La tensión dentro de aquel contendor era exactamente igual a la de una bomba a punto de explotar, y para sospecha de Demie ,no se trataba por el hecho de que habían encontrado a una intrusa dentro de uno de sus barcos, sino que toda aquella tensión giraba en torno de Riccardo y la mujer vestida de negro.
-No creo que hable nuestro idioma, jefe. -soltó Demie sacando a Riccardo de su ensimismamiento.
-Una pistola apuntando a su cabeza es un idioma universal. Si no habla, la mato. -respondió Riccardo con vehemencia, entonces fue cuando Nayla salió de debajo de las mantas, donde su hermana la había escondido, y corrió para agarrarse a Sabrina.
-¡¿Qué carajos?! -exclamó Demie impactada por la aparición de la niña, mientras que Riccardo estaba aturdido.
La joven con el velo había robado parte de su alma oscura, pero la pequeña con los ojos hinchados de tanto llorar le hizo recordar lo que es la ternura.
No fue posible una reacción inmediata para aquella sorpresa, tampoco en volver a insistir de interrogar a aquella joven que había llegado a su vida de repente, sin previo aviso. Solo hubo una mirada entre ellos antes de comenzar a escuchar los disparos.
-¡La familia Gambino! -avisó uno de los secuaces de Riccardo. -¡Esos bastardos están aquí!
El italiano agarró la mano de Sabrina. Ella se sobresaltó cuando en ese roce sintió una electricidad recorrió sus cuerpos. La conexión más fuerte que ambos probaron por primera vez en sus vidas.
-Estos desgraciados han venido a robarnos. -escupió Demie lista para confrontarlos.
-¡Pues no saben con quién se están metiendo o se volvieron locos definitivamente! -rugió Riccardo colocando a Sabrina detrás de él, cubriendo a la muchacha y a su hermana con aquel cuerpo monumental que poseía. -Quiero a esos hijos de puta muertos. -ordenó, luego miró a Sabrina por encima del hombro. -Después me encargaré de ti.
Sabrina abrazó a su hermana mirándolo fijamente. Su miedo desapareció, ella venía de un país en guerra y no temía a las balas. En el infierno no puedes temer a las llamas, solo buscar tu fuerza interior y la resistencia necesaria para atravesarlas, aunque salgas herida en el intento.
Esa determinación fue lo que Riccardo vio en aquellos ojos castaños, y si antes lo habían cautivado, para su desgracia ahora lo tenían completamente rendido.
Junto con sus hombres y con la protección de Demie que cubría sus espaldas, Riccardo logró salir del contenedor con la mujer y la niña.
El enfrentamiento no duró mucho cuando el grupo rival se percató de la presencia del capo. Sabían que Riccardo no salía jamás de una batalla con las manos limpias. El castigo por invadir su territorio e intentar robarle bajo sus narices sería muy alto. Eso sin contar que tenía a los hombres mejor entrenados de Italia. Diez hombres de Riccardo Luchesse bajo el comando de Demie Caputo eran imbatibles. Seguir en medio de aquel duelo de balas, que volaban de un lado a otro solo, serviría para buscar la muerte, era un maldito suicidio.
-¡Maldito imbécil, me aseguraste que Luchesse estaba en Roma! -gritó uno de los hermanos Gambino exasperado.
-¡Lo siento Andrea, no imaginaba que ese cabrón vendría aquí a recibir él mismo una mercancía tan pequeña como esa! -se justificó uno de sus hombres. Habían metido la pata hasta el fondo y conocían las consecuencias.
-Si salimos de aquí con vida nos perseguirá. -pensó Andrea en voz alta escondiéndose detrás de un contenedor para esquivar las balas de Demie. -La m****a esta hecha, por lo menos haré que valga la pena.
-¿Qué vas a hacer Andrea? -preguntó el otro ansioso.
-Estamos aquí, nos ha visto y nadie detendrá su furia. -respondió Andrea exasperado. -Entonces aprovecharé el momento para deshacerme de ese hijo de puta.
El rapado que seguía a Andrea Gambino en todas sus locuras, se puso rígido cuando lo vio correr a uno de los autos que habían dejado cerca. En el camino podía haber perdido la vida, pero su determinación de matar a Riccardo era su mayor escudo.
Andrea se subió a uno de los autos, cruzó el puerto en una maniobra suicida yendo en dirección de las balas de los hombres de Luchesse, con la única intención de matar a su jefe.
Todo ocurrió muy rápido, Sabrina vio aquel auto, un hombre sacando su pistola y apuntando hacia a Riccardo, pero ella y su hermana estaban tan cerca que cualquiera de las dos podría ser víctima del odio de Andrea.
No las conocía, desconfiaba de la aparición repentina de la muchacha escondida entre la cocaína, pero al ver la llegada inminente del peligro Riccardo solo tuvo una reacción. Proteger a la joven del velo negro y a la niña que ella abrazaba como si sus vidas dependiesen de ello.
