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Capítulo 4: Jarrón roto

—¡Helen! —la estridente voz de Briana retumbó en mis oídos.

Di un brinco en el balcón al darme cuenta de su presencia ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? No tenía idea.

—¿Qué? —el hilo de mis pensamientos siguió atrapado en esos ojos grises, mientras observaba al pueblo desde mi habitación, imaginando que me encontraba allí.

—Debes volver a hablarle algún día.

Volteé a verla con los ojos entrecerrados. Se me hizo difícil creerle. ¿En realidad quería que volviera a dirigirle la palabra a su amado Príncipe?

—Si no quieres hablar con él entonces hazlo conmigo —suplicó sentándose en mi cama como cuando éramos niñas— ¿Que sucedió allá afuera que te tiene así? Llevas dos días aquí encerrada y sigues negándote a comer.

Me senté a su lado, para después dejarme caer en la cama con los brazos extendidos, soltando un suspiro.

—A eso me refiero —volteó curiosa en mi dirección—, te la pasas lanzando suspiros al aire desde que volviste. Ya dime que ocurrió ¿Se besaron? —su mirada era más de curiosidad que de cualquier otra cosa.

Cuando solté una carcajada su rostro mostró impaciencia.

—No puedes estar más alejada de la realidad —le dije en tono burlón, cerrando los ojos para volver a ver a detalle a ese chico, dueño de mis pensamientos, suspiros y trasnochadas—, conocí a alguien. Es el hombre más guapo que he visto, sus ojos me atraparon, su varonil voz cuando me defendió fue… y su música… wow es fantástica.

—¿¡Qué!? —su voz sonó como un agudo chilido que me hizo abrir los ojos de inmediato, rechinando mis dientes— ¿De qué estás hablando? ¿Quién es? —fue su curiosidad quien habló, pero su tono cambió rápidamente a uno de reproche—, pero… estas comprometida con su Alteza —sus manos cubrieron su boca, abriendo los ojos de forma exorbitante.

No pude evitar reírme, haciéndola enfadar.

—Helen esto es un tema serio, no puedes jugar con eso —advirtió en regaño.

—No estoy jugando —reí, sonrojándome al recordarlo—. Estoy enamorada —declaré en voz alta y Briana inmediatamente cubrió mi boca con su mano, mirando a la puerta asustada, cerciorándose de que nadie hubiera escuchado.

—Helen deja de decir cosas así ¿Quieres que nos corten el cuello a las dos? —su tono era más nervioso que asustadizo y eso me hizo reír aún más, dándome cuenta de cuanto extrañaba a mi amiga.

—¿Y a ti porque te decapitarían? —la cuestioné con mirada acusatoria.

—Porque si fuera cierto, saber algo así y no decirlo es como si cometiera traición a la corona —dicho esto volteó una vez más a la puerta, como si de pronto esperara escuchar como alguien nos espiaba tras la madera.

—Estas exagerando —intenté poner mi rostro serio.

—Deja de inventar cosas así —volvió a regañarme, poniéndose de pie.

—Bri, te estoy contando la verdad —hice una breve pausa, sin perder detalle de cómo sus facciones pasaban del fastidio a la angustia—. Lo conocí en el mercado. Me alejé un momento de Mael para tomar aire y escuché una melodía, solo la seguí y me encontré con él —un suspiro más fue lanzado al aire ante el recuerdo de la mágica escena—. Fue amor a primera vista.

Mi amiga dio un par de pasos atrás, tanteando el peinador hasta encontrar el banquito y tomar asiento en él.

—Esto está mal, lo sabes.

—Sí —admití con voz divertida—. Es la primera vez que siento mi estomago así, fue como si fuera a vomitar, como si cientos de colibríes revolotearan ahí dentro ¿lo has sentido? —Briana se me quedó viendo de forma seria, pero no dijo nada—. Necesito volver a verlo

—No, claro que no ¿Acaso quieres morir o que lo maten?

Me senté, reflexionando sobre sus palabras.

—Comoquiera no puedo volver a hacerlo. Mael me prohibió volver a salir —bajé la mirada, enojada.

—No me digas que se dio cuenta.

Elevé la vista, parpadeando inocentemente en respuesta y Bri volvió a mostrarme esos ojos llenos de sorpresa, cubriendo de nuevo su boca con una de sus manos por el asombro al interpretar mi silencio.

—Nos encontró tomados de la mano, o algo así. Lo malo es que lo vio todo, nos encontró justo cuando nuestras miradas conectaron y ahora él lo sabe y me cuestionó sobre eso, castigándome con no dejarme salir nunca más —crucé mis brazos en negación, como hacía en la infancia.

