Capítulo 3: Camino sin vuelta...

La tensión dentro de aquel contendor era exactamente igual a la de una bomba a punto de explotar, y para sospecha de Demie ,no se trataba por el hecho de que habían encontrado a una intrusa dentro de uno de sus barcos, sino que toda aquella tensión giraba en torno de Riccardo y la mujer vestida de negro.

-No creo que hable nuestro idioma, jefe. -soltó Demie sacando a Riccardo de su ensimismamiento.

-Una pistola apuntando a su cabeza es un idioma universal. Si no habla, la mato. -respondió Riccardo con vehemencia, entonces fue cuando Nayla salió de debajo de las mantas, donde su hermana la había escondido, y corrió para agarrarse a Sabrina.

-¡¿Qué carajos?! -exclamó Demie impactada por la aparición de la niña, mientras que Riccardo estaba aturdido.

La joven con el velo había robado parte de su alma oscura, pero la pequeña con los ojos hinchados de tanto llorar le hizo recordar lo que es la ternura.

No fue posible una reacción inmediata para aquella sorpresa, tampoco en volver a insistir de interrogar a aquella joven que había llegado a su vida de repente, sin previo aviso. Solo hubo una mirada entre ellos antes de comenzar a escuchar los disparos.

-¡La familia Gambino! -avisó uno de los secuaces de Riccardo. -¡Esos bastardos están aquí!

El italiano agarró la mano de Sabrina. Ella se sobresaltó cuando en ese roce sintió una electricidad recorrió sus cuerpos. La conexión más fuerte que ambos probaron por primera vez en sus vidas.

-Estos desgraciados han venido a robarnos. -escupió Demie lista para confrontarlos.

-¡Pues no saben con quién se están metiendo o se volvieron locos definitivamente! -rugió Riccardo colocando a Sabrina detrás de él, cubriendo a la muchacha y a su hermana con aquel cuerpo monumental que poseía. -Quiero a esos hijos de puta muertos. -ordenó, luego miró a Sabrina por encima del hombro. -Después me encargaré de ti.

Sabrina abrazó a su hermana mirándolo fijamente. Su miedo desapareció, ella venía de un país en guerra y no temía a las balas. En el infierno no puedes temer a las llamas, solo buscar tu fuerza interior y la resistencia necesaria para atravesarlas, aunque salgas herida en el intento.

Esa determinación fue lo que Riccardo vio en aquellos ojos castaños, y si antes lo habían cautivado, para su desgracia ahora lo tenían completamente rendido.

Junto con sus hombres y con la protección de Demie que cubría sus espaldas, Riccardo logró salir del contenedor con la mujer y la niña.

El enfrentamiento no duró mucho cuando el grupo rival se percató de la presencia del capo. Sabían que Riccardo no salía jamás de una batalla con las manos limpias. El castigo por invadir su territorio e intentar robarle bajo sus narices sería muy alto. Eso sin contar que tenía a los hombres mejor entrenados de Italia. Diez hombres de Riccardo Luchesse bajo el comando de Demie Caputo eran imbatibles. Seguir en medio de aquel duelo de balas, que volaban de un lado a otro solo, serviría para buscar la muerte, era un maldito suicidio.

-¡Maldito imbécil, me aseguraste que Luchesse estaba en Roma! -gritó uno de los hermanos Gambino exasperado.

-¡Lo siento Andrea, no imaginaba que ese cabrón vendría aquí a recibir él mismo una mercancía tan pequeña como esa! -se justificó uno de sus hombres. Habían metido la pata hasta el fondo y conocían las consecuencias.

-Si salimos de aquí con vida nos perseguirá. -pensó Andrea en voz alta escondiéndose detrás de un contenedor para esquivar las balas de Demie. -La m****a esta hecha, por lo menos haré que valga la pena.

-¿Qué vas a hacer Andrea? -preguntó el otro ansioso.

-Estamos aquí, nos ha visto y nadie detendrá su furia. -respondió Andrea exasperado. -Entonces aprovecharé el momento para deshacerme de ese hijo de puta.

El rapado que seguía a Andrea Gambino en todas sus locuras, se puso rígido cuando lo vio correr a uno de los autos que habían dejado cerca. En el camino podía haber perdido la vida, pero su determinación de matar a Riccardo era su mayor escudo.

Andrea se subió a uno de los autos, cruzó el puerto en una maniobra suicida yendo en dirección de las balas de los hombres de Luchesse, con la única intención de matar a su jefe.

Todo ocurrió muy rápido, Sabrina vio aquel auto, un hombre sacando su pistola y apuntando hacia a Riccardo, pero ella y su hermana estaban tan cerca que cualquiera de las dos podría ser víctima del odio de Andrea.

No las conocía, desconfiaba de la aparición repentina de la muchacha escondida entre la cocaína, pero al ver la llegada inminente del peligro Riccardo solo tuvo una reacción. Proteger a la joven del velo negro y a la niña que ella abrazaba como si sus vidas dependiesen de ello.

El italiano utilizó su propio cuerpo para escudar a las dos hermanas. Las envolvió en un abrazo y se lanzó al suelo con ellas, interponiéndose entre sus vidas y aquellos disparos.

Demie junto con los soldados de Lucchese acribillaron el auto matando a Andrea, que perdió el control del volante provocando que su camioneta cayera al mar.

