Capítulo 3

Alek Vólkov

Dos meses después. 

Golpeé con fuerza el saco de boxeo en un inútil intento de sacar toda la furia que corría por mis venas. Mi cuerpo se encontró cubierto por el sudor, mis músculos dolían por la cantidad de horas que tenía en el gimnasio entrenando sin tomar un descanso, pero aun así no quería parar. 

Uno de los cargamentos de droga más importantes que iba a la frontera con México, fue capturado por la policía y justo ahora se encuentran investigando al respecto.

Varios de mis hombres se encuentran siendo interrogados en este momento y, aunque no me preocupa ser delatado, mi furia se debe a que perdimos millones de dólares por un mínimo error. 

Me habían llamado a tempranas horas de la mañana para informarme sobre ello y gracias a eso mi humor no era el mejor.

Intenté olvidarme del tema por todos los medios, pero fue prácticamente imposible, teniendo en cuenta que la cantidad de dinero que había perdido había sido grande. 

Fue por ello que decidí ir al gimnasio de la mansión a descargar mi furia con el jodido saco de boxeo, pues lamentablemente por los momentos no tenía ninguna víctima para torturar y no podía pagar mi rabia con cualquiera. 

Tenía varias horas en lo mismo y, a pesar de que estaba cansado, no quería dejar de golpear el saco. Mis nudillos dolían como los mil demonios, pero mi rabia era más grande.

Pues no era la primera vez que los incompetentes de los hombres que trabajaban para mí metían la pata de tal forma, logrando tumbarme el negocio. 

Varios de mis guardaespaldas se encontraban mirándome a pocos metros de distancia, pero no se atrevían a ni siquiera dirigirme la palabra porque sabían que, al hacerlo, sería capaz de matarlos con mis propias manos. La furia que sintió en ese momento era enorme y ni el saco de boxeo logró aliviarla un poco. 

—Me siento muy agradecido de no ser un saco de boxeo —la jodida voz de Jordán —mi detective de confianza—, se escuchó por todo el gimnasio logrando que detuviera mis movimientos. 

Para mí desgracia, Jordán además de ser uno de los mejores detectives del país, se creía un payaso y siempre lograba amargar mis días con sus chistes de mal gusto.

Fácilmente podía despedirlo y acabar con ese martirio, pero era bueno en lo que hacía y no me podía permitir perder a uno de los mejores hombres que tenía. 

Volteé a verlo y puse mi mejor cara de pocos amigos. 

—Si vienes a joderme la paciencia con tus chistes de mal gusto, lárgate por donde viniste porque no estoy de humor para tus mariconadas —respondí de vuelta sin un ápice de educación y con toda la rabia que sentí en ese momento. 

—Para tu fortuna y mi desgracia, no vengo solo a alegrar tus días con mis maravillosos chistes.

Ignorando su presencia y comentario, caminé unos pocos pasos hasta donde se encontró una pequeña toalla perfectamente doblada y mi botella de agua. Me acabé el contenido de la botella de un solo golpe y posteriormente siguió el sudor de mi cara con la diminuta toalla. 

Volteé a verlo y me sorprendí al ver como se encontraba con una carpeta en sus manos, algo poco común de él, pues siempre le gustaba delegar funciones en su inútil secretaría. Él era más de estar metido en su jodida oficina, delegando función en sus inútiles empleados y ganando mucho más que ellos, obviamente.

Pero aun así ignoré ese pequeño detalle y lo miré impaciente esperando que continuara hablando, pues en momentos como esos su presencia no era lo mejor que me pasaba en el día y moría por descargar mi furia con otra cosa que no fuese el jodido saco de boxeo.  

—Te traje lo que me pediste, en esta carpeta está toda la información de la muchacha que te salvó la vida —levantó la carpeta al aire con una sonrisa en el rostro y sin esperar demasiado, se la arrebaté de las manos. 

