59. UNA DURA REALIDAD.

Lía

Salí de la clínica a toda prisa, con el corazón galopando como una locomotora fuera de control. Apenas escuché al doctor gritar mi nombre intentando detenerme. No podía, no quería regresar ahí. La desesperación me quemaba por dentro mientras mis ojos buscaban un escape, algún medio para alejarme lo más rápido posible. Pero, de repente, mi visión se nubló. Una ola de vértigo me golpeó con fuerza. Me llevé las manos a la cabeza, intentando mantenerme en pie.

—¡Lía! ¿Qué haces aquí? ¡Por Dios, qué tienes! —La voz me sonaba familiar, pero mi mente estaba hecha un torbellino.

—Ayúdame... —balbuceé, con apenas fuerzas para formar las palabras. No podía abrir los ojos, pero sabía que alguien estaba allí. Después, todo se apagó.

***

Unos pitidos molestos me despertaron. Lentamente, luché por abrir los ojos; cada movimiento de mis párpados era un desafío. Lo primero que vi fue un rostro que no reconocí de inmediato.

—Doctor... —susurré, confundida.

—Lía, soy yo, Adriano. ¿Puedes verme? ¿M
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