El italiano utilizó su propio cuerpo para escudar a las dos hermanas. Las envolvió en un abrazo y se lanzó al suelo con ellas, interponiéndose entre sus vidas y aquellos disparos.
Demie junto con los soldados de Lucchese acribillaron el auto matando a Andrea, que perdió el control del volante provocando que su camioneta cayera al mar.
Los disparos no cesaron, las voces se escuchaban a lo lejos, al igual que las órdenes de Demie intentando impedir que los enemigos escapasen. Ocurría una serie de cosas que indicaban que todavía no estaban a salvo. Se desataba el caos, pero Riccardo había quedado en el suelo al lado de Sabrina totalmente perdido en la belleza de sus ojos, la distancia entre ellos era tan corta que podían sentir el calor de sus cuerpos, pero también lo suficiente para que el mafioso no se diera cuenta de lo que Sabrina escondía bajo su largo vestido negro.
El mundo se detuvo, sus corazones dejaron de latir y el aire que llenaba sus pulmones desapareció. Solo quedaban ellos dos y esa conexión que jamás llegarían a olvidar.
-Sabrina…-murmuró una vocecita muy débil regresando la mente de Sabrina a la vida real.
Sabrina vio a su hermana tirada en el suelo a su lado, y sintió la mayor desesperación que había experimentado en su vida al darse cuenta de la mancha oscura que teñía el vestido de su hermana, a la altura del pecho.
-¡No, Nayla, no! -gritó Sabrina corriendo para socorrerla.
Riccardo no había vuelto a sentir lo que era el miedo hasta ese instante. Ver el terror en la mirada de Sabrina le causó una inexplicable angustia, y olvidando por completo que segundos antes habían intentado robarle, solo centró toda su atención en salvar a la niña.
Cómo si aquella niña también fuese un pedacito de él, Riccardo la cargó en sus brazos soltando una serie de órdenes que dejaron desconcertados a sus soldados.
-¡Que preparen mi lancha ahora mismo, regresamos a la isla!
-Pero jefe, los hombres de Gambino están escapando. -respondió Demie sin entender que estaba sucediendo. Riccardo Luchesse jamás abandonaba una pelea sin antes mancharse las manos de sangre.
-Puedes estar segura de que les daré caza a uno por uno, pero ahora son lo último que me importa. -dijo Riccardo mirando a la niña en sus brazos que ya se había desmayado. -¡Ahora llama a mi médico, necesito que todo su equipo esté disponible con urgencia, y si tardan un solo maldito segundo más de lo necesario, los mataré a todos!
Riccardo subió a una de sus lanchas con Sabrina y su hermana. No esperó por nadie, solo pensaba en salvar a la niña. Así manejó hasta su isla privada, que estaba unos kilómetros de la isla de Malta.
Un ojo en las aguas del mediterráneo y el otro en Sabrina que tenía a su hermana en brazos. No podía, ni quería confiar en ellas. Tampoco sabía si llevarlas a su único refugio en el mundo era seguro, Riccardo solamente podía pensar en cómo le estaba afectando ver aquella muchacha llorar con tanta desesperación, y todos los recuerdos que esa imagen estaba removiendo en su cabeza. En cuestión de segundos Sabrina le había devuelto los latidos a su gélido corazón, para después sentir como se partía por verla sufriendo.
Eran demasiados sentimientos y emociones encontradas para asimilarlos de uno en uno. Riccardo ya buscaría más adelante la manera de averiguar quién era la joven, y por qué carajos le hacía sentirse como un simple mortal, pero en aquel instante lo más importante era salvar a la niña.
-Estarás bien, te prometo que no te sucederá nada, Nayla. -balbuceó Sabrina besando la cabecita de su hermana. -No te voy a perder como perdimos al resto de nuestra familia…a ti no.
Sabrina levantó la vista para ver a Riccardo, sus miradas se encontraron y no fueron necesarias palabras. Ella suplicaba su ayuda y el italiano no pensaba negársela.
En el puerto, Demie movilizaba a sus hombres para seguir a su jefe, que en medio de su locura por ayudar a las dos intrusas se había marchado solo con ellas y sin protección.
-¡Más rápido m*****a sea! -vociferó Demie. -¡Nosotros solo respiramos si el Don respira, es inadmisible dejarlo solo cuando nuestras vidas dependen de su existencia!
Demie recargó su revolver antes de seguir a los hombres que obedecían sus órdenes sin protestar. Entonces fue cuando vio algo brillar en el suelo dónde había un rastro de la sangre de la niña.
Era algo muy pequeño, una pulsera de oro que obviamente pertenecía a la niña por su medida. Cuando la tomó en su mano, Demie vio que la joya cargaba un símbolo, uno muy conocido en aquella parte del mundo y su corazón dio un brinco.
