Un Pacto

John Anthony Reynolds

Marzo 2, 1928-Abril 21, 2015

“Toca tu corazón y encuentra tu alma”

Descansa en Paz.

Te tendremos siempre en nuestros corazones.

Así rezaba el túmulo donde yacería el cuerpo de mi abuelo.

A los cuatro años lo recordaba llevándome a la escuela y comprándome un helado. A los seis años me enseñó a manejar el triciclo. A los ocho años tomó la completa responsabilidad de mí después de la muerte de mamá. A los nueve estuvo presente en todos los eventos que el colegio montaba y me regaló mis primeros libros: Harry Potter. A los diez años tuvo que explicarme que necesitaba ir al psicólogo porque seguía teniendo pesadillas con mi madre y tenía que tomar esos asquerosos antisicóticos. A los quince me organizó un cumpleaños inolvidable con la ayuda de Cameron y Nerissa Bower; mi antisocial y muy rebelde amiga, y como regalo me enseñó a conducir a Sonia y así obtener mi permiso para conducir aun siendo muy joven y me llevó a la librería para comprarme más libros de Stephen King. A los dieciséis me dio permiso para ir a un pub con Nerissa solo si me portaba bien y terminé castigada por dos semanas. Al cumplir los diecisiete me llevó al concierto de BMTH y a la firma de autógrafos en Oklahoma, en 6 de agosto. Mi último gran regalo de cumpleaños.

Lo recordaba riéndose con mis locuras, llevándome a los festivales como un padre o una madre lo haría; regalándome lo que más deseaba en Navidad, practicaba buceo conmigo, dábamos largos paseos de casa al cementerio. Íbamos de días de campo o solo a sentarnos en Ida Lee Park y todo era maravilloso, él siempre me mantuvo ocupada para que no pensara en el pasado y nunca quiso que nadie más me cuidara porque yo se lo pedía. Íbamos al cine, viajábamos con Nery y Cameron. Me regañaba cuando era necesario, me escuchaba cuando creía que eso era lo que necesitaba y todo era perfecto.

Él era mi todo.

No podía dejar de llorar al ver descender el ataúd de mi abuelo en la fosa, una oscura y solitaria fosa.

Un sacerdote estaba tirando agua bendita y diciendo algo que no podía oír por mis propios llantos, Nery y Cam estaban a mi lado y ambos también lloraban, pero no más que yo, los recuerdos invadían mi mente, también quería morirme y evitar este dolor punzante.

Era una tarde gris y nublada, el Cementerio La Unión lucia como un cementerio tenía que lucir, triste y desolado. Hannibal y sus hijos fueron los primeros en llegar a casa y en organizar el velorio y todo el lío del funeral. La mamá de Nerissa estuvo apoyando también, Marina estuvo como cinco horas después de haberse enterado, algunos de los amigos del abuelo, también viejos, llegaron para despedirse de él. Aparecieron varias personas que ni conocía, los profesores, algunos alumnos, hasta el chico de cabello-casi-blanco y su compañero que se mantuvieron fuera de la vista de otros, pero yo pude notarlos.

Para ser un día nublado yo llevaba gafas de sol y no es por mis ojos hinchados, o bueno, eso también tuvo que ver, pero eso no fue lo que realmente me hizo no querer sacarlos. Mis ojos… habían cambiado. Cuando el efecto del sedante había cesado y desperté, Cameron me miró con los ojos desorbitados y se asustó de mí.

— ¿Qué pasa? —Había preguntado con la voz ronca, todavía me costaba tener que asimilar que lo que había pasado no había sido un sueño, el abuelo estaba muerto.

—Tus ojos…— susurró Nery, que estaba al otro lado.

— ¿Qué tienen? Estuve llorando. —Justifiqué.

—No. Son, son rojos, literalmente —murmuró para que la enfermera no nos oyera.

—Prueba llorar contra el viento mientras corres porque tu abuelo está muriéndose y a ver si no los tienes rojos —respondí con un enorme nudo atascado en mi cogote.

—No. Claro que los tendría rojos. Pero no tengo abuelo —se apresuró a decir y rebuscó algo en su bolso negro con calaveras. Un espejo. ¿Qué quería hacer ella con un espejo?—. Mira, tus ojos.

