Capítulo 2

Dasha Petrov

Cerré la puerta de mi habitación con cautela y sin pensarlo demasiado, encendí el teléfono —de Alek, el mafioso que se encontraba herido de bala en mi habitación. —, y marqué el número que me había indicado unos segundos antes de salir de mi habitación.

Una vez que habíamos llegado a la casa —a duras penas— lo había dejado en mi habitación para que descansara mientras su familia volvía por él, que cabe destacar apenas y podía hablar por el dolor, pero aun así nos las habíamos arreglado para subir las escaleras del edificio sin ser vistos por algún vecino curioso.

Antes de dejarlo descansando, me aseguré de colocar suficientes trapos en sus heridas para que no sangraran demasiado y así evitar una posible hemorragia.

No era doctora y enfermera, pero gracias a los consejos que él mismo me había murmurado entre dientes, lo pude ayudar un poco más.

Me senté en la silla de mi pequeño comedor-cocina, coloqué el enorme teléfono en mi oreja y esperé pacientemente que la persona de aquel lado de la línea respondiera la llamada.

—¿Dónde mierdas estás, idiota? —Una voz masculina se escuchó de repente logrando que mi boca y cerebro perdieran la comunicación por varios segundos. Pero, a pesar del enorme nerviosismo que había atacado mi sistema, me las arreglé para responder:

—El dueño del teléfono no se encuentra en condiciones de hablar, es por ello que estoy llaman… —Y sin esperar a que terminara de hablar, me interrumpió bruscamente.

—¿Quién eres y por qué tienes el teléfono de mi hermano? —Soltó de repente, haciéndome tartamudear por los nervios. De fondo se escuchaban varias voces de personas hablando, pero no pude descifrar lo que decían.

Esto solo me pasa a mí. 

—N-no es lo que crees, de verdad. Yo me encontraba de camino a casa y me lo encontré herido en un callejón y obviamente decidí ayudarlo —expliqué lo más rápido que pude y agradecí internamente que mi boca y cerebro no fallaran justo en ese momento.

—Si es cierto lo que dices, te exijo que pongas a mi hermano al teléfono para que él mismo confirme lo que dices.

—Como te comenté antes, no se encuentra en condiciones de hablar, pero necesito que vengan a mi casa por él —mojé mis labios y proseguí—: Está gravemente herido y la verdad no sé cuánto tiempo lleva así.

—Te juro que si lo que dices es mentira y con esto intentas sacarnos dinero, yo mismo me encargaré de torturarte hasta que la muerte se convierta en tu anhelo más preciado —bramó con furia y temblé al oírlo.

—Te juro que no quiero hacer más que ayudar, de verdad. No los conozco y no tengo interés en buscar más problemas para mi vida.

—Dame la dirección de tu casa y en unos minutos estaré allá con mis hombres.

Le dicté la dirección rápidamente y sin avisar, cortó la llamada sin más.  

Miré el teléfono y suspiré al comprender el lío en el que me había metido solo por querer ayudar. Pero, aun así, decidí dejarlo pasar y esperar que vinieran a buscar al sexy hombre que se encontraba herido en mi pequeña habitación.

Porque, aunque me gustaría negarlo, el tipo estaba más bueno que comer con los dedos y cualquiera en su sano juicio lo notaría.

Me levanté de la silla y fui directamente a la habitación a ver como se encontraba Alek, abrí la puerta con cautela y asomé la cabeza antes de entrar por completo. Él, como era de esperarse, se encontraba acostado boca arriba con los ojos cerrados.

Su camisa blanca se encontraba empapada de sangre y me sentí impotente al no poder hacer nada más para ayudarlo, pues a kilómetros se podía notar como estaba aguantando el dolor.

Me acerqué lentamente a la cama y con cuidado me senté, y notando al instante como su frente se encontraba empapada en sudor.

Fruncí el ceño al notar ese pequeño detalle y todas las alarmas se encendieron en mi sistema al comprender que lo que tenía era fiebre a causa de las heridas abiertas y posibles balas dentro de su sistema.

