenta no provenía de fuera, sino que del corazón del italiano. Faltan pocos días para Navidad, y con esta fecha llegaban los demonios que atormentaban el dueño y señor de aquellas aguas.Sabrina se sentó pegada a la puerta intentando escuchar que estaba sucediendo, por qué Riccardo parecía haberse convertido en una bestia de repente. Fue cuando puso atención a sus gritos, a los golpes que pegaba a lo que fuese que encontraba por su camino. No era rabia
En ocasiones daríamos cualquier cosa para borrar de nuestra memoria algunos acontecimientos en especial, sobre todo aquellos en los que hemos pasado miedo, angustia, tristeza o dolor.Sabrina quería arrancar de su cabeza su noche de nupcias y todas las que siguieron al lado de su marido, más aún cuando asoció la imagen de Riccardo, semidesnudo inclinándose sobre ella, a la del hombre que la obligó a servirle como mujer.Riccardo la sintió temblar bajo sus músculos. Sabrina estaba casi congelada, pero él no se detuvo ante la expresión atemorizada de su rostro. Solo necesitaba sentirla, lo más cerca posible.A su vez Sabrina deseaba huir, pero el miedo era tan grande que la tenía totalmente paralizada. Estaba esperando lo peor cuando Riccardo la miró a los ojos y puso la mano sobre su pecho. Lo único que el italiano sintió fueron los latidos de su acelerado corazón, y quedó hipnotizado por su mirada asustada. Esos dos ojos que brillaban como dos preciosas piedras de zafiro. Eran como u
La belleza rumana que llevaba un par de meses calentando la cama del capo, bailaba para él con total sensualidad. Movimientos lentos y provocativos, que buscaban despertar la pasión desenfrenada de Riccardo, pero que no ganaron ni tan siquiera una simple mirada de este. No recibió absolutamente nada de su atención, a pesar de su harto empeño en seducirlo.Los ojos grises de Riccardo estaban sumidos en el líquido que llenaba su copa, y el hielo que se derretía en él. Pensaba en Sabrina, en el azul de sus ojos y en el calor de su frágil cuerpo. Era desesperante saber que no podía sacar su voz, su olor, su maldito rostro de sus pensamientos.Riccardo era un hombre de mundo. Después de perder a su familia se dedicó a evadir los malos recuerdos de cama en cama con una infinidad de mujeres, pero nunca en la vida había sentido algo parecido por ninguna de sus amantes.El italiano levantó la mirada para echar un ojo a la mujer que tenía los ojos puestos en él, como si quisiera devorarlo. Sabí
Para alejar esos pensamientos y el sabor de la boca de Riccardo de su cabeza, Sabrina miró las calles tan bonitas de aquel pequeño pueblo, dónde la gente la miraba con curiosidad. Iba vestida con un vestido ancho, unos leggins para protegerse del frío y una chaqueta que no le quedaba precisamente bien. Esa fue la única ropa que Demie pudo conseguir para ella, y Nayla vestía ropa de niño. Algo que tenía a Sabrina intrigada, preguntándose de dónde Demie había sacado aquella ropa que parecía nueva. Lo cierto es que muchas cosas le intrigaban de la mujer que era la mano de derecha de Riccardo. Demetria siempre se marchaba en las noches cuando Riccardo no la necesitaba, y se pasaba todo el tiempo mirando la pantalla de su teléfono. Algunas veces Sabrina tenía la impresión de que esperaba noticias de alguien. -Demie. -Sabrina la llamó frunciendo el ceño. - ¿Qué estamos haciendo en el pueblo? Creí que nadie podía vernos. -Este es un lugar seguro, aquí todos quieren a Riccardo. -aclaró De