Elizabeth, después del día tan complicado que tuvo, no pudo dormirse con facilidad. Repasó todo lo que había sucedido y trataría de no volver a repetirlo. Tenía miedo de perder su empleo porque ahora era el único sustento que tenía para ella y su familia. Se imaginaba que su mejor amiga había salido bien en la cirugía porque no tenía noticias de ella. Iría el fin de semana a verla y desahogarse de todo lo ocurrido estos días.
No era una persona malagradecida y mucho menos en estos tiempos de necesidad, tampoco era de quejarse o ventilar sus problemas, pero a veces, solo quería descansar.
«Mírate esas ojeras, Elizabeth. No parecen cosas tuyas», se dijo al verse al espejo de su polvo. Una mala noche le iba a pasar factura por el resto de la mañana.
—¿Regresará a casa conmigo, señorita? Debo ir por unas cosas al mercado. Puede esperarme aquí o, vamos juntos y hacemos las compras —la voz del chófer, la saca de sus pensamientos.
Ella sonríe porque no quería hacerlo perder el tiempo.
—Por favor, dígame solo Eli y vaya al mercado. Yo regreso a casa por mi cuenta. Déjeme tomar mi bolso y cualquier cosa lo llamo —abrió la puerta del auto y sacó sus pertenencias, ahí se encontraba el documento que le había dado Noah con las exigencias de su hijo.
—Estaré en casa antes de las doce, para venir a buscar a Damian —el joven chófer se subió al auto y se fue.
Elizabeth maldijo internamente porque no tenía el número de teléfono de nadie y se prometió pedírselos a todos cuando volviera a casa. Dio un suspiro y empezó a caminar en busca de un taxi. Apenas eran las siete de la mañana y aunque la noche había sido dura por el regaño de Noah, Damian se había portado bien cuando venían al colegio.
La lista de las alergias del pequeño no eran muy largas. No podía comer maní y mucho menos tomar leche de chocolate. El maní le daba ronchas y fiebre, mientras la leche, diarrea. Había algunos medicamentos que no le hacían efecto y el pequeño tenía rinitis al igual que ella.
—Menos mal he leído sobre la leche de chocolate. Hoy quería darle de merienda eso —mordió su labio, al ver que casi comete otro error.
Noah era una persona extraña y fría. Su cuerpo emanaba eso... Frialdad. Con ella no había ni una pizca de amabilidad, pero con su hijo, el amor le desbordaba. Elizabeth no vio otro sentimiento en los ojos de Noah hacia otra persona.
—Traer y buscar a Damian, alimentarlo, bañarlo, ayudarle con las tareas, jugar y llevarlo a su habitación a las ocho y media para que espere a su padre —enumeró lo que tenía que hacer. No parecían tareas difíciles, solo que su mini jefe no se la ponía fácil.
Todavía le temblaban las manos, de recordar el regaño de Noah por hacerlo dormir y ni siquiera poder responderle nada.
Elizabeth estaba tan entretenida con la información que estaba leyendo, que no se había dado cuenta de que era perseguida hasta que pasó por una calle vacía, y sintió la presencia de alguien más. Ella miró hacia todos lados, pero no consiguió a nadie. El paparazzi se había escondido para no ser descubierto. Él no quería perder la exclusiva de tener la primicia de la nueva mujer del hombre más importante de Londres. Lo último que se supo de Noah, fue que había quedado viudo, pero de su vida privada nadie sabía nada. Elizabeth guardó el documento en su bolso y revisó su celular para llamar a un taxi.
—Esto tiene que ser una broma —el dinero que tenía, no le alcanzaría para poder pagarlo y solo tenía un día trabajando como para pedirle prestado a la señora Gabriella o al chófer.
Decidió ir más rápido y cambiar el camino a casa. Estaba asustada porque era la primera vez que la perseguían, pero tampoco se la pondría fácil a quien fuera que la siguiera.
***
Le llevó dos horas regresar a la mansión, primero porque se perdió y segundo, porque pudo conseguir un taxi que ella pudiera pagar mucho después. Estaba cansada, le dolían las piernas y el miedo se desvaneció cuando se sintió segura, pero se sentía orgullosa de que esa persona le perdiera el rastro.
Por un momento, se creyó del servicio secreto por sus altas capacidades para escapar.
Al abrir la puerta de la mansión, se encontró con todo el personal en la sala. Sus rostros pasaron de mortificación a alivio en cuestión de segundos.
