Siendo aún presa del asombro, la ojizaul se dirigió a su puesto de trabajo rebosante de felicidad. Al llegar notó como un par de compañeras se dirigían a tomar su hora de almuerzo. En ese instante su estómago protestó, y contempló la idea de ir por algo de comer aunque esta fue descartada rápidamente.
Era el momento perfecto para trabajar en su investigación sin ningún tipo de interrupciones ahora que se quedaría completamente sola. Quedaba poco tiempo para prepararse antes de su encuentro con Hannover y al menos debía hacerse la idea de quién era él, así que la única opción era sacrificar su estómago al menos durante unas cuantas horas más.
Ian Gabriel Hannover, había nacido en Gales en el seno de una familia importante. El primogénito de Robert Hannover no solo era conocido por su apellido y riqueza, según los medios, Hannover contaba con una inteligencia prodigiosa y sus incontables logros académicos eran la prueba de ello. Estudiado en Cambridge, graduado con honores en la escuela de medicina de Harvard, y un doctorado en cirugía cardiotorácica.
Navegando en la web se dio cuenta que no había mucha información que le fuera de utilidad. Los resultados preliminares de la búsqueda fueron bastante vagos y superficiales. Internet estaba infestado de noticias amarillistas, y cuando se trataba de alguien de apellido Hannover, los medios de comunicación parecían enfocar toda su atención en conjeturas sin fundamentos.
Aunque gracias a estas pudo ver que se trataba de un hombre bastante joven, que por su apariencia física fácilmente podría desempeñarse como modelo de revista si este así lo quisiera. Unas terribles ganas de maldecir ardieron en su garganta
— ¡No puede ser! — exclamó frustrada.
— ¿Problemas? — la rubia dio un respingo por la impresión, sujetando su pecho con ambas manos tras el susto— Lo siento, no quería asustarte.
—No te preocupes — dijo con un hilo de voz— ¿te puedo ayudar en algo?
Finneas rió
— En realidad creo que es al revés
Su vecino de cubículo estaba frente a ella con una sonrisa afable, Angie se pregunto si quizás él la habría escuchado maldecir.
— Ahora que la noticia de tu entrevista es oficial, vengo a ofrecer mi apoyo. Un par de manos extras siempre son de suma utilidad.
La rubia frunció el entrecejo en gesto de confusión, Finneas nunca antes le había dirigido la palabra. En un par de ocasiones lo atrapó mirándola a hurtadillas pero nada más que eso. Este estiró los labios esbozando una sonrisa tímida mientras metía las manos en los bolsillos.
Él dio un paso hacia adelante para mirarla con más atención, y ella contuvo la respiración apretando una de sus muñecas, el castaño retrocedió instintivamente ¡Joder! La estaba asustando.
—Soy inofensivo, lo juro. — farfulló al ver su reacción. Acto seguido estiró la mano como gesto de presentación—empecemos de cero ¿te parece? Hola, soy Finneas O'connor, pero puedes llamarme Finn... si quieres. — Sonrió— y te prometo que solo quiero ayudar.
Ella dudó un segundo en aceptar el gesto de amabilidad cuando finalmente concluyó en que no tenía la experiencia suficiente para hacerse cargo de todo sola.
—Angie... Angie Ross. — Respondió tomando su mano— y bien, para ser honesta si necesito algo de ayuda con todo esto.
—Entonces... no se diga más y pongamos manos a la obra.
Con el transcurrir de las horas, la tarde se desvaneció y las sombras cayeron como un velo sobre la ciudad, consumida por la pantalla de un ordenador y el trabajo que parecía no querer detenerse jamás, Angie perdió la noción del tiempo entre reportes, revisiones y las distintas tareas que le habían asignado en el transcurso de la tarde.
Todo su deseo de ser relevante la golpeo sorpresivamente con mucha intensidad. Su amigo y compañero jugó un papel importante en su éxito el día ya que no se había separado ni un instante de su lado, aun cuando la jornada laboral había terminado tres horas atrás y casi todos se habían marchado, él permaneció junto a ella.
Finneas resultó ser agradable, y colaborador, era respetuoso y tenía una mirada cálida. Para sorpresa de Angie, estar cerca de él era fácil y cómodo. Era atractivo y unos cuantos centímetros más alto que ella. Tenía el cabello corto y oscuro con un pequeño flequillo cayendo sobre su frente, un rostro bonito y bien marcado y por si fuera poco, en sus escuetas interacciones supo que al parecer le gustaban las novelas policiales tanto como a ella.
—Así que John Katzenbach ¿eh? Te gustan los policías.
—En definitiva, es uno de los mejores en el género. — Contestó con firmeza. — me resulta fascinante.
— Ya lo creo que sí — él la miró concentrado, como quien intenta resolver una ecuación matemática.
