La adivina acertó.

Eiza

Degustábamos un delicioso topping de fresa con chocolates, mientras nuestros ojos se perdían en el paisaje de la isla. La brisa fresca y el sonido del mar hacían de ese momento algo mágico, casi irreal. No había palabras, solo la sensación de estar en paz, como si el mundo se hubiera detenido por un instante para nosotros. Me di cuenta de que, por un momento, pude dejar de pensar en los problemas, aunque, en el fondo, extrañaba a mis hijos más de lo que podía expresar.

—Cariño, ¿con esto me bailas el hula, hula Hawaino? —la voz de mi esposo me sacó de mis pensamientos.

Me reí, algo nerviosa, y lo miré a los ojos. —¿Cómo dices?

Él sonrió con picardía, señalando un collar colorido que acababa de comprarme en una de las tienditas de la isla —Vamos, sabes que me tienes doblegado. Nadie más ha hecho de mí lo que tú has logrado. Seré tu esclavo toda la vida, pero concédeme el deseo de verte bailar, la falda de hierba lo podemos conseguir en alguna tienda de estos lados, luego que lo ba
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