La luz del sol molestó a mis parados todavía cerrados, cuando mi dama de compañía abrió de golpe las cortinas, apremiándome para levantarme.
—Briana —le reproché cubriéndome hasta la cabeza con una manta, que después me quitó de un jalón—, ¡oye! —me quejé molesta sentándome sobre la cama, tallando mis ojos y corriendo mi maquillaje del día anterior.
—Déjame limpiarte el rostro —dijo amable, arrodillándose a mi lado, pasándome un paño húmedo por la cara. Al terminar de hacerlo me ofreció un cuenco con agua, en donde sumergí mis mejillas, mojando después mi cuello para refrescarme un poco.
—¿Por qué tanta insistencia en levantarme tan temprano? —la reprendí, haciéndole notar mi mal humor por dormir tan poco tiempo.
—El Príncipe te espera abajo —su tono fue inusualmente serio.
No me sorprendió su cambio de actitud conmigo cuando me comprometí. Briana siempre estuvo enamorada de Mael, aun sabiendo que era algo imposible y al verme a mí, su amiga de la infancia comprometerme con el hombre de sus sueños… era entendible que ahora me odiara. Lamentablemente, cuando estábamos bien yo la pedí como dama de compañía, así que estaba obligada a estar presente ante cada muestra de cariño de su alteza conmigo. Entendía su repudio hacia a mí, a pesar de saber mis verdaderos sentimientos con él y eso al parecer era lo que más le molestaba.
—¿Hasta cuándo seguirás molesta conmigo? —pregunté, harta de ignorar su mal humor.
—No estoy molesta, Alteza.
—Bri, quiero de vuelta a mi mejor amiga —confesé, quitándole de las manos el vestido que seleccionó para mí.
—No deberías relacionarte conmigo. Algún día serás la señora de la casa y no es bien visto que la mejor amiga de una reina sea su criada —recalcó de forma despectiva. Amaba a mi amiga y entendía sus sentimientos. Ella habría dado lo que fuera por estar en mi lugar y que yo no valorara lo que tenía la enfurecía.
Mi insomnio del día anterior hizo que despertara con un leve dolor de cabeza, sintiéndome sin mucha energía, así que no pensaba discutir o hablar más del tema si ella no estaba dispuesta a hacerlo.
Cuando terminó de vestirme y peinarme le pedí que me esperara afuera y sin decir palabra asintió, obedeciéndome. No estaba de ánimos para soportar la tiara en mi cabeza por el resto del día, así que tomé una de las muchas coronas de flores que hacía por simple gusto y la coloqué con mi cabeza, seleccionando una con hojas frescas y pequeñas flores blancas, que combinaban con mi vestido azul. Los rayos del sol hacían que mi melena castaña rojiza brillara con intensidad, atrapada entre las trenzas, resaltando mis ojos verdes.
Antes de salir de la habitación encontré junto a mi arreglo de flores matutino una nota con la caligrafía de Mael
Buenos días, mi querida Helen.
Espero pueda perdonarme el haberle arrebatado el sueño de tal manera, pero sé con certeza que es la única forma de despertarte después de dormirte tarde. Tengo una sorpresa preparada para mi futura esposa.
Te espero en el jardín para almorzar juntos.
Mael.
Dejé la nota al lado de mis tulipanes, pensando que a Briana se le debió haber olvidado entregármela por las prisas. Eso explicaba que intentara hacerlo todo tan rápido.
El Príncipe me tenía una sorpresa. Me levanté acomodando mi cabello por última vez antes de salir del cuarto, encontrando a mi amiga, lista para acompañarme un par de pasos detrás de mí. Era muy desesperada, así que moría por saber de qué sorpresa hablaba Mael.
—¿Tú sabes a que sorpresa se refiere? —pregunté en un susurro, asegurándome que Briana me escuchara, pero tras su silencio me detuve, encarándola y ella solo hizo un gesto divertido, figurando que cerraba sus labios con llave y tiraba esta última detrás de ella.
Le contesté con una sonrisa.
—Eres malvada —la acusé todavía sonriendo, retomando el paso. Por lo menos esta vez obtuve un atisbo de sonrisa de su parte, ya era algo—. Sabes que no soporto que me dejen con la incertidumbre. Dime que es la sorpresa y prometo fingir asombro cuando la vea.
—El Príncipe me ejecutaría si te lo digo —contestó sin perder el tono de diversión y complicidad.
—Nunca le diré que me lo dijiste —presioné sin detener mis pasos.
—Se daría cuenta, créeme. —Volteé a verla detectando una sonrisa por primera vez en días.
—Extrañaba verte sonreír —confesé.
—Me hace feliz verte feliz, aunque últimamente no lo aparente mucho —por fin lo admitía.
