Moralmente destrozada y sepultada bajo el lodo de la culpa. Así quedaría su consciencia al día siguiente, al recuperar la poca cordura que le quedaba y recordar la magnitud de la estupidez que había cometido.
El corderito obediente, la estudiante ambiciosa que deseaba hacerse un camino al éxito, besando a un sujeto a quien con suerte había visto un par de veces en toda su vida, alguien que fue cruel y grosero con ella, un perfecto imbécil.
Aunque a decir verdad, aquello parecía no tener ni un poco de importancia, ya que al descubrir el efecto del alcohol sobre su cuerpo, unas cuantas copas resultaron ser suficientes para despojarse del pudor y ser arrojada a los brazos de la imprudencia.
Lo que no esperaba es que en respuesta a su deliberado arrebato de locura, el respetado doctor se dejara gobernar por sus instintos y finalmente terminara por empotrar su cuerpo contra una pared mientras le profanaba la boca con su lengua.
El alcohol fue el culpable... o tal vez era la excusa perfecta para dar el paso que convertiría su fantasía en realidad, para acercarla a aquellas sensaciones que estremecían su cuerpo cuando él estaba cerca. Porque aunque fuera incapaz de reconocerlo, Angie conocía perfectamente el poder que él ejercia sobre ella.
Aquel tormento había comenzado a principios una época donde el frío atenazador le calaba los huesos, el día que escuchó por primera vez el nombre de un famoso doctor que estaba a escasos pasos de ser reconocido ante el mundo de la medicina, y se convertiría en la llave del éxito que deseaba desesperadamente.
—Por favor... — suplicó sin saber qué.
Él ignoró su ruego para continuar con su sensual asalto, mientras todo su cuerpo permanecía febril ardiendo en una hoguera de pasión desenfrenada, la mente de Angie se debatía sobre si era correcto lo que estaba haciendo. Lo que sentía era picante, lascivo y parecía no ser suficiente. Reconoció que tal vez pecar siempre era así, un camino sin retorno, una adicción que esclaviza los sentidos y termina por convertirse en la cárcel de la que pocos pueden y quieren escapar.
De esa forma... en la mañana de lo que parecía un martes tan ordinario como cualquier otro. En uno de los cubículos del fondo, justo donde nadie volteaba a mirar se encontraba ella, una estudiante de periodismo física y mentalmente agotada que parecía estar a punto de sufrir un colapso.
La última semana fue de muchos altibajos. En medio del estrés laboral, el insomnio y los estudios, Angie parecía estar al borde de su capacidad humana. Eso, sin sumar el hecho de que sus pasantías se habían convertido en un constante sube y baja su presión arterial.
Estaba en la recta final de la carrera, los últimos meses antes de la graduación eran determinantes para su futuro, sin darse cuenta poco a poco se había obsesionado con que todo fuera perfecto, y el no haber hecho nada de relevancia hasta el momento, solo alimentaba su estado ansioso.
Se veía a sí misma en un futuro pidiendo trabajo con una hoja de vida cuya descripción diría " Angie Ross, experta en desatascar máquinas fotocopiadoras y preparar café "
En ese momento, mientras repasaba sus opciones internamente, la voz de la señora Evans la sobresaltó arrancándole de sus cavilaciones. Acto seguido, sintió como la sangre abandonaba su rostro de la impresión, Evans jamás se había dirigido a ella de esa forma.
— Ross, a mi oficina. — dijo sin más.
Angie asintió poniéndose en pie, todos alrededor le miraban con recelo incluso Finneas la observó con suspicacia mientras obedecía la orden silenciosamente. No era la más popular, no tenía con quien conversar en la cafetería, o cotorrear por los pasillos, no hablaba con nadie de no ser necesario. "Una periodista introvertida, eso tengo que verlo" escuchó decir a alguien a su espalda.
Ignoró la sensación punzante que le atravesaba el estómago y continuó su camino hacia la oficina detrás de la señora Evans. Antes de entrar pasó las manos por su cabello, acomodó las gafas de lectura sobre el puente de su nariz y tomó una larga respiración.
La oficina de Evans era amplia y bastante impersonal. Los retratos familiares no figuraban por ninguna parte, y no había trofeos que señalara afición por un deporte en específico. Solo destacaba un enorme escritorio color marrón, estantes repletos de libros y algunos reconocimientos profesionales enmarcados en la pared para darle vida al lugar.
La Jefa de redacción era una mujer madura, con una cabellera color cobrizo cortada al estilo Bob y una personalidad dura por la que era respetada — temida — Evans era conocida por ser lista, exigente y eso la había mantenido en su posición durante bastante tiempo.
— Toma asiento, seré breve — ordenó suavemente.
Intimidada por el tono de voz de la mujer, la rubia balanceó su peso corporal de un pie a otro y obedeció sin hacer ruido o decir una sola palabra.
El suspenso se cernió sobre ella, mientras Evans abría una de las gavetas de su escritorio, Angie sentía como la ansiedad le atenazaba el cuello y comenzaba a asfixiarla. Hasta que finalmente, segundos después los inescrutables ojos café de Evans se pasearon sobre ella.
