La gélida ráfaga del viento golpea con brutalidad mi rostro, el cielo estaba cubierto por nubes y pese a que estábamos en plena época de invierno, lo cierto era que esperaba ver un poco de sol. Abel me mira como si yo fuera un bicho al que quisiera aplastar en cualquier momento y lo acepto, luego de aquella extraña presentación frente a Zed, el capullo me arrastró hasta la terraza del hospital. Y ahora estábamos aquí, frente a frente, sin nadie que nos interrumpa.
—Si no me vas a decir nada, tengo que…
—¿Por qué m****a estás aquí, Nat? —Masculla entre dientes—. ¿Has venido por más? ¿En verdad quieres joderme la vida a estas alturas?
Me irrita la manera en la que me habla, o sea, lo que pasó entre los dos tan solo fue cuando teníamos quince años, éramos un par de críos inmaduros, pero por lo visto siempre me odiará. El que piense que estoy aquí solo por él, deja en claro que tal vez su cuerpo adelgazó, pero su ego era demasiado obseso para mi gusto.
—No veo por qué todo deba seguir girando a tu alrededor —frunzo el ceño—. Siento decepcionarte, pero no regresé por ti.
Abel suelta una sonora, tétrica y muy arrogante carcajada, luego de que mis palabras no ocasionaran el efecto deseado en él, ¿en dónde m****a quedo el chico dulce y tierno?
—¿Qué es tan gracioso? —le pregunto sintiendo como mi paciencia se agotaba poco a poco.
—Lo gracioso es que me has decepcionado desde hace años, dudo que exista algo más que me pueda decepcionar de ti, Nat —de dos zancadas se acerca hasta mí, acortando toda barrera invisible que nos separa, y aun en las distancias cortas, el olor de su colonia inunda mis fosas nasales, extrañaba a mi amigo, porque antes de haber sido novios, fue mi mejor amigo, uno al que traicioné—. Espero que no te quedes por mucho tiempo.
Crispo ante su comentario llena de advertencia y amenaza.
—No sabía que eras dueño del pueblo —le lanzo una mirada llena de veneno—. Lo siento por ti, pero me quedaré por mucho tiempo, creo que echaré raíces aquí, no lo sé.
Emite un extraño y ronco sonido desde el fondo de su garganta.
—No hablarás en serio.
—No tengo porque mentir, escucha…
—¡Y una m****a! —exclama y me jala del brazo.
Me acorrala cerca de la orilla de la terraza y me obliga a doblarme, ahora sí que tengo miedo, el capullo estaba a punto de lanzarme desde el último piso.
—¡Qué haces! —exclamo al tiempo que enrolla su mano alrededor de mi cuello y aprieta.
—No voy a dejar que me jodas la vida esta vez, Natasha —su rostro está demasiado cerca, nuestros labios casi se rozan y nuestras respiraciones se mezclan.
—Yo no…
—No te quiero cerca de mí, si lo haces, juro que me vengaré por todo lo que me hiciste en el pasado —brama y sus ojos centellean.
Ok, no lo ha olvidado.
Mis pulmones exigen aire, pero él parece no tener la intención de soltarme, tengo miedo, este Abel no es el mismo, este tiene una mirada inquisidora, perturbadora, sus pupilas están dilatadas y su manzana de Adán sube y baja como si estuviera a punto de prepararse para una lucha cuerpo a cuerpo.
—Nat —susurra y joder, tal vez sea mi imaginación pero siento su erección golpeando mi vientre—. No te quiero cerca de mi mundo y mis mierdas.
Me suelta y por fin puedo tomar una larga bocanada de aire. Acto seguido se da la media vuelta y sale sin decir nada más, las lágrimas se acumulan en mis ojos y la garganta me arde, Abel estuvo a punto de asfixiarme, en definitiva ya no es el mismo chico que dejé en Alaska hace nueve años atrás, la oscuridad de su mirada me eriza la piel y comienzo a sentir arcadas.
