—¿De qué m****a me hablas?
—Abel, el mismo chico al que le rompí el corazón —comienzo a caminar de un lado a otro dentro del pequeño espacio—. Casi me asfixia, me odia.
—¿El chico obeso que estaba enamorado de ti y que terminaste por gordo?
Pongo los ojos en blanco.
—No lo dejé por gordo, lo dejé porque vi la oportunidad de independizarme, de ser alguien importante, quería probar la libertad, y estancada en este pueblo no iba a lograr nada, cuando logré establecerme y quise regresar, mi tía dijo que se había hecho novio de Sandra Hamish, una creída de m****a y seguí con mi vida, lo vi regresé y punto —le explico mientras salgo y me dirijo a la salida.
—¿Tantos años y el idiota no te ha superado? Creo que el gordito si estaba muy enamorado —bromea.
—No le digas así, y ya no está gordo, ahora parece ser que es un doctor respetado, apuesto y todo un cretino, me quiere matar —dramatizo con lo último.
—No exageres, mejor compénsalo por el daño que cree que le hiciste —propone y localizo un taxi libre.
—¿Compensarlo?
—Sí, hazlo con él y luego le das la patada ya sabes.
—¿Hacerli? ¿Estás loca? Te acabo de decir que me quiso matar y…
Levanto la mano para pedir el servicio y cuando estoy a punto de tomar un taxi, alguien tira de mi muñeca y me estrecho contra algo sólido, enseguida me arrebatan mi teléfono móvil y cuelgan.
—Tú tía ha insistido en que te lleve —espeta con dureza, me devuelve el celular y me jala sin decir nada.
—¿Qué?
Me lleva de la mano como si fuera una niña pequeña hacia el aparcamiento y nos dirigimos a un Audi último modelo, plateado. Reparo en su atuendo, ya no tiene la bata de antes pero su actitud es la misma.
—Suéltame, no me voy contigo —me suelto de su agarre e intento regresar pero Abel rodea mi cintura y me carga como costal de papas—. ¡Déjame en paz!
—Lo siento, a Nora Clover es mejor no llevarle la contraria —me baja y enseguida se mete al auto, baja la ventanilla y enciende el motor—. Sube.
—No.
—Hazlo, no tengo tu tiempo —acelera unos centímetros.
—Pues no lo pierdas y mejor piérdete tú —giro y comienzo a caminar.
Si en la terraza estuvo a punto de asfixiarme y de lanzarme, ¿qué me espera dentro de un auto con él? Seguro provocaría un accidente para matarme en serio. Conforme me alejo comienzo a sentir que la opresión del pecho se libera, veo un taxi cerca y lo tomo, pero cuando estoy a punto de entrar, Abel me toma por la cintura y carga sobre su hombro, con la otra mano agarra mi maleta y comienza a andar.
—¡Bájame! —golpeo su ancha espalda.
—Deja de actuar como una cría, compórtate —dice bajándome para meter mi maleta a la cajuela.
—¿Por qué haces esto? —inquiero.
—Porque tu tía me lo pidió y es a ella a quien le debo muchos favores —confiesa con lentitud.
—No confío en ti, hasta hace pocos minutos intentaste matarme, me odias, así que ¿por qué debo subirme a tu auto? No quiero morir hoy, gracias.
—Sube, no me toques las bolas, Nat.
No quiero, pero sabía que no me iba a dejar en paz, así que a regañadientes me subo y enseguida arranca sin dejar que me ponga el cinturón de seguridad.
—¡Mierda! —Me quejo—. Al menos puedes…
Mi voz es opacada por el intenso ruido de rock, Abel enciende el estéreo y lo sube a todo volumen, acelera y me quedo quieta, callada, mientras me lleve a casa sana y salva, todo iría bien. Avanzamos rápidamente por las calles que en el pasado recorrí infinidad de veces, no tardamos demasiado tiempo en llegar, al divisar la casa amarilla de mi tía, pude permitirme respirar y relajar mi cuerpo, aunque no podía decir lo mismo de Abel, ya que él parecía nervioso e incluso apretaba el volante con demasiada fuerza, tanta que los nudillos se le blanquecían.