Mis ojos…

Eran rojos no de la manera irritada, los iris rojos y las pupilas y su contorno en negros, los entrecerré para, quizá desaparecerlos, pero no era una pesadilla o una alucinación; efecto del sedante, ellos lo habían visto primero.

—No puede ser, mis ojos.

—Estaban así desde que el viejo Johnny… cuando te pusieron el sedante… —explicó Cameron.

—No… ¿Qué voy a hacer? Mi abue…

—Tenemos muchos pendientes, Lisa. —Nery tomó mis manos, que estaban heladas.

—Eso ya lo sabemos —repuso Cameron, se había puesto serio—. Y lo discutiremos luego, ahora vamos, tenemos que irnos a casa, tenemos que preparar un funeral.

Con el simple hecho de mencionarlo me puse a llorar, y los hombros de Nery estuvieron a mi disposición en todo el camino mientras discutíamos acerca de mis ojos de película de terror. Pero ella, para alegrarme más que nada, tuvo su teoría:

—Es como el Sharingan, solo que sin las tres aspas a su alrededor, es más como si la pupila se hubiese transformado en un hexágono. O como los de un Shinigami No, espera… es como los ojos de Kaneki de Tokyo Ghoul. ¡Tienes los ojos de un Ghoul!

Eso era gracioso, pero, no tenía nada ingenioso o sarcástico para responder a su comentario sobre animes, así que no hablaba mientras nos íbamos a casa, según lo que Cameron me contó, sino fuera porque Shukaku maullaba de una manera extraña, yo hubiera encontrado a mi abuelo tirado en el suelo.

—No quiero decírtelo —dijo cuando íbamos cerca de casa cuando le pedí más detalles.

—Por favor —rogué, tenía la voz quebrada y distante.

—No tienes por qué torturarte —me consoló mi amiga, pero yo quería saber porque había mencionado a mi hermano muerto.

—Tengo que saber qué fue lo que ocasionó su ataque, él… él mencionó a mi hermano segundos antes de… morir —intenté no llorar.

Cam suspiró con resignación y dijo:

—Lo encontré sentado en el sofá, me pidió que solo le diera el medicamento, pero lo vi mal así que decidí llamar a emergencias; el doctor Charlson dijo que hice bien ya que era un post-infarto del miocardio. Pero aun así era muy malo. No dijo nada ya que posteriormente estuvo inconsciente.

No supe qué responder, habíamos llegado a casa y Hannibal y sus hijos ya estaban. El mayor era Bill de veintitrés años, Brandon de veinte, Brook de diecisiete, Ben de quince, los gemelos Dexter y Dixon de diez años, y Bruce de siete años, ellos eran los siete hijos de Hannibal. Sino fuera porque su esposa muerta no le hubiera puesto los nombres a los gemelos, serían llamados los siete B’s.

Me recibieron con los brazos abiertos; creía que esto no iba a doler, pero las muestras de cariño que me daban eran más dolorosas que cualquier golpe físico. Ya habían preparado todo; las flores, las cortinas, las bebidas, recibieron todo porque no tenía cabeza para poder organizar algo como el funeral de mi ser más amado. Marina, aun con su aparato de su última lesión de cadera por jugar con sus hijos, sin darse cuenta de que las escaleras estaban embarradas de mantequilla de maní. Me abrazó y lloró conmigo, me hizo recordar todas las cosas buenas del abuelo y como lo odié por abandonarme ahora. Pero no era su culpa e inmediatamente lo amaba después de odiarlo. Sentía un enorme hueco en mi corazón lleno de cicatrices que él había hecho gracias a sus cuidados y a su amor incondicional, el abuelo era mi todo. Sentía como si Dios se estuviera burlando de mí quitándome a todas las personas que apreciaba, me quedaba sola, muy sola.

El entierro se llevó a cabo el jueves al medio día en el cementerio del pueblo, donde yacían los cuerpos de mis padres Alan I. Walker y Rosemary Reynolds y la de mi hermano: Dean Mitchell Walker. No podía sentirme más miserable de lo que ya estaba al ver las lápidas con sus nombres escritos.