Intento recuperarme pero me es imposible, necesitaba salir del estúpido hospital, tenía que escapar de aquí. Salgo y me dirijo a la habitación en donde mi tía está riendo con su amigo, dentro, parece que el tiempo no ha pasado, aparto todo y tomo mi maleta.
—¡Oh, cariño, qué te ha sucedido! —Se acerca hasta mí, su rostro se convierte en todo un poema y toma mis mejillas con ambas manos—. ¿Has llorado?
—No, solo —carraspeo—. Tengo que irme, ¿te veré en casa?
A mi tía no parece agradarle la respuesta, porque enseguida frunce los labios.
—Pero si todavía no llega el doctor que…
La puerta se abre y para joderme más la mala suerte, es Abel quien entra junto con un enfermero, quien no pierde tiempo en recorrerme mediante una mirada discreta.
—Abel, mira quien ha venido para quedarse —mi tía sonríe como toda una posesa tomándolo del brazo—. ¿Recuerdas a mi sobrina Nat?
No quiero mirarlo, estoy furiosa con él, dolida ¿y por qué no? Temerosa.
—Vaya, hace mucho tiempo que no nos vemos Nat —enfatiza mi nombre con un tono de voz sensual y tierno.
Levanto la mirada y mis ojos azules se conectan con sus ya oscuros ojos, sonríe y entiendo su maldito juego al instante, el capullo intenta parecer buena persona frente a todos y ser un completo cretino conmigo.
—¿Cómo has estado? —estira la mano en mi dirección y yo doy un paso hacia atrás.
—¿Cariño?
—Tengo que irme, tía, nos veremos en casa —susurro tomando con fuerza mi maleta y dirigiéndome hacia la puerta.
—Pero…
No espero más, estar dentro de la misma habitación con el imbécil que estuvo a punto de asfixiarme hace unos cuantos minutos, era peligroso. Mientras tomo el ascensor saco mi teléfono móvil y le marco a mi mejor amiga, quien no tarda en responder al tercer timbre.
—¡Perra, no me has llamado! —exclama Karyne.
—Casi me mata —suelto al entrar al ascensor desocupado.
—¿De qué mierda me hablas?—Abel, el mismo chico al que le rompí el corazón —comienzo a caminar de un lado a otro dentro del pequeño espacio—. Casi me asfixia, me odia.—¿El chico obeso que estaba enamorado de ti y que terminaste por gordo?Pongo los ojos en blanco.—No lo dejé por gordo, lo dejé porque vi la oportunidad de independizarme, de ser alguien importante, quería probar la libertad, y estancada en este pueblo no iba a lograr nada, cuando logré establecerme y quise regresar, mi tía dijo que se había hecho novio de Sandra Hamish, una creída de mierda y seguí con mi vida, lo vi regresé y p
El sonido de la alarma hace que comience a gruñir, odiaba levantarme tan temprano, y no recordaba haber puesto el despertado a determinada hora, quiero abrir los ojos, en verdad, pero mis párpados se han convertido en dos enormes piedras que no están dispuestas a liberarme de las cadenas del sueño.No deja de sonar, giro sobre mi cama y olvidando que esta no era tan grande como la que solía tener, caigo y mi espalda se impacta contra el suelo cubierto por una alfombra rosa.—Mierda —hago puchero y respiro hondo.Me mentalizo para el día de hoy, hago mi cuenta regresiva cuando la puerta se abre y mi tía Nora entra con un enorme plato de cereales en mano, mi estómago ruge ante la visión que se me presenta, por bre
—¿Quién eres? —Ajusta su agarre y hago una mueca de dolor y repugnancia—. ¿Eres alguna puta de Abel? Porque sí es así… Alguien toca la puerta y entra la misma enfermera de antes.—Oh, me alegra que haya encontrado a su primo, señorita, temí que se perdiera y aproveché para traer estos documentos —dice dejando una carpeta azul sobre el escritorio de Abel, quien ya se había colocado la camisa como un maestro, con las mangas arremangadas.—¿Prima? —pregunta la pelirroja.—Sí, la señorita vino y me dijo que era su prima, doctor —confiesa la enfermera dirigiéndose a la puerta—.
