EmirFinalmente estaba en el altar, al lado de mi madre, esperando a que Eiza llegara. Andrew, que se ofreció a entregarme en el altar, seguramente se encontraba con ella. Mi corazón latía con fuerza, y no podía evitar sentirme nervioso.—Hijo, te veo nervioso —declaro mamá con una sonrisa reconfortante.—Madre, no te imaginas lo nervioso que estoy —respondí, tratando de controlar mis emociones.—Quién diría que un hombre tan frío y arrogante como tú podría ser dominado por una mujer tan sencilla, tierna y cariñosa como Eiza. —Ya ves, madre —contesté—, eso es lo que ha hecho ella por mí, desde que la conocí. En ese momento, traté de convencerme de que no sentía nada por ella, pero me doblegué. La amo y quiero tenerla eternamente a mi lado.En ese instante, la melodía habitual de la catedral comenzó a sonar, marcando la entrada de Eiza. Mi madre se apartó a un lado y me apretó la mano con nerviosismo. Todos los presentes se levantaron, y los camarógrafos y periodistas esperaban afuera
Esmeralda.El temblor de mis manos no me dejaba en paz mientras entraba a la cocina. Me sostuve de la encimera, intentando calmarme.Luciano Moretti... ¿Cómo era esto posible? Después de tantos años, reaparecer de la nada, como un fantasma del pasado que yo creía enterrado. —Eiza— entró y, al verme así, preocupada, se acercó.—¿Está bien, señora? ¿Necesita algo?—No... no te preocupes, solo me siento un poco mareada. Todo está bien.—¿Segura? ¿Le traigo un vaso de agua?—No es necesario, de verdad, no le digas nada a Emir.Eiza me miró con duda, pero finalmente asintió y se fue. En cuanto la puerta se cerró, dejé escapar un suspiro largo y tembloroso. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué Luciano regresaba ahora? Justo cuando las cosas estaban tan frágiles, cuando —Erin y Osvaldo— ya habían causado suficiente daño, ahora él tenía que aparecer. ¿Qué quería de Emir? ¿Por qué acercarse a mi hijo?Sentí que el suelo se movía bajo mis pies cuando Pablo entró detrás de mí, tan silencioso como siemp
Esmeralda—Mis dedos temblaban y jugueteaban nerviosos entre ellos, mientras observaba el entorno del pequeño restaurante. Un lugar discreto, alejado del bullicio de la ciudad, casi secreto. Pablo me había informado que había conseguido que Luciano Moretti aceptara reunirse conmigo. Al principio, Luciano pareció confundido, sin entender del todo mi insistencia, pero yo no soy tonta. Sabía que había algo detrás de su repentino interés en mi hijo Emir. Quería morderme las uñas, pero me contuve. Después de tantos años, volver a verlo me ponía los nervios de punta. Finalmente, Luciano apareció, y vi a Pablo acercarse discretamente, manteniendo distancia.—Esmeralda, cuánto tiempo. No esperaba tu llamada. ¿Cómo estás? —Luciano esbozó una sonrisa forzada, con una mezcla de confusión y suspicacia en su rostro.No me molesté en devolverle la cortesía—Voy a ser directa, no tengo tiempo para rodeos —mi tono era firme, distante—. ¿Pedirás algo? Porque yo no vine aquí a socializar.Luciano frun
ErínEstoy de pie, observando las imágenes de esa mujer en la pantalla del centro comercial. Todos la miran, la admiran, como si fuera la reina del maldito universo. Maldita sea, Eiza Montiel, tu felicidad no durará mucho más. Ese estúpido de Emir, ni siquiera me creyó cuando lo felicité cuando fui a la catedral. ¿A quién le importa? No necesito que me crea. Ya tengo un plan, uno mucho más elaborado para destruirte, a ti Eiza y a él. Y esta vez, no fallaré.Ni siquiera mi primera idea de deshacerme de ti funcionó. ¿Cómo es posible que no murieras con una puñalada? ¿De qué estás hecha? Estúpida. Pero no sabes lo que te espera. Mi padre y yo planeamos todo, y no me detendré hasta verte completamente destruida, y que Emir se dé cuenta de que no se juega con nosotros.Sigo caminando por los pasillos del supermercado, buscando entre los estantes cualquier cosa que pueda ser útil. Mi mirada se detiene en unos sobres. —Esto podría servir—, pienso. Algo para adormecer, para matar lentamente,
