XVI
Aquel sábado transcurrió tal y como Julio pidió: sin eventualidades, y esto así lo deseaba por la culpabilidad que sentía después de haber hecho lo que hizo el día anterior. Y no es que le importara el jodido perro, pero tenía esa sensación de incomodidad muy similar a cuando se le metía una pestaña en el ojo. Era consciente de que aquello que hizo estuvo mal, pero así como encontraba ese remordimiento, también le daba alcance una autosatisfacción increíble, la cual lo invitaba a sonreír antes de preocuparse.
Así que ese día inició y terminó con una culpa envuelta en excitación. Incluso a eso de las tres o cuatro de la tarde (cuando el mariconazo del comisario estaba reincorporándose y buscando agua) sintió la urgente necesidad de contarle a alguien aquellos actos de malicia, y no por encontrarse con el
XVIIAquella mañana fue hostil, de hecho, fue maldita y jodidamente hostil.Un estruendo, proveniente de los cielos, lo obligó a despertar asustado. Cuando se sentó sobre la arena, vio una suave línea de agua turbia que corría por el arroyo. Llovía con fuerza, pero Greg se encontraba seco gracias a la protección que brindaba el puente.Tomó un sorbo agua de la cantimplora antes de levantarse y echar una mirada a ambos lados del puente. Sí, llovía demasiado, y aquel hilo de agua fue creciendo tan rápido que se convirtió en un flujo preocupante. Si continuaba lloviendo de aquella forma, el arroyo no tardaría en llenarse, y Greg tendría que salir para evitar ser llevado por la corriente, pero una vez afuera se mojaría y tendría frío. No supo qué hacer. Podría esperar un poco más para ver si la intensidad d
XVIIIManuel despertó faltando quince minutos para las doce del mediodía. El sufrimiento se fue retirando demasiado lento, y para entonces solo sentía una leve punzada de dolor en la nariz y un poco de ardor en las mejillas, frente y labios a causa de los raspones. A pesar de la presente molestia, ese domingo que despertó algo lo invitó a mirar por la ventana. Desconoció el porqué, pero al lanzar una mirada afuera y ver a María Fernanda jugando en la calle, supo que era algo que llamaban destino, aunque en realidad no sabía qué significaba con exactitud.La miró con sus ojos brillosos y con una sonrisa bien pronunciada. Apostó a que si su hermano lo hubiera visto en ese momento, se estaría ahogando de risa. Pero no le importó ya que ahí no estaba Francisco, aunque así como podría estar riéndose de él, tambié
XIXLa espera se volvió tormentosa. No solo estaba impaciente por la ausencia de su esposo, sino que también intranquila y, más que eso, preocupada. Nunca duraba más de lo debido en la ciudad. Además de que Gregorio era dedicado en exceso a su trabajo y al pueblo, de modo que su tardanza no era para nada aceptable tanto para ella como para él.¿Y si se había largado a una de esas malditas cantinas de putas? Conocía a Héctor: era un hombre divorciado a quien su esposa lo dejó unos años atrás por estas mismas razones, y, como era de esperarse, él no protestó en ningún momento, después de todo, podría tener a cualquier mujer gracias a lo bien que le iba en la tienda. Y la ciudad de Chihuahua estaba llena de prostitutas al igual que cualquier otra. Solo bastaría con sacar la cartera para así tener tanto sexo como
XXUna punzada de dolor, como si le clavaran un clavo ardiendo en el tobillo, fue lo que experimentó, para su mala fortuna, a eso de las seis de la tarde de aquel domingo.A pesar de que lo evitaba con fiereza, aún quedaba dentro de él la vaga posibilidad de encontrarse de nuevo con aquel sujeto. Se obligó a creer que su anterior encuentro fue a causa del imponente y devastador dolor que la lluvia y su mala fortuna trajeron consigo, pero por más que se esforzara a pensarlo, era casi imposible. Aquella voz seguía resonando dentro de su cabeza.A pesar de tener la imagen de aquel hombre bien impresa en su memoria, se obligó a creer, por unos momentos, y por su propio bien, que ese sujeto no era más que una ilusión. Su mente solo le estaba jugando sucio… pero ¿y si era real? Si aquel cabrón existía,
XXILos últimos días, la zorrita de su esposa se había comportado de una manera un tanto aceptable, sumisa y agradable. Decidió hacer a un lado la torpeza y estupidez que tanto la caracterizaban, y de las cuales ella misma se esforzaba por mantener, y adoptó la docilidad. En pocas palabras, se comportaba como debía de comportarse cualquier mujer en el mundo, aunque en realidad ninguna zorrita de mierda lo hiciera al pie de la letra.Pedro estaba asombrado por este cambio tan drástico y repentino, pues al fin, después de tantos años, Juana actuaba de manera decente, y deseaba que continuara así, pues esto mantenía su orgullo muy por encima de lo que podría llegar a imaginar. Tantos putazos la moldearon, no obstante, debía admitir que no trató con masa para tortillas, sino con un auténtico bloque de már
XXIIEse lunes, a eso de medio día, la pasó con Juan y Ricardo. Fumaron a escondidas, tal vez demasiado pronto, el único cigarro que tenían, pues el día era joven todavía. Se lamentaron por no traer más y, sobre todo, porque Héctor aún no llegaba, siendo él una de las pocas personas que les vendía cigarros cuando no tenían de dónde robar. El mariconazo del comisario creía que Julio y los demás entraban a la tienda y los hurtaban, pero era todo lo contrario, y es que ese hijo de perra de Héctor, con el fin de vender, podía incluso ofrecerlos a un niño de cuatro años que trajera algunos centavos en la bolsa. Era tan avaro que desollaría a un piojo para obtener su piel.Sumidos en la desesperación, terminaron en el borde del arroyo arrojando pedazos de madera al agua que corría con furia, para después salir cor
XXIIIDespués de lo ocurrido el día anterior, Manuel creyó que lo más conveniente sería quedarse en casa, pero cuando salió a orinar, vio que Fernanda y Andrea caminaban cerca, por lo que se vio obligado a guardar su pequeño pene lo más rápido que pudo, esto ocasionó que sus manos se mojaran de pipí. Luego salió corriendo hacia ellas.Luego del consejo de su padre, Manuel veía urgente contarle a Fernanda lo que sentía por ella. A pesar de que iba Andrea a su lado, no se intimidó ni acobardó, al contrario, esto generó más confianza, ya que sería una buena oportunidad. Jugarían y hablarían juntos, y cuando Andrea los dejara para ir a su casa a comer, tomar agua o hacer pipí, Manuel diría a Fernanda que le gustaba. Incluso podría decirlo frente a Andrea en caso de que no encontrara otra oportunidad.Se apresuró,
XXIV—¿Qué mierda le pasa? —gritó Ricardo, y salió corriendo a toda velocidad hacia el lugar del accidente. Llegó con brusquedad y empujó a Manuel hacia el suelo. Miró al arroyo, y al no ver a su pequeña hermana, decidió correr detrás de los otros mocosos, quienes ya iban muy lejos. Juan hizo lo mismo, pero hubo alguien que no corrió y tampoco se asustó. El único que mantuvo cierta calma para todo su beneficio fue Julio. Se acercó hasta Manuel para mostrarle una sonrisa chueca y taimada.—No entendiste la vez pasada ¿verdad, pendejo? —bufó, y le dio una patada en los huevos mientras este estaba tendido sobre el suelo. El pequeño mierdero lanzó un aullido agudo y a su vez comenzó a revolcarse de un lado a otro. Fue reconfortante ser el causante de aquel dolor, y vaya que se sintió mucho mejor.Se inclinó, y su