—Al fin regresaste, niña —la señora Gabriella fue a abrazarla, ella sabía que Eli era nueva en esa zona y temía que algo malo le pasara.
—Siento mucho haberlos preocupado —se disculpó avergonzada, le regresó el abrazo al sentir la sinceridad en ella.
Noah, en lo que fue llamado por Gabriella, se fue del trabajo con rapidez, buscó el número de la niñera en su celular, pero tampoco lo tenía, le pidió a Sebastian que la localizara, pero nadie daba con ella. La tierra se había tragado a Elizabeth en cuestión de minutos. El chófer que los llevó al colegio tampoco sabía en donde se encontraba.
Odiaba el sentimiento de incertidumbre y tener que pasar por esto otra vez. Por eso controlaba a sus empleados durante sus horarios laborales. Necesitaba paz y esa mujer le daba todo menos eso.
—¿Por qué no llamaste a casa si te ibas a tardar dos horas en volver? ¿Se te olvidó que te dije que trabajas para mí y que en lo único que debes concentrarte es en la seguridad de mi hijo? ¿Quién te dio el derecho de desaparecer y preocupar a todos en casa? —estaba tan cabreado con ella que se le notaba en su voz.
—No tengo el número... —se separó de la señora Gabriella, para intentar hablar y escuchar lo que tenía que decir Noah.
—¡¿Vas a poner excusas, Elizabeth?! ¿Y si le pasa algo a mi hijo mientras tú estás deambulando por la ciudad cuando deberías estar disponible para Damian aunque él no esté presente? —la interrumpió, ella miró a Noah y fue la guinda que adornó el pastel.
La ira en Noah estalló en cuestión de segundos.
—No son excusas, es solo que...
—¿Tienes un día trabajando para mí y así es como eres al final? Por esa razón no me gusta contratar a las personas sin antes investigarlas. No diste tu número, no diste nada para poder ponerse en contacto contigo. ¿Quién te crees que eres para venir a preocupar a mi familia? No te importa tu trabajo y por eso vas a pasear. ¡Pudiste ir a la policía y hacer que me llamen para ir por ti! ¿Te costaba mucho decir en donde estabas, Elizabeth? ¡Un error más y estás fuera de mi casa! —y era verdad, ella podía haber hecho muchas cosas en dos horas, si a ella le hubiese pasado algo, Noah sería el responsable y en su cabeza no podía tener otra preocupación que no fuera Damian.
Elizabeth de verdad quería decirles lo que había sucedido. Ella no pensó en ir a la policía porque solo quería escapar de la persona que la seguía. Se dio cuenta de que no podía llamar a nadie muy tarde, pero es que apenas tuvo contacto con la señora Gabriella la noche anterior. Miró a su alrededor y mordió su labio al ver a todos los empleados en la sala.
La misma historia se repetía, pero esta vez no era Alexis, hoy, era Noah. El recuerdo de él, reprendiéndola por el robo, volvió a su mente.
—¿Te das cuenta de lo que hiciste, Elizabeth? ¿En dónde están los cien mil dólares? ¡¿Acaso te robaste ese dinero?! —empezó a gritarla frente a sus compañeros de trabajo.
—Alexis, ese dinero tú...
—¿Vas a poner una excusa y decir que yo me lo robé? ¡La administradora eres tú y no te das cuenta de que faltaba dinero! ¿Acaso eres ignorante en lo que haces? —la señalaba mientras le lanzaba unos papeles en su rostro.
—Alexis, pero qué demo...
—¡Cállate y di en donde está el dinero! —el murmullo de todos se hizo presente y la indignación en Elizabeth se instaló.
El no poder hablar para explicarse, se había convertido en su día a día. Elizabeth no se había dado cuenta de que Noah la estaba viendo. Ella estaba tan metida en su mundo, que no vio que él se arrepintió al verla con ganas de llorar. Su corazón palpitó tan fuerte, que había olvidado que existía.
Culpa, eso sintió también al ver cristalizados esos ojos grises. Tomó una bocanada de aire y decidió intentar hablar sin regañarla.
—Elizabeth, está bien. ¿Puedes explicarme qué sucedió? ¿Por qué estás llegando a esta hora? ¿Te pasó algo en el camino de regreso? —las palabras de Noah eran sinceras, a pesar de que su rostro no mostraba ni un poco de interés, o eso creía ella.