—¿Cómo reaccionó? ¿Cómo está el Príncipe? —de nuevo ese suave tono de voz disfrazado de preocupación salió a relucir.

—Enojado conmigo ¿Cómo más va a estar?

—Helen él te ama —intentó suavizar su voz para hacerme entender, pero quien no entendía era ella.

—No me hables así, no soy la villana aquí. No es mi culpa haberme enamorado —admití torciendo la boca en un puchero ante su tono.

Muy en el fondo yo sabía que estaba mal, pero la parte que dominaba en mi mente intentaba convencerme de que no era así y de que estar enamorada de alguien más era hasta cierto punto normal. En la realeza era común verse atrapado en un matrimonio sin amor, así que no sería la primera ni la última que estuviera comprometida amando a alguien más.

—Te das cuenta de que le rompiste el corazón y… ¿no te importa? —su chillona voz de reproche fue una cachetada invisible de moral que impactó en mi mente, dejándome sin aliento.

Ella tenía razón ¿Qué pasaba conmigo? Mael no merecía que lo hiriera de ninguna forma y yo descaradamente lo hice. Recordé esa mirada que me lanzó justo antes de salir del carruaje y hasta ahora me di cuenta de que sus ojos brillaban más de lo normal, como si hubiera estado a punto de echarse a llorar. Oh no.

Descrucé mis brazos y de un saltó me levanté, saliendo disparada de mi habitación, ignorando la mirada de desaprobación y confusión de mi única amiga. Recorrí a paso rápido ese corredor que me separaba de la habitación del Príncipe y al plantarme sobre su puerta toqué un par de veces. Al no obtener una respuesta inmediata abrí la puerta, rompiendo un par de reglas de conducta.

Me encontré de frente con mi prometido, que estaba a un par de pasos de la puerta, como si apenas se dirigiera a abrirla. Me miró sorprendido y antes de que pronunciara palabra busqué el calor de su perdón con un abrazo que no tardó en corresponderme. No dijo nada, solo me abrazó fuertemente con una mano, acariciando mi cabello suelto con la otra, pareciendo disfrutar de mi cercanía.

—Perdóname —no fui capaz de elevar la vista.

—Perdóname tu a mi—esta vez me rodeó con ambos brazos. Permitiéndome escuchar los latidos de su corazón—. Nunca debí levantarte la mano. No quiero que me temas o que creas que las cosas serán así en el futuro. Prometo no volver a asustarte.

—No me asustaste —deshice el abrazo, mirándolo a los ojos— y no tengo nada que perdonarte. Tenías razón, no debí alejarme y discúlpame si te herí, nunca quise hacerlo.

Las manos de mi prometido me tomaron por las mejillas, inclinándose ligeramente, acercándose a mi rostro hasta que sus labios tocaron los míos, dándome un tímido beso y manteniéndose cerca de mi boca para volver a besarla por unos segundos más.

Mi primera reacción fue quedarme estática, hasta el segundo beso que correspondí en acto reflejo, contribuyendo a que sus labios duraran mas tiempo unidos a los míos, saboreándolos por primera vez, sintiendo el calor subir a mis mejillas.

Mael se alejó primero, dejando caer sus brazos a los costados, con una boba sonrisa en su cara, relamiendo sus labios con pena.

—Disculpas aceptadas —pronunció al tomar mis manos—. Es bueno tenerte de vuelta. Mi padre y yo te extrañamos estos días y no sabia que decirle para que no fuera a buscarte. Tuve que inventar que estabas indispuesta.

Le sonreí feliz. Después del compromiso creí que había perdido a los únicos amigos que tenía, pero me daba cuenta de que eso solo estaba en mi cabeza. Briana seguía dispuesta a escucharme y Mael siempre estaría ahí para cubrirme.

—¿Por qué te ríes? —indagó con curiosidad.

—¿Recuerdas cuando rompí el jarrón favorito del Rey?

De niños a menudo jugábamos a las escondidas dentro del castillo y uno de esos días en los que corrí para ocultarme accidentalmente rompí un hermoso jarrón con valor sentimental para el Rey. Mael caballerosamente se echó la culpa por mí, protegiéndome del regaño y castigo de nuestro padre.

—Esos meses sin postre y las dobles clases de conducta fue lo peor de mi infancia —contestó entre risas.

—Siempre te guardaba la mitad de mi comida y te esperaba ansiosa para jugar juntos después de las lecciones.

—Pero solo era una mitad del postre —se quejó sin perder el brillo en sus ojos.

