—Abel —trago grueso y no tardo en reaccionar y cubrirme el cuerpo con la blusa en un intento deplorable por cubrir mis pechos.
Su mirada se oscurece, tensa la mandíbula y el cuerpo, soy consciente de que recorre mi cuerpo con demasiada lascivia, se remoja los labios y su expresión cambia fugazmente a una molesta, me mira con rabia, como si quisiera aniquilarme con los ojos, su odio pulveriza mi seguridad y hace tambalear mis dudas.
“Esto es por el pasado” repite mi mente.
—¿Qué haces aquí? —me pregunta rodeando el escritorio.
Yo me giro y la vergüenza no puede ser más, siento las mejillas calientes y estoy segura de que han adquirido el co
Su confesión no me toma mucho por sorpresa, pues ya me lo imaginaba, una zona VIP dentro de un bar o local, usualmente se trataba de un espacio en el que buscaban placer en las mujeres.—Como sea, aléjate de ellos, son unos depredadores y si alguno se queda prendado de ti, me temo que no parará hasta abrirte de piernas —dice al tiempo que me atraganto con el aguardiente que me quema la garganta, no solía beber.—Eso fue muy… detallado.—Ni tanto, a Abel no le importa que las chicas follen con ellos, aunque contrata a mujeres que en estos momentos se están preparando en la parte de arriba para satisfacerlos —sigue con su explicación—. Abajo es un bar tranquilo, y arriba se desata el infierno.
Los nervios me ponen mal, me aceleran y hacen que mis ataques de ansiedad se disparen, me encontraba encerrada en los vestidores, cuando la pelirroja intentó abofetearme y él se lo impidió, ella se volvió completamente loca gritando y bramando, tuvo que sacarla a rastras, no sin antes decirme que no me fuera y que quería hablar conmigo. Así que mientras yo me encuentro encerrada ellos dos discuten en su despacho, pese a no encontrarnos en el mismo espacio y no lograr entender lo que dicen, sus gritos y rabietas de ambos se alcanzan a escuchar.«Tú sola te metes en líos»Necesitaba encontrar un nuevo empleo, dejar que me mantenga mi tía no era una opción, y pedirle que me deje trabajar en otro sitio del pueblo no solo incrementaría la rab
Para este punto sus amigos han guardado silencio y solo el sonido de la música suave y las pláticas inconexas rodean a nuestro alrededor. El aire se comprime en mis pulmones y las manos me sudan, Abel había cambiado, tenerlo tan cerca me daba inseguridad, no lo reconocía, era una persona diferente a lo que creí ver en el pasado, su aura me estresa y hace añicos mi tonta y fingida seguridad, pero me armo de valor, después de lo que pasó en el pueblo, no iba a permitir que nadie me volviera a pisotear, mucho menos un engreído como él.—No te metas en mis asuntos, es mi empleada y…Cierro y abro los ojos.—Era —espeto con dureza—. Ya no lo soy, creo haber dejado claro que renuncio.
Su respiración se agita, siento los latidos de su corazón acelerarse y cuando oculta su rostro entre la curvatura de mi cuello y de mi clavícula, aspirando mi olor natural, aparto la mano y un ligero temblor domina mi cuerpo. —Abel —musito lento. —Ahora no, Nat —su voz es ronca, varonil y gélida—. Te odio. Sus palabras son duras y me golpean el pecho, haciéndome caer en la realidad ¿qué hacía con Abel? Estaba en ropa interior, y él prácticamente había cruzado la línea que ponía entre los hombres y yo. —Entonces suéltame —le pido. —¿Nat? La voz de Zed a las afueras hace que tanto Abel como yo nos separemos, él se pasa una mano
—¿Me estás secuestrando? Porque eso delito y puedo demandarte en cuanto me vea liberada de tus garras —ladro mientras me observa en silencio, con la mandíbula tensa y su manzana de Adán subiendo y bajando.Me encontraba dentro de una camioneta blindada color negro y que por dentro el espacio era enorme, parecido al de una limosina, Abel parecía impaciente y no deja de mirarme mientras se sirve un trago y lo bebe como si fuera agua natural. Su silencio sepulcral hace que me invada una sensación electrizante y los nervios los tengo a flor de piel. La amenaza de Zed sobre él retumba en mi cabeza y me remuevo de asiento para estar lo más alejada de él, lo único que me mantenía en calma, era el hecho de que Zed había visto todo.Lo que significaba
Me toma de la mano y me lleva como idiota al interior del edificio, en donde no tardan el saludarlo algunos empleados, mientras que las recepcionistas y algunas chicas de la limpieza se lo comen con la mirada, repasan su presencia como si fuera un Dios griego y luego reparan en mí, me miran de arriba abajo y frunciendo el ceño me hacen sentir poca cosa, porque hasta la que limpiaba los pisos parecía modelo de revista de pasarelas.Mientras que yo vestía ropa de muy mala calidad, y con el pelo enmarañado no dejaba de sentirme como una pordiosera que acababa de encontrar al tipo guapo y millonario que le cambiaría la vida, sí, me sentía como Julia Roberts en esa película de Mujer Bonita. Intento soltarme de su mano pero no puedo, me sujeta con más fuerza viéndome de reojo para luego ver a sus empleadas, parece ent
Gimo cuando sus labios recorren hambrientos mi cuello hasta llegar a mis pechos. Quiero mandarlo a la mierda, salir corriendo.—Detente, no quiero —miento.—Solo esta vez Nat, lo necesito, te necesito...Tomo una larga bocanada de aire, sube y mis ojos se conectan con los suyos.—No te olvido, nunca lo he hecho —pasa un dedo por mis labios.—Me odias.—Miento, te deseo.—Tienes prometida —le recuerdo intentando salir de ese embrollo.—Solo por interés —
Agarra mis muñecas y las coloca rudamente por arriba de mi cabeza, manteniéndolas prisioneras. Todo mientras alineaba su polla en mi abertura, Abel tenía una enorme polla, eso lo acababa de comprobar, pero no lo comprendí bien hasta que empezó a empujar dentro de mí, lento y constante, sin problemas ni interrupciones, como todo un jodido maestro.—Deliciosa… maldita sea…Me retorcí sobre la cama escuchando sus palabras, la sensación de sentirse llena, templada con pequeñas punzadas de dolor estirándome a lo ancho era un verdadero deleite. Levanté la mirada y sus ojos se anclaron sobre los míos, una máscara de determinación y deseo que me abrumaba se colaba por sus perfectas facciones varoniles.
Último capítulo