-¡Busquen a Riccardo, búsquenlo de inmediato! -gritó Demie corriendo para saltar en una de las lanchas negras.
-¿Qué ocurre Demie? -preguntó uno de sus generales viendo que la mujer de larga melena negra encendía la diminuta embarcación a toda prisa. - ¿Por qué estás tan alterada? Sabes que el Don puede defenderse solo, lo ha demostrado en diferentes ocasiones. Incluso nos ha protegido a nosotros. No creo que una mujer asustada y una niña baleada sean un peligro para Riccardo Lucchese.
-Ellas no, pero puede que sus dueños sí que sean un gran problema para Riccardo. -advirtió Demie levantando el símbolo de la pulsera a la altura de sus ojos, y el hombre entendió el origen de su preocupación.
Riccardo podía ser el héroe o el villano que Sabrina necesitaba, pero sin duda alguna la joven y la verdad acerca de ella, podían ser un camino sin vuelta para el italiano, un camino directo a la perdición.
Demie salía corriendo hacía la mansión para buscar a su jefe. Estaba muy preocupada por su estado después de lo ocurrido en el puerto, sabía que las consecuencias del ataque de la familia Gambino habían desestabilizado a Riccardo.La mujer que dirigía con mano dura el ejército del hombre más temido de las aguas del mediterráneo, vio a su líder, el centro de toda su organización totalmente perdido, arrodillado en la orilla de la playa a la vez que los rayos del Sol comenzaban a rozar la arena.Todo se estaba volviendo oscuro, lo único que Riccardo podía ver era la sangre de la niña en sus temblorosas manos. El calor del líquido rojo que escapaba entre sus dedos, lo hizo regresar directo a los dolorosos recuerdos que lo atormentaban todos los días sin cesar. Ese era el precio que estaba obligado a pagar por ser un superviviente, un precio demasiado alto para un hombre que había sufrido lo indecible.—Era una niña… Solo era una niña inocente… no, no puede estar muerta… ¿por qué… por qué
Demie sujetó su pistola y posó la mirada en la joven que dormía al lado de su hermana pequeña. Si tenía que matar a aquella mujer para proteger los intereses y el imperio de Riccardo, lo haría sin pensarlo dos veces.Unas horas después del disparo que Nayla recibió, Riccardo volvía tener las manos manchadas de sangre, pero esta vez no sintió culpa o desesperación. Solo había placer, un profundo e intenso placer.-¡Mi hijo no sabía que la mercancía era tuya! -gritó Giacomo Gambino, el cabecilla de la familia que se atrevió a invadir el territorio del Señor del Mediterráneo.-¡Conoces perfectamente mis barcos, tanto tú como esos energúmenos a los que llamas “hijos”! -lo desmintió Riccardo con una calma moderada soltando el cuerpo de un hombre que había matado con sus propias manos. -Pensabas que estaba debilitado por la falta de mercancía, que iban a poder conmigo, pero ahora sabes que te has equivocado y Andrea hizo algo imperdonable que yo jamás olvidaré. Aunque esté muerto ustedes ta
Mirando fijamente el azul de sus ojos, Riccardo acortó la distancia entre ellos, rezando para que ella no percibiera que él estaba temblando de los pies a la cabeza. Por dentro era como un niño asustado. No podía explicarse como la mirada de una mujer lo tenía tan intimidado.Sabrina no sabía que le causaba más temor, estar desnuda y a solas con el mafioso que sujetando una pistola la miraba como si fuese el enemigo, o todo lo que Riccardo le estaba haciendo sentir.Su espalda se arqueó, todos sus músculos se pusieron rígidos y un escalofrío erizó toda la piel de Sabrina cuando Riccardo señaló las tres líneas en su costado con el cañón de la pistola. Lo más impresionante es que cuando separó sus labios y su voz inundó el ambiente, la bebita en su pancita comenzó a darle fuertes patatas. Sabrina pensó que su hija tal vez podía sentir todo lo que el italiano le provocaba.-Sé lo que significa esto, sé que tienes un dueño. Así que te daré una sola oportunidad de hablarme con la verdad, p
En el pasillo Demie daba vueltas como loca, imaginando lo que Riccardo podía haber sido capaz de hacer en caso de que la chica fuese una espía. También le preocupaba como la llegada de las dos hermanas había afectado a su jefe.En el momento que Demie vio a Riccardo salir de la habitación, corrió hacia él para averiguar qué había pasado, aunque no escuchó ningún disparo y eso podría ser buena señal. Aunque obviamente también Riccardo podía haber matado a la muchacha con sus propias manos.-¿Está muerta? -preguntó Demie con ansiedad, revisando si había algún rastro de sangre en las manos de Riccardo.-Está viva y seguirá así mientras permanezca en esta casa sin cometer ninguna estupidez. -anunció Riccardo y Demie frunció el ceño. -Te encargarás de ellas, esa es tu prioridad ahora.-Sabes muy bien cuál es mi verdadera prioridad Riccardo, no tengo tiempo para ser la niñera de nadie. -rebatió Demie molesta.-Pues ahora tienes dos prioridades, ese es tu trabajo.-afirmó Riccardo con autorid