Por lo que, sin pensarlo demasiado, busqué rápidamente una pequeña cubeta con agua y paños fríos, para colocarle e intentar que la fiebre bajara. 

Contando hasta tres, sumergí mis manos en el pequeño balde con agua fría y sin poder evitarlo solté varias palabrotas, pero aun así continúe sumergiendo el trapo en el agua, logrando que se mojara por completo. Lo doblé rápidamente y con cautela y cuidado de no asustarlo, lo coloqué en su frente.

Como era de esperarse, él se sobresaltó en la cama y sin verlo venir, su mano atrapó mi muñeca en un rápido movimiento que más que sorprenderme, me asustó. 

Sus ojos azules me miraban sin emoción alguna y todo su cuerpo estaba en alerta. 

—Siento haberte asustado, pero estás ardiendo en fiebre y con los paños fríos intentaba bajarte la temperatura —expliqué luego de unos segundos de completo silencio. 

Segundos donde miré sus hermosos ojos azules y quise detener el tiempo para quedarme un buen rato así. Ese era mi color favorito y verlo en sus ojos era fascinante, y ni hablar de lo finas y duras que eran sus facciones. 

Mordí mi labio al imaginar cómo sería besarlo y cuando estuve tentada a cerrar los ojos para disfrutar más de mi visión, recordé que él aún se encontraba mirándome fijamente y tal vez había pillado mi pequeña película mental.

—Gracias por todo lo que estás haciendo por mí, prometo jamás olvidarlo y recompensarte por ello —soltó de repente, logrando sorprenderme. 

—No tienes nada que agradecer, cualquiera en mi lugar lo hubiera hecho —sonreí amable aún con su mano sosteniendo la mía. 

Rogaba al cielo que no la soltara en un buen rato, estaba disfrutando mucho de su toque. 

Él, por su parte, me devolvió la sonrisa y aunque tuvo la intención de hablar nuevamente, cerró los ojos. Para mi desgracia, soltó mi muñeca poco a poco y relajó su cuerpo.

Yo salí de la pequeña burbuja en la que me encontraba y continúe colocando los paños fríos por varios minutos más hasta que noté como la fiebre comenzó a bajar y él dejó de temblar. 

Me levanté con cuidado de la cama y tomé el balde de agua para llevarlo a la cocina, pero su voz me hizo detenerme a mitad de camino. 

—¿A dónde vas? —Volteé a verlo y tenía los ojos medio abiertos y sus labios ligeramente separados. 

—Iré a dejar estas cosas en la cocina, ¿Necesitas algo? 

—Sí —susurró amable y luego de un par de segundos continuó —, quédate conmigo, ángel. 

Oh

Por

Dios

Me había llamado ángel. 

Su petición había logrado que mi corazón comenzara a latir frenéticamente y que se quisiera salir de mi pecho. Y más aún al notar como me había llamado.

No sabía qué responder, así que las arreglé para decir de vuelta: 

—Voy y vengo enseguida, no me tardaré. 

—No te vayas, por favor —pidió nuevamente y mis piernas se hicieron gelatina al escucharlo. 

Si esto es un sueño no me despierten. Tenía a uno de los hombres más guapos que había visto en mi vida pidiéndome que me quedara con él, y, además, diciéndome Ángel. 

Asentí levemente y con cautela dejé el balde de agua en mi pequeña mesita de noche, luego me senté en la cama —a su lado— con cuidado de no lastimarlo.

Dejé que mis manos temblorosas reposaran en mis muslos y para mi sorpresa, continuó mirándome sin decir nada más.

Sin saber qué hacer, desvíe mi mirada al suelo y traté de concentrarme en otra cosa que no fuese él y sus hermosos ojos azules. Pero sin esperarlo, su mano tomó mi quijada y me hizo girarla hasta su dirección para verlo nuevamente. 

—¿Por qué me miras tanto? —pregunté luego de su acto.

—Porque me pareces realmente hermosa —dijo de vuelta y quise detener el tiempo ahí mismo. 

