Aitiana.

Eiza

Sostener a mi bebé en mis brazos era como tocar un sueño. Esa pequeña niña de ojos azules y cabello tan hermoso completaba mi mundo. No podía contener las lágrimas, la emoción de tenerla era abrumadora. Su fragilidad me conmovía; tan pequeña, tan perfecta. Cuando vi su carita, supe sin lugar a dudas que tendría un increíble parecido con Emir. El parecido era innegable, por mucho que me doliera admitirlo. Su rostro era un reflejo de su padre. La cargué con cuidado, besando suavemente sus mejillas y esas manitas diminutas que parecían de porcelana. A pesar de todo lo que había pasado, en ese momento, mi felicidad era absoluta.

Mi amiga se acercó con una sonrisa, abrazándome con cariño.

—Ay, qué lindo tu bebé. ¡Felicidades! Es una niña preciosa, pero… se parece tanto a él…— Su comentario me hizo un nudo en el estómago, pero no podía negarlo.

—Es bella, ¿verdad?— respondí, intentando concentrarme en la alegría del momento.

—Sí, parce una muñequita. Quiero cargarla,—dijo, estirando
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