EmirPor primera vez en mucho tiempo, sentí una sonrisa sincera formarse en mi rostro. Mis pies, aunque tambaleantes, respondían. Las piernas aún flaqueaban, pero el simple hecho de estar de pie era una victoria inmensa. No pude evitar reír mientras Alexander me aplaudía, su voz resonando llena de orgullo.—¡Lo estas logrando!—Muy bien, señor Emir. Un paso más, míreme, sin miedo —me animaba el especialista desde un costado.Levanté la cabeza y di unos pasos más, sintiendo cómo el temor a caer poco a poco se desvanecía. Esta vez tenía fe, una verdadera esperanza de que volvería a caminar como antes. Después de la terapia, el doctor fue claro. Me explicó que necesitaría usar un bastón por un tiempo, mis piernas aún estaban demasiado débiles. El médico me habló sobre los ejercicios que debía hacer en agua con hielo, las vitaminas que debía tomar y la importancia de seguir las instrucciones al pie de la letra si quería recuperarme completamente.Alexander y yo salimos del hospital, con l
Erín La rabia me consumía, y estaba a punto de explotar. ¿Cómo era posible que mi madre no estuviera en Suiza? ¡Esto no puede estar pasando! Si la pierdo de vista, estoy perdida. Sin ella no podré acceder a la m*****a caja fuerte donde guarda el dinero, las joyas, y los diamantes que le dejo mis abuelos. De alguna manera, tenía que sacar ese dinero para pagar a los narcos. Mi marido está en peligro, mi hija y yo también. No podía permitir que nada malo les ocurriera.Llevaba años pagando cuotas, manteniendo a esos malditos a raya, y ahora me encontraba en un caos peor que nunca. ¿Y encima Emir? ¿Cómo logró salir del país sin que me diera cuenta? El miedo me asfixiaba, tiré todo lo que tenía a mi alcance en la oficina. Estaba desesperada, y no sabía qué hacer. Tenía que proteger a mi familia, a cualquier costo. Incluso si eso significaba... matar a mi madre. Si era necesario, lo haría. Pero primero tenía que encontrarla. Maldito Pablo. Él y Andrew lograron sacarla del país antes de que
EsmeraldaMiraba el techo de la habitación con un nudo en la garganta. Todo me parecía extraño, ajeno, como si mi vida se hubiera desmoronado sin darme cuenta, mis deseos de luchar se han ido. Dejo de pensar cuando Pablo entra a la habitación y suavemente me habla.—Señora Esmeralda, la veo con mejor semblante, ¿cómo se siente? Me alegra verla mejorando—No sé, que decir, Pablo —respondí, desviando la mirada—. No merezco estar aquí, no después de cómo traté a Eiza...—Usted solo estaba siendo manipulada por su hija. No debe sentirse culpable. Además, la señorita ni siquiera presta atención a eso.—Quizás tengas razón, por otro lado quisiera conocer a la niña. Dicen que se parece mucho a Emir. ¿La has visto? —pregunté, con una leve esperanza.—No, pero tal vez se la traigan en cualquier momento.Suspiré, sintiendo el peso de todas las decisiones erróneas que había tomado. Por mi culpa mi hijo sufrió las consecuencias.—Hice tantas cosas para alejar a mi hijo de esa mujer, y al final el
Eiza.Me encontraba frente al espejo, ajustándome el espectacular traje que me habían preparado para la sesión. Era un vestido elegante, con una gran flor en la parte frontal, abierto de manera sutil en la cintura, resaltando mis curvas. Mientras la diseñadora tomaba mis medidas, otra mujer me aplicaba un maquillaje impecable. En ese momento, entró Savanna, y sin pensarlo dos veces, me tomó una foto. —Te ves espectacular —dijo sonriendo—. Vas a brillar como nunca. —Muchas gracias, señora —respondí, sintiéndome afortunada por todo lo que estaba logrando.A su lado entró una joven de unos 15 años. —Te presento a mi hija, Cassandra —me presentó Savanna. —Hola pequeña, ¿cómo te llamas? —Me llamo Cassandra, mucho gusto, Eiza. —Su sonrisa era tímida pero sincera—. Te admiro muchísimo, le pedí a mi mamá que me trajera para que me regales un autógrafo y una foto contigo. —¿De verdad? —le respondí con ternura—. ¡Claro que sí! Eres muy bonita.Savanna sonrió con orgullo. —No podía