En cuanto aparca afuera, no me mira, no me dice nada, apaga el estéreo pero no apaga el motor, al contrario, tamborilea los dedos sobre el volante, parece ansioso por deshacerse de mí y yo pienso lo mismo de él.
—Gracias —susurro por educación.
No espero su respuesta, solo salgo del auto, abro la cajuela, saco mi maleta y comienzo a caminar hasta la entrada, no escucho que se marche, el sonido del motor sigue presente detrás, estoy a solo unos cuantos metros de llegar a la puerta, cuando piso mal y la nieve hace que me caiga de bruces.
—¡Genial! —maldigo.
Hago un intento por levantarme cuando siento que dos brazos fuertes me alzan como si de una muñeca de trapo fuese.
—¡¿Eres tan inútil siempre?! —Abel me zarandea y duele.
—¡¿Qué m****a te sucede?! —exclamo sintiendo como la adrenalina recorre todo mi torrente sanguíneo.
—¿En serio? —resopla sin soltarme—. Me jodiste la vida, Nat, prometiste no volver nunca, y ahora años más tarde lo haces ¿para qué? ¿Querías verme revolcado en mi miseria? Pues adivina qué, soy uno de los cinco mejores doctores de este lugar, las mujeres se pelean por estar en mi cama, soy rico, tengo un trabajo, te superé Nat, lo hice, ahora ¿por qué no te vas?
—No vine por ti, imbécil, y me alegra que estés tan bien, solo déjame en paz, no todo tiene que tratarse de ti —algo dentro de mí se contrajo como un espasmo, aprieto los puños y él no dice nada, ajusta su agarre y duele, carajo, duele en serio.
—Te odio.
—Bien por ti —bufo.
—Tu tía dijo que eras una mediocre, una perdedora sin trabajo ¿es cierto? —me mira como si fuera su maldito saco de boxeo.
—No es tu asunto —realizo una mueca tratando de soltarme de su agarre.
—Tienes razón, sabes, tú tía Nora tiene una lengua muy floja, dijo que ahora no tienes nada, que incluso tu novio te engañó con una perra, que irónica es la vida, ¿no te parece?
—Cállate.
«No llores, no llores, no llores, no llores…».
—No, me humillaste, me rompiste el jodido corazón, me hiciste sentir menos, como una b****a, y ahora vuelves y…
—Tienes razón —trago duro y esquivo su mirada—. Lo hice, era una niña de quince años que quería probar la vida fuera de este sitio, te dejé porque me anclabas aquí, pero regresé un año después, fui a buscarte a tu casa, mi tía me dijo que tu salías con Sandra Hamish, yo mismo los vi, parecías tan feliz y supe que no me necesitabas, había elegido bien, me olvidaste en tan poco tiempo.
La respiración agitada de Abel comenzó a disiparse y aflojó su agarre sobre mis brazos.
—Puedes odiarme y tratarme como m****a, siento si te herí, en verdad lo lamento, pero deja de juzgarme por mis errores del pasado, ya no soy la misma cría de quince años, ahora déjame en paz.
El nudo de mi garganta se aprieta cuando me suelta por fin, no puedo mirarlo a los ojos, no quiero, porque sé que Abel es el detonante de todo lo que he cargado a cuestas desde niña. Tomo mi maleta y en silencio comienzo a subir los peldaños que llevan a la entrada cuando su voz ronca hace que me detenga.
—¿Por qué has regresado realmente?
Frío, letal, silencioso, eso es lo que siento entre él y yo. Respiro hondo y respondo:
—Porque mi antiguo jefe intentó abusar de mí, perdí el caso y todo por lo que trabajé allá, así que era esto o terminar abusada en serio por alguien de verdad —saco las llaves, abro, entro y me dejo caer.
