Lía Por la noche, mientras la brisa fresca entraba por la ventana entreabierta, me tomé una tacita de café junto con un par de pequeños pays, uno de limón y otro de piña. Traté de concentrarme en mis lecturas, aunque sabía que el sueño no llegaría pronto. Había pasado todo el día dormida, como si mi cuerpo intentara escapar del peso de mis pensamientos. Al mirar mi teléfono, noté un mensaje de Arthur. Sus palabras, acompañadas de dos tiernas caritas, decían: —Te extraño, mi amor. Sonreí y respondí rápidamente: —Yo también te extraño, amor. Descansa. Buenas noches. Le recordé que tenía un día atareado al día siguiente y que, sin duda, me haría mucha falta. Solté un suspiro largo mientras le deseaba suerte con la fiesta de las niñas. Traté de convencerme de que solo iría un rato, que las palabras de Nadia, no lograría afectarme. Al finalizar el capítulo apagué mi computadora y me recosté, dejándome llevar por el cansancio que finalmente venció mi inquietud. A la mañana siguien
Lía Con el alma hecha pedazos camine despacio. Me apoyé contra una pared, tratando de respirar profundamente. Mi mente se llenó de preguntas: ¿por qué Arthur haría algo así? ¿Había sido siempre una mentira? Y lo más importante, ¿qué iba a hacer ahora? Quería enfrentarlo, pero el miedo a la verdad me paralizaba. ¿Y si realmente no me amaba? ¿Y si las palabras de Leticia eran ciertas? Sentí una oleada de rabia mezclada con tristeza, pero también una chispa de determinación. Si Arthur tenía algo que ocultar, lo descubriría. Nadie, ni siquiera él, jugaría con mi corazón impunemente. Caminé hacia la parte trasera del Jardín y efectivamente estaba Nadia ahi, besándose con un hombre, apreté mi cabeza con fuerzas al sentir esa punzada de dolor, un nudo en mi gargante empezó a formarse.—Arthur, te amo, y se que tu también. —Decía Nadia soltando un gemido, Arthur asintió mientras bajaba sus besos en el cuello de ella. Nadia, alzó la mirada hacia mí y con arrogancia me sonrió. Corrí sin rum
Lía Salí de la clínica a toda prisa, con el corazón galopando como una locomotora fuera de control. Apenas escuché al doctor gritar mi nombre intentando detenerme. No podía, no quería regresar ahí. La desesperación me quemaba por dentro mientras mis ojos buscaban un escape, algún medio para alejarme lo más rápido posible. Pero, de repente, mi visión se nubló. Una ola de vértigo me golpeó con fuerza. Me llevé las manos a la cabeza, intentando mantenerme en pie.—¡Lía! ¿Qué haces aquí? ¡Por Dios, qué tienes! —La voz me sonaba familiar, pero mi mente estaba hecha un torbellino.—Ayúdame... —balbuceé, con apenas fuerzas para formar las palabras. No podía abrir los ojos, pero sabía que alguien estaba allí. Después, todo se apagó.***Unos pitidos molestos me despertaron. Lentamente, luché por abrir los ojos; cada movimiento de mis párpados era un desafío. Lo primero que vi fue un rostro que no reconocí de inmediato.—Doctor... —susurré, confundida.—Lía, soy yo, Adriano. ¿Puedes verme? ¿M
Arthur.Busque a Lía con la mirada, no estaba por ningún lado, según mi madre, Lía había venido, pero no estaba aquí. Marqué una vez más su número, pero seguía sin responder. El silencio del otro lado de la línea me ponía nervioso. ¿Qué estaba pasando? Solté un bufido, intentando contener mi frustración, y me acerqué a mis padres, que estaban disfrutando de la fiesta con las niñas.—Madre, ¿has visto a Lía? Dijiste habia venido, pero no sé qué pasó.—Sí, vino. Nos entregó los regalos y dijo que entraría después —respondió, despreocupada.Me tensé de inmediato. Algo no estaba bien.—Voy a buscarla. Quizás se quedó en el jardín. Disfruten, que las niñas no se distraigan.Salí, tratando de mantener la calma, y recorrí el jardín. La busqué por todos lados, pero no había rastro de ella. De repente, me detuve, sintiendo una oleada de náuseas. ¿Qué demonios me estaba pasando? Caminé rápidamente hacia la cocina trasera, y antes de poder contenerme, vomité. Era un malestar físico, pero también