Tenía aproximadamente dos semanas esperando por esa información. Necesitaba saber más sobre ella; el ángel que me había salvado la vida aquella fría noche donde casi muero desangrado. 

Ese fatídico día gracias al cielo, Vlad llegó en el momento indicado y pude recibir atención médica a tiempo, logrando salvarme y estar entrenando hoy como si nada.

Mis heridas ya habían cicatrizado, pero aun así quedaron algunas marcas, algo que no me importaba demasiado. 

Pero lo que más me importaba en ese jodido momento era saber sobre esa chica, conocer todo sobre ella y mucho más.

—¿Leíste algo?

—Para nada, es por ello que preferí traerte la información en persona y no usar a mi secretaria como intermediaria. 

Asentí satisfecho por su respuesta.

Coloqué la pequeña toalla en mi nuca y comencé a caminar fuera del gimnasio, dejando a Jordán detrás, como era de esperarse él comenzó a seguir mis pasos hasta el despacho, era obvio que lo hacía por el pago de su reciente investigación.

Sin prestarle demasiada atención, continúe caminando con impaciencia hasta mi despacho, moría de curiosidad por saber qué tanta información se encontraba en la carpeta que tenía entre mis manos.

Mi humor no había mejorado ni un poco, pero aun así me tomaría el tiempo de leer sobre la mujer que se ha metido en mi cabeza desde hacía dos meses atrás. Quería saber más sobre ella y así lograr de una vez por todas sacar su imagen de mis pensamientos. 

Desde aquel día donde me salvó la vida, quise convencerme de que no podía sacarla de mi mente por pura curiosidad y agradecimiento, pero con el pasar de los días, el sentimiento era aún más fuerte hasta el punto de darme placer a mí mismo en la ducha pensando en ella, en su angelical rostro y su voz. 

Dejando mis pensamientos de lado, me dirigí a mi despacho, entré dejando la puerta abierta para que el incompetente de Jordán pudiera entrar y, cuando así lo hizo, cerró la misma y se sentó frente a mi escritorio mirándome fijamente.

Ignorando su presencia nuevamente, me senté en la silla de mi escritorio, abrí una de las gavetas del mismo, saqué un fajo de billetes y se lo tendí sin mencionar nada más. Él, como era de esperarse, lo tomó gustoso y me sonrió.

Obviamente y a causa de mi jodido mal humor, lo miré con cara de pocos amigos y lo ignoré durante los siguientes segundos donde se dedicó a contar el dinero con emoción.

Patético.

Su teléfono comenzó a sonar y posteriormente se encontraba respondiendo una llamada, por lo que aprovechando que no se encontraba como una vieja chismosa encima de mí, le dediqué una última mirada y sin esperar más comencé a leer todo sobre Dasha Petrov; mi ángel.

Al abrir la carpeta y ojear la misma, me sorprendí al ver la poca cantidad de hojas que tenía, pero aun así no presté atención a ese detalle y continúe leyendo hasta que pasaron segundos, minutos o quizás horas. 

Cuando terminé, entendí el porqué de su trabajo nocturno, su departamento del tamaño de una caja de fósforos, su ropa malgastada y su cara demacrada.

La rabia que sentía se incrementó aún más al comprender que tenía como ayudarla y aun así no lo había hecho, habían pasado exactamente dos meses desde aquel incidente donde tuvimos la fortuna de conocernos y no había buscado la manera de ayudarla económicamente, pues Vlad me comentó que había rechazado el dinero que él le había ofrecido aquella noche en forma de agradecimiento.

Maldije por lo bajo y quise pegarme un tiro ahí mismo, era obvio que había rechazado el dinero ya que desde pequeña le tocó hacerse responsable de sí misma, y recibir ayuda de alguien más tal vez no se sentía bien para ella.

Enseguida mi mente comenzó a idear un plan en tiempo record y para ello necesitaba de mi mano derecha, Mikail.