—…amén —dijeron todos y me tocaba arrojar tierra y las flores que se me habían quebrado en las manos.

Todos hicieron lo mismo, el sacerdote decía unas palabras; Marina y Hannibal eran como los parientes más cercanos que teníamos, ya que ni mi tío Tom o la tía Margo llegaron.

«Pues nada crece si no es regado y cuidado, y el perecer no es importante si no es bien amado.» Fueron las únicas palabras que oí de Hannibal.

Al terminar, todos se iban yendo, dejando sus flores y algunas que otras veladoras. No quería moverme del lugar, quería seguir estando a su lado, no quería regresar a casa donde no lo encontraría a él, con su tocadiscos escuchando a Led Zeppelin y ver las fotos que teníamos en la repisa de la chimenea de todos nuestros viajes y eventos. De su habitación vacía, de un sofá viejo sin él en ella.

—Ya se han ido todos —avisó Cameron, él y Nery se habían quedado esperándome; ella estaba detrás de mí, reconfortándome.

—No quiero irme —sollocé y esta vez quité mis gafas para llorar a gusto.

—Entonces te esperaremos —dijo Nery a Cameron— ¿Verdad?

—Claro, para eso estamos, Lisa, ¿lo sabes, verdad?

Asentí sorbiendo mis mocos, mi nariz estaba roja y mis ojos seguían iguales.

— ¿Pueden dejarme sola? Solo por unos minutos, espérenme en el auto. ¿Pueden?

Ambos se miraron, Nery se levantó del suelo húmedo en el que yo estaba, ya era tarde, quizá las cuatro o las cinco, el clima era frío y se volvía cada vez más nublado conforme mi corazón se sentía abrumado, me abracé sintiendo que la vida era muy cruel conmigo. Ellos se marcharon diciéndome que me esperaban, les regalé mi mejor sonrisa de agradecimiento y los vi desaparecer entre las otras lápidas y túmulos.

— ¿Recuerdas la vez en que te dije que tenía miedo de volverme loca y tú me dijiste que eso nunca pasaría mientras tú vivieras? —Le hablé a la lápida.

No me respondió.

Por supuesto que no me iba a responder, él no estaba en este mundo, me había abandonado. Me había dejado con muchas preguntas sin respuestas y él era el único que lo sabía ¿o alguien más sabía lo que él?

—Ahora me volveré loca sin ti. No sé no lo que voy a hacer mañana o el día siguiente y el siguiente de este sin que tú estés conmigo. Era un desastre, y lo sigo siendo, ¿Cómo voy a mejorar sin ti? Eras la razón por la que mi vida parecía perfecta. Eras mi todo, abuelo. Mi única familia. ¿Cómo le haré para seguir viviendo sin nadie a quien amar y ser amada? Porque nadie puede soportarme como lo hacías tú. Y. ¿Quién me llevará a los conciertos de bandas insoportables en mis años venideros? ¿Quién? ¿Por qué tuviste que irte? ¿Podías habérmelo dicho antes? Hubiera mejorado, hubiera dejado de ser un desastre con tal de que siguieras conmigo. Hubiera…

«El “hubiera” no existe» me regañé con las lágrimas inundándome las mejillas, quería gritarle a la lápida, lloré hasta que mi pecho dolió. Unos momentos después, algo se movió en alguna parte, tuve miedo de que algo apareciera, sorbí moco por la nariz y me limpié las lágrimas con el dorso de mi mano y me levanté viendo de un lado a otro; tenía los músculos adormecidos por haber permanecido en esa posición. No había nadie.

Un canto agudo y chirriante.

Crack.

Si no me equivocaba, se trataba del mismo cuervo que había visto hace días, lo había visto en la mañana al salir de casa el día en que el abuelo murió, ahora estaba otra vez observándome posado en un árbol muerto.

«Ese cuervo…»

— ¡Vete! —Le grité y éste me miró con suspicacia— ¿Ves, abuelo? Ya me estoy volviendo loca. Estoy gritándole a un cuervo.

Tampoco me respondió.

