Una vez que Xavier estacionó en el aparcamiento del Hospital Central, Alex se apeó rápidamente del vehículo y corrió hacia la entrada con el faldón del saco de su traje ondeando tras él. Sin saber muy bien dónde dirigirse, se encaminó hacia la recepcionista, en el mismo momento en el que Leo doblaba la esquina de un pasillo. —Alex —lo llamó. Alex se dio media vuelta y se encontró con su amigo caminando hacia él con la chaqueta en colgada de un brazo, la camisa arremangada hasta los codos y las manos en los bolsillos. —Leo, ¿qué pasó? ¿Has hablado con el médico? —preguntó, acercándose a él, con el rostro desencajado. —Tranquilo, Alex. Aún no hay ninguna noticia. Pero es bueno que hayas llegado. El médico le comunicó todo a Andrea, quien corrió hacia aquí y me llamó de camino.—¿Te llamó? —preguntó Alex, sorprendido. —Sí —asintió—. Intentó comunicarse contigo, pero…, bueno, ya sabes, no pudo, como yo tampoco, hasta que te dignaste a llamarme. —Lo siento, pero necesitaba enfocarme
Alex, Leo y Andrea abrieron los ojos de par en par con incredulidad.—Eso es imposible —repuso Alex, negando con la cabeza—. Camila apenas demostraba que estaba embarazada, además en las ecografías que le han hecho aquí —añadió, mirando al médico fijamente.El médico asintió, comprensivo.—Lo entiendo, señor, pero tiene que saber que los niños no son demasiado robustos, y no en todos los casos el vientre materno acusa lo que realmente pasa dentro de él. Además, muchas veces solo se ve un niño, ya que sus hermanos están ocultos detrás de él. —Esto… Yo… ¿Puedo verlos? —preguntó Alex, sin saber muy bien qué decir.Estaba efectivamente sorprendido por la noticia, pero aquello no había hecho más que aumentar su felicidad.Tres niños. Dos pequeños Alex y una mini Camila. ¿Qué más podía pedir?«Que Camila despierte y que te perdone para que ambos puedan disfrutar de la vida y de sus hijos», repuso una voz en el interior de su cabeza.Alex sintió en lo más profundo de su ser que eso era lo ú
Cuando el tiempo de Alex con sus tres hijos recién nacidos llegó a su fin, salió de la sala de neonatología tras el médico. Antes de dejar la habitación, se detuvo un momento para contemplar a los pequeños, sintiendo una mezcla de alegría y preocupación; y volvió a prometerse a sí mismo ser el mejor padre posible para ellos, aunque la incertidumbre sobre el futuro con Camila lo invadía.Una vez fuera, se despojó con cuidado de la bata estéril y la depositó en un cesto de basura designado para ese fin. Cada paso que daba hacia la salida lo alejaba de la seguridad que había sentido al lado de sus hijos, y se vio obligado a experimentar una angustiante sensación de vacío.Al regresar al pasillo, Alex se encontró con un entorno hospitalario que parecía ajeno a la alegría que acababa de vivir. El bullicio de las conversaciones, el tintineo de las máquinas y el constante trasiego de personal médico y visitantes creaban un contraste palpable con la calma de la sala de neonatología.Mientras
A la mañana siguiente, Alex se despertó en su espaciosa habitación de la mansión. Instintivamente, su mente vagó hacia el recuerdo de la leve reacción que creía haber visto el día anterior de parte de Camila. Mientras la luz del sol se filtraba suavemente a través de las cortinas, Alex se puso de pie y se encaminó hacia el cuarto de baño, donde se aseó antes de cambiar su pijama por su acostumbrado atuendo. Aquel era un nuevo día y la esperanza de que fuera un día más cerca de la recuperación de su esposa, hizo que el sueño quedara a un lado. Una vez estuvo lista, Alex bajó las escaleras en silencio, sumido en sus pensamientos, hasta llegar a la acogedora cocina donde Mary ya preparaba el desayuno. El aroma a café recién hecho llenaba la estancia, mezclándose con el olor de pan tostado. —Buenos días, señor —lo saludó la empleada, mientras le servía una taza de café y un plato de tostadas, mientras él se sentaba en la mesa de la cocina.—Buenos días —respondió Alex, ahogando un bost