Tomé mi celular del escritorio y marqué solo una vez su número, antes de que pudiera contestarme, corté la llamada y dejé mi teléfono en su lugar esperando pacientemente que hiciera acto de presencia. Jordán colgó la llamada y continuó tecleando algo en su celular, 

Minutos después entró a mi despacho en silencio y se sentó al lado de Jordán mirándome fijamente. Mikail era uno de mis hombres de confianza desde que tenía uso de razón, era un empleado de papá desde muy pequeño y siempre mostró lealtad por lo que, al tomar las riendas del negocio familiar, se convirtió en uno de mis hombres de confianza. 

Guardé la carpeta en una de las gavetas del escritorio y saqué un fajo de billetes de la misma, se la tiré sin educación y lo miré de vuelta. 

—A partir de hoy, quiero a varios de mis mejores hombres vigilando cada uno de los pasos de Dasha, quiero saber a dónde va, con quién está, qué hace, qué mira, qué piensa, ¿Entendido? 

Asintió lentamente y para mi sorpresa, me miró nuevamente antes de preguntar: 

—¿Todo bien contigo y esa chica, Alek? Jamás te había visto así de interesado por nadie —comentó mirándome con curiosidad y le desvié la mirada.

Sabía que tenía razón, pero no admitiría en voz alta que la mujer que me salvó la vida era la dueña de mis más recientes orgasmos. 

—Te pago una gran suma de dinero para que mantengas tu lengua en su lugar y hagas lo que te pido. Así que asegúrate de que a Dasha no se le acerque ni el indigente de la esquina y no se le caiga ni un solo cabello, porque de lo contrario, lo pagarás con tu vida, ¿Entendido? —Asintió al instante y sin esperarlo demasiado, tomó el fajo de billetes y se largó de mi despacho como alma que lleva el Diablo. 

A los pocos segundos Jordán imitó su acto y se largó, luego de amargarme aún más la existencia con sus chistes de mal gusto. 

Me saqué la pistola de la cinturilla de mis pantalones deportivos y la dejé encima del escritorio, desde aquella noche donde fui traicionado por el que consideraba uno de mis mejores socios, no soltaba mi arma ni para ir a la cama. De no haber sido por mi ángel, no estaría con vida.

Era por ello que me encargaría de mantenerla vigilada por un tiempo, solo hasta preparar el terreno para así poder traerla a mi lado, dónde pertenece. 

No lo quería admitir, pero luego de dos largos meses donde me quería convencer que lo que sentía por ella era nada más un simple agradecimiento, finalmente entendí que lo que sentía por Dasha era una obsesión.

Pero estaba tan jodido como para dejarla ir así de fácil, ella logró calmar mis demonios y los mismos me exigían poseerla, algo que haría muy pronto. Solo debía buscar la manera de acercarme a ella sin llegar a asustarla demasiado.

Porque ella era mía desde que había fijado sus ojos en mí, desde que sin detenerse a pensar quién era yo, me llevó a su casa y me cuidó lo mejor que pudo.  Sin pensar en los peligros que eso le podía ocasionar, pues fácilmente cualquier otra persona en mi lugar la hubiera secuestrado o, incluso peor, violado.

Pero, no fue el caso, pues me rescató fue a mí, y yo no estaría dispuesto a dejarla ir tan fácilmente, no señor.  

Sin poder evitarlo, llevé mis manos a mi miembro ya erecto y comencé a darme placer pensando en ella, imaginando que era quién me hacía gemir y me llevaba al éxtasis.

Imaginé sus ojos color miel mirándome fijamente, sus delicadas manos recorriendo mi pecho desnudo, su voz susurrándome al oído que era mía, solo mía.

A los pocos minutos, un intenso orgasmo arrasó con todo mi cuerpo y aunque respiraba de manera agitada, me sentí satisfecho al recordar que más pronto de lo que imaginaba ella estaría aquí junto a mí y ya no tendría que imaginarla.

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