—A juzgar por tu reacción entonces esta sorpresa es algo que me hará muy feliz —intenté indagar más, pero ella solo me giró, tomándome por los hombros.
—Solo camine, Alteza.
Una risita de emoción se me escapó de los labios, avanzando a brinquitos. El castillo era un lugar hermoso y lleno de luz. Estaba rodeado de ventanales que por el día iluminaban cada rincón y que por las noches daban paso a un hermoso cielo estrellado mientras las velas mantenían el palacio con una cálida y acogedora luminaria. Llegando al último piso y en dirección al jardín por la puerta trasera, Mael me esperaba con una sonrisa que le iluminaba el rostro. El Príncipe era alto y guapo, con su cabello pelirrojo y esos ojos azules que lo distinguían de cualquier otro. Sin duda pertenecía a la realeza.
—Te ves hermosa —saludó con una reverencia, tomando mi mano para besarla en el dorso, manteniendo su mirada en mis ojos—. Acompáñame —pidió, ofreciéndome su brazo para caminar a su lado. Lo tomé, no sin antes reverenciarme también.
Briana nos acompañó en todo momento, situándose a unos cuantos metros para permitirnos un poco de privacidad. Mael no la saludó, como era costumbre ya. Estaba acostumbrado a ignorar a la servidumbre que en la mayoría del tiempo estaba por ahí, sin dirigirle tampoco la palabra al rey y su hijo, reverenciándose únicamente en su presencia.
—Tu carta decía que me tenías una sorpresa —quise saber, buscándole la mirada para convencerlo de que me la dijera pronto. Al descubrirme, no me quedó más que sonreírle fingiendo timidez.
—Amaneciste de buen humor —reconoció.
—Me gustan las sorpresas —confesé.
—Todo a su tiempo. Primero almorcemos —contestó ofreciéndome una silla. Me senté y él a mi lado, llamando a los sirvientes para que nos trajeran la comida. Obedecieron con rapidez las ordenes de su Príncipe y aparecieron frente a nosotros diferentes platillos, muchos más de los que podríamos comer. Les agradecí a los sirvientes y esperé a que Mael empezara para hacer lo mismo.
Comí con prisas, ansiosa por saber lo que mi prometido tenía preparado para mí y que todo el mundo quería ocultarme. Amaba las sorpresas cuando no sabía de su existencia, de lo contrario me la pasaba intentando averiguar que podría ser. Era terca y desesperada, la espera me mataba.
—Últimamente era distinta —Mael llevó un bocado a la boca justo después de decirlo y al terminar de mascar volvió a hablar—. Pareces triste la mayor parte del tiempo y no me gusta verte así. No sé qué es lo que te entristece, pero sabes que cuando quieras hablar de eso o de cualquier cosa —buscó mi mano sobre la mesa, tomando la con firmeza—, aquí estaré para ti.
Mi corazón se aceleró al ver su mirada. Me amaba, no tenía duda y eso lo volvía todo más complicado. No podía romperle el corazón confesándole que para mí solo era como mi hermano. Bajé la mirada, buscando apoyo en mi plato casi vacío.
El Príncipe se levantó de su lugar sin soltar mi mano, tomando de una tela sostenida por Bri, un hermoso collar de cadena plateada que mostraba una esmeralda en forma de gota. Cubrí mi boca con ambas manos de la sorpresa. Sonrió a ver mi reacción y no tardó en ir a mi espalda para colocarlo en mi cuello.
—Es… simplemente hermoso —tomé la esmeralda entre mis dedos, era pesada y con la luz del sol brillaba cada que la movía. Ahora entendía por qué Briana eligió con tanto esmero un vestido verde para mí, aparte de saber que era mi color favorito.
—Es precioso, no debiste —la boba sonrisa en mi cara reflejaba cuanto me gustaba su regalo.
—Deberás acostumbrarte a mis regalos, porque pienso darte uno cada día hasta nuestra boda —instintivamente solté la joya, como si quemara en mi mano y solo la miré colgando de mi cuello, sintiendo de nuevo esa opresión en el pecho.
Mael se puso a mi lado y me ofreció la mano para levantarme, la tomé a pesar de no haber terminado el desayuno y lo seguí dentro del castillo.
—¿A dónde vamos? —indagué.
—Voy a darte tu sorpresa —el tono de su voz estaba cargado de alegría.
—Pensé que el collar era mi sorpresa —volteé a la joya.
—Quería que te vieras aún más hermosa de lo que ya eres para esta ocasión tan especial —confesó llevándome a las puertas principales, en donde un carruaje aguardaba. Lo miré confundida sin entender que es lo que planeaba—. Esta es mi verdadera sorpresa —una sonrisa iluminó su rostro y con felicidad por fin soltó: — ¿Te gustaría acompañarme al pueblo?