—Puedes mandarlas de vuelta por el mismo camino que las trajo hasta aquí. —opinó Enzo y Riccardo lo miró molesto.—No soy un monstruo. —gruñó Riccardo y Enzo se puso de pie para encararlo.—Los tres lo somos, Riccardo. —afirmó Enzo. – Recuerda el baño de sangre en las calles de Italia cuando cobramos nuestra “vendetta”, todavía tengo pesadillas con aquellos días.—No podemos comprar esta guerra Riccardo. —añadió Demie con frustración. Era duro tener que admitirlo, pero el peligro era inminente. —Si decides pelear, será tu última pelea.—En eso estoy de acuerdo con Demie. —confesó Enzo. —Eres un hombre temido, nadie se atreve a venir aquí para enfrentarte y sacarte de tu trono, por eso te puedo asegurar que cuando los soldados del Hamás decidan atravesar el Mediterráneo, las demás familias que gobiernan de verdad este país no moverán ni un dedo para ayudarte. Estarás solo y no creo que quieras arriesgarlo todo por una desconocida. —Enzo miró a Riccardo desconfiado. Era evidente que est
-¿Todavía te duele mucho el hombro? -preguntó Sabrina preocupada acomodando a Nayla a su lado en la cama.La niña asintió sin dejar de mirar la cruz de oro con la que despertó una mañana. Sabrina le explicó que fue un regalo de bienvenida de Riccardo. Aunque ella no sabía que significaba realmente. Cuando el italiano puso el colgante en el cuello de su hermana, Sabrina tuvo la sensación de que se trataba de una especie de ofrenda.-¿Me la puedo quedar para siempre, Sabrina…aunque no creamos en este símbolo? -preguntó Nayla haciendo un puchero, y Sabrina asintió mirando a su hermana con ternura.-No estaría bien de tu parte rechazar el regalo de nuestro anfitrión. -contestó Sabrina pasando la mano por los cabellos de Nayla. -El señor Lucchese ha sido muy bueno con nosotras. Por lo tanto, debemos mostrarle gratitud y respeto.Nayla asintió antes de guardar su colgante. Se había convertido en un pequeño tesoro para ella.-Ese señor a veces me da un poquito de miedo, pero algo me dice que
El hombre soltó aquella advertencia y cerró la puerta dejando a Sabrina asustada.La muchacha rápidamente puso los auriculares en los oídos de Nayla. Sonaban canciones de cuna que solían cantar en Palestina. Sabrina no dudó en hacerlo al escuchar otro ruido, esta vez mucho más fuerte. Cómo si un huracán estuviese derrumbando las paredes de aquella mansión.Era como si la impetuosa tormenta que asolaba el Mediterráneo hubiese entrado en la casa que vio nacer a Riccardo Lucchese, pero cuando Sabrina escuchó el primer grito supo que esa tormenta no provenía de fuera, sino que del corazón del italiano. Faltan pocos días para Navidad, y con esta fecha llegaban los demonios que atormentaban el dueño y señor de aquellas aguas.Sabrina se sentó pegada a la puerta intentando escuchar que estaba sucediendo, por qué Riccardo parecía haberse convertido en una bestia de repente. Fue cuando puso atención a sus gritos, a los golpes que pegaba a lo que fuese que encontraba por su camino. No era rabia
En ocasiones daríamos cualquier cosa para borrar de nuestra memoria algunos acontecimientos en especial, sobre todo aquellos en los que hemos pasado miedo, angustia, tristeza o dolor.Sabrina quería arrancar de su cabeza su noche de nupcias y todas las que siguieron al lado de su marido, más aún cuando asoció la imagen de Riccardo, semidesnudo inclinándose sobre ella, a la del hombre que la obligó a servirle como mujer.Riccardo la sintió temblar bajo sus músculos. Sabrina estaba casi congelada, pero él no se detuvo ante la expresión atemorizada de su rostro. Solo necesitaba sentirla, lo más cerca posible.A su vez Sabrina deseaba huir, pero el miedo era tan grande que la tenía totalmente paralizada. Estaba esperando lo peor cuando Riccardo la miró a los ojos y puso la mano sobre su pecho. Lo único que el italiano sintió fueron los latidos de su acelerado corazón, y quedó hipnotizado por su mirada asustada. Esos dos ojos que brillaban como dos preciosas piedras de zafiro. Eran como u