—El anillo regresó a tu mano —fue lo primero que dijo Nathaniel, hablando con pesar al verme ingresar a su celda. El ambiente se sintió tenso, no fue como recordaba que se sintiera estar cerca de él. Pudo deberse al lugar en donde lo veía esta vez, nada parecido a los jardines, llenos de vida y armonía. El calabozo no era un sitio donde alguna vez pensé encontrarlo. Bajé la mirada, avergonzada al saber que yo era la única causante de su desdicha. Nathaniel me miró desde el suelo, en donde estaba sentado. En un rápido vistazo logre distinguir su hombro y torso vendado, comprobando que Mael no mintió sobre eso, lo que hizo que mi corazón saltara. El Príncipe a pesar de todo fue tan bueno como para dejarlo vivir, algo que ningún otro hombre hubiera hecho. Negue con la cabeza, procurando despejar mi mente para poder enfocarme en lo que tenía que decirle al hombre frente a mí. Me acerqué a él con pasos lentos, sintiendo la atenta mirada de los guardias clavada en mi espalda. No me sent
Hace mucho tiempo atrás, en el siglo XI, existió al sur de Éire un pequeño poblado, recordado por su bello paisaje, repleto de prósperos bosques y lagos de aguas cristalinas. Las flores adornaban con los tonos más vibrantes cada esquina, volviendo el pueblo un lugar de belleza sin igual. El paisaje era tan mágico que se podía imaginar a las hadas juguetear por los bosques apenas se ocultaba el sol, o por lo menos es lo que mi madre me contaba antes de arroparme.Crecí corriendo libre y feliz por las praderas, para poder llegar a casa después de ayudar a mi padre a vender en el mercado. Vivíamos en un molino, que mi yo de 6 años lo veía enorme y majestuoso. Mi infancia fue muy feliz, al lado de mi mis padres y mi hermano recién nacido.Puedo recordar muy poco de la noche de la tragedia. Yo dormía tranquila, cuando unos gritos y el calor del fuego me despertaron. Mi hermano lloraba mientras yo me sentaba tallando mis ojos. Mi madre solo me cargó sacándome de ahí con rapidez, pero un hom
Me encontraba sentada frente al grande y elegante comedor. Las familias nobles de la región nos acompañaban, platicando amenamente, celebrando mi compromiso con el príncipe Mael. Esa cena era la más importante en años y yo me sentía incapaz de probar bocado. Un nudo llevaba semanas implantado en mi estómago, reacio a moverse de ahí.Mael me tomó de la mano por debajo de la mesa, procurando que nadie nos viera, ya que era mal visto un contacto así en público. Me dio un pequeño apretón, llamando mi atención y cuando volteé a sus ojos celestes, acompañados de una resplandeciente sonrisa, no pude evitar sonreír también. Ese gesto significaba que no quería que olvidara que estaba ahí para mí y la verdad eso era algo imposible de hacer. Cuando su mano liberó la mía y volteó a platicar con el invitado que tenía al lado, bajé mi rostro viendo a la sopa, ocultando mis ojos llorosos sin evitar sentirme culpable.Verlo feliz siempre me hizo feliz, pero desde el compromiso, muchas cosas cambiaron
La luz del sol molestó a mis parados todavía cerrados, cuando mi dama de compañía abrió de golpe las cortinas, apremiándome para levantarme.—Briana —le reproché cubriéndome hasta la cabeza con una manta, que después me quitó de un jalón—, ¡oye! —me quejé molesta sentándome sobre la cama, tallando mis ojos y corriendo mi maquillaje del día anterior.—Déjame limpiarte el rostro —dijo amable, arrodillándose a mi lado, pasándome un paño húmedo por la cara. Al terminar de hacerlo me ofreció un cuenco con agua, en donde sumergí mis mejillas, mojando después mi cuello para refrescarme un poco.—¿Por qué tanta insistencia en levantarme tan temprano? —la reprendí, haciéndole notar mi mal humor por dormir tan poco tiempo.—El Príncipe te espera abajo —su tono fue inusualmente serio.No me sorprendió su cambio de actitud conmigo cuando me comprometí. Briana siempre estuvo enamorada de Mael, aun sabiendo que era algo imposible y al verme a mí, su amiga de la infancia comprometerme con el hombre
Las escasas nubes danzaban con lentitud en el cielo despejado, permitiendo que los rayos del sol buscaran mí piel, al mantener una mano fuera de la ventana con la palma en alto para sentir su calor. Todo fuera del castillo parecía distinto. Incluso respirar me era más fácil. Las hojas de los árboles brillaban mostrándose de un verde radiante; El aire era más ligero y conforme el carruaje se acercó al pueblo el aroma a pan caliente inundó mis fosas nasales.Un vago recuerdo de mi infancia me golpeó de pronto. Mi madre preparaba la harina desde muy temprano y todas las mañanas acompañaba a mi padre a vender el pan al lugar al que ahora me dirigía. Tanto había cambiado desde entonces. La sonrisa se esfumó de mi rostro al pensar por un momento que quisa no sería bien recibida por la gente. Todos en el reino conocían bien mi historia y la abrumadora idea de que me vieran como la niña oportunista hizo que me apartara de la ventana por primera vez desde que salimos del palacio.—¿Todo bien?