EizaDegustábamos un delicioso topping de fresa con chocolates, mientras nuestros ojos se perdían en el paisaje de la isla. La brisa fresca y el sonido del mar hacían de ese momento algo mágico, casi irreal. No había palabras, solo la sensación de estar en paz, como si el mundo se hubiera detenido por un instante para nosotros. Me di cuenta de que, por un momento, pude dejar de pensar en los problemas, aunque, en el fondo, extrañaba a mis hijos más de lo que podía expresar.—Cariño, ¿con esto me bailas el hula, hula Hawaino? —la voz de mi esposo me sacó de mis pensamientos.Me reí, algo nerviosa, y lo miré a los ojos. —¿Cómo dices?Él sonrió con picardía, señalando un collar colorido que acababa de comprarme en una de las tienditas de la isla —Vamos, sabes que me tienes doblegado. Nadie más ha hecho de mí lo que tú has logrado. Seré tu esclavo toda la vida, pero concédeme el deseo de verte bailar, la falda de hierba lo podemos conseguir en alguna tienda de estos lados, luego que lo ba
Emir Habíamos llegado ya a Italia. El fin de semana fue emocionante, la pasamos muy bien, pero el temor no me abandonaba. Sabía que mi padre y Erín aún eran una amenaza. No teníamos pruebas contundentes, pero éramos conscientes de que ellos nos querían ver mal, o tal vez algo peor.Al llegar a la residencia, la emoción nos invadió al ver a nuestra pequeña Aitiana. Ella levantó los brazos hacia Eiza llorando de felicidad, buscando los brazos de su mamá. Yo cargué a Eleazar y lo llené de besos. Luego me acerqué a mi hija y la abracé con la misma devoción. Eiza envolvió a nuestro pequeño en un abrazo fuerte, mientras Laurien apareció, radiante de alegría al vernos.—Nena, que alegría, que ya han regresado—exclamó abrazando a mi esposa, luego mamá vino hacia mí y me abrazó igual.—¡Oh, querido hijo! ¿Cómo estás? Pensé que no iban a venir —dijo mamá, claramente emocionada.—Ay, madre, teníamos que regresar. El trabajo nos llama. Mañana empiezo con Rockefeller, ya comenzaremos a buscar nue
Eiza Esta mañana lo noté, como otras veces en los últimos días, con el ceño fruncido mientras se vestía. Suspiros silenciosos llenaban la habitación, como si quisiera expulsar una carga que yo aún no lograba descifrar. Me acerqué por detrás, rodeando su cintura con mis brazos, mis ojos encontrándose con los suyos a través del espejo.—¿Qué tienes? —pregunté suavemente, con esa necesidad de saber qué lo estaba agobiando.Él hizo una pausa, como si considerara si debía hablar o seguir guardando silencio.—Cariño, no es nada, no te preocupes —me dijo, aunque su tono lo delataba. Luego soltó— Tenemos que hacer un viaje. Es un asunto familiar, un condado que perteneció a mis abuelos.Sentí que su preocupación iba más allá de la simple logística del viaje. Aún así, intenté tranquilizarlo.—No te preocupes, amor. Tenemos guardaespaldas, estaremos bien, los niños y yo. —Ahora supe que estaba preocupado por irse de viaje.—No lo sé... —contestó mientras seguía arreglándose, con una mirada per
EmirNo podía dejar de sonreír como un idiota mientras miraba mi móvil sin poner atención a la pantalla. El sabor de los labios de mi esposa aún estaba fresco en mi mente, y su aroma persistía en mi piel. Trataba de concentrarme en otra cosa, en las cifras, en los documentos, pero el eco de esos besos no me dejaba. Con un suspiro, deslicé mis dedos por la pantalla, revisando una vez más las transacciones. Las ventas que mi hermana Erin y mi padre habían ejecutado me habían dejado casi en la ruina. M*****a sea… Mi frustración crecía y Andrew, desde el retrovisor, captó mi expresión.—Señor, no se frustre, todo va a estar bien —dijo con su tono calmado de siempre.—No puedo creer todo lo que han hecho, Andrew —respondí, sacudiendo la cabeza—. Dejaron todo en ceros. Ni siquiera pagaron las malditas deudas… a los empleados, WiFi, energía, impuestos. Si no hubiera tenido mis propios ahorros, esto habría sido una quiebra total. Pero ya no importa, ahora me toca levantarlo todo, como siempre