El sonido del carro se va alejando y sé que se ha marchado. Presiono mis palmas frías y temblorosas sobre mis ya irritados ojos, y reprimo un sollozo. Dejo pasar unos cuantos minutos para tranquilizarme, y subo a la que era mi habitación, los recuerdos me martirizan al ver un enorme cuadro con miles de fotos de Abel y yo, cuando éramos niños, y adolescentes.
—Sí que has cambiado —sorbo mi nariz.
Abro mi maleta y empiezo a ordenar todo, me doy una ducha y me pongo un pijama cómodo, para cuando bajo, me sorprende ver a mi tía cantando en la cocina, el olor de lo que sea que esté cocinando me abre el apetito y decido unirme a ella.
—¿Qué tal te fue con Abel, cariño? —me pregunta sin borrar su tonta sonrisa del rostro.
—Prefiero no hablar de eso —niego con la cabeza—. Mejor cuéntame cómo es que sabes todo de mí…
—Antes de que vinieras, tu amiga Karyne me llamó y me contó todo —confiesa envolviéndome en un enorme abrazo de oso—. Sabía que no me dirías nada, eres demasiado orgullosa para hacerlo.
—Siento ser una molestia, escucha, no pienso ser una mantenida, mañana mismo saldré a buscar trabajo y…
—Oh, eso ya está arreglado cariño —sonríe y me temo lo peor.
—¿Qué quieres decir? —frunzo el ceño.
—Abel se ha encargado de eso —comenta con simpleza, como si lo que acababa de salir de su boca fuera cosa de poca importancia—. Trabajarás en uno de sus bares, serás mesera, empiezas mañana en la noche, tienes que presentarte mañana en su oficina a las cuatro de la tarde.
Las piernas se me debilitan y mi mundo se me cae.
—No puedo hacerlo, quiero decir… eso significaría que Abel sería…
—Sí, cariño, Abel Pemberton va a ser tu jefe.
—Joder.
El sonido de la alarma hace que comience a gruñir, odiaba levantarme tan temprano, y no recordaba haber puesto el despertado a determinada hora, quiero abrir los ojos, en verdad, pero mis párpados se han convertido en dos enormes piedras que no están dispuestas a liberarme de las cadenas del sueño.No deja de sonar, giro sobre mi cama y olvidando que esta no era tan grande como la que solía tener, caigo y mi espalda se impacta contra el suelo cubierto por una alfombra rosa.—Mierda —hago puchero y respiro hondo.Me mentalizo para el día de hoy, hago mi cuenta regresiva cuando la puerta se abre y mi tía Nora entra con un enorme plato de cereales en mano, mi estómago ruge ante la visión que se me presenta, por bre
—¿Quién eres? —Ajusta su agarre y hago una mueca de dolor y repugnancia—. ¿Eres alguna puta de Abel? Porque sí es así… Alguien toca la puerta y entra la misma enfermera de antes.—Oh, me alegra que haya encontrado a su primo, señorita, temí que se perdiera y aproveché para traer estos documentos —dice dejando una carpeta azul sobre el escritorio de Abel, quien ya se había colocado la camisa como un maestro, con las mangas arremangadas.—¿Prima? —pregunta la pelirroja.—Sí, la señorita vino y me dijo que era su prima, doctor —confiesa la enfermera dirigiéndose a la puerta—.
