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Capítulo 5. Otro error y estás fuera.

Elizabeth, después del día tan complicado que tuvo, no pudo dormirse con facilidad. Repasó todo lo que había sucedido y trataría de no volver a repetirlo. Tenía miedo de perder su empleo porque ahora era el único sustento que tenía para ella y su familia. Se imaginaba que su mejor amiga había salido bien en la cirugía porque no tenía noticias de ella. Iría el fin de semana a verla y desahogarse de todo lo ocurrido estos días.

No era una persona malagradecida y mucho menos en estos tiempos de necesidad, tampoco era de quejarse o ventilar sus problemas, pero a veces, solo quería descansar.

«Mírate esas ojeras, Elizabeth. No parecen cosas tuyas», se dijo al verse al espejo de su polvo. Una mala noche le iba a pasar factura por el resto de la mañana.

—¿Regresará a casa conmigo, señorita? Debo ir por unas cosas al mercado. Puede esperarme aquí o, vamos juntos y hacemos las compras —la voz del chófer, la saca de sus pensamientos.

Ella sonríe porque no quería hacerlo perder el tiempo.

—Por favor, dígame solo Eli y vaya al mercado. Yo regreso a casa por mi cuenta. Déjeme tomar mi bolso y cualquier cosa lo llamo —abrió la puerta del auto y sacó sus pertenencias, ahí se encontraba el documento que le había dado Noah con las exigencias de su hijo.

—Estaré en casa antes de las doce, para venir a buscar a Damian —el joven chófer se subió al auto y se fue.

Elizabeth maldijo internamente porque no tenía el número de teléfono de nadie y se prometió pedírselos a todos cuando volviera a casa. Dio un suspiro y empezó a caminar en busca de un taxi. Apenas eran las siete de la mañana y aunque la noche había sido dura por el regaño de Noah, Damian se había portado bien cuando venían al colegio.

La lista de las alergias del pequeño no eran muy largas. No podía comer maní y mucho menos tomar leche de chocolate. El maní le daba ronchas y fiebre, mientras la leche, diarrea. Había algunos medicamentos que no le hacían efecto y el pequeño tenía rinitis al igual que ella.

—Menos mal he leído sobre la leche de chocolate. Hoy quería darle de merienda eso —mordió su labio, al ver que casi comete otro error.

Noah era una persona extraña y fría. Su cuerpo emanaba eso... Frialdad. Con ella no había ni una pizca de amabilidad, pero con su hijo, el amor le desbordaba. Elizabeth no vio otro sentimiento en los ojos de Noah hacia otra persona.

—Traer y buscar a Damian, alimentarlo, bañarlo, ayudarle con las tareas, jugar y llevarlo a su habitación a las ocho y media para que espere a su padre —enumeró lo que tenía que hacer. No parecían tareas difíciles, solo que su mini jefe no se la ponía fácil.

Todavía le temblaban las manos, de recordar el regaño de Noah por hacerlo dormir y ni siquiera poder responderle nada.

Elizabeth estaba tan entretenida con la información que estaba leyendo, que no se había dado cuenta de que era perseguida hasta que pasó por una calle vacía, y sintió la presencia de alguien más. Ella miró hacia todos lados, pero no consiguió a nadie. El paparazzi se había escondido para no ser descubierto. Él no quería perder la exclusiva de tener la primicia de la nueva mujer del hombre más importante de Londres. Lo último que se supo de Noah, fue que había quedado viudo, pero de su vida privada nadie sabía nada. Elizabeth guardó el documento en su bolso y revisó su celular para llamar a un taxi.

—Esto tiene que ser una broma —el dinero que tenía, no le alcanzaría para poder pagarlo y solo tenía un día trabajando como para pedirle prestado a la señora Gabriella o al chófer.

Decidió ir más rápido y cambiar el camino a casa. Estaba asustada porque era la primera vez que la perseguían, pero tampoco se la pondría fácil a quien fuera que la siguiera.

***

Le llevó dos horas regresar a la mansión, primero porque se perdió y segundo, porque pudo conseguir un taxi que ella pudiera pagar mucho después. Estaba cansada, le dolían las piernas y el miedo se desvaneció cuando se sintió segura, pero se sentía orgullosa de que esa persona le perdiera el rastro.

Por un momento, se creyó del servicio secreto por sus altas capacidades para escapar.

Al abrir la puerta de la mansión, se encontró con todo el personal en la sala. Sus rostros pasaron de mortificación a alivio en cuestión de segundos.

—Al fin regresaste, niña —la señora Gabriella fue a abrazarla, ella sabía que Eli era nueva en esa zona y temía que algo malo le pasara.

