Capítulo 5

El sonido de la alarma hace que comience a gruñir, odiaba levantarme tan temprano, y no recordaba haber puesto el despertado a determinada hora, quiero abrir los ojos, en verdad, pero mis párpados se han convertido en dos enormes piedras que no están dispuestas a liberarme de las cadenas del sueño.

No deja de sonar, giro sobre mi cama y olvidando que esta no era tan grande como la que solía tener, caigo y mi espalda se impacta contra el suelo cubierto por una alfombra rosa.

—Mierda —hago puchero y respiro hondo.

Me mentalizo para el día de hoy, hago mi cuenta regresiva cuando la puerta se abre y mi tía Nora entra con un enorme plato de cereales en mano, mi estómago ruge ante la visión que se me presenta, por breves segundos pienso que es para mí, pero al ver que se mete una cucharada enorme a la boca, mi desilusión es evidente.

—Buenos días, cariño —me saluda sentándose en mi cama, en una de las orillas—. ¿Qué tal pasaste la noche?

Me incorporo y achico mis ojos por la intensa luz que entra por mi ventana.

—¿Qué hora es? —inquiero poniéndome de pie finalmente.

—Las once, te quedan unas horas para la entrevista —comenta con evidente entusiasmo, engullendo una nueva cucharada de leche y cereal.

Pongo los ojos en blanco y me dirijo al baño sin decir nada. No pensaba ir, no después de nuestro extraño reencuentro de ayer, joder, todo había resultado tan extraño… Espabilo y me meto a la regadera, un buen baño de agua caliente siempre me funcionaba cuando de aclarar ideas se trataba, necesitaba encontrar empleo rápido, y eso era lo que iba a hacer hoy, buscar uno que me mantenga lo más alejada posible de Abel.

Termino y me pongo mi mejor ropa, unos jeans oscuros, una blusa blanca sin mangas, con una chaqueta de borrega por dentro color escarlata, y a juego un par de botas oscuras con sus calentadores grises. Dejo suelto mi cabello rubio y delineo ligeramente mis ojos para que resalte mi azul natural. Bajo las escaleras y tomo mi bolso.

—¿Lista mi cielo? —mi tía me abraza y apretuja como cuando era una niña pequeña.

—Por supuesto —miento.

—Abel es tan buen chico, recuerdo que nunca quería despegarse de ti —esta vez me lanza una mirada que indica “quiero que se casen y tengan hijos” ¡ja! Claro, como no.

—Sí, bueno… las personas cambian.

—Pero no él, esta mañana ha llamado mientras dormías y me ha preguntado por ti, quería saber cómo te encontrabas, me pidió que no te lo dijera pero ya sabes, no me puedo guardar nada —ríe y por breves segundos su sonrisa me contagia.

—Ya lo creo —respondo a modo tranquilizador y le doy un beso en la mejilla—. Bueno, me voy. Por cierto… ¿Abel solo es dueño de ese sitio?

—Sí, solo de ese ¿por qué? Es el único bar del pueblo —mi tía me mira con ojos curiosos y demasiado observadores.  

—Curiosidad —encojo los hombros—. Nos vemos más tarde.

—¡No olvides darle las gracias a Abel!

Exclama mi tía a mis espaldas mientras salgo, olvidando el pequeño detalle de que no me había dado la dirección del pueblo, cosa a mi favor porque no me interesaba, era el único bar, por lo que no había pierde, pese a que había sol, el frío era aterrador, me subo al auto de mi tía porque el mío se lo dejé a Karyne, y me pongo en marcha, había consultado en línea los distintos lugares en los que se solicitaba, y poco a poco fui aparcando en cada uno. El primero me dio la patada en el culo sin decirme realmente por qué, el segundo sitio al que fui igual, fue hasta el tercer lugar en el que me presenté, que entendí todo.

Era una cafetería y se notaba mucho lo ansiosos que estaban por ayuda, el ambiente se veía tranquilo y pensé que todo iría bien, hasta que mencioné mi jodido nombre.

—¿Natasha Clover? —Preguntó con asombro el gerente que estaba contratando, un tipo alto, bien parecido pero que en cuanto asentí se puso pálido dejando sobre el escritorio mi currículum—. Lo siento, ya no tenemos vacantes.

Fruncí el ceño y abrí la boca para reclamar la mentira, hasta que entró una chica que enfadada se quitó el delantal rosa y se lo lanzó a la cara.

—¡Se acabó, renuncio! Esto es un caos, ya no puedo más —exclamó y enseguida salió azotando la puerta.

—Pues yo creo que ya tienes una vacante —enarco una ceja con incredulidad.

El tipo se aflojó la corbata mal puesta y se recargó como dueño del lugar, sobre su roída silla de piel.

—Sí, pero ya tenemos a alguien que…

—¿De qué va todo esto? Merezco por lo menos saber por qué no me quieres contratar, no eres el primero que me suelta una excusa mediocre como esta —expreso con ira latente.

—Escucha, no es nada personal, en serio, de hecho creo que serías una buena opción, eres guapa y tienes experiencia…

—¿Pero?

—Si te contratamos, Pemberton nos puede hacer la vida imposible, el tipo esta pirado de la cabeza desde que se volvió un arrogante y un maf…

Suficiente, me pongo de pie, tomo mis cosas y salgo echando chispas por los ojos. Entro al auto, era la una de la tarde, por lo que decido ir al jodido hospital en donde estaba segura que encontraría a Abel. Cuando llego, aparco y voy a la recepción.

—¿Me puede informar en dónde puedo localizar al doctor Pemberton? —me dirijo a una enfermera morena que se estaba maquillando.

—¿Tiene cita? —me cuestiona en un intento por deshacerse de mí y volver con lo suyo.

—No.

—¿Es familiar?

—Sí —respondo con expresión de pocos amigos—. Soy su prima, es importante, de vida o muerte.

La chica parece relajarse y enseguida se dirige al monitor que descansaba a su izquierda, teclea unas cuantas veces y sonríe.

—Tiene suerte señorita, el doctor se encuentra en un receso, por lo general está en su oficina, siga ese pasillo, de vuelta a la izquierda, suba las escaleras y camine el largo pasillo, luego de vuelta a la derecha y listo, es la última puerta —me explica y trato de memorizar cada una de sus extrañas indicaciones.

—Gracias.

Me pongo en marcha y cuando llego a la última puerta en donde está colocado un pequeño letrero de metal con su estúpido nombre, se me ocurre la grandiosa idea de entrar sin avisar.

—¡Escucha, sí crees que…! —mi voz se apaga con lo que ven mis ojos.

Abel se encontraba follando a la misma pelirroja del baño, no tenía su camisa puesta y ella tenía la parte delantera de su vestido descubierta, mostrando sus pechos operados, mientras él la hacía suya con fuerza. Siento mis mejillas calientes y quisiera que me engullera un enorme hoyo negro.

—¿Nat? —el enojo se cruza por las facciones endurecidas de Abel.

—¡Lo siento, lo siento, no quería! —exclamo con una mezcla de sorpresa y vergüenza.

—¿Quién es ella? —pregunta la pelirroja acomodándose el vestido mientras Abel se gira y se sube la bragueta.

Yo me doy la media vuelta con la intención de salir corriendo, pero la pelirroja clava sus uñas en mi muñeca, impidiéndome mi huida.

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