Conforme entendía lo que decía mis mejillas se tiñeron de rojo y mis ojos se iluminaron rebosantes de alegría. Me lancé a sus brazos importándome poco quien nos viera y planté un beso en su mejilla.
—Gracias —chillé en su oído, dándole otro beso más, para después soltarlo y meterme de inmediato al carruaje.
La risa de Mael se escuchó afuera y entró con las mejillas sonrojadas, sentándose a mi lado.
—Hablé con mi padre anoche. Sabes que él nunca ha querido que abandones este lugar y tuve que jurarle que te protegería con mi vida para que me diera permiso de llevarte, pero lo conseguí —contó triunfal.
—¿Cómo puedo pagártelo? —le estaba más que agradecida. Por años intenté convencer al Rey de dejarme acompañarlos al pueblo y su respuesta siempre fue la misma: No. Entendía que me sobreprotegiera y lo amaba, pero anhelaba esa libertad que Mael estaba a punto de darme.
—Ya se me ocurrirá algo —guiñó su ojo derecho, ensanchando su sonrisa, mostrándose tierno y al mismo tiempo coqueto.
Mis mejillas dolían de tanto que sonreía y es que no podía evitarlo. Por fin saldría, por fin conocería a la gente y caminaría por el pueblo. Por un momento me imaginé corriendo entre las calles, jugando a las atrapadas con mi mejor amigo, aunque por nuestra edad y nuestros títulos hacer algo así era imposible y es que tanta alegría me provocaba querer saltar, gritar y correr por todos lados.
Estaba que no cabía de la felicidad. Por primera vez desde que llegué pondría un pie fuera y todo gracias a mi prometido.
Las escasas nubes danzaban con lentitud en el cielo despejado, permitiendo que los rayos del sol buscaran mí piel, al mantener una mano fuera de la ventana con la palma en alto para sentir su calor. Todo fuera del castillo parecía distinto. Incluso respirar me era más fácil. Las hojas de los árboles brillaban mostrándose de un verde radiante; El aire era más ligero y conforme el carruaje se acercó al pueblo el aroma a pan caliente inundó mis fosas nasales.Un vago recuerdo de mi infancia me golpeó de pronto. Mi madre preparaba la harina desde muy temprano y todas las mañanas acompañaba a mi padre a vender el pan al lugar al que ahora me dirigía. Tanto había cambiado desde entonces. La sonrisa se esfumó de mi rostro al pensar por un momento que quisa no sería bien recibida por la gente. Todos en el reino conocían bien mi historia y la abrumadora idea de que me vieran como la niña oportunista hizo que me apartara de la ventana por primera vez desde que salimos del palacio.—¿Todo bien?
—¡Helen! —la estridente voz de Briana retumbó en mis oídos.Di un brinco en el balcón al darme cuenta de su presencia ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? No tenía idea.—¿Qué? —el hilo de mis pensamientos siguió atrapado en esos ojos grises, mientras observaba al pueblo desde mi habitación, imaginando que me encontraba allí.—Debes volver a hablarle algún día.Volteé a verla con los ojos entrecerrados. Se me hizo difícil creerle. ¿En realidad quería que volviera a dirigirle la palabra a su amado Príncipe?—Si no quieres hablar con él entonces hazlo conmigo —suplicó sentándose en mi cama como cuando éramos niñas— ¿Que sucedió allá afuera que te tiene así? Llevas dos días aquí encerrada y sigues negándote a comer.Me senté a su lado, para después dejarme caer en la cama con los brazos extendidos, soltando un suspiro.—A eso me refiero —volteó curiosa en mi dirección—, te la pasas lanzando suspiros al aire desde que volviste. Ya dime que ocurrió ¿Se besaron? —su mirada era más de curiosidad que
El cielo se tornó oscuro para cuando cabalgamos la última vuelta en los inmensos jardines del palacio, con la luna indicándonos el camino de vuelta. Desde niños uno de nuestros pasatiempos favoritos era la equitación y aunque nuestro padre se negaba en un inicio que una niña de 8 se subiera a un poni, Mael terminó convenciéndolo. Con el paso de los años ese poni pasó a convertirse en un caballo bien entrenado que corría como un rayo. Mi yegua Luna era ágil y veloz, compitiendo con el imponente de Tormenta, el favorito del Príncipe. Jugábamos carreras a menudo, ganando mi corcel blanco la mitad de las veces. Esa tarde le aposté a mi prometido que si ganaba debía prometerme que al llegar de su viaje volveríamos a salir del castillo y para su desgracia fui la vencedora. Mael torció la boca en un gesto de desaprobación, alegando que hice trampa y rápidamente desvió el tema. Entendía que no quisiera llevarme al pueblo de nuevo, pero no dejaría de insistir en hacerlo y él lo sabía. Cuando u