—Gracias por encubrirme ese día y también ahora —dije sincera. Si mi padre se esteraba de que por un momento me escapé de su hijo, ahora si no volvería a salir jamás. Le debía mucho más a Mael de lo que cualquiera pudiera pensar, de pequeños éramos muy traviesos y teníamos tantas anécdotas en las que él se metía en problemas por mi culpa.

—Sabes que siempre cuidare de ti, en todos los aspectos —cuando mostró esa sonrisa llena de amor mi corazón se encogió por la culpa de no poder corresponderle como lo merecía.

—Y no vuelvas a besarme —advertí soltando nuestras manos—, si tu padre nos ve estará muy decepcionado de los dos así que no vuelvas a hacerlo, ni siquiera deberíamos estar solos.

—No me arrepiento de nada —canturreó, cerrando así nuestra conversación.

Durante la cena mi padre no indagó sobre mi malestar o el por qué no me presenté a comer durante dos días, solo me hizo saber lo feliz que estaba por verme bien y que los acompañara esta vez.

Mael y yo nos sentábamos cada uno a un extremo de nuestro padre y solíamos platicar amenamente mientras comíamos. El tema de conversación de esa noche se basó en nuestra infancia y las travesuras de “Mael”. Durante toda la cena ambos nos mandamos miradas cómplices, ocultándole la verdad a nuestro Rey. Eran temas inocentes y travesuras infantiles, pero aun así estaba segura de que el Príncipe nunca me delataría. Desde que nos conocimos solíamos ser muy leales. Cuando él hacia algo malo o alguien quería saber algo de él, yo no rebelaba ninguna información así me castigaran a mi también. La cena se desarrolló entre risas y anécdotas, hasta que el Rey carraspeó, mirando a su hijo con seriedad, insinuándole algo con la mirada.

Por primera vez en toda la tarde los ojos de Mael se volvieron tristes, un gesto que no me pasó desapercibido.

—Helen, hay algo que quería contarte, pero como estos días no he tenido oportunidad de que hablemos, no había podido hacerlo. —Solté la cuchara, concentrándome en lo que fuera que debía decirme—. En unos días tendré que salir a Inglaterra a arreglar unos asuntos relacionados al reino, que mi padre me pidió tratara personalmente. Visitaré un par de provincias y dentro de unos meses estaré de vuelta, a tiempo para la ceremonia de nuestra boda.

—Pero ¿qué hare aquí sin ti? —por más que no estuviera de acuerdo con nuestro compromiso, lo necesitaba cerca.  

El Rey se rio de mi expresión de tristeza, tomando mi mano en consuelo.

—Yo me quedare para hacerte compañía, pequeña y este tiempo podrás entretenerte en involucrarte con los preparativos para la boda —intentó animarme, haciéndome sentir mas miserable. Era como organizar mi propia sentencia de muerte.

Cuando el Príncipe notó que las palabras de su padre no lograron animarme en lo mas mínimo, lanzó un chícharo a mi cara, haciéndome reír por el gesto tan infantil para llamar mi atención, ignorando la severa mirada que le lanzó el Rey ante su mal comportamiento.

—No puedo llevarte conmigo, porque debes quedarte a cuidar a nuestro padre —se justificó.

Volteé a ver al Rey, entendiendo lo que Mael decía. Era claro que un gobernante no necesitaba a una joven princesa para protegerlo, pero el dejarlo solo en aquel enorme lugar era algo de lo que no seria capaz. Yo me quedaría a cuidar de su corazón— y prometo traerte decenas de regalos —eso ultimo me hizo sonreír, negando con mi cabeza, sin poder creer lo fácil que le fue convencerme.

No era la primera vez que Mael se iba, pero cada que lo hacía sentía que una parte de mi corazón se iba con él. Aunque nuestro padre y Briana me hicieran compañía, los días se tornaba largos y aburridos sin la compañía de mi hermano.

El Príncipe se puso de pie yendo a mi lugar para tenderme la mano e invitarme a acompañarlo. Miré su mano un tanto dudosa, pero terminé aceptándola al levantarme. Mael sonrió de forma traviesa, esa que me decía que un plan se estaba formando en su mente y me animó a correr, algo que no tardé en hacer apenas levanté ligeramente mi vestido para no pisarlo y corrimos juntos en dirección a los establos, con las risotadas del Rey a nuestras espaldas.

“No se duerman muy tarde” se escuchó a lo lejos cuando nuestro padre se resignó a aceptar nuestros juegos, seguramente pensando que a pesar de que ambos habíamos crecido, seguíamos comportándonos como unos niños.

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