— Este año le otorgaran un reconocimiento al Joven revelación de la medicina moderna. Y nosotros tendremos el privilegio de ser portavoces de la noticia. La organización Wolf nos otorgó los derechos de la primera entrevista que el homenajeado dará a los medios de comunicación — tomó asiento — ¿Tienes alguna idea de quién es Ian Hannover?
La rubia se encogió de hombros y movió la cabeza como una negativa ante la pregunta, acto seguido Evans la miró fijamente frunciendo el entrecejo con incredulidad.
— Estás bromeando ¿cierto? todos saben quién es.
Negó de nuevo con un gesto de vergüenza, Evans hizo un amago con la mano restándole importancia a su desinformación en cuanto al tema.
— En ese caso tienes mucho trabajo por hacer... Los aristócratas pueden llegar a ser un verdadero dolor de culo. Por no hablar del ego tan frágil que tienen...
Evans rodó los ojos como si recordara algo desagradable.
— ¿A qué se refiere exactamente?
—La junta directiva estuvo de acuerdo en ponerte a cargo de este trabajo, bajo mi supervisión claro está. — Hizo una pausa — tengo fe en ti, te he visto y eres muy buena Ross, disciplinada. Eso me agrada...
— ¿De verdad?— inquirió sorprendida —Esto es increíble señora Evans... no sé qué decir.
—Gracias es suficiente. — Sonrió, Angie nunca la había visto sonreír— Serás recibida el viernes— dijo deslizando la carpeta en su dirección— Aquí están todos los detalles. Él es una persona un poco... difícil, trátalo con guante de seda para que afloje. Sé que puedes manejarlo, y por favor no hagas que me arrepienta de esto.
— ¡Gracias! No lo hará, no se arrepentirá, lo prometo.
Angie se puso de pie con una sonrisa adornando su rostro. Evans estrechó su mano.
—Felicidades.
Siendo aún presa del asombro, la ojizaul se dirigió a su puesto de trabajo rebosante de felicidad. Al llegar notó como un par de compañeras se dirigían a tomar su hora de almuerzo. En ese instante su estómago protestó, y contempló la idea de ir por algo de comer aunque esta fue descartada rápidamente.Era el momento perfecto para trabajar en su investigación sin ningún tipo de interrupciones ahora que se quedaría completamente sola. Quedaba poco tiempo para prepararse antes de su encuentro con Hannover y al menos debía hacerse la idea de quién era él, así que la única opción era sacrificar su estómago al menos durante unas cuantas horas más.Ian Gabriel Hannover, había nacido en Gales en el seno de una familia importante. El primogénito de Robert Hannover no solo era conocido por su apellido y riqueza, según los medios, Hannover contaba con una inteligencia prodigiosa y sus incontables logros académicos eran la prueba de ello. Estudiado en Cambridge, graduado con honores en la escuela
La pregunta asaltó su mente como si nunca antes la hubiese formulado ¿La extrañaba? ¿De verdad lo hacía? Cuatro horas y casi trescientos cincuenta kilómetros separaban a Londres de Liverpool. Sin embargo, la distancia no era lo suficientemente grande para evitar las extrañas ocasiones en que su madre dejaba atrás su antiguo hogar para hacerle una de sus incómodas, inesperadas y desagradables visitas.Cinco años habían transcurrido desde que tomo la decisión de marcharse de casa, sin dinero para pagar una plaza y terminar una carrera universitaria sin el apoyo moral o económico de su madre cuyo único propósito en la vida parecía ser tenerla subyugada a su voluntad.—Hola Madre...Marines Williamson era una mujer hermosa, quien aun con el pasar de los años mantenía un rostro casi intacto. A Angie no dejaba de sorprenderse por el increíble parecido físico que compartía con ella, aunque físicamente eran como dos gotas de agua, no podía ser más diferente la una de la otra. Era una mujer he
Ian Gabriel Hannover era un hombre con cualidades dignas de admirar: Era atractivo, cabal, inteligente, de facciones tanto hermosas como frías, incluso algunos decían que fácilmente podría ser considerado un príncipe pero la verdad que pocos conocían era que detrás del hermoso rostro del nieto predilecto de Thomas Hannover, también habitaba barba Azul.Luego de una noche difícil, la jornada milagrosamente había terminado, y justo antes de marcharse había recibido una noticia que alteró potencialmente su escaso buen humor, así que a último minuto decidió cambiar su curso... Mientras caminaba, todo aquel que se interponía en su camino le abría paso.Todos sabían que Hannover era un profesional como pocos, la estrella más joven en el campo de la cirugía, y un auténtico hijo de puta cuando alguien se cruzaba de manera inoportuna en su camino y en ese momento cualquiera que se interpusiera podía despedirse de su cabeza.—Tengo que hablar contigo. — Profirió en voz alta.El director del hos
