Ian Gabriel Hannover era un hombre con cualidades dignas de admirar: Era atractivo, cabal, inteligente, de facciones tanto hermosas como frías, incluso algunos decían que fácilmente podría ser considerado un príncipe pero la verdad que pocos conocían era que detrás del hermoso rostro del nieto predilecto de Thomas Hannover, también habitaba barba Azul.
Luego de una noche difícil, la jornada milagrosamente había terminado, y justo antes de marcharse había recibido una noticia que alteró potencialmente su escaso buen humor, así que a último minuto decidió cambiar su curso... Mientras caminaba, todo aquel que se interponía en su camino le abría paso.
Todos sabían que Hannover era un profesional como pocos, la estrella más joven en el campo de la cirugía, y un auténtico hijo de puta cuando alguien se cruzaba de manera inoportuna en su camino y en ese momento cualquiera que se interpusiera podía despedirse de su cabeza.
—Tengo que hablar contigo. — Profirió en voz alta.
El director del hospital no apartó la vista de su ordenador pero pudo notar que el hombre frente a él estaba ardiendo de la rabia. Poco faltaba para que comenzara a echar humo por los oídos.
Con la mano hizo un gesto indicando que se acercara. Donovan era un hombre canoso cuya paciencia había entrenado arduamente con el pasar de los años, eso y el especial afecto que sentía por el padre de Hannover hacían que le tuviera paciencia.
— ¿Qué se te ofrece?
El joven doctor dio un paso adelante y se acercó atravesándolo con la mirada. Las aletas de su nariz se abrieron airosamente mientras hablaba apretando los dientes.
—Sabes muy bien porque he venido— masculló—te dije que no accedería a ser el tutor de residentes. — tiró un fajo de papeles sobre el escritorio. — ¿Qué se supone que significa esto?
—Eso significa que te hemos dado los mejores promedios ¿No te alegra? Son los promedios más brillantes de este año. Oxford y Harvard. No podía asignarles un tutor que no fueras tú.
—No estoy jugando Greg.
El hombre abandonó la atención del ordenador, masajeó su tabique nasal rogando a los ángeles y todas las deidades en las que no creía, que fueran a socorrerlo. Tomó las copias de las fichas que Hannover acababa de tirar y habló mientras las ordenaba.
—Tienen mucho talento.
El más joven chasqueó la lengua.
—No me importa— respondió arreglándose la corbata, comenzaba a ahorcarlo. —El talento se demuestra en la sala de operaciones con un pecho abierto frente a tus ojos y una vida pendiendo en tus manos.
—Tú también fuiste residente y si mal no recuerdo, tuviste que trabajar mucho para demostrar que tus logros académicos no eran comprados ¿O me equivoco? —calló, desarmado y sin argumentos.
El problema no era con los residentes exactamente —al menos no con todos— el problema era suyo, de sus ambiciones de éxito y gloria. De sus imprudencias, cómo eso había arruinado la vida de una persona y él no hizo nada para ayudarle.
Las palabras de Donovan lo hicieron maldecir en voz baja y abandonó la oficina aún sintiendo las corrientes de ira fluir a través de su cuerpo. Jamás dejaría de odiar a la prensa sensacionalista y sus comentarios malintencionados. Tampoco a los residentes y a él mismo por lastimar a los demás con sus errores.
Fustigado por sus recuerdos, entró en el ascensor —milagrosamente vacío— obligándose a calmarse. Mientras descendía al estacionamiento, Hannover pensaba en ella. Habían pasado varios meses desde la última vez que le vio y desde luego no le mencionó la "maravillosa" noticia de que sería su tutor.
La señorita Zimmermann era diferente, tenia una boca tan deliciosa como peligrosa y una perfecta perra manipuladora que se había dedicado la mayor parte de su juventud a asediarlo. Debía idear la forma en que Greg se la quitara de encima o todos notarían lo que pasaba entre ambos. Una cosa llevaría a otra y... Todo terminaría por saberse.
«De todas las mujeres que hay en el planeta, tenía que ser ella» pensó frustrado.
Por un momento contempló la idea de retomar sus actividades lujuriosas con Zimmermann para mantener la paz entre ambos. No todo podía ser malo.
Luego de un largo baño con agua caliente se vistió acorde para la entrevista que tendría lugar en su elegante despacho.
Allí dejaría a la chica periodista curiosear a su antojo, que viera cada uno de sus diplomas y reconocimientos, la dejaría deleitarse con su riqueza . Esta le sacaría una foto en medio de sus trofeos y certificados. Ya se la podía imaginar, jactándose con sus colegas de haber entrado a una casa como la de los Hannover, asombrada por la cantidad de diplomas que poseía, alabaría su intelecto y él esbozaría un par de sonrisas hipócritas.
Acabaría con ello rápido, tenía que hablar con Zimmermann para hacerle desistir de entrar al St. Matthews, no sabía exactamente cómo pero lo lograría, de eso estaba seguro.
