Me toma de la mano y me lleva como idiota al interior del edificio, en donde no tardan el saludarlo algunos empleados, mientras que las recepcionistas y algunas chicas de la limpieza se lo comen con la mirada, repasan su presencia como si fuera un Dios griego y luego reparan en mí, me miran de arriba abajo y frunciendo el ceño me hacen sentir poca cosa, porque hasta la que limpiaba los pisos parecía modelo de revista de pasarelas.
Mientras que yo vestía ropa de muy mala calidad, y con el pelo enmarañado no dejaba de sentirme como una pordiosera que acababa de encontrar al tipo guapo y millonario que le cambiaría la vida, sí, me sentía como Julia Roberts en esa película de Mujer Bonita. Intento soltarme de su mano pero no puedo, me sujeta con más fuerza viéndome de reojo para luego ver a sus empleadas, parece ent
Gimo cuando sus labios recorren hambrientos mi cuello hasta llegar a mis pechos. Quiero mandarlo a la mierda, salir corriendo.—Detente, no quiero —miento.—Solo esta vez Nat, lo necesito, te necesito...Tomo una larga bocanada de aire, sube y mis ojos se conectan con los suyos.—No te olvido, nunca lo he hecho —pasa un dedo por mis labios.—Me odias.—Miento, te deseo.—Tienes prometida —le recuerdo intentando salir de ese embrollo.—Solo por interés —
Agarra mis muñecas y las coloca rudamente por arriba de mi cabeza, manteniéndolas prisioneras. Todo mientras alineaba su polla en mi abertura, Abel tenía una enorme polla, eso lo acababa de comprobar, pero no lo comprendí bien hasta que empezó a empujar dentro de mí, lento y constante, sin problemas ni interrupciones, como todo un jodido maestro.—Deliciosa… maldita sea…Me retorcí sobre la cama escuchando sus palabras, la sensación de sentirse llena, templada con pequeñas punzadas de dolor estirándome a lo ancho era un verdadero deleite. Levanté la mirada y sus ojos se anclaron sobre los míos, una máscara de determinación y deseo que me abrumaba se colaba por sus perfectas facciones varoniles.
ABEL Para cuando abro los ojos, lo primero que veo es el cuerpo desnudo de Karola al lado de mi cama, su cabello pelirrojo me hace fruncir el ceño de manera inmediata, siempre me ha estresado ese color tan chillante, pero le quedaba mono ya que era una perra, y las mujeres como ella necesitaban tener toda la atención encima suyo, así era la que aun podía llamar mi prometida, por mera conveniencia. Mis planes habían cambiado radicalmente desde el momento en el que me follé a Nat, siempre había sido mi jodido sueño húmedo, siempre me gustó y siempre la quise solo para mí, una de las razones por las cuales la alejaba de cualquiera que me la quería arrebatar, porque si algo era cierto, Natasha era una chica que no puedes dejar pasar o ver, no importa la edad que tenga, siempre será ese pecado placentero que estaba dispues
—¿Engañarte? Tú y yo no somos nada…Muerdo el lóbulo de su oreja sin poderlo evitar.—Lo soy, lo sabes bien ¿hueles a sexo?—No es tu asunto, déjame en paz, ese fue el trato —hace una nueva maniobra con toda la intención de salirse con la suya, pero no se lo permito.—Creí haber sido claro anoche.—No.—No juegues conmigo Nat, que no suelo ser un buen perdedor —sin permiso alguno le arranco la camisa del gilipollas y la dejo solo con el sostén.—Déjame
Meto a mi boca una cucharada de cereal tratando de olvidar la mirada inquisidora de Zed, mi tía lo había invitado a desayunar a regañadientes, al parecer no le agrada tanto como le agrada Abel, no es grosera pero si cortante, y debo admitir que fue todo un suplicio convencerla anoche de que se quedara a dormir, propuesta que sin duda también resultó ser toda una sorpresa para él, cuando colgué el móvil me arrepentí de inmediato al haber dicho que quería que me follara. Todo el trayecto que duró el camino de regreso a casa de mi tía Nora, no pude evitar pensar y repasar una y otra vez lo sucedido, me había entregado a Abel Pemberton, el tipo que me odia y que estaba segura que esta clase de tregua que habíamos acordado, no duraría mucho, no en especial cuando no se cansó de repetir que le había gustado follar conmigo, esta mañana estuve a punto de cometer el error de volver a abrir
Horas más tarde salgo del hospital y me dirijo a uno de los centros comerciales que recordaba venir como Abel, siempre observábamos con detenimiento los escaparates de dulces entre otras cosas, por lo que pisar el sitio me hacía revivir cosas que removían sentimientos confusos. Hago a un lado todos esos pensamientos y me dedico a ver vestidos y comparar precios. Todos me parecieron de lo más caros, resignada, caminé hasta la última tienda que quedaba, todo iba bien, hasta que comencé a sentirme extraña, como si alguien me estuviera vigilando.Giré varias veces a todos lados, hacia atrás, a los lados pero no encontré nada.«Tienes que tranquilizarte, te estás volviendo paranoica»
Las palabras brotan de mi boca, incontrolables y llenas de dardos de veneno, su mirada me dice que no le gusta nada lo que acabo de decir. No habla, no dice nada, solo se acerca unos centímetros más y roza con sus labios la delicada piel de mi cuello, hasta hundir su nariz en mi cabello.—Tu olor siempre me ha gustado —dice con voz ronca—, Me estás volviendo loco, Nat.—Recuerda que tienes novia, no me toques —intento soltarme de su agarre pero me resulta imposible—. Abel…Su dura polla se presiona contra mi trasero.—Me encanta como suena mi nombre en tu boca —su respiración comienza a acelerarse.&md
Me falta el aire cuando veo mi reflejo en el espejo, lo que había hecho con mi persona era lo más parecido a ser una maldita obra de arte. Al menos lo era para mí ante mis ojos, el vestido se cierne a mi cuerpo de un modo que hace resaltar mis curvas y mis pechos se elevan nadando en un perfecto escote, había pensado como primera opción realizarme una coleta pero al final y siguiendo los consejos de mi tía, terminé dejándome el cabello suelto, con ligeras ondas al final de las puntas, haciendo que mi cabello rubio pareciera que cobraba vida con el movimiento de mi cuerpo. El difuminado de mis ojos color negro resaltaba mis ojos azules haciéndolos ver más claros de lo que ya eran. —¡Santo cielo! —Exclama mi tía recargada bajo el umbral de la puerta con una enorme sonrisa que iba de oreja a oreja—. Abel terminará de enamorar