Capítulo 4

Dasha Petrov

Habían pasado aproximadamente dos meses desde que había vuelto a saber nada de Alek, moría por volver a saber de él, pero al final la timidez me había ganado y terminé guardando la tarjeta que me había dado Vlad dentro de mis libros más viejos.

Y, aunque intenté llamarlo, luego de pensarlo —demasiado para mi gusto— finalmente no reuní el suficiente valor para hacerlo. Pero aun así eso no impidió que fuese el protagonista de mis pensamientos y más oscuras fantasías. Algo que jamás admitiría en voz alta. 

Salí de mis pensamientos en cuanto el Dj le subió más a la música, que cabe destacar la misma minutos antes ya sonaba lo suficientemente fuerte logrando aturdirme más de lo común.

Juro que, si seguía así, terminaría por reventar me los tímpanos en un segundo, traté de relajarme como pude y continúe limpiando la mesa sucia de cerveza.

Me faltaban pocas horas para poder salir a descansar, lo que me hizo sonreír por lo bajo y darme ánimo mentalmente para no salir corriendo a un lugar silencioso.

Mis compañeros de trabajo iban y venían, los borrachos estaban en su mejor momento y ni hablar de mi jefe, sonreía desde la barra al ver cómo su pequeño local de mala muerte estaba repleto de clientes que ingerían alcohol como si no hubiera un mañana.

Su mirada se consiguió con la mía y me hizo señas para que continuará trabajando, por lo que asentí levemente y obedecí.

Dimitri Romanov era el dueño de ese bar, era un viejo de cincuenta y tantos, con barba, barriga más grande que mis ganas de vivir y más gordo que un globo terráqueo. Aun así, lograba tener a muchas mujeres tras de sí, bueno, tras su dinero.

Y aunque no era millonario, tenía lo suficiente para sobrevivir, tener un local y pagarnos a todos los empleados.

—¡Eh, Barbie! —Un grito a mis espaldas me hizo espabilar y volteé rápidamente para saber quién era y qué se le ofrecía.

Un muchacho borracho en una de las últimas mesas a pocos pasos de mí me hacía señas con las manos para que fuera a atenderlo, así que sin pensarlo mucho emprendí camino y coloqué mi mejor sonrisa y la más falsa que tenía.

Era muy apuesto, eso era algo que debía admitir, pero no lo suficiente como para llamar mi atención.

Así que puse mi mejor sonrisa y comencé a atenderlo como si fuese el último hombre guapo en el mundo. A los hombres que llegaban aquí les gustaba sentirse el centro de atención y mi trabajo era hacerles creer que así era.

—Buenas noches, ¿Algo más que desees ordenar? —Saludé amablemente en medio del enorme ruido causado por la música.

Él sonrió levemente y sin poder sostenerse por sí mismo, se levantó de la silla y al instante volvió a caer en un golpe seco nuevamente en la misma.

Y es que, si no caía en un coma etílico luego de semejante borrachera, iba en camino.

—¿Tienes una poción para hacerme olvidar, Barbie? —Sonreí a mis adentros al escuchar el apodo que me había puesto y sin pensarlo le ofrecí las bebidas disponibles.

—No te estoy pidiendo alcohol, Barbie. —Respondió tajante en cuánto terminé de hablar.

 —Te pedí algo para poder olvidarla, ¿Tan difícil es darme algo para lo que pido?

Suspiré al entender lo que quería y pedí paciencia a Dios en mis adentros, no era la primera vez que estaba en una situación parecida con los clientes, por lo que ya era normal para mí escuchar todo tipo de cosas.

—Por los momentos no, cariño. Pero si te sirve, la almohada es una muy buena consejera.

—¿Y por qué tú no me das consejos para olvidarla? Tienes cara de que en otra vida fuiste Cupido.

Solté una carcajada al escucharlo y agradecí internamente al corroborar que no se trataría de un cliente agresivo como los que siempre me tocaba atender.

—Eso fue en otra vida, cielo. En esta, soy una simple mesera en un bar de mala muerte atendiendo borrachos como tú.