— Doctor... La señorita del periódico está entrando a la mansión.
El hombre asintió con una expresión carente de emociones, se enfundo en un costoso traje de dos piezas para dirigirse al recibidor.
E Ian... Que había visto de todo en la vida; desde las mujeres más finas y elegantes, los cuadros de los pintores más ilustres del mundo y los paisajes más hermosos... Fue presa de la sorpresa cuando unos ojos azules lo traspasaron desde el umbral.
Aturdido por la incontrolable fascinación que le produjo la mujer frente a sus ojos, se puso de pie reverenciando su belleza. Por un momento se vio tentado en pellizcarse el brazo y así confirmar que no estaba soñando.
Recorrió la distancia que los separaba a grandes zancadas, y mientras caminaba reparaba en el aspecto físico de la joven. Ella era blanca como la nieve, su cabello trenzado era de un rubio oscuro, tenía unos carnosos labios de matiz coral, y sus ojos iban surcados por suaves ojeras signo de cansancio, sin embargo, estos fácilmente podrían formar parte de una exhibición de Tiffany's.
—Señorita Ross.
El marcado acento del doctor le hizo abrir la boca. Hannover vio como un rubor traicionero se trepaba por las mejillas de la chica, y el aleteo de sus pestañas le pareció el gesto más erótico que había visto en mucho tiempo.
Sonrió con galantería estirando la mano para saludarla. El olor de su inocencia llegó hasta él provocándole una corriente de excitación.
— Es un placer conocerla.
Ella también la había sentido, esa corriente extraña subiendo por la extensión de su brazo derecho hasta llegar a recorrerle el cuerpo entero. Aunque el famoso doctor era escandalosamente atractivo, Angie no sabía exactamente qué era lo que había en él que la hacía sentir abrumada, pequeña e indefensa.Durante ese breve instante en que sus manos se tocaron, Él pasó saliva y entrecerró los ojos, retirando su mano de inmediato casi como si el contacto le quemara la palma hasta terminar por meterla en los bolsillos de sus pantalones Armani. —También es un gusto conocerlo, Señor Hannover.Expresó con un hilo de voz.—Por favor, el Señor Hannover era mi abuelo o incluso mi padre. —Corrigió con su delicioso acento Galés acariciando su oído — A mí puede llamarme Ian, o como se sienta más cómoda. — Añadió — Si gusta en acompañarme.Angie asintió como en piloto automático y prosiguió a seguirlo hasta un cómodo sofá de cuero negro. En el centro había una pequeña mesita de cristal con tazas de
Parpadeó con incredulidad.—Mm, que si profesa alguna fe ¿Tiene creencias religiosas?Angie lo miró por primera vez en un largo rato. De pronto, Ian vio en sus ojos azules el reflejo de los suyos. Una chispa de verdadero interés se encendió dentro de ellos.— ¿Me pregunta que sí creo en Dios?Angie asintió vacilante sin entender su tono de asombro. Los labios de él dibujaron una sonrisa traviesa, se inclinó un poco hacia adelante y contestó:— ¿Qué clase de pregunta es esa?— se burló— Es solo una pregunta— lo interrumpió con un susurro, apabullada por su cercanía y la fuerte esencia proveniente de sus poros.— ¿Cree en algo... en alguien?El doctor frunció los labios en rictus amargo. Se puso de pie y apoyó las manos en el espaldar del sillón. Angie vio como los músculos se le tensaban bajo la camisa, pasó saliva.— Creo en mí, yo soy mi propio Dios. — Respondió — humillarse a pedir perdón es para miserables, personalmente creo que pueden hacer cosas mejores de rodillas que solo rezar
En alguna parte de su cerebro una voz interior intentaba comunicarle algo de importancia cósmica, pero se había negado rotundamente a escucharla. Las abrumadoras emociones que había experimentado durante el día consumieron toda la energía de su pequeño, frágil y extenuado cuerpo, anulando las posibilidades de poder despertar por voluntad propia.La noche anterior, al llegar a casa había despotricado todo su odio escribiendo furiosamente un documento, una especie de carta dedicada a Ian en la cual le escribía a detalle cada una de las cualidades y carencias del joven doctor. La manera en que la había hecho sentir, esos ojos turquesa que desprendían rayos de electricidad cada vez que lo miraba, la forma en que sus músculos se tensaban bajo lino blanco de su camisa, como su manzana de Adán que subía cada vez que pasaba saliva y como esta acción provocaba que su boca se secara por completo.«No es nadie» recordó con ardor todos insultos que profirió en contra del hombre y como este en res