Centenares de flores con vibrantes colores brillaban como nunca, despidiendo su dulce aroma al darme la bienvenida. Bajé con lentitud mi capucha, revelando así mi rostro para poder hablar con normalidad, si es que mi corazón me lo permitía.El chico miraba mis mejillas, algo sucias todavía y ambos sonreímos entendiendo lo mismo.—Tenia que hacer que nadie me notara.—Seria imposible —confesó tocando su cuello con nerviosismo.—Gracias… —seguía sin saber su nombre.—Nathaniel, Princesa —contestó de pronto, como si pudiera leer mis pensamientos.Nathaniel era el nombre que tanto deseé saber y que ahora que pensaba era el mas hermoso que hubiera escuchado. Nathaniel.—Yo soy Helen —mis mejillas se llenaron de color al escuchar su risa.—Lo sé, Princesa. No hay persona en el pueblo que no conozca su nombre. —Ambos reímos. Que tonta, claro que él ya sabía cómo me llamaba. Mis rodillas temblaban todavía y seguía incapaz de pensar con claridad.—Claro, lo siento —no tenía idea por qué me dis
Mael aparentaba siempre ser una persona reservada, paseando por los pasillos del palacio en silencio y en completa calma, como si tuviera todo resuelto, pero cuando sus barreras estaban tambaleantes acudía a mí, en donde encontraba alguien con quien poder hablar sin restricciones de todo aquello que lo aquejaba. Aquella noche la pasó en mis aposentos, sentados en el piso del balcón, apreciando la luna mientras platicamos. Me contó del peso que sentía sobre sus hombros y su temor de defraudar a su padre al no cumplir con sus expectativas.Entendía lo difícil que era para él tomar una responsabilidad tan grande y que de vez en cuando pensara en rendirse, pero cada que la idea cruzaba por su mente le recordaba lo bueno que era en su papel de Príncipe y el excelente Rey que sería en el futuro, animándolo a nunca darse por vencido. Hubo un momento en el que no fueron necesarias las palabras y supe que no solo ocupaba de mis consejos, sino también de mi compañía. Recostada en su pecho obser
La partida de Mael me hacía sentir liberada y a la vez sola. Pasé los primeros días ayudando en los quehaceres del palacio para estar con Briana, pese a que me corrían de ahí con frecuencia. Mi antigua Nana no dejaba que me acercara a la cocina o los cuartos de la servidumbre y desde que el Rey se fue se la pasaba pegada a mi como una sombra.Recogí mis pinturas y pinceles, yendo a los jardines del palacio para concentrarme en mis dibujos, pero las flores siempre eran las mismas y los pájaros siempre cantaban la misma melodía. Terminé aburrida de buscar como no aburrirme.Tres lunas habían pasado apenas y sentía que no aguantaría mucho más tiempo así.—¡Helen! —el grito de Bri me hizo regresar de mis cavilaciones— Te es
Pasé la mayor parte de la tarde en la tina de baño, repasando mil veces lo que viví apenas hace unas horas en los jardines. Mis mejillas seguían ardiendo cada que observaba la mano en donde Nathaniel posó sus labios para besarla. Lancé un suspiró, no paraba de hacerlo. Mi corazón ardía mientras la boba sonrisa no abandonaba mi rostro. Así se sentía entonces… Sin duda alguna estaba enamorada y no tenía idea de que hacer ahora. El compromiso seguía en pie y pronto debía comenzar con los preparativos para la boda, aunque lo único que deseaba era pasar tiempo con el nuevo jardinero que mantenía mi mente ocupaba con sus palabras amables y su cálida mirada. Quise estar el resto de mi tarde a su lado, pero corríamos el riesgo de ser vistos al permanecer tan cerca del palacio, así que le sugerí vernos al anochecer en el quiosco al lado del lago, en donde nadie nos molestaría.Me enclaustré en mi cuarto hasta que el sol se ocultó y bajé con rapidez a cenar, ansiosa de que las horas pasaran con
El canto de las aves me despertó esa mañana. Esta vez el sol decidió permanecer oculto mientras las nubes lo apresaban, permitiendo apenas que su luz iluminase el día sin darle tregua a que sus rayos tocaran la tierra. El clima era fresco y pese a eso mi frente estaba sudorosa y mi corazón agitado. Agradecí que los pájaros irrumpieran en mi sueño con sus canticos y me trajeran a la realidad. Me puse de pie saliendo a mi balcón, encontrando la calma de la mañana. Mi ánimo estaba recaído, producto de una pesadilla en donde Mael aparecía sonriéndome, cabalgando con el viento, para caer finalmente al suelo, siéndome imposible despertarlo. Desperté sobresaltada, temiéndome que ese sueño significara un mal augurio.Al llegar mis mucamas les pedí prepararan mi baño y me sirvieran el desa