Arthur Llegué a la mansión, baje del coche y sali corriendo, sintiendo cómo el peso del mundo me aplastaba. Al entrar, la casa estaba en completo silencio, la fiesta había terminado. Subí las escaleras de dos en dos hasta mi habitación y, apenas cerré la puerta, todo dentro de mí explotó. Comencé a tirar cosas, furioso, lleno de una rabia que no podía controlar. Quería destruirlo todo. Quería destruirla a ella. A Lía y a mí mismo.Golpeé muebles, rompí los retratos y en medio del caos, la puerta de mi habitación se abrió de golpe. Era mi padre, seguido por mi madre.—Hijo, ¿qué haces? Vas a asustar a las niñas —dijo mi madre, preocupada—. Por favor, cálmate. ¿Qué está pasando?—¡Saquen a las niñas de aquí! ¡Llévenselas! Quiero estar solo —grité, apenas capaz de contener las lágrimas.—Hijo, ¿qué está pasando? —insistió mi padre, su voz firme pero sin llegar a enfurecerse.Bajé la cabeza. Las palabras no salían, y cuando lo hicieron, solo pude repetir lo mismo una y otra vez, como si
Nadia.—Nadia, no pierdas el tiempo.— replicó Arthur mirándome con seriedad.Me encontraba frente a Arthur, sus palabras aún resonaban en mi mente como cuchillos que cortaban cada vestigio de dignidad que intentaba sostener. Lo había besado, llena de deseo y anhelo, solo para encontrarme con una muralla fría e impenetrable. Su rechazo no fue solo físico, fue absoluto.—¿Qué pasa, Arthur? —pregunté, mi voz temblorosa.Sonrió, pero su sonrisa no era cálida; era cruel, cargada de desprecio.—La verdad, Nadia, no me apetece esto. Tú ni siquiera me excitas.Lo miré, incrédula. ¿Cómo podía decir algo así después de todos los gestos, las miradas? Había creído que aún existía algo entre nosotros, un vestigio de lo que alguna vez fuimos.—¿Cómo puedes decir eso? —le reclamé, dolida—. Me estabas provocando…—¿Provocando? —rió, como si mis palabras fueran ridículas—. Nadia, ¿de verdad crees que me acostaría contigo? No lo haría. Uno, no te amo. Entiéndelo, mujer. Dos, ni siquiera podría... tú es
Lia Me levanté de un salto, el estómago revuelto como si hubiera ingerido un veneno corrosivo. Corrí al baño tambaleándome y apenas alcancé a inclinarme sobre el lavabo antes de vomitar todo lo que había comido. Mi cuerpo temblaba, y un dolor agudo en el pecho me robaba el aire. Sentía una presión tan fuerte que creí que iba a desmayarme. El latido en mis sienes era ensordecedor, como si un tambor retumbara dentro de mi cabeza.— ¡Lía! — gritó Adriano al entrar corriendo en la habitación. Su rostro estaba desencajado, lleno de preocupación—. ¿Qué tienes?Me agarré del borde del lavabo, mi voz apenas un susurro.—Adriano… me duele demasiado la cabeza… no sé qué hacer. Ayúdame, por favor.Él se acercó rápidamente, sosteniéndome para evitar que cayera.—Tenemos que llevarte al hospital ya. Esto no es normal, estás sangrando —su voz estaba cargada de pánico—No puedo perder a mis hijos Adriano.Apenas fui consciente de cómo Adriano gritó órdenes al chofer para que buscara una chamarra y
Arthur.Mis hijas, estaban observandome sin pestañar, seguramente querían hacerme preguntas. Ya era una costumbre, casi todos los días preguntaban de mi estado de ánimo y por Lía. Que ni siquiera le dio pesar dejar a mis pequeñas, seguramente anda feliz por ahí con Adriano. En varias ocasiones fui a la casa de sus padres, sin embargo ellos no sabían nada de ella.—Papi, ¿por qué no sonríes como antes? —preguntó una de mis gemelas mientras jugaba con el borde de su vestido. —¿Y por qué el Lía no viene a vernos? Estamos aburridas... Ni siquiera estuvo para nuestro cumpleaños. Nos dio nuestro regalo y desapareció, como si fuera un hada madrina —añadió la otra, con sus ojos llenos de una inocencia que partía el alma. —La señora que dice que es nuestra madre, nos dijo que Lía se fue y te ha engañado, verdad Papi, que eso es una mentira. —Apreté los puños intentando mantener la calma. Que demonios le pasa a Nadia.—Es mentira Ayla, mamita Lía debe estar escribiendo en su casa.Sonreí débi
