Lía Salí de la clínica a toda prisa, con el corazón galopando como una locomotora fuera de control. Apenas escuché al doctor gritar mi nombre intentando detenerme. No podía, no quería regresar ahí. La desesperación me quemaba por dentro mientras mis ojos buscaban un escape, algún medio para alejarme lo más rápido posible. Pero, de repente, mi visión se nubló. Una ola de vértigo me golpeó con fuerza. Me llevé las manos a la cabeza, intentando mantenerme en pie.—¡Lía! ¿Qué haces aquí? ¡Por Dios, qué tienes! —La voz me sonaba familiar, pero mi mente estaba hecha un torbellino.—Ayúdame... —balbuceé, con apenas fuerzas para formar las palabras. No podía abrir los ojos, pero sabía que alguien estaba allí. Después, todo se apagó.***Unos pitidos molestos me despertaron. Lentamente, luché por abrir los ojos; cada movimiento de mis párpados era un desafío. Lo primero que vi fue un rostro que no reconocí de inmediato.—Doctor... —susurré, confundida.—Lía, soy yo, Adriano. ¿Puedes verme? ¿M
Arthur.Busque a Lía con la mirada, no estaba por ningún lado, según mi madre, Lía había venido, pero no estaba aquí. Marqué una vez más su número, pero seguía sin responder. El silencio del otro lado de la línea me ponía nervioso. ¿Qué estaba pasando? Solté un bufido, intentando contener mi frustración, y me acerqué a mis padres, que estaban disfrutando de la fiesta con las niñas.—Madre, ¿has visto a Lía? Dijiste habia venido, pero no sé qué pasó.—Sí, vino. Nos entregó los regalos y dijo que entraría después —respondió, despreocupada.Me tensé de inmediato. Algo no estaba bien.—Voy a buscarla. Quizás se quedó en el jardín. Disfruten, que las niñas no se distraigan.Salí, tratando de mantener la calma, y recorrí el jardín. La busqué por todos lados, pero no había rastro de ella. De repente, me detuve, sintiendo una oleada de náuseas. ¿Qué demonios me estaba pasando? Caminé rápidamente hacia la cocina trasera, y antes de poder contenerme, vomité. Era un malestar físico, pero también
LíaMe quedé mirando hacia donde se había ido Arthur, solté un respiro, aún sentía ese dolor tan fuerte de haberlo perdido. Con fuerza intentaba contener este desastre que me desgarraba el alma en miles de pedazos. Sabía que lo amaba, pero también que él me había engañado. Por eso, lo mejor era mantenerme firme. No podía permitir que supiera mi verdad, no aún. Ni de mi enfermedad ni de mi embarazo. Quizás, cuando todo pase, tal vez entonces… solo entonces, le diría la verdad o le dejaría alguna carta.—Lía, escúchame, necesito más explicaciones— me detuve al verlo entrar al salón de nuevo. Pensé que se había ido.—Arthur, veo que aún no captas.Con el corazón en un puño, decidí actuar con la mayor dureza posible. Debía hacerlo por los dos, aunque me destrozara. El se acercó y me tomó de ambas manos.—Te amo... y no pienso aceptar esta maldita mentira.—¡Suéltame! —le grité, haciendo un esfuerzo sobrehumano para sonar fría—. No te amo. Nunca te amé.Mis palabras salieron como dagas, hi
Arthur Llegué a la mansión, baje del coche y sali corriendo, sintiendo cómo el peso del mundo me aplastaba. Al entrar, la casa estaba en completo silencio, la fiesta había terminado. Subí las escaleras de dos en dos hasta mi habitación y, apenas cerré la puerta, todo dentro de mí explotó. Comencé a tirar cosas, furioso, lleno de una rabia que no podía controlar. Quería destruirlo todo. Quería destruirla a ella. A Lía y a mí mismo.Golpeé muebles, rompí los retratos y en medio del caos, la puerta de mi habitación se abrió de golpe. Era mi padre, seguido por mi madre.—Hijo, ¿qué haces? Vas a asustar a las niñas —dijo mi madre, preocupada—. Por favor, cálmate. ¿Qué está pasando?—¡Saquen a las niñas de aquí! ¡Llévenselas! Quiero estar solo —grité, apenas capaz de contener las lágrimas.—Hijo, ¿qué está pasando? —insistió mi padre, su voz firme pero sin llegar a enfurecerse.Bajé la cabeza. Las palabras no salían, y cuando lo hicieron, solo pude repetir lo mismo una y otra vez, como si