—¡Helen! —la estridente voz de Briana retumbó en mis oídos.Di un brinco en el balcón al darme cuenta de su presencia ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? No tenía idea.—¿Qué? —el hilo de mis pensamientos siguió atrapado en esos ojos grises, mientras observaba al pueblo desde mi habitación, imaginando que me encontraba allí.—Debes volver a hablarle algún día.Volteé a verla con los ojos entrecerrados. Se me hizo difícil creerle. ¿En realidad quería que volviera a dirigirle la palabra a su amado Príncipe?—Si no quieres hablar con él entonces hazlo conmigo —suplicó sentándose en mi cama como cuando éramos niñas— ¿Que sucedió allá afuera que te tiene así? Llevas dos días aquí encerrada y sigues negándote a comer.Me senté a su lado, para después dejarme caer en la cama con los brazos extendidos, soltando un suspiro.—A eso me refiero —volteó curiosa en mi dirección—, te la pasas lanzando suspiros al aire desde que volviste. Ya dime que ocurrió ¿Se besaron? —su mirada era más de curiosidad que
El cielo se tornó oscuro para cuando cabalgamos la última vuelta en los inmensos jardines del palacio, con la luna indicándonos el camino de vuelta. Desde niños uno de nuestros pasatiempos favoritos era la equitación y aunque nuestro padre se negaba en un inicio que una niña de 8 se subiera a un poni, Mael terminó convenciéndolo. Con el paso de los años ese poni pasó a convertirse en un caballo bien entrenado que corría como un rayo. Mi yegua Luna era ágil y veloz, compitiendo con el imponente de Tormenta, el favorito del Príncipe. Jugábamos carreras a menudo, ganando mi corcel blanco la mitad de las veces. Esa tarde le aposté a mi prometido que si ganaba debía prometerme que al llegar de su viaje volveríamos a salir del castillo y para su desgracia fui la vencedora. Mael torció la boca en un gesto de desaprobación, alegando que hice trampa y rápidamente desvió el tema. Entendía que no quisiera llevarme al pueblo de nuevo, pero no dejaría de insistir en hacerlo y él lo sabía. Cuando u
Centenares de flores con vibrantes colores brillaban como nunca, despidiendo su dulce aroma al darme la bienvenida. Bajé con lentitud mi capucha, revelando así mi rostro para poder hablar con normalidad, si es que mi corazón me lo permitía.El chico miraba mis mejillas, algo sucias todavía y ambos sonreímos entendiendo lo mismo.—Tenia que hacer que nadie me notara.—Seria imposible —confesó tocando su cuello con nerviosismo.—Gracias… —seguía sin saber su nombre.—Nathaniel, Princesa —contestó de pronto, como si pudiera leer mis pensamientos.Nathaniel era el nombre que tanto deseé saber y que ahora que pensaba era el mas hermoso que hubiera escuchado. Nathaniel.—Yo soy Helen —mis mejillas se llenaron de color al escuchar su risa.—Lo sé, Princesa. No hay persona en el pueblo que no conozca su nombre. —Ambos reímos. Que tonta, claro que él ya sabía cómo me llamaba. Mis rodillas temblaban todavía y seguía incapaz de pensar con claridad.—Claro, lo siento —no tenía idea por qué me dis