62. UN AMOR DESTRUIDO

Arthur

Llegué a la mansión, baje del coche y sali corriendo, sintiendo cómo el peso del mundo me aplastaba. Al entrar, la casa estaba en completo silencio, la fiesta había terminado. Subí las escaleras de dos en dos hasta mi habitación y, apenas cerré la puerta, todo dentro de mí explotó. Comencé a tirar cosas, furioso, lleno de una rabia que no podía controlar. Quería destruirlo todo. Quería destruirla a ella. A Lía y a mí mismo.

Golpeé muebles, rompí los retratos y en medio del caos, la puerta de mi habitación se abrió de golpe. Era mi padre, seguido por mi madre.

—Hijo, ¿qué haces? Vas a asustar a las niñas —dijo mi madre, preocupada—. Por favor, cálmate. ¿Qué está pasando?

—¡Saquen a las niñas de aquí! ¡Llévenselas! Quiero estar solo —grité, apenas capaz de contener las lágrimas.

—Hijo, ¿qué está pasando? —insistió mi padre, su voz firme pero sin llegar a enfurecerse.

Bajé la cabeza. Las palabras no salían, y cuando lo hicieron, solo pude repetir lo mismo una y otra vez, como si
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