—Siento mucho haberlos preocupado —se disculpó avergonzada, le regresó el abrazo al sentir la sinceridad en ella.

Noah, en lo que fue llamado por Gabriella, se fue del trabajo con rapidez, buscó el número de la niñera en su celular, pero tampoco lo tenía, le pidió a Sebastian que la localizara, pero nadie daba con ella. La tierra se había tragado a Elizabeth en cuestión de minutos. El chófer que los llevó al colegio tampoco sabía en donde se encontraba.

Odiaba el sentimiento de incertidumbre y tener que pasar por esto otra vez. Por eso controlaba a sus empleados durante sus horarios laborales. Necesitaba paz y esa mujer le daba todo menos eso.

—¿Por qué no llamaste a casa si te ibas a tardar dos horas en volver? ¿Se te olvidó que te dije que trabajas para mí y que en lo único que debes concentrarte es en la seguridad de mi hijo? ¿Quién te dio el derecho de desaparecer y preocupar a todos en casa? —estaba tan cabreado con ella que se le notaba en su voz.

—No tengo el número... —se separó de la señora Gabriella, para intentar hablar y escuchar lo que tenía que decir Noah.

—¡¿Vas a poner excusas, Elizabeth?! ¿Y si le pasa algo a mi hijo mientras tú estás deambulando por la ciudad cuando deberías estar disponible para Damian aunque él no esté presente? —la interrumpió, ella miró a Noah y fue la guinda que adornó el pastel.

La ira en Noah estalló en cuestión de segundos.

—No son excusas, es solo que...

—¿Tienes un día trabajando para mí y así es como eres al final? Por esa razón no me gusta contratar a las personas sin antes investigarlas. No diste tu número, no diste nada para poder ponerse en contacto contigo. ¿Quién te crees que eres para venir a preocupar a mi familia? No te importa tu trabajo y por eso vas a pasear. ¡Pudiste ir a la policía y hacer que me llamen para ir por ti! ¿Te costaba mucho decir en donde estabas, Elizabeth? ¡Un error más y estás fuera de mi casa! —y era verdad, ella podía haber hecho muchas cosas en dos horas, si a ella le hubiese pasado algo, Noah sería el responsable y en su cabeza no podía tener otra preocupación que no fuera Damian.

Elizabeth de verdad quería decirles lo que había sucedido. Ella no pensó en ir a la policía porque solo quería escapar de la persona que la seguía. Se dio cuenta de que no podía llamar a nadie muy tarde, pero es que apenas tuvo contacto con la señora Gabriella la noche anterior. Miró a su alrededor y mordió su labio al ver a todos los empleados en la sala.

La misma historia se repetía, pero esta vez no era Alexis, hoy, era Noah. El recuerdo de él, reprendiéndola por el robo, volvió a su mente.

—¿Te das cuenta de lo que hiciste, Elizabeth? ¿En dónde están los cien mil dólares? ¡¿Acaso te robaste ese dinero?! —empezó a gritarla frente a sus compañeros de trabajo.

—Alexis, ese dinero tú...

—¿Vas a poner una excusa y decir que yo me lo robé? ¡La administradora eres tú y no te das cuenta de que faltaba dinero! ¿Acaso eres ignorante en lo que haces? —la señalaba mientras le lanzaba unos papeles en su rostro.

—Alexis, pero qué demo...

—¡Cállate y di en donde está el dinero! —el murmullo de todos se hizo presente y la indignación en Elizabeth se instaló.

El no poder hablar para explicarse, se había convertido en su día a día. Elizabeth no se había dado cuenta de que Noah la estaba viendo. Ella estaba tan metida en su mundo, que no vio que él se arrepintió al verla con ganas de llorar. Su corazón palpitó tan fuerte, que había olvidado que existía.

Culpa, eso sintió también al ver cristalizados esos ojos grises. Tomó una bocanada de aire y decidió intentar hablar sin regañarla.

—Elizabeth, está bien. ¿Puedes explicarme qué sucedió? ¿Por qué estás llegando a esta hora? ¿Te pasó algo en el camino de regreso? —las palabras de Noah eran sinceras, a pesar de que su rostro no mostraba ni un poco de interés, o eso creía ella.

—Oh, por Dios... —fue lo único que pudo decir antes de romper a llorar.

Tenía tantas cosas guardadas y había aguantado tanto, que simplemente no soportó que pidieran su opinión. No porque no pudiera decirla, sino más bien porque era la primera vez que se la pedían.

Era diferente, su corazón lloraba y su mente agotada dio rienda suelta a las lágrimas que tenía encerrada durante tanto tiempo.

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