Su respiración se agita, siento los latidos de su corazón acelerarse y cuando oculta su rostro entre la curvatura de mi cuello y de mi clavícula, aspirando mi olor natural, aparto la mano y un ligero temblor domina mi cuerpo.
—Abel —musito lento.
—Ahora no, Nat —su voz es ronca, varonil y gélida—. Te odio.
Sus palabras son duras y me golpean el pecho, haciéndome caer en la realidad ¿qué hacía con Abel? Estaba en ropa interior, y él prácticamente había cruzado la línea que ponía entre los hombres y yo.
—Entonces suéltame —le pido.
—¿Nat?
La voz de Zed a las afueras hace que tanto Abel como yo nos separemos, él se pasa una mano
—¿Me estás secuestrando? Porque eso delito y puedo demandarte en cuanto me vea liberada de tus garras —ladro mientras me observa en silencio, con la mandíbula tensa y su manzana de Adán subiendo y bajando.Me encontraba dentro de una camioneta blindada color negro y que por dentro el espacio era enorme, parecido al de una limosina, Abel parecía impaciente y no deja de mirarme mientras se sirve un trago y lo bebe como si fuera agua natural. Su silencio sepulcral hace que me invada una sensación electrizante y los nervios los tengo a flor de piel. La amenaza de Zed sobre él retumba en mi cabeza y me remuevo de asiento para estar lo más alejada de él, lo único que me mantenía en calma, era el hecho de que Zed había visto todo.Lo que significaba
Me toma de la mano y me lleva como idiota al interior del edificio, en donde no tardan el saludarlo algunos empleados, mientras que las recepcionistas y algunas chicas de la limpieza se lo comen con la mirada, repasan su presencia como si fuera un Dios griego y luego reparan en mí, me miran de arriba abajo y frunciendo el ceño me hacen sentir poca cosa, porque hasta la que limpiaba los pisos parecía modelo de revista de pasarelas.Mientras que yo vestía ropa de muy mala calidad, y con el pelo enmarañado no dejaba de sentirme como una pordiosera que acababa de encontrar al tipo guapo y millonario que le cambiaría la vida, sí, me sentía como Julia Roberts en esa película de Mujer Bonita. Intento soltarme de su mano pero no puedo, me sujeta con más fuerza viéndome de reojo para luego ver a sus empleadas, parece ent
Gimo cuando sus labios recorren hambrientos mi cuello hasta llegar a mis pechos. Quiero mandarlo a la mierda, salir corriendo.—Detente, no quiero —miento.—Solo esta vez Nat, lo necesito, te necesito...Tomo una larga bocanada de aire, sube y mis ojos se conectan con los suyos.—No te olvido, nunca lo he hecho —pasa un dedo por mis labios.—Me odias.—Miento, te deseo.—Tienes prometida —le recuerdo intentando salir de ese embrollo.—Solo por interés —
Agarra mis muñecas y las coloca rudamente por arriba de mi cabeza, manteniéndolas prisioneras. Todo mientras alineaba su polla en mi abertura, Abel tenía una enorme polla, eso lo acababa de comprobar, pero no lo comprendí bien hasta que empezó a empujar dentro de mí, lento y constante, sin problemas ni interrupciones, como todo un jodido maestro.—Deliciosa… maldita sea…Me retorcí sobre la cama escuchando sus palabras, la sensación de sentirse llena, templada con pequeñas punzadas de dolor estirándome a lo ancho era un verdadero deleite. Levanté la mirada y sus ojos se anclaron sobre los míos, una máscara de determinación y deseo que me abrumaba se colaba por sus perfectas facciones varoniles.
ABEL Para cuando abro los ojos, lo primero que veo es el cuerpo desnudo de Karola al lado de mi cama, su cabello pelirrojo me hace fruncir el ceño de manera inmediata, siempre me ha estresado ese color tan chillante, pero le quedaba mono ya que era una perra, y las mujeres como ella necesitaban tener toda la atención encima suyo, así era la que aun podía llamar mi prometida, por mera conveniencia. Mis planes habían cambiado radicalmente desde el momento en el que me follé a Nat, siempre había sido mi jodido sueño húmedo, siempre me gustó y siempre la quise solo para mí, una de las razones por las cuales la alejaba de cualquiera que me la quería arrebatar, porque si algo era cierto, Natasha era una chica que no puedes dejar pasar o ver, no importa la edad que tenga, siempre será ese pecado placentero que estaba dispues
—¿Engañarte? Tú y yo no somos nada…Muerdo el lóbulo de su oreja sin poderlo evitar.—Lo soy, lo sabes bien ¿hueles a sexo?—No es tu asunto, déjame en paz, ese fue el trato —hace una nueva maniobra con toda la intención de salirse con la suya, pero no se lo permito.—Creí haber sido claro anoche.—No.—No juegues conmigo Nat, que no suelo ser un buen perdedor —sin permiso alguno le arranco la camisa del gilipollas y la dejo solo con el sostén.—Déjame
Meto a mi boca una cucharada de cereal tratando de olvidar la mirada inquisidora de Zed, mi tía lo había invitado a desayunar a regañadientes, al parecer no le agrada tanto como le agrada Abel, no es grosera pero si cortante, y debo admitir que fue todo un suplicio convencerla anoche de que se quedara a dormir, propuesta que sin duda también resultó ser toda una sorpresa para él, cuando colgué el móvil me arrepentí de inmediato al haber dicho que quería que me follara. Todo el trayecto que duró el camino de regreso a casa de mi tía Nora, no pude evitar pensar y repasar una y otra vez lo sucedido, me había entregado a Abel Pemberton, el tipo que me odia y que estaba segura que esta clase de tregua que habíamos acordado, no duraría mucho, no en especial cuando no se cansó de repetir que le había gustado follar conmigo, esta mañana estuve a punto de cometer el error de volver a abrir
Horas más tarde salgo del hospital y me dirijo a uno de los centros comerciales que recordaba venir como Abel, siempre observábamos con detenimiento los escaparates de dulces entre otras cosas, por lo que pisar el sitio me hacía revivir cosas que removían sentimientos confusos. Hago a un lado todos esos pensamientos y me dedico a ver vestidos y comparar precios. Todos me parecieron de lo más caros, resignada, caminé hasta la última tienda que quedaba, todo iba bien, hasta que comencé a sentirme extraña, como si alguien me estuviera vigilando.Giré varias veces a todos lados, hacia atrás, a los lados pero no encontré nada.«Tienes que tranquilizarte, te estás volviendo paranoica»