—Abel —trago grueso y no tardo en reaccionar y cubrirme el cuerpo con la blusa en un intento deplorable por cubrir mis pechos.Su mirada se oscurece, tensa la mandíbula y el cuerpo, soy consciente de que recorre mi cuerpo con demasiada lascivia, se remoja los labios y su expresión cambia fugazmente a una molesta, me mira con rabia, como si quisiera aniquilarme con los ojos, su odio pulveriza mi seguridad y hace tambalear mis dudas.“Esto es por el pasado”repite mi mente.—¿Qué haces aquí? —me pregunta rodeando el escritorio.Yo me giro y la vergüenza no puede ser más, siento las mejillas calientes y estoy segura de que han adquirido el co
Su confesión no me toma mucho por sorpresa, pues ya me lo imaginaba, una zona VIP dentro de un bar o local, usualmente se trataba de un espacio en el que buscaban placer en las mujeres.—Como sea, aléjate de ellos, son unos depredadores y si alguno se queda prendado de ti, me temo que no parará hasta abrirte de piernas —dice al tiempo que me atraganto con el aguardiente que me quema la garganta, no solía beber.—Eso fue muy… detallado.—Ni tanto, a Abel no le importa que las chicas follen con ellos, aunque contrata a mujeres que en estos momentos se están preparando en la parte de arriba para satisfacerlos —sigue con su explicación—. Abajo es un bar tranquilo, y arriba se desata el infierno.
Los nervios me ponen mal, me aceleran y hacen que mis ataques de ansiedad se disparen, me encontraba encerrada en los vestidores, cuando la pelirroja intentó abofetearme y él se lo impidió, ella se volvió completamente loca gritando y bramando, tuvo que sacarla a rastras, no sin antes decirme que no me fuera y que quería hablar conmigo. Así que mientras yo me encuentro encerrada ellos dos discuten en su despacho, pese a no encontrarnos en el mismo espacio y no lograr entender lo que dicen, sus gritos y rabietas de ambos se alcanzan a escuchar.«Tú sola te metes en líos»Necesitaba encontrar un nuevo empleo, dejar que me mantenga mi tía no era una opción, y pedirle que me deje trabajar en otro sitio del pueblo no solo incrementaría la rab
Para este punto sus amigos han guardado silencio y solo el sonido de la música suave y las pláticas inconexas rodean a nuestro alrededor. El aire se comprime en mis pulmones y las manos me sudan, Abel había cambiado, tenerlo tan cerca me daba inseguridad, no lo reconocía, era una persona diferente a lo que creí ver en el pasado, su aura me estresa y hace añicos mi tonta y fingida seguridad, pero me armo de valor, después de lo que pasó en el pueblo, no iba a permitir que nadie me volviera a pisotear, mucho menos un engreído como él.—No te metas en mis asuntos, es mi empleada y…Cierro y abro los ojos.—Era —espeto con dureza—. Ya no lo soy, creo haber dejado claro que renuncio.
Su respiración se agita, siento los latidos de su corazón acelerarse y cuando oculta su rostro entre la curvatura de mi cuello y de mi clavícula, aspirando mi olor natural, aparto la mano y un ligero temblor domina mi cuerpo. —Abel —musito lento. —Ahora no, Nat —su voz es ronca, varonil y gélida—. Te odio. Sus palabras son duras y me golpean el pecho, haciéndome caer en la realidad ¿qué hacía con Abel? Estaba en ropa interior, y él prácticamente había cruzado la línea que ponía entre los hombres y yo. —Entonces suéltame —le pido. —¿Nat? La voz de Zed a las afueras hace que tanto Abel como yo nos separemos, él se pasa una mano