—Eh, no me ofendas, yo no estoy borracho —arrastró las palabras en un evidente acto de borrachera y sin poder evitarlo reí —. Solo estoy un poco tomado, aprende a diferenciar las cosas, primor.

—¿Ya no soy Barbie? —Pregunté al escuchar un nuevo apodo.

—Para mí serás Barbie, Cupido y primor. —Me guiñó un ojo en un intento de coqueteo y mi sonrisa se expandió aún más al oírlo.

A pesar de todo, trabajar era como una terapia para mí y aunque no se trataba de mi sitio favorito, me distraía y divertía mucho con algunos clientes borrachos.

Eran tan ocurrentes que por un segundo lograban hacerme olvidar los problemas.

Continúe hablando con aquel apuesto joven y al final terminó pidiendo un combo de cervezas que no dudé en buscarle casi al instante.

—¿Te sientas a beber conmigo, Barbie? Me caíste muy bien y me gustaría tener tu compañía.

Me guiñó un ojo y le sonreí amable.

Él, como otros clientes, creía que yo además de ser mesera también vendía mi cuerpo. Y no lo culpaba, pues en el bar había un pequeño grupo de chicas que pertenecían al club rosa; un “programa” donde si así lo querías, podías vender tu cuerpo a cambio de dinero adicional, claro está.

Cierto porcentaje de lo que ganabas en una noche, se le tenía que dar a Dimitri al ser el patrocinador de dicho programa.

Al principio consideré la idea de pertenecer al mismo, pero la sola idea de tener que estar con viejos que me doblaban la edad me parecía repugnante. Así que me resigné a trabajar tantas horas como me fuese posible para así poder sobrevivir.

—Oh, cariño. —Sonreí con amabilidad— Yo no pertenezco al club rosa, pero tengo varias amigas que sí y estoy segura de que ellas sí podrán acompañarte a dónde quieras.

—Una lástima, primor. — Dio un sorbo a su cerveza y me miró fijamente —: Me hubiera encantado compartir contigo algo más que palabras.

—Quizá en otra vida, cielo —le guiñé un ojo, tomé las botellas vacías de su mesa y me retiré a la barra ante su atenta mirada.

Me dolían las mejillas al sonreír por tantas horas, pero una de las reglas que debía seguir era esa; sonreír desde que ponía un pie en el local hasta que cerraran sus puertas.

—Mariposita de mi corazón —me saludó amable Drew; el bar tender, en cuanto llegué a la barra y dejé las botellas vacías encima de la misma.

—Luciérnaga de mi vida —respondí de vuelta con el apodo con el que lo había bautizado desde que nos habíamos conocido.

Drew se había convertido en un gran amigo desde que había comenzado a trabajar en el club, con mucha amabilidad me ayudó por varias semanas hasta que logré adaptarme.

Por supuesto, mis compañeras también me habían ayudado mucho, pero Drew sin duda era alguien quién podía considerar un verdadero amigo.

—¿Saldrás temprano hoy? 

Asentí. 

—Sí, mañana tengo clases muy temprano y no me puedo dar el lujo de cubrir horas extras. —Tomé varias botellas de cerveza y lo miré nuevamente.

—Me alegro por ti, yo me quedaré hasta tarde, pues tengo varias clientas que esperan por mí al salir de aquí y quiero descargar toda mi energía en ellas.

—Espero que te queden fuerzas para que me visites mañana.

—Oh, créeme que con todo lo que haré hoy no tendré fuerzas para caminar en semanas.

Me guiñó un ojo pícaro, solté una carcajada al escucharlo y continué mi camino sin decir nada más.

Seguí atendiendo las mesas y justo cuando me disponía a dar la vuelta para ir a la barra nuevamente, choqué con un enorme pecho masculino e inmediatamente un particular olor inundó mis fosas nasales.

Los vasos con restos de cervezas fueron a parar al suelo, quebrándose en el acto, por lo que en el instante quise morirme ahí mismo.

Era obvio que me descontarán del sueldo mi error, no tenía pruebas, pero tampoco dudas. 