Ella también la había sentido, esa corriente extraña subiendo por la extensión de su brazo derecho hasta llegar a recorrerle el cuerpo entero. Aunque el famoso doctor era escandalosamente atractivo, Angie no sabía exactamente qué era lo que había en él que la hacía sentir abrumada, pequeña e indefensa.Durante ese breve instante en que sus manos se tocaron, Él pasó saliva y entrecerró los ojos, retirando su mano de inmediato casi como si el contacto le quemara la palma hasta terminar por meterla en los bolsillos de sus pantalones Armani. —También es un gusto conocerlo, Señor Hannover.Expresó con un hilo de voz.—Por favor, el Señor Hannover era mi abuelo o incluso mi padre. —Corrigió con su delicioso acento Galés acariciando su oído — A mí puede llamarme Ian, o como se sienta más cómoda. — Añadió — Si gusta en acompañarme.Angie asintió como en piloto automático y prosiguió a seguirlo hasta un cómodo sofá de cuero negro. En el centro había una pequeña mesita de cristal con tazas de
Parpadeó con incredulidad.—Mm, que si profesa alguna fe ¿Tiene creencias religiosas?Angie lo miró por primera vez en un largo rato. De pronto, Ian vio en sus ojos azules el reflejo de los suyos. Una chispa de verdadero interés se encendió dentro de ellos.— ¿Me pregunta que sí creo en Dios?Angie asintió vacilante sin entender su tono de asombro. Los labios de él dibujaron una sonrisa traviesa, se inclinó un poco hacia adelante y contestó:— ¿Qué clase de pregunta es esa?— se burló— Es solo una pregunta— lo interrumpió con un susurro, apabullada por su cercanía y la fuerte esencia proveniente de sus poros.— ¿Cree en algo... en alguien?El doctor frunció los labios en rictus amargo. Se puso de pie y apoyó las manos en el espaldar del sillón. Angie vio como los músculos se le tensaban bajo la camisa, pasó saliva.— Creo en mí, yo soy mi propio Dios. — Respondió — humillarse a pedir perdón es para miserables, personalmente creo que pueden hacer cosas mejores de rodillas que solo rezar
En alguna parte de su cerebro una voz interior intentaba comunicarle algo de importancia cósmica, pero se había negado rotundamente a escucharla. Las abrumadoras emociones que había experimentado durante el día consumieron toda la energía de su pequeño, frágil y extenuado cuerpo, anulando las posibilidades de poder despertar por voluntad propia.La noche anterior, al llegar a casa había despotricado todo su odio escribiendo furiosamente un documento, una especie de carta dedicada a Ian en la cual le escribía a detalle cada una de las cualidades y carencias del joven doctor. La manera en que la había hecho sentir, esos ojos turquesa que desprendían rayos de electricidad cada vez que lo miraba, la forma en que sus músculos se tensaban bajo lino blanco de su camisa, como su manzana de Adán que subía cada vez que pasaba saliva y como esta acción provocaba que su boca se secara por completo.«No es nadie» recordó con ardor todos insultos que profirió en contra del hombre y como este en res
La cánula nasal comenzó a picar en su nariz y el olor esterilizado de las sábanas le provocaron náuseas. ¡Odiaba los malditos hospitales! Su brazo derecho estaba morado por los pinchazos de agujas y a pocos metros se encontraba su morena amiga acurrucada en un sillón color café.— Por fin ¡Despertaste! ¡Vaya susto me has dado, mujer! ¿Cómo te sientes?Preguntó caminando en dirección a ella. Maia tenía el cabello despeinado y una expresión de cansancio predominando en su bonito rostro. Aun así, sus preciosos ojos color café brillaron de alivio al ver que ella se encontraba bien..— Siento que me va a explotar la cabeza ¿En dónde rayos estamos? — miró a su alrededor— ¿Qué hora es? debo ir a trabajar, sácame de aquí.—Ya es de noche, te encontré casi inconsciente, te prohíbo que me asustes de esa manera— sentenció. Angie adoraba el complejo maternal de Maia— Todo está en orden, llame a tu trabajo para solicitar una licencia médica. Así que tienes el tiempo suficiente para descansar un po
8 HORAS ANTES...Al llegar Ian fue saludado por su personal de seguridad con un leve asentimiento de cabeza, mientras uno de sus escoltas le sostenía la puerta del vehículo sin llegar a mirarlo directamente a los ojos, el galés correspondió al saludo con un amago de seriedad tatuado en su perfilado y estoico rostro, para luego entrar al vehículo sin decir una sola palabra.Estaba de mal humor, el tiempo parecía no surtir el efecto correcto y hacer que olvidara la ridícula escena que protagonizó con la pasante del Herald. Por el contrario, la mente y el orgullo herido del doctor se negaban por completo a dejar ir el recuerdo de la testaruda jovencita que le gritó a la cara como si se tratara de un igual, que azotó la puerta y lo dejó con la palabra en la boca provocando que hirviera de la rabia, la escandalosa discusión retumbó en las paredes y los sacudió la mansión hasta sus cimientos.Estaba furioso... colérico mejor dicho, y a causa de eso quería destruir el Herald, destruiría a Ev