—Oh, por Dios... —fue lo único que pudo decir antes de romper a llorar.
Tenía tantas cosas guardadas y había aguantado tanto, que simplemente no soportó que pidieran su opinión. No porque no pudiera decirla, sino más bien porque era la primera vez que se la pedían.
Era diferente, su corazón lloraba y su mente agotada dio rienda suelta a las lágrimas que tenía encerrada durante tanto tiempo.
Noah no sabía qué hacer ante las lágrimas de Elizabeth, no esperaba que ella actuara así. Se sentía impotente por no poder ayudarla a que se detuviera. Ella se veía tan frágil y delicada, parecía como si en serio le doliera todo. Noah pensó que tal vez fueron sus palabras, pero la manera en la que se encontraba ahora mismo, frente a sus ojos, podría suponer que era solo una pequeña niña asustada.Los empleados miraron a Noah con rostros de decepción y molestia. Estaban enojados por la manera en la que había tratado a la pobre niñera. La señora Gabriella siempre había defendido a su muchacho, pero esta vez, él se había pasado de la línea. No había dejado que Elizabeth pudiera hablar. Nadie sabía nada, pero él fue el único en decir una barbaridad tras otra. —Elizabeth, lo siento. No debí hablarte de esa manera, pero es que estaba preocupado. No conoces estas zonas y nadie tiene cómo dar contigo. No tenemos tu número de celular y mucho menos sabemos en dónde buscarte —él estaba parado l
Noah se acercó con rapidez al verla lastimada. Damian seguía hablando con su niñera hasta que vio que su padre se paró frente a ellos. El niño se bajó de las piernas de Elizabeth y fue a abrazar a Noah. Para nadie era un secreto que tal vez él ya estaba enojado y por esa razón, Gabriella y el chófer que los había traído, abandonaron el pasillo, pero la verdad, es que en ese momento, él no sentía algo más que solo alivio.La mansión de Noah era un lugar muy grande. Pasillos amplios, espacios que no usaba y siete habitaciones, además del sitio de los empleados. Todo era minimalista, aunque eso a él no le importaba. El diseñador de interiores le recomendó lo más chic para su casa. No entendía a qué se refería en ese entonces, pero ahora estaba agradecido de que su pasillo tuviera esa silla en donde estaba Elizabeth sentada.—¿Qué te ha pasado? ¿Estás herida en otra parte? —preguntó, recibiendo a Damian en sus brazos para cargarlo.—Bueno, esto es un poco vergonzoso, pero me ha ocurrido a
Elizabeth no podía creer que Noah la estuviera invitando a salir, de hecho, le parecía imposible que su jefe lo hiciera. No había nada impresionante en ella como para querer compartir un minuto de su ocupado tiempo con alguien tan sencilla. Sí, era por agradecimiento, pero normalmente, las personas le huían por ser tan aburrida. Nunca comprendió que fue lo que Alexis vio en ella. Elizabeth nunca se consideró una mujer fea. Era una rubia bastante guapa, pero tampoco entendía por qué las personas se alejaban.Ella era feliz estando con alguien o sola. Su única amiga en la ciudad era Jessica y fue la típica relación de una extrovertida, convirtiéndose en amiga de una persona introvertida. No recuerda cómo sucedió, pero un día amanecieron siendo amigas y jamás volvieron a separarse.Durante toda la noche pensó que su jefe debía estar muy agradecido por salvar a Damian, y por esa razón, también le sonrió. Era bastante difícil descifrar a una persona que tenía una máscara de hielo. El día d
Elizabeth y Noah disfrutaron de una cena tranquila sin mucho drama. Se dieron cuenta de que ambos tenían mucho en común. Al parecer, la muerte de la señora de la casa, lo había afectado tanto, que no podía aceptar a nadie en su vida, sin antes haber investigado hasta lo más mínimo. Elizabeth desconocía las razones de que él fuera de esa manera. Solo creyó que ese hombre era muy protector con su familia. Tenían los mismos gustos en comida y música. También eran personas que les gustaba estar en casa y disfrutar de los pequeños detalles.Elizabeth se sintió intrigada al ver lo suelto que era su jefe. En ningún momento le pareció mal hombre y las palabras que le había dicho la noche anterior, no dejaban de hacerle ruido en su mente.«¿Qué pasaría si Noah se hiciera su enemigo?», pensaba, mientras se terminaba de peinar.Ella sabía que él tenía dinero y poder. Más no sabía que tanto y mucho menos que podía hacerle. Tenía miedo, por supuesto que sí. Elizabeth le había mentido y si él consi
Elizabeth tuvo que hacer de tripas corazón y escuchar a su amiga enamorada. Sentía vergüenza por lo que le estaba confesando. Jamás se imaginó que, precisamente ella, fuera la que hablara sobre amor. Jessica siempre comentó que Noah era un ser despreciable y justo antes de la operación dijo lo mismo. Nunca hubo palabras bonitas para ese hombre, así que le resultaba un poco extraña la situación ahora.—No sé, pero siento que él cambió de actitud después del accidente. Me escribe y me pregunta cómo estoy. Está pendiente de mis padres y siempre envía a Sebastian a traernos comida. Esos pequeños detalles marcaron la diferencia y se instalaron en mi corazón —su voz era melosa y aunque Elizabeth quería estar feliz por ella, no podía.—Sabes que eso puede ser admiración. Normalmente, cuando un policía, militar, médico o bombero rescata a alguien, la persona siente que lo ama, pero realmente es gratitud. Tal vez lo que sientes por él sea eso —su amiga la miró, pero no le importó lo que dijo.
