Finalmente nos casamos.

Emir

Finalmente estaba en el altar, al lado de mi madre, esperando a que Eiza llegara. Andrew, que se ofreció a entregarme en el altar, seguramente se encontraba con ella. Mi corazón latía con fuerza, y no podía evitar sentirme nervioso.

—Hijo, te veo nervioso —declaro mamá con una sonrisa reconfortante.

—Madre, no te imaginas lo nervioso que estoy —respondí, tratando de controlar mis emociones.

—Quién diría que un hombre tan frío y arrogante como tú podría ser dominado por una mujer tan sencilla, tierna y cariñosa como Eiza.

—Ya ves, madre —contesté—, eso es lo que ha hecho ella por mí, desde que la conocí. En ese momento, traté de convencerme de que no sentía nada por ella, pero me doblegué. La amo y quiero tenerla eternamente a mi lado.

En ese instante, la melodía habitual de la catedral comenzó a sonar, marcando la entrada de Eiza. Mi madre se apartó a un lado y me apretó la mano con nerviosismo. Todos los presentes se levantaron, y los camarógrafos y periodistas esperaban afuera
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