Estaba harto. Ya no sabía qué más hacer, pensé que para este punto ya podría caminar por mí mismo. Pero no, la m*****a desesperación me consumía. Sentía mis piernas, pero no me respondían. ¿Cómo se supone que viva así?El médico me dijo que era psicológico, que esa era la razón por la que no podía levantarme. —Estás ansioso— Mencionó, soltando un respiro—Eso te está bloqueando la mente.Claro, como si fuera tan fácil. No podía con esas palabras vacías, no me calmaban en lo absoluto.—Emir— me interrumpió Alexander, siempre tan sereno, —debes concentrarte, centrarte en la recuperación. Sé que sientes muchas cosas, pero esto no es permanente. Es solo un obstáculo.—No entiendo en qué estoy fallando, Alexander. Ya no sé qué hacer —respondí, frustrado, golpeando el reposabrazos de la silla de ruedas.Alexander suspiró. —Lamentablemente, las pastillas que te daba tu hermana te afectaron los tejidos nerviosos más de lo que creíamos.—¡Maldita perra! —grité, incapaz de contener la furia que
EizaNo sabía qué más sentir. Estar al lado de Emir de nuevo me llenaba de una emoción que no podía controlar. Lo abrazaba y besaba sin parar, y él me correspondía, pero noté algo extraño en él... nerviosismo, vergüenza y sobre todo, miedo. Jamás lo había visto de esta manera, tan cambiando.Alexander nos había dejado solos para que pudiéramos hablar en privado, estábamos en la habitación en la que él se quedaba en la planta baja de esta inmensa mansión. Me senté a su lado y su incomodidad era evidente.—Lamento mucho lo que te ha pasado, Emir. Yo no sabía… pensé lo peor —dije con la voz temblorosa.—Mi hermana se aseguró de que ambos pensáramos lo peor —respondió él—. Pero tranquila, Eiza, yo también te extrañé. No tienes idea… este año sin ti ha sido insoportable. No dejaba de pensar en ti, en nosotros. Soñaba contigo, sentía que estabas cerca. Lamento tanto que hayas pasado el embarazo sola —su voz se quebró—. ¿Cómo está nuestra hija?—Es hermosa. Se parece mucho a ti —le respondí,
Emir Trataba desesperadamente de lograr caminar, pero sabía que tenía que ser paciente. Cada paso que daba parecía un reto imposible. —Ánimo, señor, usted puede—exclamó el terapeuta, con una sonrisa alentadora. Asentí, intentando absorber sus palabras de ánimo mientras continuaba mi terapia. Las máquinas que sostenían mi cuerpo me ayudaban a moverme, pero mis piernas dolían con cada paso. El terapeuta me había dicho que el dolor era una buena señal, que significaba que mis músculos estaban respondiendo. Sin embargo, el verdadero obstáculo estaba en mi mente, en ese miedo constante de no ser suficiente, de no poder volver a ser el hombre que fui.Solté un suspiro, apretando los puños. —Esta vez lo lograré— declare para mi mismo. Volví a intentarlo, cada paso acompañado por ese dolor tan familiar, pero esta vez no me rendí. —Muy bien, muy bien, eso es lo que me gusta ver— dijo el terapeuta, con esa energía que siempre parecía inagotable. Luego, vi cómo hizo una señal a Eiza, quien e
Eiza.Finalmente había pasado lo peor. Emir ya podía caminar con bastón, gracias a Dios, se podía mantenía de pie, al menos por unos 15 minutos. El proceso había sido duro, pero poco a poco estaba logrando volver a caminar, aunque aún necesitaba mucha terapia. Decidimos quedarnos quince días más en París, y tuve la suerte de que Savanna fuera muy comprensiva, dándome la oportunidad de quedarme. No negaré que extrañaba demasiado a mis hijos, especialmente a mi pequeña, pero estaban en buenas manos junto a su abuela Esmeralda, Carmela y su tía Laurien. Saber eso me daba tranquilidad.Mientras preparábamos nuestras maletas para regresar a Italia, pude notar a Emir nervioso ante el viaje. Sabía que le pesaba la vergüenza de que lo vieran en su estado, pero no era su culpa. Lo alenté, le recordé que no debía sentirse avergonzado, que no era ni la primera ni la última persona en pasar por algo así. Sabíamos que los paparazzi y la prensa estarían atentos a cualquier movimiento nuestro, y que