Noah sentía como su corazón se desgarraba ante ese acto cruel de Elizabeth. Esa extraña mujer abrazaba a su hijo con ternura y secaba sus lágrimas con pequeños murmullos reconfortantes.¿En qué momento él se había convertido en un mal padre?Sus ojos no paraban de ver esa escena sacada de la mejor película dramática que pudo haber imaginado. Su hijo, su pequeño Damian, era consolado en otros brazos que no eran los suyos. No estaba enojado, estaba herido y se sentía traicionado.«Tu propia sangre es quien te lastima», recordó esa frase de una película de vaqueros que vio hace unas semanas. El padre fue entregado a la policía por su propia familia.Elizabeth vendría siendo la DEA. Así de cruel y así de injusta. Miró, como una sonrisa, se empezó a dibujar en el rostro de la rubia y se dio cuenta, de lo mucho que esa mujer estaba disfrutando su agonía. Agradecía que durante todo el camino a la mansión, Damian estuvo tranquilo y hablando con ella. Después de todo, él no quería ver a su hij
Elizabeth tenía las emociones revueltas. Estaba feliz de volver a casa y tomar un descanso, pero también sentía que algo iba a pasar. Tenía un presentimiento y su pecho estaba pesado. Quiso pensar que era por lo ocurrido unas horas atrás, frente a la casa de Noah.Ella se dio cuenta de que era más alto que ella y el olor de su perfume era embriagante. Olía tan, pero tan bien, que Elizabeth quería conseguir ese frasco para recordarlo siempre.«Un momento, ¿por qué quiero recordar el perfume de Noah?» pensó, mientras lavaba su ropa.Ella se encontraba en la casa que compartía con Jessica. El arrendatario no las había molestado en un tiempo y el departamento estaba limpio. Antes del accidente de su amiga, Elizabeth había limpiado todo, pero al mudarse a la mansión de Noah, solo tenía ropa sucia que fue a lavar.Elizabeth estaba concentrada guardando su ropa, que no se dio cuenta cuando la puerta del departamento fue abierta por los padres de Jessica. Ambos eran personas mayores y de ment
Elizabeth no paraba de mirar a Noah y a su alrededor. Las personas comenzaron a seguir su camino cuando escucharon decir que ella era su novia. Los padres de Jessica habían quedado en ridículo con tan solo decir un par de palabras. Ella estaba en shock, nadie había logrado nunca defenderla de esa manera.Cuando joven, siempre fue su familia quien la rescataba, pero al pasar los años, se fue independizando y sí, tuvo compañeros de clase, pero si ella no se metía en problemas, no había necesidad de defenderla. Solo en su trabajo fue que le fallaron a lo que ella creyó que era amistad.Si en el piso en donde estaba su oficina, de cincuenta y seis personas, todos le dan la espalda, le quitan el habla, la empiezan a ignorar y solo chismes en su nombre era lo que había, Elizabeth dudaba mucho que alguien lograra hacer algo diferente.«No digas que yo te dije. Que no nos vean juntos mientras hablamos», eran las palabras que en ese momento se le venían a Elizabeth, mientras recordaba su pasad