XIII
Cuando salieron de la Ciudad de Chihuahua, eran, con exactitud, las seis de la tarde con trece minutos del día viernes cuatro de marzo. Esto lo supo Gregorio ya que Héctor le mostró un reloj plateado de cuerda y bolsillo, el cual arrancó destellos a los débiles rayos del sol que aún eran lanzados hacia el mundo. Era un reloj bastante hermoso, según la propia opinión de Greg, tenía ornamentos de estilo inglés así como delgadas líneas que creaban pequeños y desconocidos animales, de los cuales solo distinguió dos, o mejor dicho, uno. Un hibrido; cuerpo de serpiente con cabeza de humano. Al verlo, despegó la vista de inmediato y entregó el reloj a Héctor, quien aseguraba que lo había comprado a un muy bajo precio a un jodido borracho en la calle de los Pintos, y aunque afirmaba que no le gustaba mucho ese estilo oscuro y gótico que tenía, no pudo dejar pasar
XIVEl día fue desfalleciendo, y la ausencia de Gregorio continuó. Por la tarde, y antes de que oscureciera, Fernanda preguntó en varias ocasiones por su padre, y, sin otra opción, Rocío le contestó con lo mismo una y otra vez.—Está ocupado, si no llega ahora lo más probable es que mañana a medio día ya esté aquí. Quizás te está comprando dulces y chocolates, por eso es que se demora tanto —repitió tantas veces que empezó a fastidiarse, y aunque su hija no parecía del todo satisfecha, al menos dejaba de quejarse (por uno momentos) al escucharla.Pero no solo a María Fernanda le urgía verlo, Rocío también quería que estuviera ahí, a su lado, para contarle una gran noticia. Quería otro hijo, y podía apostar a que Greg también.Tenía planeado embarazarse lo antes posible para así poder manip
XVGreg despertó con los malditos rayos del sol quemándole el rostro. No sabía cuánto tiempo transcurrió, pero por lo que a él respectaba, quizá podía ser lunes o martes.No supo dónde se encontraba, y al intentar levantarse sintió dos punzadas de dolor: una en la pierna izquierda, apenas unos centímetros por encima de la rodilla, y otra cerca del hombro derecho. No se movió, sino que prefirió quedarse en el suelo un momento más. Un par de horas quizás, pensó, pero no sería una buena idea con aquel insoportable sol quemándole la piel. Sus labios estaban tan secos como la tierra árida, y al intentar tragar un poco de saliva le dolió la garganta: parecía tener un kilo de arena adentro. Necesitaba agua, pero al mirar a los lados no vio nada cerca. Si quería agua tenía que levantarse, y eso
XVIAquel sábado transcurrió tal y como Julio pidió: sin eventualidades, y esto así lo deseaba por la culpabilidad que sentía después de haber hecho lo que hizo el día anterior. Y no es que le importara el jodido perro, pero tenía esa sensación de incomodidad muy similar a cuando se le metía una pestaña en el ojo. Era consciente de que aquello que hizo estuvo mal, pero así como encontraba ese remordimiento, también le daba alcance una autosatisfacción increíble, la cual lo invitaba a sonreír antes de preocuparse.Así que ese día inició y terminó con una culpa envuelta en excitación. Incluso a eso de las tres o cuatro de la tarde (cuando el mariconazo del comisario estaba reincorporándose y buscando agua) sintió la urgente necesidad de contarle a alguien aquellos actos de malicia, y no por encontrarse con el
XVIIAquella mañana fue hostil, de hecho, fue maldita y jodidamente hostil.Un estruendo, proveniente de los cielos, lo obligó a despertar asustado. Cuando se sentó sobre la arena, vio una suave línea de agua turbia que corría por el arroyo. Llovía con fuerza, pero Greg se encontraba seco gracias a la protección que brindaba el puente.Tomó un sorbo agua de la cantimplora antes de levantarse y echar una mirada a ambos lados del puente. Sí, llovía demasiado, y aquel hilo de agua fue creciendo tan rápido que se convirtió en un flujo preocupante. Si continuaba lloviendo de aquella forma, el arroyo no tardaría en llenarse, y Greg tendría que salir para evitar ser llevado por la corriente, pero una vez afuera se mojaría y tendría frío. No supo qué hacer. Podría esperar un poco más para ver si la intensidad d
XVIIIManuel despertó faltando quince minutos para las doce del mediodía. El sufrimiento se fue retirando demasiado lento, y para entonces solo sentía una leve punzada de dolor en la nariz y un poco de ardor en las mejillas, frente y labios a causa de los raspones. A pesar de la presente molestia, ese domingo que despertó algo lo invitó a mirar por la ventana. Desconoció el porqué, pero al lanzar una mirada afuera y ver a María Fernanda jugando en la calle, supo que era algo que llamaban destino, aunque en realidad no sabía qué significaba con exactitud.La miró con sus ojos brillosos y con una sonrisa bien pronunciada. Apostó a que si su hermano lo hubiera visto en ese momento, se estaría ahogando de risa. Pero no le importó ya que ahí no estaba Francisco, aunque así como podría estar riéndose de él, tambié
XIXLa espera se volvió tormentosa. No solo estaba impaciente por la ausencia de su esposo, sino que también intranquila y, más que eso, preocupada. Nunca duraba más de lo debido en la ciudad. Además de que Gregorio era dedicado en exceso a su trabajo y al pueblo, de modo que su tardanza no era para nada aceptable tanto para ella como para él.¿Y si se había largado a una de esas malditas cantinas de putas? Conocía a Héctor: era un hombre divorciado a quien su esposa lo dejó unos años atrás por estas mismas razones, y, como era de esperarse, él no protestó en ningún momento, después de todo, podría tener a cualquier mujer gracias a lo bien que le iba en la tienda. Y la ciudad de Chihuahua estaba llena de prostitutas al igual que cualquier otra. Solo bastaría con sacar la cartera para así tener tanto sexo como
XXUna punzada de dolor, como si le clavaran un clavo ardiendo en el tobillo, fue lo que experimentó, para su mala fortuna, a eso de las seis de la tarde de aquel domingo.A pesar de que lo evitaba con fiereza, aún quedaba dentro de él la vaga posibilidad de encontrarse de nuevo con aquel sujeto. Se obligó a creer que su anterior encuentro fue a causa del imponente y devastador dolor que la lluvia y su mala fortuna trajeron consigo, pero por más que se esforzara a pensarlo, era casi imposible. Aquella voz seguía resonando dentro de su cabeza.A pesar de tener la imagen de aquel hombre bien impresa en su memoria, se obligó a creer, por unos momentos, y por su propio bien, que ese sujeto no era más que una ilusión. Su mente solo le estaba jugando sucio… pero ¿y si era real? Si aquel cabrón existía,
XXILos últimos días, la zorrita de su esposa se había comportado de una manera un tanto aceptable, sumisa y agradable. Decidió hacer a un lado la torpeza y estupidez que tanto la caracterizaban, y de las cuales ella misma se esforzaba por mantener, y adoptó la docilidad. En pocas palabras, se comportaba como debía de comportarse cualquier mujer en el mundo, aunque en realidad ninguna zorrita de mierda lo hiciera al pie de la letra.Pedro estaba asombrado por este cambio tan drástico y repentino, pues al fin, después de tantos años, Juana actuaba de manera decente, y deseaba que continuara así, pues esto mantenía su orgullo muy por encima de lo que podría llegar a imaginar. Tantos putazos la moldearon, no obstante, debía admitir que no trató con masa para tortillas, sino con un auténtico bloque de már