—Abel —trago grueso y no tardo en reaccionar y cubrirme el cuerpo con la blusa en un intento deplorable por cubrir mis pechos.Su mirada se oscurece, tensa la mandíbula y el cuerpo, soy consciente de que recorre mi cuerpo con demasiada lascivia, se remoja los labios y su expresión cambia fugazmente a una molesta, me mira con rabia, como si quisiera aniquilarme con los ojos, su odio pulveriza mi seguridad y hace tambalear mis dudas.“Esto es por el pasado”repite mi mente.—¿Qué haces aquí? —me pregunta rodeando el escritorio.Yo me giro y la vergüenza no puede ser más, siento las mejillas calientes y estoy segura de que han adquirido el co
Su confesión no me toma mucho por sorpresa, pues ya me lo imaginaba, una zona VIP dentro de un bar o local, usualmente se trataba de un espacio en el que buscaban placer en las mujeres.—Como sea, aléjate de ellos, son unos depredadores y si alguno se queda prendado de ti, me temo que no parará hasta abrirte de piernas —dice al tiempo que me atraganto con el aguardiente que me quema la garganta, no solía beber.—Eso fue muy… detallado.—Ni tanto, a Abel no le importa que las chicas follen con ellos, aunque contrata a mujeres que en estos momentos se están preparando en la parte de arriba para satisfacerlos —sigue con su explicación—. Abajo es un bar tranquilo, y arriba se desata el infierno.
Los nervios me ponen mal, me aceleran y hacen que mis ataques de ansiedad se disparen, me encontraba encerrada en los vestidores, cuando la pelirroja intentó abofetearme y él se lo impidió, ella se volvió completamente loca gritando y bramando, tuvo que sacarla a rastras, no sin antes decirme que no me fuera y que quería hablar conmigo. Así que mientras yo me encuentro encerrada ellos dos discuten en su despacho, pese a no encontrarnos en el mismo espacio y no lograr entender lo que dicen, sus gritos y rabietas de ambos se alcanzan a escuchar.«Tú sola te metes en líos»Necesitaba encontrar un nuevo empleo, dejar que me mantenga mi tía no era una opción, y pedirle que me deje trabajar en otro sitio del pueblo no solo incrementaría la rab
Para este punto sus amigos han guardado silencio y solo el sonido de la música suave y las pláticas inconexas rodean a nuestro alrededor. El aire se comprime en mis pulmones y las manos me sudan, Abel había cambiado, tenerlo tan cerca me daba inseguridad, no lo reconocía, era una persona diferente a lo que creí ver en el pasado, su aura me estresa y hace añicos mi tonta y fingida seguridad, pero me armo de valor, después de lo que pasó en el pueblo, no iba a permitir que nadie me volviera a pisotear, mucho menos un engreído como él.—No te metas en mis asuntos, es mi empleada y…Cierro y abro los ojos.—Era —espeto con dureza—. Ya no lo soy, creo haber dejado claro que renuncio.
Su respiración se agita, siento los latidos de su corazón acelerarse y cuando oculta su rostro entre la curvatura de mi cuello y de mi clavícula, aspirando mi olor natural, aparto la mano y un ligero temblor domina mi cuerpo. —Abel —musito lento. —Ahora no, Nat —su voz es ronca, varonil y gélida—. Te odio. Sus palabras son duras y me golpean el pecho, haciéndome caer en la realidad ¿qué hacía con Abel? Estaba en ropa interior, y él prácticamente había cruzado la línea que ponía entre los hombres y yo. —Entonces suéltame —le pido. —¿Nat? La voz de Zed a las afueras hace que tanto Abel como yo nos separemos, él se pasa una mano
—¿Me estás secuestrando? Porque eso delito y puedo demandarte en cuanto me vea liberada de tus garras —ladro mientras me observa en silencio, con la mandíbula tensa y su manzana de Adán subiendo y bajando.Me encontraba dentro de una camioneta blindada color negro y que por dentro el espacio era enorme, parecido al de una limosina, Abel parecía impaciente y no deja de mirarme mientras se sirve un trago y lo bebe como si fuera agua natural. Su silencio sepulcral hace que me invada una sensación electrizante y los nervios los tengo a flor de piel. La amenaza de Zed sobre él retumba en mi cabeza y me remuevo de asiento para estar lo más alejada de él, lo único que me mantenía en calma, era el hecho de que Zed había visto todo.Lo que significaba