Sin fijarme en la persona con la que había tropezado, me agaché rápidamente y comencé a recoger los restos de vidrios.

A los pocos segundos unas gruesas manos tomaron las mías con delicadeza y sin poder evitarlo levanté la mirada encontrándome con los ojos azules que desde hacía dos meses no podía sacarme del pensamiento. 

Era él. 

—T-tú… —Tartamudeé sin saber exactamente qué decir. 

Joder, la última vez que lo había visto se encontraba herido de bala, quejándose del dolor y casi sin fuerzas. 

—Qué gusto saber nuevamente de ti, mi ángel —respondió de vuelta con una sonrisa.

Me quedé unos segundos contemplando su rostro, ese con el que había fantaseado noches atrás y sin poder evitarlo me mordí el labio inferior al hacerle un escaneo y ver lo guapo que se encontraba completamente vestido de negro.

Pero, al recordar que me encontraba trabajando, salí de la burbuja en la que me encontraba y dejé de prestarle atención para seguir intentando recoger los vasos rotos.

Para mi fortuna, a los pocos segundos llegó una compañera con pala, escoba y un trapeador y me ayudó a recoger todo en tiempo record. Le agradecí en silencio cuando se iba con los restos de vidrio y miré nuevamente a Alek.

—Me alegra saber de ti y saber que te encuentras bien. Lamentablemente me encuentro en horario laboral y no puedo conversar contigo como quisiera.

—Precisamente vine a visitarte, me gustaría saber cómo estás e invitarte a salir —respondió de vuelta logrando que mis piernas temblaran como gelatina. 

—¿Viniste a verme a mí? 

—Sí. Y, como mencioné antes, también vine para invitarte a salir. 

Sin poder evitarlo, me ruboricé como un tomate y quise gritar de la emoción. Pero segundos después recordé el lugar en el que estábamos — y muy a mi pesar— respondí de vuelta: 

—Me encantaría, pero hoy salgo muy tarde y mañana temprano tengo clases. 

Me sonrió como si lo que le dije no fuera un obstáculo para él. 

—Tranquila, vine aquí por ti —se acercó lentamente a mí y me susurró muy cerca de la oreja —: Y me iré contigo, no me importa si tengo que esperarte toda la noche. —Colocó un mechón detrás de mi oreja y se separó de mí nuevamente, sonriendo en todo momento.

Intenté hablar, pero él lo hizo nuevamente por mí.

 —Y si te preocupan tus clases, tranquila porque me comprometo a llevarte a tu universidad y la luna si así me lo pides. 

Si esto es un sueño no me despierten, por favor. 

Mi corazón como era de esperarse se encontraba latiendo frenéticamente y ni hablar de las mariposas en mi estómago, pero aun así me las arreglé para responder:  

—Eh… Está bien, acepto tu invitación.

—Eh… Está bien, acepto tu invitación. 

Él sonrió nuevamente y pude notar como sus ojos brillaron al escuchar mi respuesta. 

Nos miramos durante unos segundos más hasta que un movimiento detrás de él llamó mi atención; mi jefe miraba todo a su alrededor con cara de pocos amigos, por lo que tan rápido como pude, tomé a Alek por un brazo y lo llevé a una de las mesas vacías. 

—Espérame sentado aquí, por favor. Si mi jefe se entera que eres mi visita estaré en problemas. —Le expliqué tan rápido como pude y él tomó mi brazo de vuelta, impidiendo que pudiera alejarme. 

—Cuando dices problemas… ¿A qué te refieres exactamente? —Su evidente molestia no pasó desapercibida para mí. 

—Te prometo que después te cuento todo a detalles, pero por favor déjame irme antes de que esté en problemas. —mencioné señalando el brazo sujetando mi mano con fuerza —pero sin llegar a lastimarme. 

—Entonces tendremos mucho de qué hablar esta noche, mi ángel. 

Me miró fijamente y luego de unos segundos —para mi fortuna— me soltó el brazo. 

Le sonreí y sin pensarlo más, me di la vuelta para ir nuevamente a la barra para seguir trabajando. Sería una larga noche, de eso estaba segura.

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