Me acerqué al árbol muerto viendo al cuervo, sus ojos eran una oscuridad brillante e inquietante. Como si esos ojos negros te hablaran más que de soledad y tristeza. Esos ojos oscuros tenían un brillo que te hablaba de fuerza y misticismo.

Este cuervo descendió hasta llegar a mis pies, me hubiera sobresaltado si no fuera porque estaba tan destrozada y cuando miré sus ojos nuevamente, algo sucedió, algo extraño, sin duda. Sentí como si una fuerza me absorbiera. Mis ojos se contrajeron y luego los sentí normales. El cuervo me hizo una reverencia, sí. Realmente estaba volviéndome loca —normalmente los cuervos no hacían reverencias— entrecerré los ojos y busqué en todos lados algo que me dijera que esto era parte de una broma fúnebre. No había nadie, así que, con desconfianza, le devolví la reverencia al cuervo. Esto era ridículo. Y éste se alzó al vuelo y se posó sobre mi hombro, esto sí que me asustó. Posterior a ello, una parvada de cuervos salieron de los árboles y se fueron reagrupando en el cielo formando una espiral con la punta para llegar directamente hacia mí, eran todos de un negro hermoso, pero tenía miedo, mi corazón latió con violencia cuando éstos venían como un taladro hacia mi persona, quería correr, pero no podía, estaba paralizada; era como si la tierra tirara de mí. Mis pies no podían moverse y las aves negras estaban acercándose cada vez más. Y todos fueron descendiendo justo para chocar contra mí.

Grité.

No tenía voz, y los cuervos chocaron contra mi cuerpo en forma de tinta negra y entraron uno por uno a mi corazón, a mi estómago, los sentí como agua fría circulando por todo mi organismo, una vez que más de cien o ciento cincuenta entraran a mi cuerpo, los otros se fueron alejando hacia los árboles no sin rodearme antes como una esfera de puras aves negras; me quedé sin aliento, pero aun habiendo visto como todas esas aves negras entraron a mi cuerpo, no sentía absolutamente nada extraño más que como si hubieran llenado el gran vacío que la muerte me había dejado. Y el que tenía en el hombro estaba picándome la clavícula, le di mi mano derecha como si eso era lo que me estuviera pidiendo, me hizo una seña para que lo volteara y le dejara la palma de la mano y en ella dejó caer una gota de su lágrima negra, lo que selló el pacto. Creo que era uno ¿Qué más podía ser?

Un líquido negro que dibujó un extraño símbolo, como una especie de estrella de cuatro puntas por dos de estas: “Ɣ” cruzadas y luego se transmitió al dorso de ésta y alrededor de este símbolo fueron apareciendo unas pequeñas escrituras que brillaron al rojo vivo de la lava y se marcó sobre mi piel.

Dolió.

Y el cuervo se posó en mi mano, me miró; mi ojo y su ojo se sincronizaron y caí al suelo antes de que el cuervo desapareciera. Justo en ese momento Nery y Cameron aparecieron sobresaltados.

—Lisa…— ambos me levantaron— ¿Qué pasó?

Me sentía cansada hasta donde podía.

—Un cuervo… —comencé, jadeante ¿A dónde se había ido? Pero no podía decir algo que no tenía sentido.

— ¿Un qué? —Preguntó Nery.

— ¿Cuervo…?.— Cam si pudo oírlo.

—Vamos a casa… me siento… cansada. —Fue lo único que dije con la cabeza dándome vueltas y mis articulaciones pesándome más de lo normal, sentía mis venas y arterias palpitar con un sonido estridente y rápido. Me ayudaron a caminar, me sentía peor que ebria, mis huesos eran como gelatinas; no podía fiarme de ellas.

—Lisa —comenzó Cam antes de subirme a Sonia—, mírame.

— ¿Qué pasa? —quiso saber Nery.

Lo miré aun sintiendo que los parpados me pesaban. Los sentía hinchados y rojos.

—Sus ojos, ya no son rojos —sentenció al verme, me sentía terriblemente mareada, ya no podía más y oyendo eso me sentí peor que antes, solo alcancé a sentarme al asiento del copiloto de la Lincoln y todo se oscureció.

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