La cánula nasal comenzó a picar en su nariz y el olor esterilizado de las sábanas le provocaron náuseas. ¡Odiaba los malditos hospitales! Su brazo derecho estaba morado por los pinchazos de agujas y a pocos metros se encontraba su morena amiga acurrucada en un sillón color café.— Por fin ¡Despertaste! ¡Vaya susto me has dado, mujer! ¿Cómo te sientes?Preguntó caminando en dirección a ella. Maia tenía el cabello despeinado y una expresión de cansancio predominando en su bonito rostro. Aun así, sus preciosos ojos color café brillaron de alivio al ver que ella se encontraba bien..— Siento que me va a explotar la cabeza ¿En dónde rayos estamos? — miró a su alrededor— ¿Qué hora es? debo ir a trabajar, sácame de aquí.—Ya es de noche, te encontré casi inconsciente, te prohíbo que me asustes de esa manera— sentenció. Angie adoraba el complejo maternal de Maia— Todo está en orden, llame a tu trabajo para solicitar una licencia médica. Así que tienes el tiempo suficiente para descansar un po
8 HORAS ANTES...Al llegar Ian fue saludado por su personal de seguridad con un leve asentimiento de cabeza, mientras uno de sus escoltas le sostenía la puerta del vehículo sin llegar a mirarlo directamente a los ojos, el galés correspondió al saludo con un amago de seriedad tatuado en su perfilado y estoico rostro, para luego entrar al vehículo sin decir una sola palabra.Estaba de mal humor, el tiempo parecía no surtir el efecto correcto y hacer que olvidara la ridícula escena que protagonizó con la pasante del Herald. Por el contrario, la mente y el orgullo herido del doctor se negaban por completo a dejar ir el recuerdo de la testaruda jovencita que le gritó a la cara como si se tratara de un igual, que azotó la puerta y lo dejó con la palabra en la boca provocando que hirviera de la rabia, la escandalosa discusión retumbó en las paredes y los sacudió la mansión hasta sus cimientos.Estaba furioso... colérico mejor dicho, y a causa de eso quería destruir el Herald, destruiría a Ev
Estimado Sr. Engreído,Se me ha pedido que escriba un informe detallado acerca de la entrevista que se llevó a cabo el día de hoy y no tengo la menor idea de cómo comenzar a escribir la sarta de mentiras que me veré obligada a decir. Porque ¿Quién me creería? ¿Qué pensarían todos si me atreviera a decir que el famoso doctor, el aclamado Heredero de Gales en realidad no es más que un patán, un cretino egocéntrico indigno de ser admirado? Nadie me tomaría en serio, o peor aún: nadie me creería, así que prefiero exorcizar mis demonios siendo jodidamente honesta y escribir estas líneas (que tus preciosos ojos turquesa jamás llegarán a contemplar) diciendo lo que realmente pienso sobre ti. Comenzaré por decir lo mucho que me ha desagradado haberte conocido, fuiste una completa decepción. Ni siquiera tus logros académicos son suficientes para ignorar la calidad de persona que eres. En la vida me he cruzado con alguien tan prepotente, superficial y vanidoso como tú. Honestamente, esperé que u
—Engreído PetulanteBufé molesta mientras aceleraba el paso hasta el ascensor...Siempre quise que mi historia comenzara con el mágico "Erase una vez... " Y si, posiblemente quería citar una de las frases más trilladas y manidas por el mundo de la literatura infantil, y en la realidad ningún cuento de hadas comienza con una universitaria a punto de ser despedida del trabajo que tanto necesita.Un minuto había transcurrido desde que recibí aquella llamada que me hizo correr a la oficina de presidencia. La voz de Scarlett no tuvo un solo atisbo de amabilidad, cuando a través del teléfono gritó "Ross, Mueve tu trasero aquí ¡Ahora!"Tenía alrededor de cinco minutos intentando convencerme de que no había hecho nada malo, que no era lo que estaba pensando y "'Él" no había llegado a cumplir su amenaza de destruir mi vida. Sin embargo tenía la horrible sensación de que en cualquier momento el suelo se abriría en dos para que el mismísimo infierno pudiera tragarme.Lo más irónico de todo es qu
Moralmente destrozada y sepultada bajo el lodo de la culpa. Así quedaría su consciencia al día siguiente, al recuperar la poca cordura que le quedaba y recordar la magnitud de la estupidez que había cometido.El corderito obediente, la estudiante ambiciosa que deseaba hacerse un camino al éxito, besando a un sujeto a quien con suerte había visto un par de veces en toda su vida, alguien que fue cruel y grosero con ella, un perfecto imbécil.Aunque a decir verdad, aquello parecía no tener ni un poco de importancia, ya que al descubrir el efecto del alcohol sobre su cuerpo, unas cuantas copas resultaron ser suficientes para despojarse del pudor y ser arrojada a los brazos de la imprudencia.Lo que no esperaba es que en respuesta a su deliberado arrebato de locura, el respetado doctor se dejara gobernar por sus instintos y finalmente terminara por empotrar su cuerpo contra una pared mientras le profanaba la boca con su lengua.El alcohol fue el culpable... o tal vez era la excusa perfecta