— Nunca pensé que chicas como tú leyeran este tipo de cosas.
— ¿Chicas como yo?— inquirió ofendida mientras tomaba su abrigo — ¿Cómo son las "chicas como yo"?
— Pues... las bonitas.
Angie boqueó una respuesta sin conseguir tener éxito. La piel de sus mejillas se calentó y la sonrisa de Finn le confirmaba lo que tanto temía... se había ruborizado. En ese momento, la vibración del móvil en el bolsillo de sus jeans irrumpió el extraño momento para arrastrarla de vuelta a la realidad.
— ¿Estás molesta? Angie estaba bromeando, yo no quería ser tan directo... no era mi intención ofenderte.
— Tengo que irme.
El camino de regreso a casa fue largo y confuso. Los acontecimientos del día se repetían como un bucle dentro de su cabeza una y otra vez. Mientras cruzaba el ascensor rumbo a su departamento, la joven se debatía internamente sobre si todo lo bueno que le estaba sucediendo era el efecto de un golpe de gracia que había recibido o el fruto de su esfuerzo.
Una vez abierta la puerta de su hogar, el oxigeno quedó atascado en sus pulmones. Detuvo su andar quedando estática a mitad del umbral. Una mujer en medio del comedor sostenía su libro favorito. Mientras sus índigos viajaban con rapidez sobre la anatomía de aquella mujer, la respiración de Angie comenzó a fallar.
— Querida mía ¿Acaso no te alegras de verme?
La pregunta asaltó su mente como si nunca antes la hubiese formulado ¿La extrañaba? ¿De verdad lo hacía? Cuatro horas y casi trescientos cincuenta kilómetros separaban a Londres de Liverpool. Sin embargo, la distancia no era lo suficientemente grande para evitar las extrañas ocasiones en que su madre dejaba atrás su antiguo hogar para hacerle una de sus incómodas, inesperadas y desagradables visitas.Cinco años habían transcurrido desde que tomo la decisión de marcharse de casa, sin dinero para pagar una plaza y terminar una carrera universitaria sin el apoyo moral o económico de su madre cuyo único propósito en la vida parecía ser tenerla subyugada a su voluntad.—Hola Madre...Marines Williamson era una mujer hermosa, quien aun con el pasar de los años mantenía un rostro casi intacto. A Angie no dejaba de sorprenderse por el increíble parecido físico que compartía con ella, aunque físicamente eran como dos gotas de agua, no podía ser más diferente la una de la otra. Era una mujer he
Ian Gabriel Hannover era un hombre con cualidades dignas de admirar: Era atractivo, cabal, inteligente, de facciones tanto hermosas como frías, incluso algunos decían que fácilmente podría ser considerado un príncipe pero la verdad que pocos conocían era que detrás del hermoso rostro del nieto predilecto de Thomas Hannover, también habitaba barba Azul.Luego de una noche difícil, la jornada milagrosamente había terminado, y justo antes de marcharse había recibido una noticia que alteró potencialmente su escaso buen humor, así que a último minuto decidió cambiar su curso... Mientras caminaba, todo aquel que se interponía en su camino le abría paso.Todos sabían que Hannover era un profesional como pocos, la estrella más joven en el campo de la cirugía, y un auténtico hijo de puta cuando alguien se cruzaba de manera inoportuna en su camino y en ese momento cualquiera que se interpusiera podía despedirse de su cabeza.—Tengo que hablar contigo. — Profirió en voz alta.El director del hos
Ella también la había sentido, esa corriente extraña subiendo por la extensión de su brazo derecho hasta llegar a recorrerle el cuerpo entero. Aunque el famoso doctor era escandalosamente atractivo, Angie no sabía exactamente qué era lo que había en él que la hacía sentir abrumada, pequeña e indefensa.Durante ese breve instante en que sus manos se tocaron, Él pasó saliva y entrecerró los ojos, retirando su mano de inmediato casi como si el contacto le quemara la palma hasta terminar por meterla en los bolsillos de sus pantalones Armani. —También es un gusto conocerlo, Señor Hannover.Expresó con un hilo de voz.—Por favor, el Señor Hannover era mi abuelo o incluso mi padre. —Corrigió con su delicioso acento Galés acariciando su oído — A mí puede llamarme Ian, o como se sienta más cómoda. — Añadió — Si gusta en acompañarme.Angie asintió como en piloto automático y prosiguió a seguirlo hasta un cómodo sofá de cuero negro. En el centro había una pequeña mesita de cristal con tazas de