Mis mejillas se calentaron por el sonrojo, mi corazón comenzó a latir más de prisa y las mariposas en mi estómago comenzaron a bailar sin cesar. 

¡Era la primera vez que alguien me decía que era hermosa! 

Y, aunque quise actuar normal después de su confesión, estaba segura de que parecía una idiota sonrojada sonriendo. Le agradecí en un susurro y lo miré aun sonriendo. 

Luego de unos minutos donde nos miramos el uno al otro, sus ojos se comenzaron a cerrar de la nada, asustada y sin saber qué hacer, me levanté y comencé a hablarle intentando que despertara nuevamente, pero para mí desgracia no recibí respuesta alguna de su parte.

Rápidamente corrí hasta la cocina, con manos temblorosas tomé el teléfono y marqué nuevamente al que al parecer era su hermano. Pasaron los segundos y para mi mala suerte no atendía la llamada, logrando estresarme aún más. 

Me senté junto a él y toqué su frente confirmando que no tenía fiebre, por lo que deduje su desmayo se debía a la herida y las balas que aún tenía en su sistema. Pasaron varios minutos —que me parecieron eternos— y unos golpes en la puerta me hicieron brincar en mi sitio por el susto.

Me levanté de la cama como un resorte y abrí la puerta tan rápido como pude.

Varios hombres se encontraban de pie frente a mí, armados hasta los huesos y me miraban fijamente. Pero solo uno de ellos fue el que llamó más mi atención, era rubio, sus ojos eran azules y tenía un cuerpo de infarto.

Al instante caí en cuenta que se trataba del hombre con el que había hablado por teléfono, pues parecía ser el líder de todos y tenía un parecido increíble con Alek. 

—Mucho gusto, soy Vlad Vólkov y ellos son mis hombres —, señaló al montón de hombres que tenía detrás y luego estrechamos las manos. 

—Mucho gusto soy Dasha —respondí de vuelta con educación. 

Vlad por su parte asintió levemente y al recordar el porqué de su visita, me eché a un lado y les permití entrar.

Él, por su parte, se quedó mirando todo curioso, pero aun así no dijo nada al respecto. Los demás hombres sólo miraban a un punto fijo sosteniendo sus armas como estatuas. 

Sin esperar demasiado lo guíe hasta mi habitación —luego de que le hiciera una seña a los demás hombres para que lo esperaran afuera— y al entrar, Alek seguía con los ojos cerrados y sin moverse.

Vlad sin esperar mucho, se acercó hasta él y le tomó el pulso, maldiciendo por lo bajo.

Gritó el nombre de alguien y al instante uno de sus hombres apareció por la puerta de la habitación y luego de la orden que le había dado Vlad, lo tomó entre sus brazos sin ningún tipo de esfuerzo y comenzó a caminar con él en brazos hacia afuera.

Sonreí con alivio al comprender que recibiría atención médica y estaría bien.

Vlad por su parte me miró nuevamente y sin verlo venir, me tendió un fajo de billetes. 

—No puedo aceptar tanto dinero —respondí al instante sorprendida por su acto.

—Tómalo como un agradecimiento de mi parte por haber ayudado a mi hermano —respondió de vuelta aún con el fajo de billetes entre las manos. 

Aunque era un dinero que necesitaba, me negué a aceptarlo y mantuve mi postura hasta que se rindió y por último me sonrió genuinamente.

—Algún día lograré recompensarte por esto, y créeme que mi familia jamás olvidará lo que has hecho por mi hermano —guardó el fajo de billetes en su saco y me tendió una pequeña tarjeta donde se encontraban sus datos personales y su número de teléfono. 

—La familia Vólkov te debe una, así que cuando necesites cualquier cosa no dudes en llamarme que con gusto te ayudaré. 

Tomé la tarjeta entre mis manos y le sonreí de vuelta como agradecimiento.

Sin esperarlo más, abandonó la habitación y luego mi departamento, dejándome sola con el montón de sensaciones que había experimentado esa madrugada. 

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