Una semana después. En la aséptica habitación de la Unidad de Cuidados Intensivos, en la que se encontraba internada Camila, Alex suspiró, mientras en las yemas de sus dedos sentía las pulsaciones de su esposa, quien aún permanecía inconsciente. Aquel simple latido, junto a la existencia de sus tres hijos, era lo único que le permitía no perder las esperanzas y la fe. Si bien él siempre se había considerado ateo, no podía negar que, en ese momento, se sentía profundamente enfocado en la oración. Si había alguien que podía lograr un milagro, ese era Dios. Al menos, eso se decía en el afán de mantener la calma dentro del caos que era su vida. Por esto, cada mañana, sintiéndose sumamente cansado, había comenzado a dirigirse a la pequeña capilla del hospital, antes de visitar a sus hijos en neonatología y luego acudir a la habitación de Camila, donde, durante la hora que había logrado que le habían habilitado para estar con ella, se encargaba de hablarle, asegurarle que todo estaría bi
En la empresa… —Alex, tienes que descansar —repuso Leo en un suspiro—. Ya has hecho demasiado por hoy. Lo mejor es que te enfoques en Camila y los niños, ya te lo he dicho —añadió, cruzando los brazos sobre su pecho. Su amigo lucía completamente agotado, mientras permanecía con la vista fija en el escritorio con la cabeza entre sus manos. Al escuchar por enésima vez aquellas palabras de parte de Leo, Alex suspiró. —Entiendo lo que quieres decir, pero ¿de qué me sirve no hacer nada? —preguntó, alzando la mirada hacia Leo—. Camila está en coma y los niños están en neonatología. No puedo estar con ellos cuanto quisiera, y, cuando no es horario de visitas, no tengo nada más para hacer. Mis pensamientos y la culpa que siento son una tortura —confesó con pesar—. ¿Qué más quieres que haga? Estoy atado de pies y manos, y no me queda más remedio que esperar. —A ver, Alex, lo que dices es comprensible, pero tampoco puedes hacer nada útil en el estado en el que te encuentras. Apenas duermes
—¡¿Gabriel?! —exclamó Alex con incredulidad al ver el nombre en la pantalla del móvil de Leo. Sin esperar respuesta, le arrebató el teléfono de la mano y lo sostuvo con firmeza, con la mirada clavada en la pantalla que mostraba el nombre de Gabriel. Un escalofrío recorrió su espalda al imaginar las posibles intenciones de aquel sujeto. Con manos temblorosas, presionó el botón para contestar y llevó el teléfono a su oreja, sintiendo cómo la furia se apoderaba de él. —¿Qué quieres, Gabriel? —preguntó Alex, su voz denotando tensión y desconfianza.—¡Oh, Alex, no esperaba que me atendieras tú! ¡Siempre tan directo! ¿Cómo estás? —respondió Gabriel con voz burlesca y calmada, como si estuviera disfrutando de la situación; algo que Alex no dudaba. —No tengo tiempo para juegos, Gabriel. ¿Por qué estás llamando? ¿Qué diablos quieres? —insistió Alex, apretando el teléfono con fuerza, mientras intentaba contener su ira.—Tranquilo, tranquilo. No te pongas así. Solo llamaba para felicitarte po
Una semana después de lo ocurrido en la empresa, especialmente en la filial Johnson Tech, Alex se encontraba en la tranquilidad de su habitación, aquel refugio momentáneo entre el caos que lo rodeaba, después de darse una ducha. Se sentía agotado; de hecho, ni siquiera había podido pegar ojo durante toda la noche. No podía dejar de pensar en Camila, en los trillizos y en el maldito Gabriel, que parecía no querer dejarlo en paz.Mientras se vestía, su mente se perdía en un mar de pensamientos. Reflexionaba sobre Gabriel, el hombre que una vez había considerado un hermano, y sobre que, ahora, se veía obligado a enfrentar la realidad amarga de sus acciones pasadas. Había buscado vengarse de James, a través de Camila, sin comprender completamente las consecuencias de sus actos, y ahora, se veía obligado a experimentar en carne propia que alguien lo odiara por el simple hecho de haber nacido y haber tenido más beneficios en la vida.Cada prenda que se ponía era como un recordatorio tangibl