ArthurMi madre y Adriano estaban cerca, observando todo con expresiones sombrías. Fue mi madre quien rompió el silencio: —Hijo, juzgamos a Lía, de la peor manera.—¿Qué está pasando? —pregunté, con la voz quebrada—. Quiero saberlo... Lia estaba ahi y ni siquiera volteó a verme y yo sentí que mi paciencia se agotaba. —Arthur, Lía está muy débil.— mencionó Adriano.—Lía, no puedes levantar la voz, pero ¿qué es esto? ¿Tú qué haces aquí? La madre de Lía, interrumpió con calma, pero su rostro lucía preocupado. —Tu madre no te explicó nada todavía... Lía está enferma y embarazada, son tus hijos.Me quedé helado. Mi mirada iba de mi madre a Lía, esperando que alguien desmintiera esas palabras. Pero no fue así. Mi madre habló.—Así es, hijo. Lía está... muy enferma. Tiene un tumor en la cabeza. El impacto de esas palabras me dejó sin aire. Mi sistema nervioso parecía colapsar. Me acerqué a Lía, pero ella ni siquiera me quiso mirar. Se tapó el rostro con las manos, como si no soport
Arthur.El sonido de la máquina monitoreando los latidos de Lía resonaba en la habitación, una sinfonía mecánica que me mantenía al borde del abismo. Allí estaba, con mi corazón en mil pedazos, rogándole a Dios por un milagro. No podía perderla, no ahora, no después de todo lo que habíamos vivido juntos. Al final, él médico me había dado el consentimiento para entrar y, con cada paso, sentía que me desmoronaba un poco más. Su mirada, aunque cansada, me buscaba, y cuando la encontré, logré esbozar una sonrisa débil, tratando de transmitirle una fuerza que en realidad no tenía.—No vas a morir, Lía —declare con un hilo de voz—. No puedes. Por nuestro hijo, por mí, por tus padres, las gemelas... Te amo y te necesitoElla tomó mi mano con la poca fuerza que le quedaba y me miró directamente a los ojos. Podía ver el miedo en su rostro, pero también una especie de paz que me destrozaba.—Arthur, si algo pasa… —comenzó, pero no la dejé continuar.—No digas eso. No va a pasar nada. Vas a sali
Lía.Quería abri los ojos, pero sentia dificultad, mi cuerpo estaba pesado, mis músculos no respondían y, aunque no sentía dolor, la sensación de impotencia era abrumadora. Poco a poco, fui abriendo los ojos. Lo primero que vi fue el techo blanco y limpio del hospital. A mi lado, estaba Arthur, con una expresión de alivio que nunca había visto antes.—Mi amor, has despertado —dijo emocionado, besándome suavemente en la mejilla. No podía responderle. Apenas si lograba mover la cabeza. Lo vi salir rápidamente de la habitación para llamar al médico. En unos instantes, todo cambió.Entraron el médico, mi mamá, Adriano, y la señora Jessica. Era como si todo mi mundo se hubiera reunido en ese cuarto.—Hola, Lía. ¿Puedes hablar? —preguntó el médico. No tenía fuerzas para emitir una palabra, pero moví ligeramente la cabeza. Se acercó con una pequeña linterna y examinó mis ojos con cuidado. —Bien, estás respondiendo. Has despertado del coma, pero necesitamos seguir evaluándote. Todo estará bie
ArthurHabía llegado el momento de enfrentar la verdad y poner fin al caos que Nadia había desatado en nuestras vidas. Su rostro desfigurado por la ira y la vergüenza reflejaba la magnitud de sus mentiras. Me miraba con incredulidad mientras sus palabras trataban, inútilmente, de justificarse.—Arthur, no sé de qué estás hablando, de verdad. ¡No sé! —insistió, con la voz quebrada.—¿De verdad crees que puedes seguir manipulándome? —respondí con calma, aunque mi interior hervía de indignación—. Fingiste una enfermedad, metiste ideas en la cabeza de Lia, hiciste que ella dudara de mí. ¿Qué esperabas? ¿Vivir cómodamente en mi mansión? Pues déjame decirte que tu teatro ha llegado a su fin.Nadia intentó interrumpirme, pero levanté una mano, deteniéndola.—Las pruebas están en mis manos —sentencié—. Sé de tu infidelidad con mi propio hermano, desde antes de que te fueras. ¿Cómo pude haber confiado en alguien tan ruin? Abandonaste a nuestras hijas por tu ambición y no te importó el daño que