Nadia.—Nadia, no pierdas el tiempo.— replicó Arthur mirándome con seriedad.Me encontraba frente a Arthur, sus palabras aún resonaban en mi mente como cuchillos que cortaban cada vestigio de dignidad que intentaba sostener. Lo había besado, llena de deseo y anhelo, solo para encontrarme con una muralla fría e impenetrable. Su rechazo no fue solo físico, fue absoluto.—¿Qué pasa, Arthur? —pregunté, mi voz temblorosa.Sonrió, pero su sonrisa no era cálida; era cruel, cargada de desprecio.—La verdad, Nadia, no me apetece esto. Tú ni siquiera me excitas.Lo miré, incrédula. ¿Cómo podía decir algo así después de todos los gestos, las miradas? Había creído que aún existía algo entre nosotros, un vestigio de lo que alguna vez fuimos.—¿Cómo puedes decir eso? —le reclamé, dolida—. Me estabas provocando…—¿Provocando? —rió, como si mis palabras fueran ridículas—. Nadia, ¿de verdad crees que me acostaría contigo? No lo haría. Uno, no te amo. Entiéndelo, mujer. Dos, ni siquiera podría... tú es
Lia Me levanté de un salto, el estómago revuelto como si hubiera ingerido un veneno corrosivo. Corrí al baño tambaleándome y apenas alcancé a inclinarme sobre el lavabo antes de vomitar todo lo que había comido. Mi cuerpo temblaba, y un dolor agudo en el pecho me robaba el aire. Sentía una presión tan fuerte que creí que iba a desmayarme. El latido en mis sienes era ensordecedor, como si un tambor retumbara dentro de mi cabeza.— ¡Lía! — gritó Adriano al entrar corriendo en la habitación. Su rostro estaba desencajado, lleno de preocupación—. ¿Qué tienes?Me agarré del borde del lavabo, mi voz apenas un susurro.—Adriano… me duele demasiado la cabeza… no sé qué hacer. Ayúdame, por favor.Él se acercó rápidamente, sosteniéndome para evitar que cayera.—Tenemos que llevarte al hospital ya. Esto no es normal, estás sangrando —su voz estaba cargada de pánico—No puedo perder a mis hijos Adriano.Apenas fui consciente de cómo Adriano gritó órdenes al chofer para que buscara una chamarra y
Arthur.Mis hijas, estaban observandome sin pestañar, seguramente querían hacerme preguntas. Ya era una costumbre, casi todos los días preguntaban de mi estado de ánimo y por Lía. Que ni siquiera le dio pesar dejar a mis pequeñas, seguramente anda feliz por ahí con Adriano. En varias ocasiones fui a la casa de sus padres, sin embargo ellos no sabían nada de ella.—Papi, ¿por qué no sonríes como antes? —preguntó una de mis gemelas mientras jugaba con el borde de su vestido. —¿Y por qué el Lía no viene a vernos? Estamos aburridas... Ni siquiera estuvo para nuestro cumpleaños. Nos dio nuestro regalo y desapareció, como si fuera un hada madrina —añadió la otra, con sus ojos llenos de una inocencia que partía el alma. —La señora que dice que es nuestra madre, nos dijo que Lía se fue y te ha engañado, verdad Papi, que eso es una mentira. —Apreté los puños intentando mantener la calma. Que demonios le pasa a Nadia.—Es mentira Ayla, mamita Lía debe estar escribiendo en su casa.Sonreí débi
ArthurMi madre y Adriano estaban cerca, observando todo con expresiones sombrías. Fue mi madre quien rompió el silencio: —Hijo, juzgamos a Lía, de la peor manera.—¿Qué está pasando? —pregunté, con la voz quebrada—. Quiero saberlo... Lia estaba ahi y ni siquiera volteó a verme y yo sentí que mi paciencia se agotaba. —Arthur, Lía está muy débil.— mencionó Adriano.—Lía, no puedes levantar la voz, pero ¿qué es esto? ¿Tú qué haces aquí? La madre de Lía, interrumpió con calma, pero su rostro lucía preocupado. —Tu madre no te explicó nada todavía... Lía está enferma y embarazada, son tus hijos.Me quedé helado. Mi mirada iba de mi madre a Lía, esperando que alguien desmintiera esas palabras. Pero no fue así. Mi madre habló.—Así es, hijo. Lía está... muy enferma. Tiene un tumor en la cabeza. El impacto de esas palabras me dejó sin aire. Mi sistema nervioso parecía colapsar. Me acerqué a Lía, pero ella ni siquiera me quiso mirar. Se tapó el rostro con las manos, como si no soport