Parpadeó con incredulidad.—Mm, que si profesa alguna fe ¿Tiene creencias religiosas?Angie lo miró por primera vez en un largo rato. De pronto, Ian vio en sus ojos azules el reflejo de los suyos. Una chispa de verdadero interés se encendió dentro de ellos.— ¿Me pregunta que sí creo en Dios?Angie asintió vacilante sin entender su tono de asombro. Los labios de él dibujaron una sonrisa traviesa, se inclinó un poco hacia adelante y contestó:— ¿Qué clase de pregunta es esa?— se burló— Es solo una pregunta— lo interrumpió con un susurro, apabullada por su cercanía y la fuerte esencia proveniente de sus poros.— ¿Cree en algo... en alguien?El doctor frunció los labios en rictus amargo. Se puso de pie y apoyó las manos en el espaldar del sillón. Angie vio como los músculos se le tensaban bajo la camisa, pasó saliva.— Creo en mí, yo soy mi propio Dios. — Respondió — humillarse a pedir perdón es para miserables, personalmente creo que pueden hacer cosas mejores de rodillas que solo rezar
En alguna parte de su cerebro una voz interior intentaba comunicarle algo de importancia cósmica, pero se había negado rotundamente a escucharla. Las abrumadoras emociones que había experimentado durante el día consumieron toda la energía de su pequeño, frágil y extenuado cuerpo, anulando las posibilidades de poder despertar por voluntad propia.La noche anterior, al llegar a casa había despotricado todo su odio escribiendo furiosamente un documento, una especie de carta dedicada a Ian en la cual le escribía a detalle cada una de las cualidades y carencias del joven doctor. La manera en que la había hecho sentir, esos ojos turquesa que desprendían rayos de electricidad cada vez que lo miraba, la forma en que sus músculos se tensaban bajo lino blanco de su camisa, como su manzana de Adán que subía cada vez que pasaba saliva y como esta acción provocaba que su boca se secara por completo.«No es nadie» recordó con ardor todos insultos que profirió en contra del hombre y como este en res
La cánula nasal comenzó a picar en su nariz y el olor esterilizado de las sábanas le provocaron náuseas. ¡Odiaba los malditos hospitales! Su brazo derecho estaba morado por los pinchazos de agujas y a pocos metros se encontraba su morena amiga acurrucada en un sillón color café.— Por fin ¡Despertaste! ¡Vaya susto me has dado, mujer! ¿Cómo te sientes?Preguntó caminando en dirección a ella. Maia tenía el cabello despeinado y una expresión de cansancio predominando en su bonito rostro. Aun así, sus preciosos ojos color café brillaron de alivio al ver que ella se encontraba bien..— Siento que me va a explotar la cabeza ¿En dónde rayos estamos? — miró a su alrededor— ¿Qué hora es? debo ir a trabajar, sácame de aquí.—Ya es de noche, te encontré casi inconsciente, te prohíbo que me asustes de esa manera— sentenció. Angie adoraba el complejo maternal de Maia— Todo está en orden, llame a tu trabajo para solicitar una licencia médica. Así que tienes el tiempo suficiente para descansar un po
8 HORAS ANTES...Al llegar Ian fue saludado por su personal de seguridad con un leve asentimiento de cabeza, mientras uno de sus escoltas le sostenía la puerta del vehículo sin llegar a mirarlo directamente a los ojos, el galés correspondió al saludo con un amago de seriedad tatuado en su perfilado y estoico rostro, para luego entrar al vehículo sin decir una sola palabra.Estaba de mal humor, el tiempo parecía no surtir el efecto correcto y hacer que olvidara la ridícula escena que protagonizó con la pasante del Herald. Por el contrario, la mente y el orgullo herido del doctor se negaban por completo a dejar ir el recuerdo de la testaruda jovencita que le gritó a la cara como si se tratara de un igual, que azotó la puerta y lo dejó con la palabra en la boca provocando que hirviera de la rabia, la escandalosa discusión retumbó en las paredes y los sacudió la mansión hasta sus cimientos.Estaba furioso... colérico mejor dicho, y a causa de eso quería destruir el Herald, destruiría a Ev
Estimado Sr. Engreído,Se me ha pedido que escriba un informe detallado acerca de la entrevista que se llevó a cabo el día de hoy y no tengo la menor idea de cómo comenzar a escribir la sarta de mentiras que me veré obligada a decir. Porque ¿Quién me creería? ¿Qué pensarían todos si me atreviera a decir que el famoso doctor, el aclamado Heredero de Gales en realidad no es más que un patán, un cretino egocéntrico indigno de ser admirado? Nadie me tomaría en serio, o peor aún: nadie me creería, así que prefiero exorcizar mis demonios siendo jodidamente honesta y escribir estas líneas (que tus preciosos ojos turquesa jamás llegarán a contemplar) diciendo lo que realmente pienso sobre ti. Comenzaré por decir lo mucho que me ha desagradado haberte conocido, fuiste una completa decepción. Ni siquiera tus logros académicos son suficientes para ignorar la calidad de persona que eres. En la vida me he cruzado con alguien tan prepotente, superficial y vanidoso como tú. Honestamente, esperé que u