LíaMe quedé mirando hacia donde se había ido Arthur, solté un respiro, aún sentía ese dolor tan fuerte de haberlo perdido. Con fuerza intentaba contener este desastre que me desgarraba el alma en miles de pedazos. Sabía que lo amaba, pero también que él me había engañado. Por eso, lo mejor era mantenerme firme. No podía permitir que supiera mi verdad, no aún. Ni de mi enfermedad ni de mi embarazo. Quizás, cuando todo pase, tal vez entonces… solo entonces, le diría la verdad o le dejaría alguna carta.—Lía, escúchame, necesito más explicaciones— me detuve al verlo entrar al salón de nuevo. Pensé que se había ido.—Arthur, veo que aún no captas.Con el corazón en un puño, decidí actuar con la mayor dureza posible. Debía hacerlo por los dos, aunque me destrozara. El se acercó y me tomó de ambas manos.—Te amo... y no pienso aceptar esta maldita mentira.—¡Suéltame! —le grité, haciendo un esfuerzo sobrehumano para sonar fría—. No te amo. Nunca te amé.Mis palabras salieron como dagas, hi
Arthur Llegué a la mansión, baje del coche y sali corriendo, sintiendo cómo el peso del mundo me aplastaba. Al entrar, la casa estaba en completo silencio, la fiesta había terminado. Subí las escaleras de dos en dos hasta mi habitación y, apenas cerré la puerta, todo dentro de mí explotó. Comencé a tirar cosas, furioso, lleno de una rabia que no podía controlar. Quería destruirlo todo. Quería destruirla a ella. A Lía y a mí mismo.Golpeé muebles, rompí los retratos y en medio del caos, la puerta de mi habitación se abrió de golpe. Era mi padre, seguido por mi madre.—Hijo, ¿qué haces? Vas a asustar a las niñas —dijo mi madre, preocupada—. Por favor, cálmate. ¿Qué está pasando?—¡Saquen a las niñas de aquí! ¡Llévenselas! Quiero estar solo —grité, apenas capaz de contener las lágrimas.—Hijo, ¿qué está pasando? —insistió mi padre, su voz firme pero sin llegar a enfurecerse.Bajé la cabeza. Las palabras no salían, y cuando lo hicieron, solo pude repetir lo mismo una y otra vez, como si
Nadia.—Nadia, no pierdas el tiempo.— replicó Arthur mirándome con seriedad.Me encontraba frente a Arthur, sus palabras aún resonaban en mi mente como cuchillos que cortaban cada vestigio de dignidad que intentaba sostener. Lo había besado, llena de deseo y anhelo, solo para encontrarme con una muralla fría e impenetrable. Su rechazo no fue solo físico, fue absoluto.—¿Qué pasa, Arthur? —pregunté, mi voz temblorosa.Sonrió, pero su sonrisa no era cálida; era cruel, cargada de desprecio.—La verdad, Nadia, no me apetece esto. Tú ni siquiera me excitas.Lo miré, incrédula. ¿Cómo podía decir algo así después de todos los gestos, las miradas? Había creído que aún existía algo entre nosotros, un vestigio de lo que alguna vez fuimos.—¿Cómo puedes decir eso? —le reclamé, dolida—. Me estabas provocando…—¿Provocando? —rió, como si mis palabras fueran ridículas—. Nadia, ¿de verdad crees que me acostaría contigo? No lo haría. Uno, no te amo. Entiéndelo, mujer. Dos, ni siquiera podría... tú es
Lia Me levanté de un salto, el estómago revuelto como si hubiera ingerido un veneno corrosivo. Corrí al baño tambaleándome y apenas alcancé a inclinarme sobre el lavabo antes de vomitar todo lo que había comido. Mi cuerpo temblaba, y un dolor agudo en el pecho me robaba el aire. Sentía una presión tan fuerte que creí que iba a desmayarme. El latido en mis sienes era ensordecedor, como si un tambor retumbara dentro de mi cabeza.— ¡Lía! — gritó Adriano al entrar corriendo en la habitación. Su rostro estaba desencajado, lleno de preocupación—. ¿Qué tienes?Me agarré del borde del lavabo, mi voz apenas un susurro.—Adriano… me duele demasiado la cabeza… no sé qué hacer. Ayúdame, por favor.Él se acercó rápidamente, sosteniéndome para evitar que cayera.—Tenemos que llevarte al hospital ya. Esto no es normal, estás sangrando —su voz estaba cargada de pánico—No puedo perder a mis hijos Adriano.Apenas fui consciente de cómo Adriano gritó órdenes al chofer para que buscara una chamarra y