Los disparos no cesaron, las voces se escuchaban a lo lejos, al igual que las órdenes de Demie intentando impedir que los enemigos escapasen. Ocurría una serie de cosas que indicaban que todavía no estaban a salvo. Se desataba el caos, pero Riccardo había quedado en el suelo al lado de Sabrina totalmente perdido en la belleza de sus ojos, la distancia entre ellos era tan corta que podían sentir el calor de sus cuerpos, pero también lo suficiente para que el mafioso no se diera cuenta de lo que Sabrina escondía bajo su largo vestido negro.

El mundo se detuvo, sus corazones dejaron de latir y el aire que llenaba sus pulmones desapareció. Solo quedaban ellos dos y esa conexión que jamás llegarían a olvidar.

-Sabrina…-murmuró una vocecita muy débil regresando la mente de Sabrina a la vida real.

Sabrina vio a su hermana tirada en el suelo a su lado, y sintió la mayor desesperación que había experimentado en su vida al darse cuenta de la mancha oscura que teñía el vestido de su hermana, a la altura del pecho.

-¡No, Nayla, no! -gritó Sabrina corriendo para socorrerla.

Riccardo no había vuelto a sentir lo que era el miedo hasta ese instante. Ver el terror en la mirada de Sabrina le causó una inexplicable angustia, y olvidando por completo que segundos antes habían intentado robarle, solo centró toda su atención en salvar a la niña.

Cómo si aquella niña también fuese un pedacito de él, Riccardo la cargó en sus brazos soltando una serie de órdenes que dejaron desconcertados a sus soldados.

-¡Que preparen mi lancha ahora mismo, regresamos a la isla!

-Pero jefe, los hombres de Gambino están escapando. -respondió Demie sin entender que estaba sucediendo. Riccardo Luchesse jamás abandonaba una pelea sin antes mancharse las manos de sangre.

-Puedes estar segura de que les daré caza a uno por uno, pero ahora son lo último que me importa. -dijo Riccardo mirando a la niña en sus brazos que ya se había desmayado. -¡Ahora llama a mi médico, necesito que todo su equipo esté disponible con urgencia, y si tardan un solo maldito segundo más de lo necesario, los mataré a todos!

Riccardo subió a una de sus lanchas con Sabrina y su hermana. No esperó por nadie, solo pensaba en salvar a la niña. Así manejó hasta su isla privada, que estaba unos kilómetros de la isla de Malta.

Un ojo en las aguas del mediterráneo y el otro en Sabrina que tenía a su hermana en brazos. No podía, ni quería confiar en ellas. Tampoco sabía si llevarlas a su único refugio en el mundo era seguro, Riccardo solamente podía pensar en cómo le estaba afectando ver aquella muchacha llorar con tanta desesperación, y todos los recuerdos que esa imagen estaba removiendo en su cabeza. En cuestión de segundos Sabrina le había devuelto los latidos a su gélido corazón, para después sentir como se partía por verla sufriendo.

Eran demasiados sentimientos y emociones encontradas para asimilarlos de uno en uno. Riccardo ya buscaría más adelante la manera de averiguar quién era la joven, y por qué carajos le hacía sentirse como un simple mortal, pero en aquel instante lo más importante era salvar a la niña.

-Estarás bien, te prometo que no te sucederá nada, Nayla. -balbuceó Sabrina besando la cabecita de su hermana. -No te voy a perder como perdimos al resto de nuestra familia…a ti no.

Sabrina levantó la vista para ver a Riccardo, sus miradas se encontraron y no fueron necesarias palabras. Ella suplicaba su ayuda y el italiano no pensaba negársela.

En el puerto, Demie movilizaba a sus hombres para seguir a su jefe, que en medio de su locura por ayudar a las dos intrusas se había marchado solo con ellas y sin protección.

-¡Más rápido m*****a sea! -vociferó Demie. -¡Nosotros solo respiramos si el Don respira, es inadmisible dejarlo solo cuando nuestras vidas dependen de su existencia!

Demie recargó su revolver antes de seguir a los hombres que obedecían sus órdenes sin protestar. Entonces fue cuando vio algo brillar en el suelo dónde había un rastro de la sangre de la niña.

Era algo muy pequeño, una pulsera de oro que obviamente pertenecía a la niña por su medida. Cuando la tomó en su mano, Demie vio que la joya cargaba un símbolo, uno muy conocido en aquella parte del mundo y su corazón dio un brinco.

-¡Busquen a Riccardo, búsquenlo de inmediato! -gritó Demie corriendo para saltar en una de las lanchas negras.

-¿Qué ocurre Demie? -preguntó uno de sus generales viendo que la mujer de larga melena negra encendía la diminuta embarcación a toda prisa. - ¿Por qué estás tan alterada? Sabes que el Don puede defenderse solo, lo ha demostrado en diferentes ocasiones. Incluso nos ha protegido a nosotros. No creo que una mujer asustada y una niña baleada sean un peligro para Riccardo Lucchese.

-Ellas no, pero puede que sus dueños sí que sean un gran problema para Riccardo. -advirtió Demie levantando el símbolo de la pulsera a la altura de sus ojos, y el hombre entendió el origen de su preocupación.

Riccardo podía ser el héroe o el villano que Sabrina necesitaba, pero sin duda alguna la joven y la verdad acerca de ella, podían ser un camino sin vuelta para el italiano, un camino directo a la perdición.

 

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